sábado, 6 de mayo de 2017

FERIA DE ABRIL EN SEVILLA – DUODÉCIMA CORRIDA: Y Ferrera fue la música del toreo

Magistral tarde del veterano extremeño con una faena que sublimó el temple y otra de enorme capacidad. *** Puso a la Maestranza en pie con un saludo a la verónica y un quite por faroles para enmarcar. *** El Pilar lidia uno de los toros de más calidad y clase de abril como tercero.
Antonio Ferrera
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Sevilla
Fotos: EFE

Perduraban por Sevilla y el universo taurómaco los ecos como réplicas del terremoto del Perú. Roca Rey de boca en boca desde el umbral de la Puerta del Príncipe donde se frenó el huracán. Un día después el ambiente era otro. Como heredero de una resaca que Antonio Ferrera, el héroe reciente con un victorino de sílex, volteó con su magisterio y su seda.

Ferrera volvió a dictar otra lección de profesionalidad, cabeza y corazón. De otro modo. Con otro toro que no regalaba nada. De marcadísimas querencias el del Pilar. Grande, alto y largo como un tráiler. Complicadísimo de banderillear con sus testarazos al mentón. Antonio le ofreció los palos a Padilla, que pasó las de Caín y escapó de milagro. Las neuronas de Antonio Ferrera dictaron los terrenos de sol como primer acierto. Y después todo lo demás: el asiento para consentirle y el pulso para llevar tapada aquella embestida que no descolgaba y que se venía cavilante y al paso. Mucho mérito en su izquierda y en su capacidad, que nace de su idea cabal de la colocación. El espadazo levemente rinconero desató la pañolada que el palco despreció. Realmente despreciaba a Ferrera, que lo había dado todo y más. Injusto trato que ni la vuelta al ruedo compensó.

Antonio Ferrera cambió la capacidad por la inspiración ante el quinto. Y cuajó un saludo a la verónica mecido, hundido, echándole todo el pecho por delante. El toro de El Pilar planeó en los vuelos hasta la boca de riego. Allí Ferrera cerró la sinfonía con una media verónica acaderada. Cuando parecía insuperable, el quite a la usanza antigua, en su verdadero sentido de quitar al toro del caballo, alumbró unos faroles soberanos, como no se ven, como Juanito Belmonte los dibujaba. La larga trazó una onda en el aire como un lazo de ovaciones y oles. Todas las promesas fabulosas de «Sombrerero» se quebraron como su mano en banderillas. El palco, atendiendo al sentido común por encima del Reglamento, lo devolvió. Un puntillazo de Lebrija atronó tanta belleza.

El redondo sobrero, también de El Pilar, fue la arcilla para que Antonio Ferrera moldease una pieza maestra. Sobre su embestida a media altura sublimó Ferrera la templanza. El toreo dormido en una faena enteramente diestra. Los pases de pecho morían en la hombrera contraria. Una trinchera, una trincherilla, un cambio de mano. No sonó la música. La música era Ferrera. La suavidad, la cadencia, lo que es torear con todo. El espíritu de Manzanares padre en la memoria. Un aviso cayó cuando se perfilaba para matar. Ya ves. El toro le echó la cara arriba en el volapié y le sacudió un volteretón por mala zona. Se levantó íntegro. Y de nuevo el cabezazo acarreó otro pinchazo. A la tercera fue la vencida con habilidad. La clamorosa vuelta al ruedo subrayaba la hombría y la torería de uno de los tres nombres propios de la feria.

«Bellito» respondía a su nombre. Una pintura que saltó al ruedo para auparse como uno de los toros de abril. Por su clase, el ritmo sostenido, el temple, ese son. Desde que colocó la cara en los vuelos del capote de López Simón derramó su calidad. Simón ligó una limpia faena por una y otra mano. «Bellito» galopaba en la distancia concedida al principio de cada serie como sobre nubes de algodón. Y por su pitón izquierdo hacía así en modo avión. López miraba al tendido en los remates. Ya lo dijo aquél: "Qué mal aficionado es Dios". Los doblones de despedida prologaron la catástrofe con la espada. Que las reseñas afirmarán que le privó de una oreja y la gloria. La verdadera gloria era «Bellito», que las mulillas arrastraron con las dos bajo una estruendosa ovación.
López Simón
El sexto compensó con otras hechuras menos lindas y un juego tan poco agraciado como su cuerpo. López Simón quiso salvar con voluntad y metraje lo insalvable.

Juan José Padilla jugó con la media distancia y las inercias del toro de El Pilar que estrenaba la tarde. La indefinición de los tercios previos -el de banderillas sufrido y compartido con Ferrera- cambió en su muleta. Pero, a pesar del sitio concedido, cuando tenía que poner de su parte no tiraba hacia delante. Y se vino abajo hasta encogerse. Padilla lo pasaportó con facilidad.

Apuntó cosas muy notables el cuarto de contado poder. Juan José Padilla lo mimó sin obligarlo. Coincidió que, cuando se lo sacó a los medios, el bondadoso toro entonó la rendición y se paró. El espadazo fue marca de la casa.

EL PILAR | Juan José Padilla, Antonio Ferrera y López Simón
Toros de El Pilar, incluido el sobrero (5ºbis), bien presentados y parejos; extraordinario por su clase y ritmo el 3º; bueno pero sin final el 4º; complicado el manso 2º sin humillar; se encogió el 1º sin tirar hacia delante; deslucido el 6º.
Juan José Padilla, de grana y oro. Estocada (saludos). En el cuarto, estocada (saludos).
Antonio Ferrera, de grana y oro. Estocada rinconera (petición y vuelta). En el quinto, dos pinchazos y estocada atravesada. Dos avisos (vuelta).
López Simón, de negro y plata. Tres pinchazos y estocada (saludos). En el sexto, pinchazo y estocada (silencio).
Plaza de la Maestranza. Sábado, 6 de mayo de 2017. Duodécima de feria. Tres cuartos de entrada.

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