Magistral tarde del veterano
extremeño con una faena que sublimó el temple y otra de enorme capacidad. *** Puso
a la Maestranza en pie con un saludo a la verónica y un quite por faroles para
enmarcar. *** El Pilar lidia uno de los toros de más calidad y clase de abril
como tercero.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Sevilla
Fotos: EFE
Perduraban por Sevilla y el universo taurómaco los ecos como
réplicas del terremoto del Perú. Roca Rey de boca en boca desde el umbral de la
Puerta del Príncipe donde se frenó el huracán. Un día después el ambiente era
otro. Como heredero de una resaca que Antonio Ferrera, el héroe reciente con un
victorino de sílex, volteó con su magisterio y su seda.
Ferrera volvió a dictar otra lección de profesionalidad,
cabeza y corazón. De otro modo. Con otro toro que no regalaba nada. De
marcadísimas querencias el del Pilar. Grande, alto y largo como un tráiler.
Complicadísimo de banderillear con sus testarazos al mentón. Antonio le ofreció
los palos a Padilla, que pasó las de Caín y escapó de milagro. Las neuronas de
Antonio Ferrera dictaron los terrenos de sol como primer acierto. Y después
todo lo demás: el asiento para consentirle y el pulso para llevar tapada
aquella embestida que no descolgaba y que se venía cavilante y al paso. Mucho
mérito en su izquierda y en su capacidad, que nace de su idea cabal de la
colocación. El espadazo levemente rinconero desató la pañolada que el palco
despreció. Realmente despreciaba a Ferrera, que lo había dado todo y más.
Injusto trato que ni la vuelta al ruedo compensó.
Antonio Ferrera cambió la capacidad por la inspiración ante
el quinto. Y cuajó un saludo a la verónica mecido, hundido, echándole todo el
pecho por delante. El toro de El Pilar planeó en los vuelos hasta la boca de
riego. Allí Ferrera cerró la sinfonía con una media verónica acaderada. Cuando
parecía insuperable, el quite a la usanza antigua, en su verdadero sentido de
quitar al toro del caballo, alumbró unos faroles soberanos, como no se ven,
como Juanito Belmonte los dibujaba. La larga trazó una onda en el aire como un
lazo de ovaciones y oles. Todas las promesas fabulosas de «Sombrerero» se
quebraron como su mano en banderillas. El palco, atendiendo al sentido común
por encima del Reglamento, lo devolvió. Un puntillazo de Lebrija atronó tanta
belleza.
El redondo sobrero, también de El Pilar, fue la arcilla para
que Antonio Ferrera moldease una pieza maestra. Sobre su embestida a media
altura sublimó Ferrera la templanza. El toreo dormido en una faena enteramente
diestra. Los pases de pecho morían en la hombrera contraria. Una trinchera, una
trincherilla, un cambio de mano. No sonó la música. La música era Ferrera. La
suavidad, la cadencia, lo que es torear con todo. El espíritu de Manzanares
padre en la memoria. Un aviso cayó cuando se perfilaba para matar. Ya ves. El
toro le echó la cara arriba en el volapié y le sacudió un volteretón por mala
zona. Se levantó íntegro. Y de nuevo el cabezazo acarreó otro pinchazo. A la
tercera fue la vencida con habilidad. La clamorosa vuelta al ruedo subrayaba la
hombría y la torería de uno de los tres nombres propios de la feria.
«Bellito» respondía a su nombre. Una pintura que saltó al
ruedo para auparse como uno de los toros de abril. Por su clase, el ritmo
sostenido, el temple, ese son. Desde que colocó la cara en los vuelos del
capote de López Simón derramó su calidad. Simón ligó una limpia faena por una y
otra mano. «Bellito» galopaba en la distancia concedida al principio de cada
serie como sobre nubes de algodón. Y por su pitón izquierdo hacía así en modo
avión. López miraba al tendido en los remates. Ya lo dijo aquél: "Qué mal
aficionado es Dios". Los doblones de despedida prologaron la catástrofe
con la espada. Que las reseñas afirmarán que le privó de una oreja y la gloria.
La verdadera gloria era «Bellito», que las mulillas arrastraron con las dos
bajo una estruendosa ovación.
López Simón |
El sexto compensó con otras hechuras menos lindas y un juego
tan poco agraciado como su cuerpo. López Simón quiso salvar con voluntad y
metraje lo insalvable.
Juan José Padilla jugó con la media distancia y las inercias
del toro de El Pilar que estrenaba la tarde. La indefinición de los tercios
previos -el de banderillas sufrido y compartido con Ferrera- cambió en su
muleta. Pero, a pesar del sitio concedido, cuando tenía que poner de su parte
no tiraba hacia delante. Y se vino abajo hasta encogerse. Padilla lo pasaportó
con facilidad.
Apuntó cosas muy notables el cuarto de contado poder. Juan
José Padilla lo mimó sin obligarlo. Coincidió que, cuando se lo sacó a los
medios, el bondadoso toro entonó la rendición y se paró. El espadazo fue marca
de la casa.
EL PILAR | Juan José Padilla, Antonio Ferrera y López Simón
Toros de El Pilar, incluido
el sobrero (5ºbis), bien presentados y parejos; extraordinario por su clase y
ritmo el 3º; bueno pero sin final el 4º; complicado el manso 2º sin humillar;
se encogió el 1º sin tirar hacia delante; deslucido el 6º.
Juan José Padilla, de grana y oro. Estocada (saludos). En el
cuarto, estocada (saludos).
Antonio Ferrera, de grana y oro. Estocada rinconera
(petición y vuelta). En el quinto, dos pinchazos y estocada atravesada. Dos
avisos (vuelta).
López Simón, de negro y plata. Tres pinchazos y
estocada (saludos). En el sexto, pinchazo y estocada (silencio).
Plaza de la Maestranza. Sábado, 6 de mayo de 2017. Duodécima de feria.
Tres cuartos de entrada.
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