ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Sevilla
Foto: EFE
Había entre el primer toro, de García Jiménez, y el segundo,
de Peña de Francia, una diferencia como entre un Mini y un autobús. Como entre
un coche a estrenar y un trolebús viejo. Uno había cumplido los cuatro años
reglamentarios el pasado día 1 de mayo y el otro frisaba los cinco años y
medio. El joven saltó al ruedo vivo e ilusionado y el anciano, al paso y
desengañado. Como la vida misma. A las postre, ninguno de los dos valió.
Morante de la Puebla iluminó su luctuoso vestido con seis
verónicas deslumbrantes. Dos sin apenas mover las zapatillas de un adoquín y
otras cuatro ganando terreno. Una media enfrontilada de brazos caídos prendió
en la Maestranza. Apuntaba el toro recental de buena cara una fuerza tibia y un
fondo trémulo. El escaso castigo en el caballo apenas alivió su condición
decadente. Morante planteó la faena bajo el Tendido "7". La
repetición anhelada de la embestida no apareció y la torería sevillana quedó
huérfana. La estocada por derecho tumbó al marmolillo.
Miguel Ángel Perera bajó las manos en unos lances que si los
hubiera visto el llorado Manolo Cortés, los habría coreado. El vetusto animal
de Peña de Francia marcaba querencias y quería irse a los terrenos de toriles.
Allí Perera le echó paciencia. Esperaba con la muleta puesta la embestida
dormida y sin celo cuando no volvía grupas. A favor de tablas incluso trazó
naturales de largo trazo como habas contadas. Despenó al manso con la rectitud
de una vela.
Desde ahí en adelante siguió la corrida de García Jiménez,
cumplida entre abril y mayo. Javier Jiménez templó al grandón y simplón tercero
a su altura. No humillaba el toro, que se movía con una sosería pasmosa y una
obediencia boba. Todo lo puso Jiménez en la larga faena que hilvanó a puro
pulso. Tan extensa que cayó el aviso antes de agarrar la espada. A ovación por
coleta continuaba la tarde voluntariosa.
De pronto, la profundidad de Morante labró una sima en el
ecuador de las horas. El abismo que dista entre el toreo actual y el antiguo
arte. Sobre las intermitentes embestidas de nobleza del colorado cuarto, se
elevó la naturalidad hundida del genio de La Puebla. Tan despacio que los oles
se extendían más allá del muletazo que moría detrás de la cadera. La obra
preñada de perlas se conectaba unida por la torería. En la colocación, en los
cites y en las salidas de la cara del toro. En esa manera de andar tan
distinta. Un pase de pecho eternizó una tanda de redondos, dibujados con
majestuoso empaque, que había nacido con un molinete belmontino. Los ayudados
de Morante de la Puebla genuflexo traían sones de bronce como broche. Todavía
la coda para sacarse al toro a los medios alumbró un cambio de mano por delante
en abanico. Una cosa maravillosa entre Pepe Luis y Bienvenida (Antonio). El ¡ohhhh! admirativo de la Maestranza
rendida presagiaba ese trofeo que no fue y que, probablemente, ahora sea lo de
menos. Un pinchazo, media estocada tendida -quizá con el toro tan abierto la
ayuda fue menor- y un descabello. José Antonio Morante saludó una ovación que
no fue una más. Una ovación que en otra época hubiera sido una vuelta al ruedo
con la misma lentitud de la hermosa faena.
Perera desplegó una solemnidad castellana siendo Miguel
Ángel de Extremadura con un quinto de generoso cuello. Tan solemne que ni
siquiera sonó la música que alegremente se precipitó en el Día del Trabajo. MAP
toreó muy largo por ambas manos al buen ejemplar de Matilla, que de bueno
carecía de esa chispa de transmisión que necesita el poderoso toreo del
extremeño. La obra no tuvo una mácula y, sin embargo, no trepó por los tendidos.
El final trenzado, pererista en su extrema ligazón, en los péndulos y los
circulares invertidos, se apagó a plomo con un feo bajonazo. Atrás quedaron los
quites por gaoneras de Perera y por caleserinas de Jiménez. Y una lidia
impoluta de Curro Javier a los mandos y Javier Ambel a los palos, que esta vez
habían intercambiado los papeles.
El último de García Jiménez, que tan alto había dejado el
listón en las ferias septembrinas, portaba en su cara todo su trapío. Abajo se
vino en la muleta de Javier Jiménez. Como si septiembre hubiera sido el mes
para la corrida y no abril.
GARCÍA JIMÉNEZ | Morante de la Puebla, Miguel Ángel Perera y Javier
Jiménez
Toros de García Jiménez y un
manso cinqueño de Peña de Francia
(2º), de diferentes hechuras y seriedades; bueno sin chispa el 5º; intermitente
el 4º en su nobleza; parado el 1º; simplón y sin humillar el 3º; se vino abajo
el 6º.
Morante de la Puebla, de negro y azabache. Estocada (saludos).
En el cuarto, pinchazo, media tendida y descabello. Aviso (saludos).
Miguel Ángel Perera, de verde botella y oro. Estocada
(saludos). En el quinto, bajonazo. Aviso (saludos).
Javier Jiménez, de azul pavo y oro. Pinchazo y estocada
contraria. Aviso (saludos). En el sexto, media estocada y descabello. Aviso.
(silencio).
Plaza de la Maestranza. Martes, 2 de mayo de 2017. Octava de feria.
Tres cuartos de entrada.
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