El torero burgalés corta la
primera oreja de la feria con el toro más destacado de una mansada astifinísima
y muy seria de El Ventorrillo.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de
Madrid
La imagen de Eugenio de Mora transmitía la preocupación por
el clima adverso: se deshacía el paseíllo y el veterano matador de Toledo
probaba la muleta aún con la montera calada. Su peso y su oscilación ante el
viento y la lluvia que amainaba. No fueron peores enemigos que un toro de
generosa cara y escaso cuello de El Ventorrillo que jamás humilló. La cosa
parecía inocua en su ir y venir. Pero cuando De Mora le echó las rodillas por
tierra en el prólogo de faena casi le arranca la cabeza. Quiso huir a la
querencia y, desde entonces en adelante, desarrolló su nula fijeza y su
instinto. La fibra en el toque de cada muletazo trataba de atraer la mirada
pendiente y pendenciera del manso. Cada vez peor, siempre por el palillo el
ataque. Eugenio sufrió con la espada. Los cabezazos desabridos le tapaban la
salida del volapié. La guadaña por el corbatín. Como la veteranía es un grado,
desistió de descabellar y volvió a entrar a matar. Aun así no evitó dos avisos.
El tipo del segundo se hacía extraño. Tan levantado del
piso, lomirrecto, agalgado y tremendamente armado como toda la corrida de El
Ventorrillo. Ya en el capote se sintió su limitado celo. Como en los encuentros
con el caballo. Morenito de Aranda le dibujó una buena media entre una y otra
vara. Román se atrevió por gaoneras y el toro obedeció. La virtud de la obediencia
la mantendría en la réplica a la verónica de Morenito y también en la faena. El
maestro Ortega Cano recibió el brindis de su poderdante. Empujaba más Ortega
desde el callejón que el toro en su entrega. Descolgado de hombros y relajado,
quiso el torero burgalés templar en tandas necesariamente cortas y evitar el
punteo de un tornillacito. Un pase de pecho y un cambio de mano sacaron nota
especial. Al natural siguió fiel a la búsqueda de la colocación. O todavía más
porque ya la embestida se desentendía totalmente. Los pinchazos se llevaron el
eco de los coros y sus oles cálidos en la fría tarde.
El acodado y astifinísimo tercero ya se frenó en el capote
de Román. Negado a embestir el ventorrillo. Al caballo lo esquivaba en vueltas
cegadas por la mansedumbre. Cuando se centró, la cara subió por encima del
estribo. Román se puso con la sinceridad que le caracteriza. Los pitonazos
silbaban como balas a su alrededor sin que se inmutase. Con ese aire loco de
peatón despistado en medio de la balacera. Su valor desnudo empujó también la
estocada.
Eugenio de Mora se desesperó con el basto cuarto y su rajada
condición. Renunció el toro a todo con una precocidad inaudita. Y se aculó en
tablas con toda su cobardía a cuestas. El toledano consiguió al menos esta vez
meter la mano con la espada.
Apareció por toriles el único cinqueño de los seis de El
Ventorrillo. Encampanado y montado como si desde su cerviz al lomo hubiese un
tobogán. Descaradísimo y larguísimo el burraco. Imponente el trapío como para
dejárselo venir de lejos. Morenito de Aranda halló precisamente en la extensa
distancia, en la prontitud de la arrancada y en el alegre galope, las claves de
su faena. El juego de las inercias de Morenito, que tan bien había volado el
capote, y su inteligencia para aprovecharlas. Cuando el toro las perdía, le
costaba poner de su parte. Ya en el tercer muletazo de cada serie remoloneaba.
Y se hacía obligatorio rematar con el de pecho. O con algún pase del desprecio.
Más en corto y por naturales no quería el toro ni yéndose al pitón contrario.
Remontó y apuró Morenito de Aranda tirando de toda la artillería y de la
embestida en redondo. La cabeza exacta para cerrar con ayudados por bajo aquella
movilidad tan vistosa de contada humillación. Un pinchazo previo a la estocada
delantera hizo dudar de la oreja. Que al final cayó como premio a su fino
engranaje neuronal.
De nuevo Román apostó todo lo que tiene con el enésimo
manso. Ya el último. Su aguerrida actitud para aguantar que aquello pasase por
donde fuese y como fuera acabó en un volteretón de vértigo. Afortunadamente
incruento. Su ofensiva no paró ni cuando el toro huía hacía su destino: la
muerte que esperaba en la puerta de chiqueros.
EL VENTORRILLO | Eugenio de Mora, Morenito de Aranda y Román
Toros de El Ventorrillo, un
cinqueño (el pronto y alegre 5º de vistosa movilidad); muy serios y astifinos
en sus diferentes hechuras; manejable el 2º sin empuje; complicado el 1º;
acobardado el 4º; descompuestos y rajados 3º y 6º; conjunto descastado y manso.
Eugenio de Mora, de azul pavo y oro. Tres pinchazos, media
tendida, tres descabellos, estocada atravesada que escupe y estocada. Dos
avisos (silencio). En el cuarto, estocada desprendida (silencio).
Morenito de Aranda, de corinto y oro. Dos pinchazos y dos
descabellos. Aviso (saludos). En el quinto, pinchazo y estocada delantera
(oreja).
Román, de nazareno y oro. Estocada (silencio). En el sexto, dos pinchazos,
media defectuosa y tres descabellos. Aviso (silencio).
Monumental de las Ventas. Viernes, 12 de mayo de 2017. Segunda de
feria. Más de media entrada.
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