Un quite a la verónica para el
recuerdo de Diego Urdiales en una corrida de El Pilar muy desigual y en
escalera y falta de fondo.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de
Madrid
Foto: EFE
Descerrajaron el portón de cuadrillas y los tres matadores
dieron el paso al frente a la vez. Como un solo hombre. Coordinados como no se
ve en tiempos modernos. Diego Urdiales, David Mora y José Garrido sobre el
redondel. Las banderas les saludaban agitadas por el viento reinante. ¡Ay, el viento!
Un toro colorao de cara muy abierta, montado y largo,
recorrió mucha plaza antes de fijarse en Urdiales. Los lances los abandonaba a
su bola cuando salvaba el primer tramo de humillación. Sobre ese punto bueno
del embroque en su nobleza, cincelaría Diego un soberbio quite a la verónica
preñado de sabor, jugados los brazos, conjugados pecho y cintura, hundido el
mentón, acompañando el viaje hasta la media acaderada. Como un viejo tañido de
campana bramaron los oles. La lidia se espesó con el ejemplar de El Pilar
pegajoso hacia los adentros en banderillas y un exceso de capotazos de El
Víctor, que no se hacía con la situación. Restarían a lo largo de la faena que
Diego Urdiales prologó rodilla en tierra. Protestó el toro tanta obligación. El
torero de Arnedo entendió aquella protesta. Y dibujó dos tandas de lentos
derechazos que se vaciaban a su altura, pero que en el embroque abajo
explotaban con todo su clasicismo. Eso duró el fondo de aquella embestida
suavona. Urdiales lo intentó con la izquierda, de uno en uno, porque el toro
reponía sin maldad. Un par de naturales destellaron cuando prolongaba más allá
de la voluntad del animal entre los azotes del vendaval.
El manso, negro y armado segundo de El Pilar sobrecogió a
las habitantes del burladero de la Comunidad de Madrid en su amago de saltar.
Lo intentaría de nuevo por el "8". No quería capotes ni en pintura.
Campó a sus anchas por el ruedo. Tan abanto y desentendido. Ángel Otero lo
bordó con los palos cuando se le arrancó como un obús. Como si no le hubieran
castigado en el peto. Y no era así. La plaza se levantó electrizada cuando
Otero ganó la acción con arrestos y salió airoso y con los brazos en alto del
segundo par. Bravo el torero de plata. David Mora se dobló en el principio de
faena en una intentona vana por sujetar la huida. No hubo causa ante las fugas
del toro, reo de su mansedumbre. Mora por una y otra mano se lo propuso con la
fe contada y el trazo recortado que abría las puertas del campo.
El bajo y colorao tercero aglutinaba todo el trapío de sus
cinco años por delante. José Garrido lo recogió genuflexo con poder. La
vibración de las repeticiones de genio treparon por los tendidos. Eso fue el
toro, que se defendió en el caballo y no se entregó ni una vez en la muleta.
Desabrido por el palillo, apoyado en las manos, gazapón y negado. Garrido
cumplió. Las esperanzas fundidas y Eolo también en contra.
Un tío era el cuarto, el segundo de los tres cinqueños de la
escalera de El Pilar. Difícil con esas hechuras de tanque. Un acorazado sin
poder y sin motor. Toda fachada de mulo. Y como tal se comportó para
desesperación de Diego Urdiales.
Un inmenso toraco cerraba el club de los cinco años con sus
611 kilos. Otras líneas, sin embargo, dentro su grandón cuerpo. Y también otra
forma de hacerlo. De colocar la cara. Con su fondo noble y sus ganas de tirar
hacia delante. Especialmente por el pitón derecho. El apagón de David Mora
empezó entonces. Complicado torear con su técnica viciada. Entre encogido el
brazo y encorvado el cuerpo. No era igual la embestida a izquierdas. Seguía
molestando el viento. De esos días en que a un torero le molesta todo. Incluso
el vestido. A Mora se le atragantó, también, el acero. Un pinchazo hondo y la
cerrazón de querer descabellar con la muerte tapada. Y el bruto entero.
Dieciséis golpes de verduguillo con el reloj como espada de Damocles. Hasta que
sonó el tercer aviso. La bronca ya se había desatado. Y arreció como una
tempestad cuando arrastraban a Huracán, el nombre del toro "vivo" y
tristemente apuntillado.
José Garrido volvió a arrebatarse con el capote. A pies
juntos ahora la salutación ante el enorme sexto y altísimo. Otro quite de Diego
Urdiales dejó poso y la sensación de que el toro descolgaba. Y no con mal aire.
Lo que sucedió es que no duró en la muleta de Garrido.
La despedida entre almohadillas de David Mora constataba la
cruda realidad actual. La imagen de la impotencia. De la sangre derramada y la
gloria conquistada apenas quedan esquirlas. Duran lo que dura el olvido.
EL PILAR | Diego Urdiales, David Mora y José Garrido
Toros de El Pilar, tres
cinqueños (3º, 4º y 5º); una escalera dentro de la seriedad; sin fondo en
conjunto; destacó el 5º por el derecho; apuntaron sin durar 1º y 6º; mansos el
2º y el 3º, que se defendió.
Diego Urdiales, de azul marino y oro. Pinchazo, estocada
atravesada y cuatro descabellos. Aviso (palmas). En el cuarto, estocada
atravesada y tendida (silencio)
David Mora, de rosa y oro. Pinchazo, pinchazo hondo y
tres descabellos (silencio). En el quinto, pinchazo hondo y 16 descabellos.
Tres avisos (bronca).
José Garrido, de nazareno y oro. Estocada rinconera
(silencio). En el sexto, estocada desprendida (silencio).
Monumental de las Ventas. Sábado, 13 de mayo de 2017. Tercera de feria.
Casi lleno.
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