domingo, 14 de mayo de 2017

FERIA DE SAN ISIDRO – TERCERA CORRIDA: La triste impotencia de David Mora

Un quite a la verónica para el recuerdo de Diego Urdiales en una corrida de El Pilar muy desigual y en escalera y falta de fondo.
Diego Urdiales
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Foto: EFE

Descerrajaron el portón de cuadrillas y los tres matadores dieron el paso al frente a la vez. Como un solo hombre. Coordinados como no se ve en tiempos modernos. Diego Urdiales, David Mora y José Garrido sobre el redondel. Las banderas les saludaban agitadas por el viento reinante. ¡Ay, el viento!

Un toro colorao de cara muy abierta, montado y largo, recorrió mucha plaza antes de fijarse en Urdiales. Los lances los abandonaba a su bola cuando salvaba el primer tramo de humillación. Sobre ese punto bueno del embroque en su nobleza, cincelaría Diego un soberbio quite a la verónica preñado de sabor, jugados los brazos, conjugados pecho y cintura, hundido el mentón, acompañando el viaje hasta la media acaderada. Como un viejo tañido de campana bramaron los oles. La lidia se espesó con el ejemplar de El Pilar pegajoso hacia los adentros en banderillas y un exceso de capotazos de El Víctor, que no se hacía con la situación. Restarían a lo largo de la faena que Diego Urdiales prologó rodilla en tierra. Protestó el toro tanta obligación. El torero de Arnedo entendió aquella protesta. Y dibujó dos tandas de lentos derechazos que se vaciaban a su altura, pero que en el embroque abajo explotaban con todo su clasicismo. Eso duró el fondo de aquella embestida suavona. Urdiales lo intentó con la izquierda, de uno en uno, porque el toro reponía sin maldad. Un par de naturales destellaron cuando prolongaba más allá de la voluntad del animal entre los azotes del vendaval.

El manso, negro y armado segundo de El Pilar sobrecogió a las habitantes del burladero de la Comunidad de Madrid en su amago de saltar. Lo intentaría de nuevo por el "8". No quería capotes ni en pintura. Campó a sus anchas por el ruedo. Tan abanto y desentendido. Ángel Otero lo bordó con los palos cuando se le arrancó como un obús. Como si no le hubieran castigado en el peto. Y no era así. La plaza se levantó electrizada cuando Otero ganó la acción con arrestos y salió airoso y con los brazos en alto del segundo par. Bravo el torero de plata. David Mora se dobló en el principio de faena en una intentona vana por sujetar la huida. No hubo causa ante las fugas del toro, reo de su mansedumbre. Mora por una y otra mano se lo propuso con la fe contada y el trazo recortado que abría las puertas del campo.

El bajo y colorao tercero aglutinaba todo el trapío de sus cinco años por delante. José Garrido lo recogió genuflexo con poder. La vibración de las repeticiones de genio treparon por los tendidos. Eso fue el toro, que se defendió en el caballo y no se entregó ni una vez en la muleta. Desabrido por el palillo, apoyado en las manos, gazapón y negado. Garrido cumplió. Las esperanzas fundidas y Eolo también en contra.

Un tío era el cuarto, el segundo de los tres cinqueños de la escalera de El Pilar. Difícil con esas hechuras de tanque. Un acorazado sin poder y sin motor. Toda fachada de mulo. Y como tal se comportó para desesperación de Diego Urdiales.

Un inmenso toraco cerraba el club de los cinco años con sus 611 kilos. Otras líneas, sin embargo, dentro su grandón cuerpo. Y también otra forma de hacerlo. De colocar la cara. Con su fondo noble y sus ganas de tirar hacia delante. Especialmente por el pitón derecho. El apagón de David Mora empezó entonces. Complicado torear con su técnica viciada. Entre encogido el brazo y encorvado el cuerpo. No era igual la embestida a izquierdas. Seguía molestando el viento. De esos días en que a un torero le molesta todo. Incluso el vestido. A Mora se le atragantó, también, el acero. Un pinchazo hondo y la cerrazón de querer descabellar con la muerte tapada. Y el bruto entero. Dieciséis golpes de verduguillo con el reloj como espada de Damocles. Hasta que sonó el tercer aviso. La bronca ya se había desatado. Y arreció como una tempestad cuando arrastraban a Huracán, el nombre del toro "vivo" y tristemente apuntillado.

José Garrido volvió a arrebatarse con el capote. A pies juntos ahora la salutación ante el enorme sexto y altísimo. Otro quite de Diego Urdiales dejó poso y la sensación de que el toro descolgaba. Y no con mal aire. Lo que sucedió es que no duró en la muleta de Garrido.

La despedida entre almohadillas de David Mora constataba la cruda realidad actual. La imagen de la impotencia. De la sangre derramada y la gloria conquistada apenas quedan esquirlas. Duran lo que dura el olvido.

EL PILAR | Diego Urdiales, David Mora y José Garrido
Toros de El Pilar, tres cinqueños (3º, 4º y 5º); una escalera dentro de la seriedad; sin fondo en conjunto; destacó el 5º por el derecho; apuntaron sin durar 1º y 6º; mansos el 2º y el 3º, que se defendió.
Diego Urdiales, de azul marino y oro. Pinchazo, estocada atravesada y cuatro descabellos. Aviso (palmas). En el cuarto, estocada atravesada y tendida (silencio)
David Mora, de rosa y oro. Pinchazo, pinchazo hondo y tres descabellos (silencio). En el quinto, pinchazo hondo y 16 descabellos. Tres avisos (bronca).
José Garrido, de nazareno y oro. Estocada rinconera (silencio). En el sexto, estocada desprendida (silencio).
Monumental de las Ventas. Sábado, 13 de mayo de 2017. Tercera de feria. Casi lleno.

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