Tremendo el veterano extremeño
que arranca una meritísima oreja. *** Ferrera invitó a banderillear a José
Manuel Montoliu en el mismo escenario donde hace 25 años su padre perdió la
vida. *** Ureña se lleva otro trofeo con su pureza. *** Escribano pierde su
premio con los aceros.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Sevilla
Un viento inclemente despejó las nubes y la lluvia. El
viento que complica el toreo como no hace el agua. De un modo más amenazador y
traicionero. Y con los toros de Victorino, más. Tan sensibles a los vuelos y
los toques de la muleta con su sexto sentido.
A Antonio Ferrera le incomodó inmensamente cuando se sacó al
recortado victorino de la apertura a los medios. Quería alejarlo de las
querencias que ya en el prólogo de faena le habían empezado a tentar. Con las
buenas cosas que había apuntado. El temple, la humillación y el empleo en las
varas soberanas de José María González, que tocó tierra en un derribo
espectacular. Pero pronto se distrajo. Una despaciosa tanda de Ferrera fue casi
todo lo que duró. En la siguiente ya se puso mirón y distraído. Cada vez quería
menos. Y acabó por no pasar ni en los terrenos de tablas donde AF finalmente lo
cerró. Murió cerquita de chiqueros.
Allí precisamente marchó Manuel Escribano. El mal trago se
agrió con la salida distraída del victorino. Una eternidad transcurrió hasta
que libró la larga cambiada. Al toro, hondo bajo su cárdena piel, se aquerenció
pronto, y apretó hacia los adentros en los lances poderosos en aquella tierra
hostil. La lidia se hizo muy densa. El albaserrada esperó, midió, apretó hacia
tablas también en las banderillas compartidas con Ferrera. Y así siguió en el
último tercio, siempre con la escopeta cargada, orientado y agarrado al piso.
Escribano alargó más allá de lo que la razón pedía: un macheteo solvente. La
espada, para colmo, se encasquilló.
A Paco Ureña no le abandonó nunca la fe con un victorino
grande y largo de recogida cara. Ureña apostó desde el buen saludo capotero con
el noblón enemigo. Y, a base de sobarlo, siempre bien colocado, consiguió
hacerle romper y prender con su toreo la chispa de la que carecía la embestida.
De mitad de faena en adelante subió la temperatura. Una tanda de derechazos
disparó el mercurio. Encajado, embraguetado y muy puro Paco Ureña. Tan
enfrontilado con su izquierda de sutil muñeca en las trincherillas y los
ayudados por bajo. Un espadazo en toda regla. Y los tendidos, a los que a veces
había mirado en el toreo al natural, le entregaron la oreja en justicia.
El momento en que
Antonio Ferrera invitó a banderillear a José Manuel Montoliu trajo todas las
emociones de golpe. El llanto por la muerte de su padre en este mismo ruedo
hace 25 años volvió a todas las gargantas. El corazón en un puño cuando
Montoliu emprendió el camino hacia el toro en los mismos terrenos en los que
cayó su maestro. Enormes el par y el susto al perder pie, trastabillado por un
pitonazo, a la salida de la reunión. Las monteras se elevaron al cielo.
La emoción continuó de la mano de Ferrera y el encastado,
degollado, hocicudo y astifinísimo cuarto de Victorino. Toro con la
personalidad de la A coronada, vivo, ágil, felino. De aquellos albaserradas de
la vieja guardia que se revolvían en un palmo de terreno. La batalla del
veterano extremeño lo elevó al pedestal de los héroes. Tremendo Antonio Ferrera
en su capacidad y su gesta, que no fue corta. Por una y otra mano hasta que
faltaba el oxígeno. La Maestranza respiró una emotividad atávica. La lucha
entre el hombre y el toro que vende cara su vida y que sostiene la Tauromaquia
desde tiempos inmemoriales. Más de allá del arte. O antes de que el toreo
subiese el escalón del arte. Cayó un aviso antes de que agarrase la espada. La
oreja fue la consecuencia de la estocada (pasada), la lenta agonía y todo lo
demás. Incluso se exigió otra. Tal era la emotividad vivida. Ferrera paseó el
anillo irregular con el coro de la apoteosis a su paso. Como cuando libró pares
de alto riesgo por los adentros.
Ningún toro de Victorino se pareció entre sí. El quinto era
una belleza. Guapo y hechurado. Y embistió tan descolgado y despacio por el
pitón derecho que Manuel Escribano ralentizó el toreo. A izquierdas no fue
igual ni parecido y se quedaba más corto. En redondo volvió Escribano con
profunda despaciosidad y cerró toreramente la faena. El espadazo desprendido y
suelto requirió del uso del descabello, y ahí el sevillano perdió el trofeo tan
bien ganado. Con la plaza empujando desde que lo recibió con una cálida
ovación. El recuerdo del indulto de Cobradiezmos y la sangre derramada en
Alicante perduraban. Otra vez fue sacado al tercio una vez arrastrado y
aplaudido el buen victorino.
Cuando las manillas del reloj iban para las tres horas de
corrida, apareció el sexto. Un tío cinqueño de estrechas sienes. Paco Ureña de
nuevo derrochó su entrega con el toreo a los vuelos y su idea cabal de la
colocación. Pero el victorino no respondió como el otro, y se frenaba y se
defendía. En una de esas revueltas, surgió la voltereta. Incruenta
afortunadamente. La espada esta vez no se enterró hasta la última. En 180
minutos de tarde no se movió nadie. Por algo sería.
VICTORINO MARTÍN | Antonio Ferrera, Manuel Escribano y Paco Ureña
Toros de Victorino Martín,
de distintas hechuras en su seriedad, no se pareció ninguno a otro; encastado y
felino el 4º; bueno especialmente por el derecho el 5º; noblón el 3º; rajado el
recortado 1º; complicado y agarrado al piso el 2º; el 6º se quedó y se
defendió.
Antonio Ferrera, de azul turquesa y oro. Pinchazo y
estocada caída (saludos). En el quinto, estocada pasada. Aviso (oreja y petición).
Manuel Escribano, de nazareno y oro. Dos pinchazos, estocada
pasada, atravesada y contraria y tres descabellos (silencio). En el quinto,
estocada desprendida y suelta y tres descabellos. Aviso (saludos).
Paco Ureña, de canela y oro. Estocada (oreja). En el
sexto, tres pinchazos, otro hondo y cuatro descabellos (silencio).
Plaza de la Maestranza. Sábado, 29 de abril de 2017. Quinta de feria.
Lleno aparente.
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