Cada vez está menos claro quién
es el auténtico enemigo de la fiesta.
ANTONIO LORCA
Diario EL PAIS de
Madrid
Cuando alguien, cansado de aburrimiento, decide no volver a
una plaza de toros, ¿de quién es la culpa? ¿Y cuando un aficionado se exaspera,
tarde tras tarde, en un tendido al comprobar la debilidad enfermiza de un toro?
¿Qué ocurre cuando otro lee una crónica y piensa ‘este periodista no ha visto
la misma corrida que yo’?
Anda el taurinismo revuelto, y con razón, por los sucesivos
ataques que la tauromaquia sufre desde muchos y variados flancos políticos,
sociales y económicos.
El antitaurino ha ganado protagonismo y quita el sueño a una
fiesta que hasta hace poco vivía tranquila en su propia inercia. Ahora, la
culpa, toda la culpa, es del enemigo. Y así debería ser. El problema es que no
está claro quién está al otro lado de las tablas; es decir, ¿quién es, de
verdad, el enemigo de la fiesta? ¿De qué es responsable el antitaurino -el
violento, el alborotador, el pesado y cobarde que se esconde en las redes
sociales, el político radical o el ambiguo, o, simplemente, el buenista
moderno- y de qué no? De presuntos delitos de odio, de ruido, de insultos, de
prohibiciones y olvidos, -sin duda, y no es poco-, pero no son responsables de
la decrepitud del toro, de los festejos aburridos, de la supuesta manipulación,
del cansancio, de la falta de ilusión…
Hablemos en plata: ¿quiénes somos los verdaderos
antitaurinos?
Sí, somos. Porque, ¿quién es más anti? ¿Aquel que por
diversas razones está en contra de la fiesta y así lo manifiesta, o aquellos
otros, muchos, que desde dentro, se consideran depositarios de la esencia
taurina y la manchan cada día con sus mentiras, su irresponsabilidad, su
pasividad…?
El antitaurino no es responsable de la decrepitud del toro
ni de la falta de ilusión de los aficionados
Comencemos por lo más cercano: los periodistas. Hora es de
que dejemos de ser los intocables del sistema, y se nos exijan
responsabilidades como a los demás. ¿Cumplimos
con nuestra alta misión de contar lo que sucede en el ruedo o nos dedicamos a
cuidar, proteger y preservar la fiesta y, en consecuencia, a ocultar sus
miserias? ¿Somos periodistas y, por
tanto, nos dejamos la piel en la búsqueda de la verdad, o somos, acaso,
publicistas del sistema, agradadores de toreros, ganaderos y empresarios y
besamanos de todos ellos? ¿Acaso alguien cree que la fiesta de los toros
sería la misma si el periodista antepusiera su sentido crítico y la búsqueda de
la verdad al desmedido interés por ser amigo de los taurinos? ¿Sufriríamos los
anodinos carteles, los toros tullidos, las acomodadas e insulsas figuras y los
dislates y profundas injusticias del mundo del toro si existiera una clase
periodística comprometida y exigente con la fiesta?
Quién sabe si será cierta esa frase que dice que “es difícil que un hombre entienda algo
cuando su salario depende de que no lo entienda”.
Pero ya se sabe que la soledad es el precio de la libertad;
y no resulta fácil andar en solitario en esta profesión, entre murmullos y
miradas furtivas de los taurinos y compañeros malvendidos al sistema que te dan
la espalda o te critican con extrema acidez sin conocerte.
¿Cumplimos los periodistas con la misión de contar lo que
sucede o somos publicistas del sistema y agradadores de los taurinos?
¡Ay, cuánto antitaurino disfrazado pulula por esta bendita
profesión…!
Y qué decir de los toreros. Todos. No se salva ni uno. No
hay quien defienda la fiesta más que con huecas palabras. Unos, porque les va
la vida ello, y los demás porque se bajan los pantalones ante el más modesto
empresario o ganadero, que pueden ofrecerles un festejo o un tentadero. ¿Por qué
permiten la manipulación y el fraude en lugar de defender la integridad del
toro y el respeto a los espectadores? ¿Por qué ‘tragan’ tanto y a todas horas
en lugar de proteger su dignidad y la de la propia fiesta? Quizá, para que no
les ocurra como al maestro Antonio Bienvenida, que denunció el afeitado y hasta
sus propios compañeros le hicieron el boicot. ¡Ya…!
Pero quede claro que esta fiesta está plagada de toreros
antitaurinos que no mueven un dedo más que por sus propios y muy limitados
intereses.
¿Acaso no es antitaurino el Gobierno del Partido Popular -el
más ‘taurino’ de los partidos-, que aprueba una ley taurina y permite, por
evidente falta de valor, que hiberne en el cajón del olvido? ¿Y no lo es el
PSOE, taurinísimo en Andalucía y anti más allá de Despeñaperros? ¿Existe mayor
disparate que este, aunque trate de disfrazarse con el peregrino argumento de
que ‘el partido admite distintas sensibilidades sobre la tauromaquia’?
¿Es taurina la
autoridad, que incumple reiteradamente el Reglamento, olvida la necesaria
exigencia, permite festejos soporíferos, acepta faltas de respeto de figuras
desbordantes de arrogancia y mira hacia otro lado ante presuntas y evidentes
irregularidades?
¿Se puede llamar taurino al ganadero que echa agua al vino
de la bravura con el único objetivo de reducir la casta? ¿Es taurina la Unión
de Criadores de Toros de Lidia y las demás asociaciones ganaderas, silentes de
por vida ante la permanente decadencia del toro?
¿Es taurino el empresario que continua trabajando con esquemas
obsoletos, y se muestra incapaz de ofrecer carteles novedosos?
“Cada vez tengo menos ilusión”, confesaba el pasado jueves
en la Maestranza una reconocida aficionada. “Y no es la edad; son estas figuras
insustanciales y este toro que carece de vida…”, añadía.
Y de todo esto no tienen la culpa los antitaurinos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario