Divorciado de Marina Danko, con
quien estuvo casado más de 30 años, planeaba una boda con la juez Concha Azuara.
Sebastián Palomo Danko, hijo de Palomo LInares, en su momento de torero. |
BEATRIZ CORTÁZAR
Diario EL MUNDO de Madrid
La relación de Sebastián Palomo Linares con la prensa del
corazón fue como la de tantos toreros de su quinta, que sabían posar vestidos
de luces para la prensa taurina y luego abrir sus casas con su familia para
descubrir su perfil humano y mostrar orgulloso a los de su sangre.
Casado durante mas de treinta años con la espectacular
Marina Danko, su relación parecía perfecta hasta que estalló la polémica de un
divorcio que tuvo capítulos más que tristes y un final amargo para el diestro,
que vio cómo dos de sus hijos, Sebastián y Andrés, se posicionaban al lado de
su madre retirándole hasta la palabra.
Poco después el tercero también se iba al bando materno. «Yo
respeté a mi padre siempre y para mí eso es sagrado», me decía. «Soy un hombre
con unos principios muy fuertes y hay cosas que nunca pienso tolerar a un
hijo», añadía.
Su amargo divorcio, que les llevó hasta los tribunales,
nunca tuvo un final feliz pero sí permitió que cada uno rehiciera su vida y
cerrara un capítulo del que el diestro no quería ni recordar y mucho menos
cuando le llegó la segunda oportunidad de ser feliz, esta vez con la juez
Concha Azuara, con quien ha vivido los últimos años de una vida que tenía
muchos planes por cumplir.
Entre otros, su boda con la magistrada. «Cualquier día nos
casamos», solía decir en los encuentros privados que manteníamos y que
«bautizamos» como «almuerzos de terapia», donde, junto con Paloma Barrientos,
nos confesábamos y dábamos consejos para ser felices en la vida.
«Es una mujer maravillosa. Inteligente, seria, responsable,
cariñosa, guapisima...», nos detallaba el diestro sobre su novia. Desde que se
enamoraron Sebastián hasta actualizó su vestuario y probó nuevas técnicas en su
pintura. «Estoy feliz y tranquilo. Algo que no me pasaba hacía mucho», decía.
Con Concha viajó, fue a los toros, inauguró exposiciones y
disfrutó de su segunda juventud. Junto a ella ha vivido las semanas más duras
de su vida desde que empezó a sentir una fatiga que no vaticinaba nada bueno y
eso que al principio creyó que se trataba de una gripe. «Dios quiera que salga
la operación bien porque me encuentro muy mal», confesaba dos días antes de su
intervención.
Por desgracia, el corazón del diestro no ha podido superar
una dolencia que se complicó en la UVI con un derrame cerebral. Esa tarde sus
hijos sí estuvieron cerca para despedir a un padre que había donado todos sus
órganos mientras su ex mujer lloraba en la distancia el final de una vida que,
a pesar de todo, tuvo capítulos muy felices.
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