JORGE ARTURO DÍAZ
REYES
@jadir45
Si fuera solo por lo que pasa en el ruedo, la fiesta no
existiría. Es la repercusión pública lo que le da vida, impacto en la cultura y
trascendencia. El uno le cuenta al otro, este al de más allá, el hecho se
generaliza y queda.
Hasta bien avanzado el siglo XX los únicos testigos y
relatores de la corrida eran los espectadores presenciales. Del “tendido de los
sastres” para fuera todos debían contar con sus historias improbables como el
material de recuerdos, mitos y leyendas.
Goya dibuja la muerte del alcalde de Torrejón entre los
pitones de un toro saltado al tendido en la plaza de la Puerta de Alcalá (1801)
y alguien escribe tras el cartón “Yo lo vi”. Había que mostrarlo.
Así, desde la arena, el toreo se proyectó al corrillo, al
arte, a la prensa, la radio, la fotografía, el cine, la televisión, el vídeo,
la Web y el tiempo real, ampliando su ámbito infinitamente. Incorporando un
altavoz y un vocero nuevos; el blog y el bloguero, que vinieron a multiplicar
el eco.
Estos no poseen la ubicuidad de los grandes medios, ni su
costosa parafernalia, ni su ánimo de lucro, pero se les unen frente al
auditorio global. Cuando no con sus propias nuevas, como pregones, opinando,
analizando, reproduciendo, difundiendo, citando, enlazando y refiriendo
gratuitamente sus prosélitos a las fuentes mayores. Beneficiándolas y
beneficiando todo el sistema.
Bien. Pero navegar con las velas desplegadas, llevando la
bandera de la Fiesta no es precisamente un viaje de placer. La red es mar
incierto. Mar de complejas leyes y letras menudas que varían de costa en costa
limitando libertades. Mar de hondas aguas donde los pequeños barcos pueden
también topar vientos contrarios, censuras, ataques virales y hackeos bajo la
línea de flotación.
Pese a todo la voluntaria flota crece reforzando y
expandiendo las defensas de la sitiada tauromaquia, desde la cual,
increíblemente, a veces también recibe fuego amigo.
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