domingo, 16 de abril de 2017

DOMINGO DE RESURRECCIÓN-INAUGURACIÓN DE LA TEMPORADA: Una corrida sin fondo entierra Resurrección

ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Fotos: EFE

Sevilla en su esplendor. Las nubes tenues y calimeras suavizaban el sol y su luz sobre la Maestranza rebosante. La apertura de la temporada sevillana con su ambiente de gala. Un minuto de silencio rememoró a Pepe Ordóñez, a Manolo Cortés y al niño Adrián Hinojosa; la ovación a la Infanta Elena sonó a recuerdo a su abuela Doña María; y un grito de "¡viva España!" refrescó la perdida idea de la Patria.

A toda la ilusión concentrada vino a restar graduación un manso apretado y huido de Cuvillo. Más kilos que cara, cuello y casta. Morante de la Puebla esbozó verónicas altas antes de que el toro se escupiese del caballo y se negase al castigo una y otra vez. En una de aquellas fugas espantadas arrolló al Lili en incruento volteretón. Muchos capotazos para intentar picarlo en la contraquerencia. Como si no hubiera otros terrenos. No había nada en el fondo del cuvillo. Morante lo fijó en el inicio de faena sobre las piernas. Y en las líneas naturales de la embestida se inventó tres series de redondos que fueron más de lo que el toro daba. Ni la habilidad buscada con la espada al hilo de las tablas evitó la reiteración de los pinchazos.
La alegría de salida del segundo toro, más fino y acucharado, se tornó más antes que después en una falsa promesa. Y así en el quite por chicuelinas de mano baja de José María Manzanares se atisbó el genio escondido tras la aparente nobleza. La embestida se revolvió en las zapatillas. Roca Rey había intervenido por el mismo palo. De otro modo. Luego Manzanares quiso romperlo hacia delante con la muleta, pero no se sintió cómodo. Más de tres nunca enjateró. No hubo tampoco continuidad en el toro. Derrumbarse y acabarse fue todo uno. Inapelable fue el espadazo de sello manzanarista.

Roca Rey sorteó el cuvillo de más óptimas condiciones hasta el momento. O eso apuntaba. Hondo, tocado arriba de pitones, piel melocotón y la notable colocación de su buena cara. Apenas señalados los puyazos traseros, apenas sangrado. Esa era la apuesta. Morante lo vio y por delantales se hizo presente. La media verónica del broche fue de categoría superior. El orgullo del peruano le empujó a la réplica por saltilleras cambiadas que derivaron en ajustadas gaoneras. La raza de Roca Rey también se sintió en la apertura de faena con un pase cambiado sin apenas distancia. El ¡ay! no tuvo su transformación en el ansiado ole: la buena condición del toro se fundió pronto. El pretendido largo trazo de los muletazos quedó sin eco. Y el arrimón final no levantó nuevas pasiones. RR despidió la obra con su asombrosa seguridad con el acero.

No se hacía precisamente bonito el cuarto toro. Sin nota ni nada reseñable en los compases previos de la lidia, Morante brindó la muerte del cuvillo a Vargas Llosa. Y planteó la faena entre las rayas para ayudar a despegar la agarrada embestida. Descalzo como si le molestaran las zapatillas, sobre la mano izquierda brotaron naturales contados. En un par de manojos, de dos y tres la belleza. No había más arcilla que moldear en el escaso fondo del cuvillo. Ahora enterró el estoque de una vez y saludó una ovación.

De la misma manera salió al tercio José María Manzanares cuando pasaportó al bondadoso quinto. A punto estuvo de ser. El manejo de los tiempos entre las espaciadas series diestras terminó por hallar el camino luminoso del cuvillo: en su pitón zurdo habitaba una mayor calidad. Como en la zocata de Manzanares. La banda se arrancó con el pasodoble "Dávila Miura", surgió la conexión, la magia presentida. Pero regresó a la derecha. Como si se cerrara la puerta de la inspiración. Y quedó una cierta sensación de orfandad, como una necesidad, de más toreo al natural. Lo que parece casi seguro es que si no marra con su infalible espada, habría caído la oreja.
Roca Rey interrumpió su saludo capotero echándole las dos rodillas por tierra al protestado sexto, que respondía a su nombre de "Flojillo". También se interrumpió la respiración de la plaza. Sólo eso y en ese momento. No remontó el toro ni su existencia ni el pobre fondo de la corrida que enterró con su grisalla el Domingo de Resurrección.

Todas las esperanzas quedaron lapidadas. No habrá sepelio en un cementerio más hermoso.

NÚÑEZ DEL CUVILLO | Morante de la Puebla, José María Manzanares y Roca Rey
Toros de Núñez del Cuvillo, de diferentes hechuras, rematados y de pobre fondo; apuntó el 3º sin duración; bondadoso y de buen pitón izquierdo el 5º; noble y agarrado al piso el 4º; no valieron 1º, 2º y 6º.
Morante de la Puebla, de azul añil y plata. Tres pinchazos, otro hondo, pinchazo y media. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada rinconerilla y tendida y varios descabellos (saludos).
José María Manzanares, de nazareno y oro. Gran estocada (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada tendida. Aviso (saludos).
Roca Rey, de malva y oro. Gran estocada (saludos). En el sexto, pinchazo y estocada (ovación de despedida).
Se guardó un minuto de silencio por Pepe Ordóñez, Manolo Cortés y el niño Adrián Hinojosa.
Presidió la corrida la Infanta Elena.
Plaza de la Maestranza. Domingo de Resurrección, 16 de abril de 2017. Inauguración de la temporada. Lleno de «no hay billetes».

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