Corrida poderosa, de magnitudes
sobresaliente y diversa condición, del gusto del aficionado rancio de la
Camarga. *** Trabajos competentes y serios de Morenito de Aranda e Iván Fandiño.
Iván Fandiño |
BARQUERITO
EL CUPO Y EL TURNO toristas de la Pascua de Arles corrió a
cargo de una muy voluminosa corrida de Pedraza de Yeltes, que dio en vivo un
promedio de 570 kilos. Los dos últimos aparentaron todavía más. Serio por
delante el envío entero. Dos toros particularmente ofensivos: un primero
estrecho y talludo, armado por delante, y un sexto ancho y abierto de cara,
atacadísimo, ensillado y largo, inmensa mole aplomada.
Fue corrida variada de pintas. El tercero badanudo, burraco
y carbonero, se salió de las capas clásicas de la ganadería. Fueron mayoría los
colorados, tostados o castaños, cuatro. El único negro tizón o zaino fue el
monumental sexto, que, por exceso de carnes, no dio lámina de bravo. El cuajo,
las caras, la romana, la gravedad y la seriedad en conjunto del remate
compusieron un mosaico del gusto del aficionado torista. Desde gradas y
tendidos de sol se siguió la corrida primando al toro sin la menor reserva. El
público todo supo ser generoso con los tres espadas. La presidencia, también.
La exigencia con los picadores, mayor de lo habitual en la plaza francesa que
sea. Salieron a picar los caballos muy pesados y domados. No hubo ni un solo
derribo. Sí varios marronazos a toros que vinieron corridos.
La sorpresa fue que se les dio en varas a todos trato
parecido al que se gasta en las corridas concurso. La de Arles ha tenido
siempre relevancia. Solo que este año se ha caído del calendario y en
septiembre ocupará su hueco una corrida de Miura. En el concurso de Arles la
norma era picar en la contraquerencia geométrica, delante de la puerta de
arrastre y justo frente al portón de salida o toriles. Como en el Anfiteatro no
hay corrales, apenas se marcan las querencias. Y, sin embargo, el toro mansito
de la tarde, el quinto, se puso a buscar el portón enseguida, y a apretar a
querencia como suelen los toros que cobardean. Las distancias de suerte se graduaban
en Arles casi matemáticamente. De menos a más metros de una vara a otra. Un
mínimo de tres puyazos. Y, en fin, ni el matador ni un solo banderillero en
escena.
No llegó a tanto el rigor. Pero los seis toros se picaron
donde se pica o picaba en las concurso y, como si hubiera habido un pacto, a
los seis se les puso en distancias más que respetables. En una imaginaria boca
de riesgo, que aquí no hay. O en el centro del óvalo del anfiteatro. Hubo
toros, los tres últimos, de tres puyazos más o menos en regla. Galopar al
caballo propiamente no lo hizo ninguno, pero salvo el quinto todos se batieron.
Primero y segundo fueron los de mejor nota con diferencia. Salvo tercero y
sexto, todos fueron aplaudidos en el arrastre. Al final saludó el mayoral.
Los dos primeros fueron los de mejor cumplir en varas y, de
paso, los más prontos en la muleta. Noble el uno, que galopó y metió la cara.
Repetidor el otro, que descolgó lo que pudo porque era muy alto de agujas y
corto de cuello. Con ellos se vieron las dos faenas de más calado. Distinguido
y templado Morenito de Aranda en un trabajo de aliento: cites en larga
distancia, dos de ellos de punta a punta, reuniones severas, airosos remates,
una soberbia tanda con la izquierda. Y, ay, una estocada en los bajos. Fandiño
no pudo tomarse ni un respiro con el segundo, que atacó sin desmayo y, toro a
más, acabó embalado y encelado, todo lo cual revistió de emociones el trasteo
firme, mandón y resuelto del torero de Orduña.
El resto de función no tuvo tanta intensidad. El toro
burraco, que Román brindó a Juan Bautista, se derrumbó al cabo de cinco tandas
como si lo partiera un rayo, justo cuando Román se había serenado y parecía
haberle tomado la medida. El toro era más alto que él. Al cuarto le pegaron
tres señores puyazos pese a soltarse y escarbar. Rebrincado y protestón, pero
Morenito le dio fiesta con la mano izquierda: muletazos al hocico
irresistibles. El toro tuvo nobleza.
El quinto se pegó un volatín completo al segundo muletazo y
el batacazo sonó como un bombazo. Una embestida desganada, al paso, tropezada.
Fandiño llegó a la gente con una faena rutinaria y machacona no carente de
méritos ni de firmeza ni sitio. Una excelente estocada. Para Román, que volvía
a Arles al cabo de dos años y medio, fue la negra. El sexto monumento que no
metió los riñones ni una sola vez, salió con la cara alta de todos los viajes,
todos ellos remoloneando, y se paró antes que ninguno. Las dos estocadas de
Román fueron de arrojo y puntería notables. Al segundo intento las dos.
Postdata para los
íntimos.- Un paseo por el muelle nuevo desde el puente de Trinquetaille
hasta la Place Lamartine. Dos años de obra, pero ha valido la pena. Muelle y
muralla de piedra blanca. Las aguas del Ródano venían picaditas como olas. El
viento, que a mediodía ha dejado de soplar. Poco después de mediodía ya estaba
sentado en mi mesa de La Mamma. A esa hora solo comen los franceses de campo. Y
yo, que estaba muerto de hambre no sé por qué. Habia cumplido con el rito de
comprar la espuma de afeitar marca blanca de MonoPrix. Un euro y poco. Parece
nata montada. Un tubito de bandas azules. Obra maestra del diseño. Hasta el
sábado. Una concurso en Zaragoza.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Pedraza de Yeltes
(Luis Uranga).
Morenito de Aranda, vuelta al ruedo y una oreja.
Iván Fandiño, oreja tras un aviso y oreja.
Román, saludos y palmas tras un aviso.
Lunes, 17 de abril de 2017. Arles. 5ª y última de Pascua. Primaveral.
4.000 almas. Dos horas y treinta y cinco minutos de función. Sacaron a saludar
al mayoral de Pedraza al final del festejo.
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