JORGE ARTURO DÍAZ REYES
@jadr45
No pudo haber premiación más tradicionalista ni auténtica que la del
Nobel para el cantante judío-norteamericano Robert Allen Zimmerman. Quien al
parecer no se ha dado por enterado. No lo digo por ser su coetáneo, ni porque
me gusten más que las de otros algunas de sus canciones, que ciertamente me
gustan. Lo digo porque las cosas son como son.
Por ahí andan protestando que premiar un cantautor (como les dicen
ahora), es negar la literatura y los libros. “Canta oh musa la cólera de
Aquiles”, comienza uno primordial que fue cantado durante siglos, antes que
decidieran convertirlo en letra muerta. La literatura ha sido desde siempre
cantar de los cantares. La poesía es poesía por su musicalidad. La prosa
también. Lo demás es escritura no literaria. Caligrafía.
I'm not sleepy and there is no place. I'm going to.
Pienso en esto balanceándome sobre mi corta rama de aficionado,
recordando la música callada del toreo y leyendo a descubridores del agua
tibia, modernizadores, anticristos que le anuncian nuevas eras. Partir su
historia en dos, “humanizándolo”, convirtiéndolo en otra cosa, más aceptable,
más turística. No desinteresadamente por supuesto.
¿Qué otra cosa sería? ¿Renunciar a la eterna partitura sintetizada por
Pedro Romero: “Jamás huir, ni correr, ni saltar la barrera, ni contar con los
pies. Parar hasta dejarse coger o lograr que los toros consientan…”?
¿Cambiarla por toros que no cojan a toreros que no pueden parar, para
no alejar melindrosos de la taquilla con “mensajes bárbaros”?
Bueno. Habrá quienes lo consideren indispensable, lo aplaudan, y de
pronto hasta tengan razón. Los tiempos cambian. Pero pienso que esa cosa ya no
sería toreo. Sería como la escritura que renunciando a su sonoridad, deja de
ser literatura para convertirse a libro de cocina, guía de armar muebles
prefabricados, o manual para hacerse rico sin morir en el intento, por ejemplo.
Entre Bob Dylan y Pedro Romero hay un abismo, es verdad, pero lo cruza
un puente; la autenticidad del arte.
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