viernes, 21 de octubre de 2016

ANÁLISIS - Los propietarios de la Monumental: "¿Oye, tú, ya podemos dar toros?"

ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna

«¿Oye, tú, ya podemos dar toros?», preguntaba ayer por la mañana en su círculo íntimo Pedro Balañá Forts, nonagenario propietario de la Monumental de Barcelona al conocer la sentencia del Tribunal Constitucional.

Don Pedro, patriarca de los Balañá, se formulaba en voz alta la cuestión del millón de dólares que se repetía en el planeta de los toros como un eco. ¿Y ahora qué? Como si fuera fácil. El viejo empresario sabe que no lo es, que no lo ha sido y que no lo será. Las líneas rupturistas de los nacionalistas desbordados, el populismo desbocado, la izquierda montaraz, el socialismo bipolar, el animalismo salvaje en última instancia como la coartada que siempre fue. Un frente en contra con la altura de un tsunami que se levantó como un muro, piedra a piedra, en los años del pujolismo.

Tan lejano y constante en sus objetivos. La red de leyes políticas tejida desde la década de los 80 del siglo pasado con la Ley de Protección Animal como madre, ampliada con la Ley de Protección al Menor, la prohibición de las portátiles, la permisividad sobre aquellos escraches primigenios en los entornos de las plazas de toros, cuando había vida más allá de la Monumental, por Gerona, Tarragona, San Feliu de Guixols, Lloret de Mar...

En Tarragona, el penúltimo bastión en caer en los albores del siglo XXI, se llegó a habilitar una guardería en el exterior del coso cercado por las acosadoras manifestaciones antitaurinas que contaban niños como corderos mientras los ultrajados y vilipendiados aficionados adultos asistían a la corrida libremente...

El irrespirable ambiente ya se había extendido a la Barcelona que en los años 60 y 70 programaba más festejos taurinos que ninguna otra ciudad de España, Madrid incluida. La estratégicamente discreta familia empresarial de los Balañá sufría, y sufre, en silencio el otro acoso, el invisible, mafioso y callado chantaje oficial sobre su emporio de salas de cines y teatros en la Ciudad Condal, declarada antitaurina en 2004 antes de que se borrase aquella frase del entonces alcalde Pasqual Maragall del lapidario municipal: «Negar la tradición taurina de Barcelona es no conocer la historia», dijo en la imposición de la Medalla de Oro al torero catalán Joaquín Bernadó.

Si por don Pedro fuera, habría al menos una corrida amparada en la sentencia del Constitucional a modo de canto del cisne. A sabiendas del laberíntico campo minado de permisos a los que se enfrentaría.

Ada Colau, on fire y en desacato, como sus colegas del Parlament y sus cómplices de la Generalitat, lo ha vociferado sin pudor: «No permitiremos el maltrato animal». Durante estos seis años de prohibición, la conservación de Monumental de Barcelona se ha mantenido como si se fueran a dar toros mañana. Cosas del vetusto soñador. Pero la tercera generación de Balañás, los hijos, Pedrito y María José, lo ven con el prisma del pragmatismo. Como siempre, o sea.

Los teatros dependen de ella -Club Capitol, Tívoli, Borrás y Coliseum; los multicines, de él -Arenas, Aribau, Aribau Club, Bosque, Glòries, Gran Sarrià, Palau Balaña y Balmes-. Cuentan por las catacumbas de los aficionados taurinos que las inspecciones se multiplicaban en los años de máxima presión política: cuotas de doblaje, sanidad, seguridad...

De la noche a la mañana, desaparecía de la ciudad la publicidad de los toros que anunciaba la corrida del domingo. Y la Monumental amanecía decorada con pintadas antis; los correos infectados de amenazas. En 2007, con el precedente de los arrendamientos estivales a Manolo Martín pero de otro modo, se decidió interponer a un «empresario pantalla» con visos de independencia, Antonio Matillla, cuando José Tomás volvió a los ruedos la inolvidada tarde del 17 de junio. Así hasta la infausta mañana de la abolición en el Parlament, un 28 de julio de 2010, el día de la infamia. O quizá hasta el 25 de septiembre de 2011, cuando la Monumental bajó el telón con la multitudinaria salida a hombros que recorrió las calles de la ciudad hasta los hoteles de los toreros. La procesión del destierro.

Con el dictamen del TC ya no se suman, desde hoy, más días de lucro cesante a los acumulados en las demandas de la propia familia Balañá, y Matilla, por la imposibilidad de desarrollar la actividad empresarial en su plaza. Una millonada en juego. Otra. A los aficionados catalanes ni les espera ni les queda nada más que la sensación de victoria tras los años de exilio. Y una cierta rendija de luz en un panorama violento y oscuro como un matadero. «¿Oye, tú, ya podemos dar toros?»

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