ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
«¿Oye, tú, ya podemos dar toros?», preguntaba ayer por la
mañana en su círculo íntimo Pedro Balañá Forts, nonagenario propietario de la
Monumental de Barcelona al conocer la sentencia del Tribunal Constitucional.
Don Pedro, patriarca de los Balañá, se formulaba en voz alta
la cuestión del millón de dólares que se repetía en el planeta de los toros
como un eco. ¿Y ahora qué? Como si fuera fácil. El viejo empresario sabe que no
lo es, que no lo ha sido y que no lo será. Las líneas rupturistas de los
nacionalistas desbordados, el populismo desbocado, la izquierda montaraz, el
socialismo bipolar, el animalismo salvaje en última instancia como la coartada
que siempre fue. Un frente en contra con la altura de un tsunami que se levantó
como un muro, piedra a piedra, en los años del pujolismo.
Tan lejano y constante en sus objetivos. La red de leyes
políticas tejida desde la década de los 80 del siglo pasado con la Ley de
Protección Animal como madre, ampliada con la Ley de Protección al Menor, la
prohibición de las portátiles, la permisividad sobre aquellos escraches
primigenios en los entornos de las plazas de toros, cuando había vida más allá
de la Monumental, por Gerona, Tarragona, San Feliu de Guixols, Lloret de Mar...
En Tarragona, el penúltimo bastión en caer en los albores
del siglo XXI, se llegó a habilitar una guardería en el exterior del coso
cercado por las acosadoras manifestaciones antitaurinas que contaban niños como
corderos mientras los ultrajados y vilipendiados aficionados adultos asistían a
la corrida libremente...
El irrespirable ambiente ya se había extendido a la
Barcelona que en los años 60 y 70 programaba más festejos taurinos que ninguna
otra ciudad de España, Madrid incluida. La estratégicamente discreta familia
empresarial de los Balañá sufría, y sufre, en silencio el otro acoso, el
invisible, mafioso y callado chantaje oficial sobre su emporio de salas de
cines y teatros en la Ciudad Condal, declarada antitaurina en 2004 antes de que
se borrase aquella frase del entonces alcalde Pasqual Maragall del lapidario
municipal: «Negar la tradición taurina de Barcelona es no conocer la historia»,
dijo en la imposición de la Medalla de Oro al torero catalán Joaquín Bernadó.
Si por don Pedro fuera, habría al menos una corrida amparada
en la sentencia del Constitucional a modo de canto del cisne. A sabiendas del
laberíntico campo minado de permisos a los que se enfrentaría.
Ada Colau, on fire y en desacato, como sus colegas del
Parlament y sus cómplices de la Generalitat, lo ha vociferado sin pudor: «No
permitiremos el maltrato animal». Durante estos seis años de prohibición, la
conservación de Monumental de Barcelona se ha mantenido como si se fueran a dar
toros mañana. Cosas del vetusto soñador. Pero la tercera generación de Balañás,
los hijos, Pedrito y María José, lo ven con el prisma del pragmatismo. Como
siempre, o sea.
Los teatros dependen de ella -Club Capitol, Tívoli, Borrás y
Coliseum; los multicines, de él -Arenas, Aribau, Aribau Club, Bosque, Glòries,
Gran Sarrià, Palau Balaña y Balmes-. Cuentan por las catacumbas de los
aficionados taurinos que las inspecciones se multiplicaban en los años de
máxima presión política: cuotas de doblaje, sanidad, seguridad...
De la noche a la mañana, desaparecía de la ciudad la
publicidad de los toros que anunciaba la corrida del domingo. Y la Monumental
amanecía decorada con pintadas antis; los correos infectados de amenazas. En
2007, con el precedente de los arrendamientos estivales a Manolo Martín pero de
otro modo, se decidió interponer a un «empresario pantalla» con visos de
independencia, Antonio Matillla, cuando José Tomás volvió a los ruedos la
inolvidada tarde del 17 de junio. Así hasta la infausta mañana de la abolición
en el Parlament, un 28 de julio de 2010, el día de la infamia. O quizá hasta el
25 de septiembre de 2011, cuando la Monumental bajó el telón con la
multitudinaria salida a hombros que recorrió las calles de la ciudad hasta los
hoteles de los toreros. La procesión del destierro.
Con el dictamen del TC ya no se suman, desde hoy, más días
de lucro cesante a los acumulados en las demandas de la propia familia Balañá,
y Matilla, por la imposibilidad de desarrollar la actividad empresarial en su
plaza. Una millonada en juego. Otra. A los aficionados catalanes ni les espera
ni les queda nada más que la sensación de victoria tras los años de exilio. Y
una cierta rendija de luz en un panorama violento y oscuro como un matadero.
«¿Oye, tú, ya podemos dar toros?»
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