FRANÇOIS ZUMBIEHL
«…Ni habrá nadie que la abole»
Preámbulo o «esto viene de lejos»; el antitaurinismo «clásico»
Tal vez debamos sentirnos menos inquietos al observar que el
antitaurinismo acompaña la Fiesta de los toros casi desde sus albores –como en
los cuentos siempre hay una mala hada para asomarse a la cuna de la joven
princesa-, y que, a pesar de las múltiples amenazas y entuertos que ha sufrido
ésta, todavía vive a la luz del siglo XXI. Reconozcamos que es sorprendente y
admirable.
A lo largo de su historia la tauromaquia se ha desarrollado
bajo la vigilancia, la sospecha, y a veces la condena del poder político, de
las autoridades religiosas y de ciertas élites intelectuales. A menudo se ha
visto en ella un desorden moral y social, y se han temido los excesos que podía
desencadenar con las reacciones incontroladas del pueblo y, horresco referens,
con la promiscuidad de los sexos en el graderío, originalidad de este
espectáculo en épocas remotas, como lo ha puntualizado Gonzalo Santonja.
Repasemos brevemente estas principales reprobaciones.
En primer lugar topamos con la Iglesia. Los toros para ella
recuerdan demasiado los ritos y juegos paganos, sobre todo del circo romano, en
el que fueron inmolados innumerables mártires. Tomás de Villanueva, arzobispo
de Valencia en 1544, canonizado luego, acusa esta fiesta de ser una obra del
diablo y se indigna contra tanta sangre vertida ; no, desde luego, la sangre de los toros, « criaturas irracionales
», sino la de los hombres que se enfrentan a ellos, con el riesgo de perder la
vida. No duda por ello en llamar a los espectadores « homicidas » y a
prometerles las penas del infierno. Sabemos que esa es la verdadera razón por
la cual Pío V dicta en 1567 su famosa bula de condena De salute gregis dominici : a un cristiano no le está permitido poner en peligro su vida en
un juego tan brutal y por un motivo tan intrascendente. Sólo es legítimo
sacrificarla al rey y a la lucha contra los enemigos de la cristiandad. Tal
bula quedará finalmente letra muerte en España, pues Felipe II va a negociar
ante la Santa Sede su inaplicación y su enmienda con los argumentos de la
Universidad de Salamanca y, en particular, de Fray Luis de León. El místico y
gran poeta inspiró, parece ser, esa famosa reflexión según la cual « eso de
lidiar toros es una costumbre tan antigua que casi está en la sangre de los
españoles. » Con ella se rompe una primera lanza para defender las tradiciones
del pueblo aunque la controversia religiosa sobre este tema se va a prolongar a
menudo.
Segundo eslabón de la crítica antitaurina : el tiempo de la
Ilustración. El punto de ataque es de carácter social y económico. La fiesta no
tiene cabida en una sociedad que se encamina al reino de la razón y del
progreso. La voz más contundente en ese período, la de Gaspar de Jovellanos,
arremete contra la futilidad y la inutilidad de los festejos taurinos para el
bienestar público, con el agravante de que la cría de los toros en los
latifundios priva la agricultura de los espacios necesarios a su desarrollo, un
desarrollo que va unido, en la idea de Jovellanos, al de la pequeña explotación
individual. Hay que acabar con la agricultura extensiva, y sustituirla por la
intensiva. Es de notar que este ilustrado espíritu no percibe aún – y es lógico
que sea así – la preocupación ecológica de nuestro tiempo.
Última y definitiva etapa del antitaurinismo «clásico», la
de la Generación del 98. El movimiento intelectual que surge después de la
pérdida de Cuba y Filipinas considera que la pasión por los toros es uno de los
síntomas más clarividentes de la decadencia española, pues en ella se gastan
gran parte de las energías sociales que deberían ser empleadas para la reforma
del país. Las campañas antitaurinas y antiflamenquistas de Eugenio Noel son la
punta de lanza, pero con más sutileza en el análisis la mayoría de dicha
generación trata el tema con igual severidad. Dentro de ella me parece de
especial interés y originalidad el planteamiento de Unamuno. Concede que la
tauromaquia puede interpretarse como una expresión trágica de la vida y que,
mientras se presencie el espectáculo, sus emociones son respetables, pero lo
que le indigna es que se pierda el tiempo en comentarios y tertulias sobre lo
acaecido en el ruedo. Para él es el colmo de la insensatez. Lo que don Miguel
no percibe, con todo el respeto para tamaña figura del pensamiento y de las
letras, es que el recuerdo y la palabra son las únicas herramientas a
disposición de los aficionados para impedir que un arte tan efímero se borre de
forma irremediable. Tal es uno de los sentidos de la reflexión de Ángel Luis
Bienvenida : « La torería son las conversaciones. »
Para el poder político, según los tiempos que corren, la
Fiesta es aprovechada, tolerada, vigilada o prohibida. Esto último llega a
producirse en los reinados de Carlos III y de Carlos IV con una pragmática
sanción y varios decretos y leyes. En primer término se prohiben los festejos
de muerte salvo los que se organizan con fines piadosos o caritativos (el
consabido ansia de utilidad en el siglo XVIII), luego toda clase de festejos
salvo los benéficos, y finalmente, en 1805, todos los espectáculos y juegos
taurinos. Sin embargo, lo que prohibe un Borbón, un Bonaparte – el rey José –
lo restablece, en 1808, seguramente para congraciarse con el pueblo español.
Unos cien años más tarde, un proyecto de ley se propone acabar con los toros de
forma subterránea ; obliga a respetar tajantemente el descanso dominical y a no
celebrar corridas ese día, para asegurar el bienestar de los profesionales del
toreo. ¡Bendita hipocresía disfrazada de progreso social ! Ante las protestas
no se cumplirá. Y ya la corrida quedará libre de trabas en España, hasta la
prohibición del 28 de julio de 2010, por obra y gracia del Parlamento Catalán.
Nadie puede dudar del trasfondo político, por no decir antiespañolista, de
dicha prohibición, del mismo modo que, en el siglo XIX, varios países de
Iberoamérica al conquistar su independencia frente a « la Madre patria »,
quisieron marcar esta etapa con la interrupción provisional (México) o
definitiva (Argentina) de la tradición taurina.
En la Francia meridional, donde esta tradición, muy popular
por cierto, queda atestiguada desde la Edad Media, mucho antes de que la
corrida a la española se implante a mediados del siglo XIX, una batalla
permanente, para tratar de erradicarla o de encerrarla en límites muy
estrechos, se libra entre el poder central del Rey y de la Iglesia, por una
parte, y, por otra, los defensores de las libertades y culturas locales. Contra estas libertades el
gobierno de la República va a reaccionar como el de la Monarquía, al final del
siglo XIX y a principios del siglo XX, en nombre de la obediencia a la ley
Grammont sobre el maltrato animal (1850), prohibiendo las corridas de muerte.
Los aficionados franceses, apoyados por sus ayuntamientos, van a ofrecer una
resistencia obstinada, hasta que, para hacer las paces con las regiones del
sur, se promulga una ley de excepción cultural, con respecto a la ley Grammont,
en favor de las regiones de « tradición taurina ininterrumpida ». El Consejo
Constitucional, la más alta jurisdicción en Francia, ha confirmado en 2012 esta
excepción cultural, poco después de que la corrida haya sido inscrita en el
inventario nacional del ministerio de cultura como Patrimonio Cultural
Inmaterial.
El antitaurinismo en la era de la globalización
1) Bases sociológicas y antropológicas del
nuevo antitaurinismo
Como vemos, hasta el momento la reprobación antitaurina ha
sido centrada en el ser humano, en su condición y en sus deberes ante la
religión, la moral y la sociedad. El animal, aquí, queda en la periferia,
siendo a lo sumo el objeto de la obligación de no maltratarle inutilmente. Es
una crítica de carácter humanista, como lo es también la tauromaquia, en la que
se reflejan los valores de las dos ramas – grecolatina y judeocristiana – de
ese humanismo que cimienta la civilización mediterránea y occidental. En esta
civilización – la nuestra hasta el momento – el hombre, como espíritu, está en
el centro de la creación. Vive, sufre y muere como todas las criaturas
animadas, pero su inteligencia termina por someter a los seres irracionales.
Éste es el significado de los mitos fundamentales de nuestra cultura, entre
ellos la lucha de Teseo contra el Minotauro, que de alguna manera resurge en el
ritual de la corrida.
Sin embargo desde las últimas décadas del siglo XX, en un
mundo cada vez más sin fronteras, donde las normas tienden a uniformizarse,
nuevos vientos están soplando. Traen mayoritariamente aires anglosajones y
también, por medio de muchos componentes de la generación del 68, disgustados
por la sociedad y atraidos por filosofías orientales – los famosos beatniks de
Katmandou -, consignas de no violencia y de amor absoluto entre todos los seres
que viven bajo el sol. Entre éstos no existe separación ni, en el fondo,
jerarquía. Lo afirman Darwin, tal como se le simplifica ahora, y el Dalai Lama.
Humanos y animales se equiparan. Tal
planteamiento lleva al animalismo que sustenta el antitaurinismo y que se
impone en la opinión « bien pensante » o « políticamente correcta », a nivel
planetario, por diferentes modos y etapas.
Walt Disney sigue reinando en nuestras mentes. En sus
documentales ha despertado, en los que vivimos en ciudades alejadas de
ella, nuestro interés por una naturaleza
valiosa en todos sus aspectos, que merece ser preservada como tal, y en sus
dibujos animados, con un talento fuera de serie, ha sustituido a los humanos
por los animales, unos animales más simpáticos y listos que nuestros
congéneres. Sonríen, hablan, no se matan ni se comen entre sí, y terminan por
triunfar, alegres de la vida. La violencia y la destrucción, por ejemplo en
Bambi, pertenecen a los hombres, no a ellos. Bien es verdad que Disney ha
contribuido a extender en toda la tierra la preocupación ecológica y a llamar
la atención – ¡con razón desde luego ! – sobre los desequilibrios y atropellos
cometidos por los hombres en su afán incontrolado de riqueza. Un sinfín de
películas han tomado el relevo y, en la
misma dirección, promueven el respeto del medio ambiente, de la vida salvaje y
de los animales. Éstos son los protagonistas de innumerables y cotidianos
programas televisivos a ellos dedicados, por ejemplo Aquí la Tierra en TVE1.
Salvajes o no, nos encariñamos con ellos y necesitamos su contacto, incluso o,
mejor dicho, sobre todo en las grandes ciudades donde muchos, en particular los
mayores, sufren de aislamiento afectivo. Se expande el imperio de las mascotas
que, además de constituir un mercado cada vez más suculento, a veces, se
convierten en verdaderos sustitutos de humanos en el afecto de sus dueños. En
todo caso son el elemento principal de esa ecología urbana que, por razones
obvias, ha perdido el contacto con las realidades del campo, en el cual los
animales, aunque queridos y cuidados, se crían y se matan para nuestro consumo.
¡Cuantos jóvenes, ahora, van al supermercado a comprar carne como si fuera un
producto manufacturado, olvidando que se debe a una matanza previa y necesaria
! El problema es que en la corrida se realiza, y en público, esa muerte que no
quieren ver, esa muerte que condiciona el triunfo de la vida y del arte.
La muerte, en efecto, hoy en día, salvo en escasas
regiones mediterráneas, en el ámbito
social, tiende a convertirse en algo poco menos que indecente. Ya no se ostenta
en la calle como antes. La vejez y el final de la vida se encierran en
residencias y hospitales, las exequias, si no tienen un particular significado
de cara a la actualidad, se hacen discretas y se reservan al entorno de la
familia y de los íntimos. Claro está, nuestros hogares quedan repletos de
imágenes de catástrofes, terrorismo y actos de guerra, recogidas en todo el
planeta y vehiculadas por la televisión, pero precisamente esa abundancia de
noticias, más o menos lejanas, produce un fenómeno de banalización y casi nos
convencen de que quedamos fuera del alcance de esas tragedias. Uno entiende
por lo tanto el escándalo que constituye para muchos el espectáculo en vivo y cercano de la sangre
y de la muerte del toro y, a veces, del torero, aunque esto ya no indigne tanto
a la mayoría de aquellas almas sensibles.
2) Desde el animalismo al antitaurinismo en
el pensamiento contemporáneo
Marx nos ha enseñado que siempre es delicado determinar qué
viene en primer lugar, la ideología o las características de la sociedad, o sea
las infraestructuras. Como acabamos de
esbozar el retrato de éstas últimas, conviene hablar de los pensadores que han
influenciado o inspirado estos nuevos planteamientos sociales y, en vía de
consecuencia, el nuevo antitaurinismo imperante.
El australiano Peter Singer, profesor de bioética en la
Universidad de Princeton, es sin lugar a dudas la figura más fundamental, por
no decir fundamentalista, del pensamiento animalista. Sus tesis quedan
expuestas en su obra de referencia Animal liberation (1975), traducida al
español en 2011 (Liberación Animal, Taurus). Siguiendo al profesor británico de sicología, Richard Ryder, Singer
va en contra de lo que llama el especismo, según él un prejuicio histórico de
la cultura occidental que hace creer que la especie humana tiene un estatus
central en la creación, y en todo caso superior al del resto de los animales,
especie a la que el hombre pertenece al fin y al cabo. Existe por lo tanto una
igualdad de consideración, si no de derechos, entre todos los seres sensibles –
y un animal lo es -, siendo el especismo humanista el culpable de una
discriminación moralmente intolerable, de la misma manera que el racismo y el
sexismo. Singer llega hasta a cuestionar
el concepto de especie y considera que sólo deben ser tomados en cuenta los
individuos vivientes. Todos ellos,
absolutamente todos, deben recibir un tratamiento acorde a su bienestar. El
sufrimiento ocasionado a un animal, cualquiera que sea el fin perseguido, es
condenable y es el criterio que
determina el juicio moral que merece cualquier acción ; en este sentido matar
de mala manera a una vaca es más grave para él que matar a un bebé que no sufre
por ser inconsciente, y conviene acabar lo más pronto posible con la matanza
industrial y con la explotación de los animales para la investigación
científica. Lo que se evidencia en esta reflexión es que el profesor no define
con precisión qué es un animal, o se forma de él un concepto global que resulta
cuestionable (¡otra faceta de la globalización !). En estas condiciones, si uno
se debe indignar por el maltrato a un caballo o a un bovino, ¿por qué no
extiende su compasión al mosquito y a la lombriz ? ¿Por qué habría entonces
distinciones entre unos y otros ? ¡Si hasta algunos científicos han pensado en
demostrar que las hierbas gimen cuando se las pisa !
Las ideas de Peter
Singer van a tener un efecto práctico al fomentar la constitución del
movimiento PETA (People for the Ethical Treatment of Animal), matriz de todas
las organizaciones animalistas del mundo, incluyendo España. Este movimiento,
fundado por la británica Ingrid Newkirk al volver de una experiencia
humanitaria en la India (otra ilustración del acercamiento entre el mundo
anglosajón y el oriental para el animalismo), convierte en acciones directas
las tesis de Singer. Promueve el veganismo (no consumir carne ni cualquier
producto de un animal, como la leche o el huevo) y, sin aprobarlo rotundamente,
reconoce la legitimidad de ciertos activismos « ultras » como los incendios a
ciertos mataderos o laboratorios, o la liberación de animales enjaulados para
ser sometidos a experiencias científicas.
¿Nos estamos alejando del tema taurino ? De ninguna manera.
AnimaNaturalis, organización que acaba de alzar en las últimas Fallas de
Valencia el estandarte de la protesta antitaurina, se reclama expicitamente
del profesor australiano y de PETA. Por
otra parte, en 2010, un discípulo de Peter Singer, Jean-Baptiste Jeangène
Vilmer, filósofo y jurista, profesor en el King’s College de Londres y
especialista en ética animal, entabla en el diario francés Libération un duelo
encarnizado, en el campo de las ideas, con el filósofo y gran aficionado
Francis Wolff. El debate entre los dos se centra en dos puntos claves: uno, el
concepto de tradición que sustenta en Francia la excepción cultural, en el
código penal, en favor de la corrida. Una tradición no justifica la permanencia
de costumbres nefastas y crueles – afirma Vilmer, tomando como ejemplo la
escisión de la niñas en África. Hablar de tradición, por supuesto cuando no
atenta a los derechos humanos universales, es hablar de la sensibilidad y de la
cultura compartidas por un pueblo en una región, y legítimas como tales,
responde Wolff. Dos, el estatuto del
toro bravo ; no es una raza auténtica, es un producto artificial debido a la
selección muy controlada por los ganaderos, en consecuencia su eliminación no
supone ninguna pérdida ecológica, dice Vilmer. Es un compendio maravilloso de
la unión entre la naturaleza y la cultura, contesta Wolff.
En España la lucha ideológica contra los toros, sobre todo
en el campo de la filosofía y de la ética, se hace también muy intensa, como se
ha visto, por los intelectuales llamados a ser los paladines para lograr la prohibición
de la corrida en el debate del Parlamento catalán, en 2010. Me limitaré a
mencionar a algunos de ellos, recordando sus principales argumentos.
Jesus Mosterín, catedrático de lógica en la Universidad de
Barcelona ha colaborado durante varios años con Felix Rodríguez de la Fuente en
la protección de la naturaleza y en la defensa de los animales, no dudando en
hablar, refiriéndose a ellos, de sus derechos basados en las exigencias de una
ética compasiva. Para él la tauromaquia es el reflejo de las peores lacras de
la historia de España, desde luego vinculada con la Inquisición, el reino
sombrío de Fernando VII, la dictadura de Franco y, ahora, la violencia de
género… Es « el espectáculo público de la tortura sangrienta, cruel y
prolongada de un mamífero superior, capaz de sentir dolor. » La escritora
vasca, Espido Freire, no desconoce la belleza y la atracción de tal
espectáculo, y la catarsis que puede
facilitar en la mente de los espectadores ante la violencia, una catarsis que
también experimentaban, según ella, los griegos en las tragedias cuando morían
de verdad algunos esclavos en el escenario ( !). Considera que la corrida no puede ser
considerada como un arte, porque ahí todo pasa de verdad, y « un arte no es la
realidad », es un modo de resolver problemas reales, e incluso dramáticos, a
través de la ficción. No niega la fascinación que grandes artistas y escritores
sintieron por los toros, entre ellos Hemingway del cual es especialista, pero
era la fascinación por « un país exótico », España. Pablo de Lora del Toro,
catedrático de derecho público y de filosofía jurídica en la UAM, no está
seguro, por su parte, de que se pueda hablar de derechos de los animales, pero
sí afirma que hay obligaciones éticas hacia ellos. Antepone la ética universal
a las culturas particulares – en este caso la de los toros (pero ¿acaso el
respeto de esas culturas particulares no forma parte de los derechos humanos,
también universales, como lo sostiene la Unesco?), y ante el argumento sobre el
vínculo entre la permanencia de la corrida y la preservación de la raza brava,
contesta: « Si para preservar una especie debemos torturar a todos sus
miembros, tal vez no merece la pena. »
No se puede terminar este capítulo sin evocar un « clásico »
del antitaurinismo, el escritor y columnista valenciano, Manuel Vicent. Casi
cada año, al principio de la temporada, publica en El País su talentoso
panfleto como un ritual obligado. En una línea muy similar a la de Eugenio
Noel, denuncia a través de la Fiesta esta « España de las moscas », este
espectáculo del que no entiende qué placer puede encontrar un público al
contemplar el sufrimiento de un animal, la sangre y los excrementos, y concluye
uno de ellos con esta famosa y contundente frase « Si las corridas de toros
fueran arte, el canibalismo sería gastronomía. »
Este último desplante, como el conjunto de los
planteamientos contra los toros, parten del mismo presupueto básico : nada
separa a los hombres de los animales, ni en el hecho ni en el derecho. Es un
ataque frontal a más de tres mil años de humanismo sobre el que se fundó, lo
repito, la civilización occidental. Para dar una idea de las derivas que puede
provocar esta posición llevada a sus últimas consecuencias, y sin querer
sugerir amalgamas o confusiones improcedentes, quisiera mencionar dos hechos de
magnitud muy diferente. Como lo recuerda José Aledón en un excelente artículo
publicado en Taurología, la primera ley de protección radical de los animales
domésticos y salvajes (1933) se debe al gobierno nacional socialista de
Alemania. La ideología nazi es esencialmente naturalista y antihumanista : para
los hombres no existen más que razas, algunas superiores y otras inferiores ;
en cambio los animales son iguales en dignidad. Himmler, el ejecutivo de la
Shoah, presenciando una corrida durante su visita a España, en 1940, salió
vomitando de la plaza de Las Ventas al no soportar lo que sucedía en el ruedo,
a pesar del arte de Pepe Luis Vázquez. El otro ejemplo puede parecer más
intrascendente, pero no deja de invitar a la perplejidad : en 2011, durante una
manifestación de protesta ante el ministerio de cultura, en París, por la
declaración de la corrida como patrimonio cultural inmaterial, pudimos ver una
pancarta donde figuraban fotos de un cordero, de un becerro y de un bebé con el
lema « ¡Todos iguales, todos con los mismos derechos ! »
3) La política toma cartas en el asunto
Si tuviera que hacer una urgente evaluación de las fuerzas
antitaurinas presentes en España, en Hispanoamérica y en Francia, me atrevería
a decir que en el país galo la corrida, en el campo político, goza de una
relativa neutralidad y, a veces, de cierta benevolencia ; en cambio las
organizaciones antitaurinas están bien estructuradas y activas, más, creo yo,
que al otro lado de los Pirineos y en América. En España y en Hispanoamérica,
por el contrario, el peligro verdadero viene del activismo político, sobre todo
en los municipios, en las comunidades autónomas y, en América, en los
parlamentos de ciertos estados regionales. Dos razones principales explican, a
mi entender, esta situación:
El complejo español sobre los toros
El resquemor, que sienten con respecto a la fiesta de los
toros buena parte de los ilustrados en el siglo XVIII y de los intelectuales de
la Generación del 98,marca una pauta que va a trasladarse, en el siglo XX, a
las élites partidarias de la reforma y de la modernización de la sociedad
española. Cobra fuerza el prejuicio según el cual la pasión taurina es el
reflejo de una mentalidad trasnochada y un obstáculo para lograr el cambio. Tal
vez pesa también la exaltación – algunos dirán la recuperación – de « la Fiesta
nacional » en la propaganda franquista, por lo que no pocos llegarán a pensar
que va estrechamente vinculada con ese régimen.
De cara a la opinión pública internacional y al consumo turístico de
masas, ha molestado a muchos espíritus distinguidos – con razón – que la imagen
cultural de España, bajo el lema Spain
is diferent, se reduzca a la corrida y al flamenco (como también, digo yo, es
muy reductor excluir los toros y el flamenco de lo que se admite como cultura
en este país). En resumidas cuentas en esta batalla de prejuicios y tópicos –
ya sabemos que las opiniones comunes y por lo tanto los planteamientos
políticos son muy sensibles a ellos – se impone este último : ser « progre »
implica ser antitaurino. Así lo creen muchos que se dicen o quieren ser de
izquierdas, olvidando de paso que la corrida moderna nace en el Siglo de las
Luces, y que es principalmente una
conquista del pueblo quien, con el
predominio del toreo a pie, se convierte en el protagonista de la fiesta, en el
ruedo y en el tendido ; olvidando asimismo que grandes artistas e
intelectuales, no precisamente conservadores, desde Goya a Barceló, pasando por
Lorca, Picasso, Alberti, Bergamín, Ortega y Gasset, Tierno Galván y tantos
otros, han expresado su fascinación por
los toros. Y últimamente el movimiento ecologista o de los verdes, que también
se sitúa a la izquierda, bajo el pretexto de
proteger a los toros (¿mandándoles al matadero salvo unos pocos que
quedarían destinados a un parque zoológico ?), ha reforzado esta tendencia de
que una de las prioridades para « la gauche divine » es acabar con la
tauromaquia.
El planteamiento es clarísimo tratándose de Podemos y sus
satélites regionales (Compromís, Ganemos…) que incluyen en sus programas la
abolición de la Fiesta. Lo es también para Izquierda Unida. Sin embargo el
Partido Animalista Contra el Maltrato Animal (PACMA), que afirma luchar por los
animales, el medio ambiente y la justicia social, ha reprochado a IU – asociada al gobierno de la
Junta de Andalucía – el no haberse
opuesto a la votación de subvenciones para las escuelas taurinas. Capítulo
aparte merecería el PSOE por el alto grado de ambiguedad de su posición acerca
de los toros. A nivel nacional vota en contra de la declaración de la
tauromaquia como Bien de Interés Cultural y se abstiene en la votación de la
ley del 12 de noviembre para la regulación de ésta como patrimonio cultural. A
nivel regional la presidenta de la Junta de Andalucía hace declaraciones
inequívocas para manifestar que la Fiesta forma parte de la identidad
patrimonial de esta Comunidad autónoma, pero no promueve ninguna declaración de
los toros como patrimonio cultural o como BIC… ¡salvo de los toros de Osborne !
La Junta de Andalucía subvenciona, como se acaba de ver, las escuelas taurinas,
vetadas, supuestamente por maltrato animal, por el PSOE de Córdoba, que
gobierna la Ciudad de los Califas en unión con IU y Ganemos.
Una notable excepción
consensual a estos enfrentamientos políticos en torno a la tradición de los
toros es por el momento la Asociación Taurina Parlamentaria (ATP) que agrupa a
miembros de diferentes partidos, en particular del Partido Popular y del PSOE
(su presidente actual es del PSOE). ¡Ojalá se acreciente la influencia de la
ATP !
En Francia, por suerte, la corrida no es, y no ha sido
nunca, tema de disputa entre las
derechas y las izquierdas. Presidentes de la Républica, primeros ministros y
diputados defensores de la afición han existido en ambos bandos, incluyendo el
partido comunista, y actualmente los alcaldes, cuyo papel es determinante para
la organización del espectáculo en las
ciudades taurinas, pertenecen al conjunto del espectro político. Y si bien es
verdad que los verdes franceses son mayoritariamente opuestos por el tema de la
protección animal, incluso en este grupo existen partidarios en nombre de la
defensa de las culturas regionales y de la preservación de los espacios
naturales reservados al ganado bravo.
La protección animal como instrumento para la afirmación identitaria
de algunas comunidades
Curiosamente, a la inversa del caso francés, en España en
nombre de la identidad cultural ciertos estamentos locales y regionales atacan
la fiesta de los toros.
Es difícil no pensar que algunas comunidades autónomas y
ciudades han utilizado este pretexto para marcar sus diferencias con « el
Estado español » y desvincularse sonadamente de lo que se entiende por una
tradición que le pertenece. La prohibición pronunciada en 2010 por el Parlamento
catalán es mundialmente conocida así como el hecho de que los correbous han
quedado a salvo, a pesar de imágenes chocantes de pitones en llamas, por ser
innegablemente arraigados a esta tierra. Es difícil también no pensar que la
tardanza del Tribunal Constitucional de España en emitir su fallo sobre este
asunto se debe al temor de provocar, en un momento político inoportuno, un
conflicto mayor, en el campo jurídico,
entre el Estado y las instituciones catalanas. Semejante dinámica prohibicionista ha sido desencadenada
últimamente en las Islas Baleares, gobernadas por una coalición del PSOE, de
Podemos y del grupo MES (Partit socialista de Mallorca, Entesa per Mallorca,
Iniciativa Verds), por la Generalitat Valenciana (PSPV, Compromís, Podemos) y,
desde la oposición en el parlamento de Galicia,
por un Frente Antitaurino que agrupa a unos 25 diputados y que apoya los
objetivos perseguidos por la plataforma Galicia mellor sen touradas.
En Euskadi la posición del grupo radical Bildu ofrece tantas
contradicciones como las del PSOE. El alcalde Izagirre de San Sebastián,
justificándola por el hecho de que « no se puede tolerar el espectáculo público
del sufrimiento de un animal », ha mantenido la prohibición de las corridas
hasta la pérdida de su mandato, en 2015. No es así con los alcaldes de Azpeitia
y Pamplona, del mismo color político, que han defendido en sus villas la
tradición taurina y presidido, cuando el protocol lo exigía, los festejos.
En América Latina las prohibiciones políticas pertenecen, en
grados diversos, a los dos tipos de motivaciones señalados : el radicalismo
progresista, y la desvinculación de lo español revestida con preocupaciones
animalistas. Al alcalde de Bogota, Gustavo Petro, antiguo guerrillero, le
pareció intolerable que se mataran toros en el coso de la Santamaría y rompió
el contrato con la empresa. Esta decisión, recurrida, ha provocado un fallo
histórico, el de la Corte Constitucional de Colombia : no se puede invocar unos
supuestos derechos de los animales para atentar a unos derechos del hombre,
superiores, en este caso el de la libertad cultural. El consejo metropolitano
de Quito también prohibió las corridas de muerte en la capital de Ecuador
después de que el presidente Correa haya organizado un referendum para eliminar
los espectáculos donde se matan animales. En Venezuela la repugnancia a los toros de Hugo Chaves y de sus seguidores bolivarianos
ha sido manifiesta, por considerar esta fiesta cruel y socialmente elitista. El
Nuevo Circo de Caracas ya está abandonado y cubierto de musgo, pero la fiesta
perdura, y con bastante vitalidad, sobre todo en las regiones andinas del país y en los llanos, donde sigue siendo
muy popular. En la asamblea de México DF repetidas campañas e iniciativas,
capitaneadas por los ecologistas y afines, sin lograrlo hasta el momento,
tratan de censurar la tauromaquia, mientra ésta ha sido reconocida como
patrimonio cultural inmaterial en varios estados : Aguascalientes, Zacatecas,
Tlaxcala, Querétaro, Hidalgo, Guanajuato.
La escala de las medidas tomadas por las entidades políticas
para acabar con los toros, o por los menos cortarles los recursos, suele ser la
misma en todos los frentes. La medida extrema es desde luego la prohibición
pura y simple (Cataluña, Quito). Sin necesidad de llegar a ella – es difícil
hacerse pasar por un demócrata prohibiendo – hay soluciones encubiertas y más « jesuíticas» :
suprimir subvenciones a actividades relacionadas con los toros, como lo han
hecho últimamente los ayuntamientos de Madrid, Córdoba y Cáceres – siempre con
el mismo núcleo de coalición entre PSOE y Podemos -rescindir el contrato con la
empresa gestora del coso (Bogota), reservar los espacios de una plaza para
actividades deportivas o musicales, o cerrarlos invocando problemas de seguridad
y necesidades de una urgente renovación. Una medida indirecta y particularmente
dañosa – hablaremos de ella más adelante – es prohibir la entrada a las plazas
de toros a los menores, incluso acompañados por sus padres, con la
supuestamente loable intención de protegerles de un espectáculo que podría
dañar su joven sensibilidad. Sabemos que fue la primera etapa para lograr la
prohibición en Cataluña, y así acaba de suceder en Veracruz (México), pero la
misma propuesta ha sido desestimada por la asamblea del estado de San Luis
Potosí. Y, para no desechar los símbolos, declararse ciudad antitaurina
(Barcelona, Palma de Mallorca…)
Detrás de cada político contrario a la Fiesta se esconde un
miembro del lobby y de las asociaciones antitaurinas. La actuación de Leonardo
Anselmi, verdadero profesional del lobbying antitaurino, apoyada por la
plataforma PROU – a la cual pertenece, entre otros, Jesus Mosterín -, ha pesado
mucho en la prohibición catalana, y ahora se traslada a otros frentes. La
campaña Mallorca sense sang, financiada por CAS International (Comité Anti
Stierenvechten) y AnimaNaturalis, ejerce una fuerte presión en el Parlament de
Baleares. Acabamos de aludir al papel de la plataforma Galicia mellor sen
touradas en los debates de la Xunta, y no es necesario insistir sobre las
asociaciones que infiltran el partido PACMA y otros grupos políticos
desfavorables a la tradición taurina, en España y en el conjunto de los países
que comparten esa tradición. Su mejor tarjeta de visita es que pretenden
reflejar el sentimiento de la « inmensa mayoría » de los ciudadanos opuestos a
la tauromaquia en un determinado país, exhibiendo a menudo sondeos dudosos.
Claro está, de este modo se hacen
respetar si no temer por los que, de cara a posibles elecciones, se mueven ante
todo por la ley de mayorías. En la campaña de 2012 para la elección del
presidente de la República, en Francia, los antitaurinos encontraron un lema
bastante logrado y que quería ser amenazador : « ¡En 2012 votarán los toros ! »
Lo más curioso es que algunas de estas asociaciones llegan a
recibir ayudas por parte de instancias
políticas que, por otra parte, apoyan los toros. ALBA (Asociación para la
Liberación y el Bienestar Animal) que, entre diferentes actividades, participa
en la lucha antitaurina, se declara colaboradora de la Comunidad de Madrid
recibiendo subvenciones. También la BAC (Brigade Anti Corrida) de Marsella
recibe subvención de la taurinísima Región de Provence-Alpes-Côte d’Azur
(PACA).
Es hora de decir algo más sobre estas organizaciones de la
sociedad civil.
4) La nebulosa de los movimientos
antitaurinos
Citar cada uno del centenar de movimientos antitaurinos en
los países de tradición taurina o fuera de ellos, y detallar sus
características, es una tarea que está fuera de nuestro alcance. Sus
dimensiones, sus impactos y sus métodos de acción presentan notables
diferencias. Los hay que se dedican prioritariamente o exclusivamente a la
eliminación de la tauromaquia y de las fiestas taurinas. Es el caso, en España,
de las plataformas « Tortura no es Cultura »,
Galicia mellor sen touradas, Mallorca sense sang, de ACTYMA (Asociación
Contra la Tortura Y el Maltrato Animal ; en Francia, del CRAC Europe (Comité
Radicalement Anti Corrida) del FLAC (Fédération des Luttes pour l’Abolition des
Corridas), de l’Alliance Anti Corrida. Otros, en el marco de una lucha muy
amplia para la defensa de los animales y su bienestar, incluyen la campaña antitaurina. Podemos mencionar en
España, además de ALBA ya señalada, ANDA (Asociación Nacional para la Defensa
de los Animales), la asociación animalista Libera, con proyección
internacional, también con vínculos internacionales la ONG ALA (Alternativa
para la Liberación Animal) ; en América Latina AnimaNaturalis, presente en
todos los países iberoamericanos y en España, con un gran poder de
financiamiento, como se ha visto en la campaña de Baleares. En Francia la
Fundación Brigitte Bardot, la Fundación « 30 Millions d’Amis » – muy popular
por medio de un programa de televisión del mismo nombre – y la asociación OABA
(Œuvre d’Assistance aux Bêtes d’Abattoir), que debería ocuparse exclusivamente
de la suerte de los animales en los mataderos, pero que ha decidido solicitar
donativos para acabar con las corridas y aumentar así el número de sus
miembros.
Entre estas diferentes asociaciones existen – ¡gracias a
Dios por el bien de la Fiesta ! – discrepancias en los modos de actuar, y
rivalidades. Por ejemplo, en Francia, el CRAC, dirigido por un verdadero gurú,
profesor y vegano, promueve acciones agresivas y hasta violentas, criticadas
por la Alliance Anti Corrida que se mueve por otros derroteros, más pacíficos
pero no menos dañinos. Sin embargo casi todas ellas se albergan debajo de una
cúpula ideológica y logística, de ámbito multinacional y con amplias posibilidades
financieras, alimentadas además por empresas, también multinacionales,
dedicadas al comercio de la alimentación animal, tal vez para cobijar con
buenos sentimientos su actividad cada vez más lucrativa teniendo en cuenta la
demografía galopante de las mascotas en el mundo actual. Esta cúpula está
formada por PETA, con sede principal en Estados Unidos, que cubre todo el
abanico del animalismo, por la
iberoamericana AnimaNaturalis, y por CAS International (Comité Anti
Stierenvechten) radicada en los Países Bajos – no es de extrañar que muchos
militantes antitaurinos de renombre sean holandeses – que pone todos sus
medios, con dedicación exclusiva, a disposición del antitaurinismo, en
particular en España. A estas tres organizaciones habría que añadir la Fundación
suiza Franz Weber – ecologista y animalista que fundó en 1979 la « Corte de
Justicia Internacional de los derechos de los animales » ( !) – especializada
en las campañas ante las instancias europeas y de las Naciones Unidas.
5) Sus vías y métodos de acción
La lengua del «imperio» antitaurino
En su espeluznante ensayo LTI la lengua del Tercer Reich
Viktor Klemperer muestra cómo el poder de un partido o de un régimen con fines
totalitarios utiliza en primer lugar la herramienta de la lengua, cambiando los
términos o su sentido habitual, para imponer una nueva realidad tal como la
concibe. Del mismo modo la propaganda antitaurina habla no solamente de «
barbarie » sino de « tortura tauromáquica », o simplemente de « tortura » para
designar las corridas, añadiendo por supuesto que « …no es cultura ». Y eso les
permite matar dos pájaros de un tiro : descalificar la Fiesta y denunciar la
intolerable perversidad de sus espectadore. El uso y el abuso de este término
hacen que ya nadie se atreva a cuestionarlo, aunque en el lenguaje común la
tortura designa una situación bien diferente : el dolor insoportable infligido
a un ser atado e indefenso por un verdugo a salvo de cualquier reacción por
parte del torturado. ¿Es acaso lo que se produce en el ruedo ? ¿Es esto el
núcleo del placer y de la emoción que sienten los aficionados ?
Partiendo de esta base idiomática los antitaurinos se
consideran autorizados para tratar a los toreros de « asesinos » o «
torturadores » y a los públicos de las plazas de « perversos que gozan del
sufrimiento de un pobre y pacífico animal ». Pero también, de forma más sutil,
saben escoger sus palabras : no reclaman la prohibición de la tauromaquia –
término que alude demasiado a un acto de censura – sino su abolición, término
que recuerda las más grandes causas del progreso de la humanidad, la abolición
de la esclavitud y de la pena de muerte.
Desnudar al
hombre, vestir la piel de toro
Una alternativa a los gritos y a los insultos son el
silencio y la desnudez. Deponiendo sus pancartas los manifestantes antitaurinos
se acuestan en la calle. Se desnudan – por lo menos el torso – y se cubren de
pintura roja, exhibiendo a veces en las espaldas falsas banderillas, o se
visten de negro. En una palabra se despojan metafóricamente, y casi físicamente,
de su humanidad para revestir los sufrimientos del toro indefenso. Es la
ilustración elocuente de la equivalencia
entre el hombre y el animal.
Interpelar a los
aficionados
Ha sido hasta el momento la forma más corriente de
manifestarse. Los grupos antitaurinos se colocan a la entrada de las plazas o
en las cercanías y con palabras reprobatorias, por no decir insultos, tratan de
infundir vergüenza a los que se disponen a entrar. Así es como un servidor se
hizo tratar de « asesino » y de « inculto » en Barcelona – claro, cuando
todavía se permitía ir a los toros – y, en Rieumes, cerca de Toulouse, de «
¡podredumbre humana ! » con el grito añadido de « ¡Vergogna ! ». Entendí que me
enfrentaba a unos « militantes » transportados en autobus desde Italia y, como
tales profesionales, debidamente remunerados, lo que nos remite al poder de
financiación de las organizaciones animalistas.
No es solamente para ellos el placer de insultar y de
intimidar. No les vendría mal provocar una reacción violenta por parte de los
insultados. Esto daría un poco más de realidad al hecho de que somos unos «
bárbaros » y unos agresores de animales y por lo tanto de humanos, y que ellos
son los mártires de su militancia. Es el
síndrome clásico de todos los fanáticos de una causa. Hay que felicitarse de
que los aficionados hasta ahora no hayan caído en la trampa.
En esta dinámica de la provocación, la siguiente etapa es la
de invadir el ruedo y de encadenarse los unos a los otros para impedir el
desarrollo del espectáculo. Esto ha sucedido, por ejemplo, en el pequeño pueblo
francés de Rodilhan, durante una becerrada,
y esta vez, desgraciadamente, algunos espectadores acabaron a puñetazos
con ellos, siendo la trifulca debidamente grabada por las cámaras de los antis
y denunciada ante los tribunales. Sin embargo el tiro les salió por la culata y
ellos mismos tuvieron que responder de su intrusión y del desorden
consiguiente. También los miembros del CRAC, incluido su presidente, tuvieron
que responder ante la justicia del hecho de haber intentado, en Camarga, soltar
de un camión a los toros destinados a un festejo, con el peligro de provocar un
pánico entre las gentes.
La potencia de
fuego del Internet y de las redes sociales
No cabe duda de que los grupos antitaurinos han sabido
utilizar las herramientas de la militancia moderna, con más eficacia que los
colectivos de los profesionales taurinos y de los aficionados. Con el correo
electrónico han sabido convertir las misivas de protestas en misiles,
bombardeando las redacciones de los medios de comunicación y las diferentes
instancias políticas. Cuando, por ejemplo, en Francia, se logró la inscripción
de la corrida en el inventario nacional del patrimonio cultural inmaterial, una
avalancha de más de diez mil emailes insultantes e indignados – todos con el mismo contenido concertado
desde una cúpula – bloquearon la mensajería electrónica del ministerio de
cultura al mismo tiempo que su central telefónica quedaba fuera de servicio por
la abundancia de llamadas de la misma índole. También designaron a la vindicta
pública, a base de caricaturas con pelos y señales, a los que habían trabajado
para este reconocimiento. Para evitar
daños mayores el ministerio prefirió, manteniendo formalmente la inscripción in
petto, borrar la ficha de la corrida de sus páginas web. Sería muy extraño
pensar que la misma arma no ha funcionado en España y en los demás países
taurinos.
Técnicas de boicot
Ese instrumento de las redes sociales sirve también, por los
menos en Francia, donde la lucha entre aficionados y animalistas es
particularmente encarnizada, para impedir que empresas o comercios permitan en
sus productos ni siquiera la menor referencia a la Fiesta y al tema taurino.
Con esas mutiplicaciones de mensajes, haciendo por lo tanto creer que eran un
inmenso ejército de clientes disgustados y dispuestos a dejar de comprar, han
logrado que una importante empresa óptica deje de subvencionar las fiestas de
Bayona que incluyen corridas y actos taurinos, que un supermercado elimine de
sus almacenes un embutido empaquetado con una imagen de corrida, que otro deje
de poner en sus espacios carteles de feria, y hasta que una carnicería de una
ciudad taurina descuelgue de sus muros una cabeza de toro que servía de
decorado. Sin mencionar los innumerables correos de protestas que caen sobre
cualquier título de la prensa nacional que se atreve a publicar cualquier
reseña de corrida o cualquier artículo sobre el tema. A escala internacional la
famosa cantante canadiense Céline Dion tuvo que suprimir, disculpándose ante
sus fans, un clip en el que unas
imágenes aludían a un matador. Es excepcional que Cayetano Rivera siga siendo,
sin mayores protestas, « muso » de Armani.
Censura académica
y talibanismo cultural
Los guardianes de lo « politicamente correcto » no dudan en
intervenir ruidosamente en los recintos universitarios donde se celebran
coloquios, seminarios o presentaciones
de libros de tema taurino. Algunos lo han experimentado personalmente, en 2014,
durante unas Jornadas sobre ganado de lidia y tauromaquia, organizadas por una
cátedra de la Universidad Pública de Pamplona. A veces tratan de presionar para
que, simplemente, se quiten de la programación o para poner en evidencia al
profesor que ha propuesto tales actividades. Tampoco se deja que algunos
toreros, invitados por profesores, cuenten su experiencia a los alumnos y, en
muchos casos, parece difícir conseguir las debidas autorizaciones para que
visiten las dehesas del campo bravo.
Esa actitud de intolerancia e inquisición, tan opuestas a la
ética universitaria, no para ahí. Como unos auténticos talibanes – sin la
violencia mortífera, desde luego – de noche han agredido y cubierto de pintura
roja las estatuas de Curro Romero en Sevilla, de Pepín Jiménez en Lorca y del
recordado Nimeño II en Nîmes. En esta misma ciudad la Alliance Anti Corrida ha
presionado de tal manera a la directora de una escuela de primaria que ésta pensó que no tenía más remedio que el de
borrar en un fresco de este centro escolar, dedicado al coso emblemático y
romano, un dibujo ingenuo de los niños que representaba en el ruedo la silueta
de un toro y de un torero. ¡Menos mal que la acumulación de las protestas de
las peñas, del Observatorio de las culturas taurinas y del propio ayuntamiento
acabaron por restablecer el censurado dibujo ! Hablando de este tema, ¿cómo no
interpretar como un acto de censura cultural la decisión de la alcaldesa de
Barcelona de prohibir que se exponga en la Ciudad Condal una lona en la que
figuraba una astuta fotografía de Morante disfrazado en Dalí ?
¡Tranquilizémonos ! Todavía el antitaurinismo no ha pensado en atacar las obras
taurinas de Picasso en su museo de Barcelona, ni las de Goya en el Prado.
Objetivo prioritario: «proteger» a los niños y a los jóvenes
Uno entiende la razón de tal objetivo. Conviene apartar de
los toros a las nuevas generaciones para cortar de raíz la trasmisión de la
afición, esa trasmisión que la convención de la Unesco marca como la clave para
asegurar la permanencia de un patrimonio cultural inmaterial. Se ha empezado
pues por intentar que las autoridades responsables dicten una prohibición de
entrada a las plazas de toros de los menores, para protegerles, claro está, de
un espectáculo tan cruento y violento (¿no sería más urgente protegerles de
algunas imágenes terribles en los noticieros de televisión ?). Los antitaurinos
franceses han desencadenado su campaña sobre el tema de la violencia taurina,
traumatizante para los niños, con varios testimonios de psiquiatras afines.
Pero, cuando en la comisión nacional para debatir este tema el Observatorio de
las culturas taurinas les ha pedido su acuerdo para realizar una verdadera
encuesta, se han negado rotundamente. Entonces han atacado el problema por otra
vía. A través de la Fundación Franz
Weber, conocida y respetada en Suiza, han intervenido ante el Comité de los
Derechos del Niño, organismo de las Naciones Unidas radicado en Ginebra, para
que, en el marco de sus inspecciones regulares sobre la situación de la
infancia en los países miembros, dicte una « recomendación » que señale el
trauma posible causado por un espectáculo de tauromaquia. Dicha recomendación
ha sido comunicada a Portugal, en 2014. Lo ha sido, pero en tono menor, este
año a Francia, porque el Observatorio ha mandado por su parte un informe
indicando que esta decisión de llevar o no a los niños a tal espectáculo
corresponde a la responsabilidad paterna, y que sería un trauma mayor para los
hijos ver a sus padres desautorizados en su proyecto de transmitirles su
afición. Pronto le tocará a España ser examinada por el Comité y debe
prepararse a esta llamada de atención.
El futuro
Por lo que hemos tratado de exponer, parece lógico deducir
que el futuro del antitaurinismo y el de la Fiesta de los toros dependen el uno
del otro. Mientras sigan vigentes los toros no acabarán los ataques, a no ser
que las percepciones y los valores de la sociedad globalizada, altamente
urbanizada, cambien del todo, algo poco probable. Pero si la tauromaquia
sucumbe bajo estos ataques, o deja de interesar, o se transforma perdiendo su
esencia, no creo que los movimientos antitaurinos se esfumen por lo tanto. Se
congregarán con el animalismo ordinario, el cual no dejará de buscar otras
metas : acabar con las diferentes cazas y pescas tradicionales, con los circos
y los aquarios, con espectáculos de animales,
desde luego con su utilización en los experimentos científicos, y con el
foie gras. Algunos extremistas están incluso cuestionando el comercio de las
mascotas y su encerramiento en los pisos urbanos, con el riesgo de molestar a
muchos ciudadanos que les tienen simpatía (la verdad es que uno se pregunta si
un perro gimiendo, porque se aburre de estar solo entre cuatro paredes, hasta
el regreso de sus dueños, no es maltrato animal). No hay que perder de vista la
ideología fundamentalista que ha originado el animalismo : no comer nada que
sea producto de un animal o, como
propone Jesus Mosterín, investigar para que los filetes se puedan
conseguir por cultivo in vitro a partir de célula madre. Esta es la meta
última, como también la igualdad de condiciones y de derechos entre « todos los
animales, humanos o no. »
Mientras otros profesionales o aficionados a actividades
relacionadas con animales encuentran los medios de contrarrestar tales ataques,
al mundo de los toros le corresponde ahora defender los derechos de su afición.
De la eficacia de esta lucha depende su propio futuro.
1) La movilización
En España el mundo de los toros y la afición han tardado
quizás en tomar conciencia de las amenazas que pesan sobre la Fiesta. Una relativa
indolencia o indiferencia, frente a los ataques que se han intensificado, son
explicables tal vez porque esta Fiesta se considera como nacional, es tan
arraigada y ha triunfado durante siglos de tantos atropellos, externos e
internos, que se ha impuesto en muchos espíritus el veredicto de esta copla
popular :
Es una fiesta española
Que viene de prole en prole
Y ni el gobierno la abola
Ni habrá nadie que la abole.
Pero resulta que si no se remedian algunas cosas la
transmisión « de prole en prole » no está asegurada y la « abolición » tampoco
se puede descartar. Gracias a Dios, el despertar se ha producido y se ha
concretado hace poco con esa magna manifestación de Valencia en la que han
desfilado juntos – ¡ya era hora ! – unos 40.000 profesionales del toreo y
aficionados. Ese frente debe mantenerse unido, no solamente en la calle cada
vez que surja un nuevo peligro, pero también en las organizaciones que se
proponen defender la tauromaquia y los derechos de la afición. Es saludable
que, al pie del cañon, se hayan constituido para dicha defensa varias « Mesas
», « Plataformas » y que ahora emerja la Fundación del Toro de Lidia. Sin
embargo, para lograr una mayor eficacia, me atrevería a desear que – un poco
como se ha hecho en Francia con el Observatorio nacional de las culturas
taurinas – se constituya aquí un organismo verdaderamente federativo que agrupe
a los profesionales, a las federaciones de aficionados, a los responsables
políticos que quieran entrar, y que pueda contar además con un departamento
jurídico y con un grupo de intelectuales e investigadores dispuestos a trabajar
en el campo de la argumentación y de la comunicación.
2) La defensa
jurídica y política de la Fiesta
Me acuerdo del fallo de un tribunal de apelación en
Andalucía, hace años, dando la razón a un empleado recurriendo por haber sido
despedido al contestar airadamente a un cliente que se había mofado de Curro
Romero. El tribunal disculpaba al tal empleado afirmando que la pasión por el
Faraón de Camas es un sentimiento, la adhesión a unos valores y una forma de
vida que merecen ser respetados. No sé si esta sentencia se repetiría hoy en
estos términos, pero desde luego los toreros y los aficionados deben defender
sus derechos a no ser insultados y agredidos como suele suceder a menudo. La
decisión de la Fundación del Toro de reaccionar en este campo cada vez que sea
necesario es desde luego acertada. Conviene acallar por esta vía las
agresiones.
Frente a ellas una medida urgente se impone en el campo
político y administrativo : obligar a una distancia prudente entre los
espectadores que acuden pacíficamente a la plaza y los grupos de antitaurinos
cuya estrategia, ya lo he dicho, es insultarles y provocarles para que surja un
conflicto que corrobore su acusación según la cual el público de toros es
violento y gusta de la violencia. ¿Qué pasaría si estos insultos cayesen sobre
unos hinchas a la puerta de un estadio de futbol ?
Hay que congratularse por todos los reconocimientos y
declaraciones de los toros como Bien de Interés Cultural (BIC), o Patrimonio
Histórico y Cultural, que se han producido en estos últimos años en los
diferentes niveles políticos : municipios, diputaciones, comunidades autónomas
y, por supuesto, Estado, con la Ley del 12 de noviembre de 2013 para la regulación
de la tauromaquia como patrimonio cultural. Esta ley obliga al Estado y a todas
las instituciones políticas, en todo el territorio nacional, a velar por el
derecho de todos los ciudadanos a practicar y cultivar este patrimonio. ¿Tiene
por lo tanto derecho una comunidad autónoma o una ciudad a declararse
antitaurina y a prohibir la celebración de festejos ? Todos los aficionados del
mundo esperan con ansiedad la decisión del Tribunal Constitucional de España.
Mientras tanto pido permiso para sugerir que se logre, a
propósito de la tauromaquia, una mejor articulación y coherencia entre los
conceptos de BIC, de Patrimonio Histórico y Cultural y de Patrimonio Cultural
Inmaterial (PCI). Me parece, en particular, que una articulación más explícita
sería oportuna entre la ley del 12 de noviembre de 2013 y la ley del 26 de mayo
de 2015 para la protección del Patrimonio Cultural Inmaterial, al reconocer
formalmente que la tauromaquia es un PCI y que se le deben aplicar todas las
disposiciones previstas por esa ley. Recuerdo que, en este campo, el PCI es el
único concepto que reconoce la Unesco y que, en caso de que la ley española, o
de otro país taurino, protectora para la Fiesta, sea suprimida en una nueva
legislatura, es bueno poder apelar a una convención internacional firmada por
el conjunto de los Estados. Lo altamente deseable sería que España liderara, en
concertación con los otros siete países de tradición taurina, el proceso de inscripción de la Tauromaquia
en la lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad,
como la ley de 2013 lo propone. Pero no lo puede hacer si antes no la ha
declarado como tal a nivel nacional, inscribiéndola en un inventario del PCI
también nacional.
3) Apoyarse en los
planteamientos de la Unesco
Para la defensa de la tauromaquia debe ser una base
permanente lo dispuesto en las convenciones de la Unesco, la de 2003 sobre la
protección del patrimonio cultural inmaterial, y la de 2005 sobre la promoción
y protección de la diversidad de las expresiones culturales. El texto leido por
el maestro Enrique Ponce para clausurar la manifestación de Valencia del 13 de
marzo ha dado en el clavo, recogiendo dos puntos fundamentales de estas
convenciones : el amor al toro y el valor ecológico de su cría que hacen que la
tauromaquia, como PCI, « contribuye al conocimiento de la naturaleza y del
universo » – uno de los cinco criterios marcados por la convención para
cualificar dicho patrimonio – y, sobre todo, esta definición : « La cultura es
lo que el pueblo quiere que sea. » Esta fórmula está en plena consonancia con
el concepto antropológico de cultura tal
como lo establece la convención de 2005 bajo la influencia del pensamiento de
Lévi-Strauss. La diversidad de los sentimientos, emociones e interpretaciones
compartidos por un grupo humano – en nuestro caso el de los aficionados – prima
sobre la globalización o mundalización de los juicios y valores, salvo cuando
se trata de los principios de la declaración universal de los derechos humanos.
Hablando de este tema, debemos denunciar la mentira de algunas organizaciones
antitaurinas cuando afirman que la Unesco adoptó en 1978 una « declaración
universal de los derechos del animal ». En realidad, el secretariado general de
la Organización de las Naciones Unidas se limitó a prestar un local para que
estas asociaciones debatieran y leyeran un texto preparado por la « Liga para
los derechos del animal ». No tiene ningún valor jurídico más que de ser un
simple manifiesto animalista.
Éste es un ejemplo entre muchos otros de los mútiples
recursos que ponen en juego los movimientos antitaurinos y animalistas para
intoxicar la opinión pública. En cuanto a la tauromaquia difunden innumerables
calumnias sobre trampas y malos tratos infligidos a los toros (echarles pesados
sacos de arena a los lomos en los corrales, líquidos ácidos a los ojos para que
estén reparados de la vista ( !)…) y sobre la crueldad de los espectadores. Son
verdaderas difamaciones que dañan el honor de profesionales o colectivos de
aficionados, por las cuales convendría obtener reparación ante los tribunales.
La Corte de apelación de Pau ha establecido al respecto una interesante
jurisprudencia. Lo cual no impide que habría que procurar que muchos
aficionados sean capaces de explicar y justificar su afición y sus emociones.
Deberían hacer oír su voz mucho más en vez de resignarse a las caricaturas que
los antitaurinos comunican de la cultura taurina aprovechándose de su silencio.
Insistimos una vez más : de ahora en adelante cada aficionado tiene que ser
además un militante y entender, por lo menos, que los sentimientos que nos
suponen nuestros adversarios son un insulto a nuestros padres y abuelos que nos
transmitieron su pasión.
4) Reponer en
marcha la transmisión entre generaciones
Lo dice muy claramente la convención de la Unesco : un
patrimonio cultural inmaterial no puede mantenerse vigente si no se produce «
una transmisión de generación a generación ». Y lo ha entendido así de claro el
antitaurinismo, tratando de impedir que los niños puedan ser iniciados, incluso
por sus padres, que oigan hablar de toros en los centros escolares y que
practiquen el toreo en las escuelas taurinas y en los festejos menores.
La preocupación para que los jóvenes puedan acudir a una
plaza y, así, asumir el relevo de la afición, es una prioridad. Muy positivas
son, en ese sentido, las medidas tomadas por algunas empresas o autoridades
gestoras de los cosos para constituir tendidos jóvenes con precios muy
asequibles, o para invitarles a presenciar becerradas o fiestas en donde puedan
aprender a practicar el toreo. Para completar su educación sería bueno que
dispusieran de folletos, concebidos para ellos, comunicándoles las bases de la
historia de la tauromaquia, de la técnica del toreo, y de su entorno cultural.
Hace años la Junta de Andalucía publicó
unos manuales de este tipo, y un cuaderno infantil con dibujos adecuados acaba
de ser publicado. Otra inicitiativa muy aconsejable, dada su gran sensibilidad
para los temas ecológicos, es la posiblidad de llevarles a visitar las dehesas
del campo bravo y a descubrir las diferentes tareas de una ganadería. Para mí
esto es el paso determinante para despertar la afición. Ver al toro, fiero y
semisalvaje, en la libertad y en la paz de su campo, donde conviven, además de
las vacas, los becerros y los sementales, infinidades de pájaros y animales
salvajes, comprobar la atención amorosa que le prestan los ganaderos y sus
hombres, son la prueba más elocuente del aporte ecológico de la Fiesta. La
única salvedad, creo yo, a esta soberbia imagen de una naturaleza preservada
son las feísimas fundas impuestas a los pitones, emblemas demasiado evidentes
de manipulación. ¡Por lo menos que no salgan en las fotografías !
5) Una evolución
ineludible dentro de la autenticidad
Es innegable que la tauromaquia, sin alejarse de sus
fundamentos, tiene que disponerse a evolucionar de conformidad con los gustos y
preocupaciones de la sociedad, en particular de los jóvenes. La rutina y el
conservadurismo – lo que Kant llamaba « el sueño dogmático » -, son la forma
más certera para provocar aburrimiento y alejar a las nuevas generaciones. Es
indispensable que nuevos valores puedan surgir en el toreo, en particular dando
facilidades para la celebración de novilladas sin caballos; asimismo que se
respete más a los representantes de la afición local y se les consulte – como
se suele hacer en Francia por vías estatutarias – en el momento de confeccionar
los carteles. Es oportuno que se sientan más implicados en la elaboración de la
fiesta y no simples consumidores o clientes.
Pero es no menos indispensable que se mantenga toda la autenticidad de
la corrida y que nunca caiga en el peligro de convertirse en mera coreografía o
simulacro. El público tiene que seguir sintiendo la emoción de la lidia, la
evidencia del riesgo para el torero y de la bravura, apoyada en la fuerza, del
toro. De otra manera ¿ cómo defender la Fiesta ? En ese orden de ideas se impone con la mayor
urgencia la reforma de la suerte de varas o, en todo caso, la aplicación de sus
reglas que en gran parte han sido olvidadas. También hay que volver a dar su
importancia a los tres tercios. Los dos primeros, en la actualidad, suelen ser
poco menos que simples trámites.
Teniendo en cuenta la sensibilidad de la opinión hoy en día,
me parece también urgente poner remedio
a las fases que, después de la estocada en el ruedo – médula del significado
cultural de la tauromaquia mal que le
pese al actual alcalde de Valencia – presiden el final de vida del toro y su
agonía. No se puede consentir que se convierta para los ojos de muchos en una
víctima indefensa y – ¡esta vez sí ! – torturada, sufriendo sartas de
descabellos y de puntillazos fallidos. Es de todos sabido que los antitaurinos
aprovechan con ardor estas imágenes deplorables para alimentar su campaña contra
la Fiesta y contra la denostada crueldad de sus espectadores. Bien sé que no es
fácil encontrar las soluciones adecuadas, pero se puede empezar por formar en
los mataderos a los puntilleros y por reclutar auténticos profesionales como se
hacía, pocos años atrás, en las plazas de primera. En 1928 se eliminó con el
peto el espectáculo insoportable de los caballos destripados. Era una reforma
de mucha más envergadura que la que se podría establecer ahora con la
limitación drástica de los descabellos y de la puntilla.
6) Consolidar el
hilo entre la tauromaquia clásica y las fiestas populares
He tenido la oportunidad, este año, de vivir de cerca el
Bolsín taurino y el Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo. Fue toda una felicidad
comprobar cómo en estos días y en esta ciudad viejos y jóvenes – ¡muchos por
cierto ! – conviven con la fiesta del toro, con suma alegría y de múltiples
maneras, presenciando o practicando encierros a pie y a caballo, capeas,
tientas, novilladas sin caballos, festivales. ¡Ahí sí que no se corre peligro
de que los antitaurinos acaben con ese tipo de fiestas ! ¿Quién se atrevería a
meterse con estas peñas ? Lo mismo se puede decir de tantos pueblos de la
geografía española, de la Francia taurina y de los países americanos que
comparten ese patrimonio. Los que se limitan a ir a los toros en las corridas
de las grandes urbes no deben olvidar que en estas tradiciones populares reside
el cimiento que da todo su vigor a la fiesta de los toros, en sus albores y en
la actualidad.
Muchos sin embargo manifiestan su reprobación por ciertas
tradiciones, en particular por una de ellas, proclamada como « torneo », que ha
suscitado a nivel nacional e internacional muchos comentarios negativos, en la
prensa y en la televisión. Esto ha sido pan bendito para los antitaurinos y
plantea un problema. Creo que, en nuestros tiempos, para que una tradición de
ese tipo siga aceptada por los que no la conocen o no la comparten, tiene que
reunir tres condiciones : que los participantes sepan entenderla y explicarla –
o sea que formen una auténtica comunidad popular- , que el turismo o el
fenómeno de masificación no adulteren sus reglas y su desarrollo, y – como en
la corrida – que el final del toro nunca dé la imagen de una víctima indefensa,
entregada a una matanza.
7) Incitar a los
medios de comunicación a salir de su antitaurinismo pasivo
Salvo algunas excepciones encomiables, no deja de llamar la
atención el espacio, muy reducido, concedido por los medios de comunicación al
segundo espectáculo en España después del futbol, en número de espectadores y
en resultados económicos, si se compara con la importancia que se otorga a
actividades deportivas o culturales muy minoritarias. No hablemos de la prensa
nacional en Francia, donde una avalancha de correos indignados arremeten contra
las sufridas redacciones en las pocas veces que publican una noticia
relacionada con la tauromaquia. Allí la censura por presión de los antis ha
terminado siendo autocensura, y me temo que sea los mismo en el país cuna de la
Fiesta, España. Las hazañas de los toreros en el ruedo muchas veces no se
recogen en las televisiones públicas, y
para que se rompa esta barrera de
silencio debe producirse una cogida grave o un acontecimiento sentimental de un
torero que tenga el privilegio de entrar en la categoría de los « famosos » y
que pueda ocupar un lugar en el ¡Hola! y en el programa Corazón de TVE1.
Para los medios públicos, nacionales o regionales, las
reglas del servicio mínimo deberían hacerles obligatorio ofrecer una
información también mínima sobre la actualidad taurina y retransmitir las corridas más importantes del
año. Para los comerciales la incitación por parte de los grupos de aficionados
podriá ejercer el mismo papel, en positivo, que las protestas de los
antitaurinos, en negativo.
Conclusión
Amenazas externas e internas
Por las razones que he tratado de exponer, la defensa de la
fiesta de los toros, frente a todas las corrientes del antitaurinismo nacional
e internacional, seguirá siendo – espero que por mucho tiempo -ineludible. Lo
repito, sólo la desaparición de ésta acallaría sus protestas, las cuales se
trasladarían a otras metas animalistas.
Pero la mejor defensa es la confianza
que deben tener los aficionados en ellos mismos, en sus emociones y en los
valores éticos, estéticos y hasta ecológicos ligados a la tauromaquia.
Cualquier duda en su mente a este respecto, cualquier ignorancia o indiferencia
por su parte serán la mayor brecha que aprovecharán los movimientos y los
políticos que buscan la prohibición de esta tradición multisecular, por motivos
más o menos declarados. Esta confianza depende en gran parte de la vigencia de
la tauromaquia en sus fundamentos, en esa contienda permanente y verdadera
entre la vida y la muerte en la lidia y en el arte del toreo.
Si éstos ya no
corresponden a la realidad de lo que se produce en el ruedo, si los
profesionales encargados de su desarrollo ya no los respetan, si el público ya no los entiende ni los
admite, los días de la fiesta de los toros estarán contados sin que los
antitaurinos tengan la necesidad de intervenir.
Al fin y al cabo los mayores
peligros y enemigos para ella son internos. Pero, en la esperanza de que se
puedan vencer, debemos mientras tanto, frente a los enemigos del exterior,
defender nuestra afición y nuestra libertad para que viva nuestra cultura.
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