Deslucido y dispar envío de
Fuente Ymbro. *** Heridos Javier Jiménez, Fandiño y el banderillero Rafael
Limón en trances muy distintos. *** La proverbial facilidad de Joselito Adame.
Joselito Adame |
BARQUERITO
Foto: EFE
UNA CORRIDA DE FUENTE YMBRO diversa, desigual y escalonada,
con más cara que alma, desganada, endeble, distraída, venida abajo y
mansurrona. Del fondo de la despensa. Como una liquidación. Dos toros, primero
y sexto, llevaban el mismo nombre, «Flamante». Fueron el huevo y la castaña. No
parecían de la misma reata. No lo serían.
Fino de cabos y corto de manos, el primer «Flamante», muy en
Jandilla, fue el mejor hecho de todos. Galopó y Fandiño le pegó demasiados
capotazos. El galope fue falsa promesa. Se derrumbó desparramado dos veces. Las
ruedas pinchadas, casi tullido al cabo de apenas una docena de viajes. Mírame y
no me toques. Y, sin embargo, faena enojosamente larga de Fandiño, que
reaparecía solo una semana después de la cornada de Úbeda. Reaparición muy
apurada. Tal vez por eso, por ganar Iván confianza, fue tan largo el trasteo.
Una notable estocada a volapié.
El otro «Flamante», último de la tarde, abierto de palas,
bizco y astifino, de fea traza, no entraba en los planes de Fandiño. No se
harían lotes atendiendo a los nombres, pero, por si acaso, los dos Flamantes se
abrieron. Los lotes no estaban equilibrados. En el de Joselito Adame se
juntaron un segundo altísimo y muy
nalgudo, de más peso que trapío, casi 600 kilos –el toro armario que de cuando
en cuando aparece en el catálogo Domecq- y un quinto retinto, lustrosa pinta,
muy terciadito, sin carnes y, en compensación, muy descarado. Tanto como el que
más de la corrida. El que más fue el cuarto, abierto, ligeramente cornipaso,
dos velas imponentes y toro parado a las primeras de cambio. Y después del
cuarto y el quinto, el precioso primero. Solo escaparate, pero imponía por
delante. Hasta que rodó por el suelo.
Entre el lote de Fandiño y el de Adame medió llamativa
distancia. Eso acentuó la impresión de corrida postrera pero de restos. La
cogida de Javier Jiménez al salir prendido por el tercero en el primer ataque
con la espada puso a prueba el corazón de Fandiño. El torero de Orduña pechó
con la carga de matar ese tercero -lo hizo de expeditivo bajonazo- y la de
vérselas con el otro Flamante, que no invitaba a nada. La cara a media altura,
punteó la muleta, pegó tralla, se sacudía el engaño como si le molestara y, a
querencia, hacía hilo. En el penúltimo viaje a querencia sorprendió por la
espalda a Fandiño en un descuido impropio –sería exceso de confianza-, le pegó
una voltereta terrible y le rasgó la taleguilla de seda vainilla por la ingle
misma. Un siete. Pudo haber sido una cornada grave: por el sitio y por lo
astifino del toro. No lo fue. La Providencia, con más trabajo de lo previsto.
Arrastrado el sexto, Fandiño, que tuvo el gesto de matarlo a
pesar de los pesares, pasó a la enfermería. En ella estaban Javier Jiménez con
una cornada que podía haber sido más grave de lo que fue y en la camilla
contigua su tercero de cuadrilla, Rafael Limón, sorprendido y arrollado por el
quinto en un arreón a la salida de un par de banderillas de Fernando Sánchez,
ese torero que cuartea al paso y saca los brazos en el último instante con
tanta arrogancia. Pareció que Limón estaba más pendiente del par de Fernando
que del toro. El trastazo, casi contra las tablas, fue tremendo. La cornada,
casi nada para lo que pudo ser.
Los tres percances dejaron marcado el espectáculo, que fue,
después de todo, de los de cara y cruz. La cara, Adame. La cruz, Javier
Jiménez, Rafael Limón y el propio Fandiño. Adame fue todo habilidad, recursos,
suficiente firmeza, facilidad. Toreo de distintos calibres dentro de una misma
faena, la del segundo, que supo mantener en pie a suerte descargada tras una
brillante apertura por banderas rematadas con gran trinchera y el de pecho, muy
airoso. Noble la mano izquierda del toro, y naturales de uno en uno para que no
se rindiera el toro. Una estocada con vómito.
Del quinto, que embistió rebotándose, dio Adame cuenta con
graciosa facundia: estatuarios, pausas, el toro escupido cuando le vino
descompuesto, muchos muletazos en línea pero cosidos para que parecieran un
todo, un desplante desafiante –frontal de rodillas, la mano al pitón
acariciándolo- y un glorioso pase del desdén antes de la igualada. Después de
la igualada, una estocada atravesadísima, otra que menos y un descabello. Todo
eso, y quites varios, sin despeinarse ni mancharse.
El empeño de Javier Jiménez con el tercero, montadísimo y
acucharado, cómodo de cara, fue digno de mejor causa. El toro se lo pensó mucho
–tardeó, por tanto-, escarbó, una
remolonería exagerada. Serio el esfuerzo: firmeza, suaves toques a punto,
sueltos los brazos. Muletazos cortos, que no son sencillos, porque la embestida
del toro era pura desgana. En asfixiante distancia pasó todo. Cuerpo a cuerpo.
Convincente la serenidad. Muchas voces. Las plazas cubiertas son muy chivatas,
las paredes oyen.
FICHA DE LA CORRIDA
Seis toros de Fuente Ymbro
(Ricardo Gallardo).
Iván Fandiño, saludos, silencio y ovación en el sexto.
Joselito Adame, una oreja y ovación tras un aviso.
Javier Jiménez, cogido por el tercero en el primer ataque
con la espada. Cornada de pronóstico grave en el muslo derecho, tercio
inferior, que afecta a vasto interno y externo.
Picó tan bien como suele Óscar
Bernal. Brillantes pares de Iván
García y Lipi.
3ª del Pilar. 4.500 almas. Templado, a medio plegar la capucha de la
cúpula. Dos horas y veinte minutos de función. Herido en la ingle el
banderillero Rafael Limón, cogido
por el quinto cuando estaba en quite de tercero. Sin pronóstico. Fandiño, volteado y herido en el muslo
derecho por el sexto, pronóstico menos grave.
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