PACO AGUADO
Seis años después de que se interpuso, parece que por fin el
Tribunal Constitucional español va a dignarse a echarle un ojo al recurso
contra la prohibición de las corridas de toros en Cataluña. Y, es más, las
"fuentes bien informadas" adelantan incluso que la sentencia, que se
debería conocer este mismo otoño, puede ser claramente favorable a la
tauromaquia.
De producirse tan tardía como buena noticia, llegará justo
en el momento en que los ataques antitaurinos, los mismos que alentó y
acrecentó la prohibición catalana, se han hecho más virulentos. Pero también
cuando el mundo del toro parece haberse decidido ya a hacerlos frente con un
mínimo de conciencia para entrar definitivamente en una guerra declarada.
En este desigual enfrentamiento, cualquier conquista
mediática y cualquier fallo del enemigo, por pequeños que sean, se toma por
cada parte como una victoria definitiva que "vender" al resto de una
sociedad que, pendiente de otros asuntos más acuciantes, asiste más o menos
indiferente a las hostilidades que se difunden morbosamente en los
informativos.
Pero, aunque la gran batalla se libre en los medios de
comunicación, se decide día a día en la guerra de guerrillas de las redes
sociales, la plataforma sin censura donde se revelan los verdaderos males de
esta sociedad cargada de lacras morales. Y es ahí precisamente donde, entre
otros muchos, los trastornados anónimos del activismo animalista dejan ver
impúdicamente la gravedad de sus complejos.
Que una revenida vasca y un italiano catalanista deseen la
muerte para un niño enfermo de cáncer por tener como ídolos a los toreros, o
que un "emo" de pelito degradado considere, por eso mismo, que el
tratamiento hospitalario del chaval sea "malgastar" el dinero
público, no dejan de ser un síntomas, tal vez aislados pero sí preocupantes, de
la sofronización mental de gran parte de las nuevas generaciones de ciudadanos
españoles.
El problema real de estas aberraciones digitales es que son,
por encima de cualquier otra consideración, el claro resultado de las estrategias
dirigidas del negocio a gran escala de las multinacionales de las mascotas, que
defienden personajes con nombre y apellidos que se han ido instalando, a golpe
de talonario y demagogia, en medios e instituciones para imponer su sospechosa
moral y sus bastardos intereses.
Disfrazados de pacíficos activistas sociales, estos ayatolas
han ido creando el perfecto caldo de cultivo para, por ejemplo, llegar al
delirante punto de que se anuncien, y se compren, condones para perros –que han
de colocar, claro, sus propios dueños– o de que en los tribunales se impongan
custodias compartidas y planes de vistas para las mascotas en el caso de
parejas divorciadas, como si el gatito fuera el hijo afectado por la
separación.
Infiltrados ya en los ayuntamientos "del cambio",
como ese de Barcelona convertido en delirante camarote de los hermanos Marx,
los apóstoles de la rentabilísima cruzada animalista llevan ya un tiempo
manejándose a placer entre el espeso barro del nacionalismo, el veganismo, el
antitaurinismo y demás “ismos” que se mezclan en el saco de la falsa progresía
que nos ha tocado sufrir y que trata de imponernos sus lecciones de dudosa
moral con métodos "himmlerianos".
Tan instalados están en su victoria momentánea, en el avance
progresivo de su mentalidad fascista, que no conciben que la ley pueda
quitarles la razón en la Cataluña secesionista. Ni tampoco que el mundo del
toro pueda lanzar al mundo mensajes de humanismo y solidaridad tan hermosos
como el del reciente festival donde Adrián, el niño denostado por los
yihadistas del perrete, tuvo el día más feliz de su vida a hombros de esos
toreros que lo dieron todo para él y para otros menores con cáncer.
Pero el caso es que la difusión de ambas noticias, la de la
posible sentencia contraria del Constitucional y la del festival benéfico de
Valencia, ha vuelto a revolverles las tripas negras hasta hacerles vomitar su
bilis en las redes sociales. Y han obligado a Leo Anselmi a salir de nuevo
desde las sombras y subirse al púlpito
de internet para arengar a sus tropas.
Con barbitas mefistofélicas, y haciendo un denodado esfuerzo
por ocultar su acento argentino, el gurú del animalismo antitaurino ha vuelto a
llamar a sus soldados a la guerra santa. En apariencia, parecía indignado por
la posible resolución del máximo tribunal legislativo español, pero en el fondo
se le notaba feliz.
No en vano, mientras estimula a otros a que ladren en la
red, él se frota las manos ante la inmediata ampliación de su negocio y la
llegada de nuevos ingresos de los señores de la guerra contra los
"taurópatas", que es así como nos llama el gran líder de los
zoofílicos.
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