FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
Quien más quien menos teníamos la noticia metida en el congelador,
hasta que el máximo Organismo de Justicia de nuestro país se pronunciara sobre
un tema de capital importancia para el futuro de la fiesta de los toros. Así,
pues, en el día de hoy, cuando el Tribunal Constitucional ha hecho oficial su
veredicto sobre el recurso de inconstitucionalidad presentado por el Partido
Popular, a raíz de la prohibición de los toros en Cataluña –ordenada por el
Parlament, hace seis años--, que anula dicha prohibición, ya se puede sacar de
la hibernación el que será, sin duda, detonante de largo alcance y no menos
larga duración: los toros pueden volver a Cataluña.
Los motivos de levantar la prohibición están clarísimos: invade las
competencias del Estado. El régimen competencial de las Comunidades Autónomas
en materia de Espectáculos Públicos y Actividades Recreativas no puede alcanzar
el nivel de la prohibición de la Tauromaquia, precisamente, por colisionar con
la tantas veces invocada Ley 10/2015, de 26 de mayo, que la declara Bien
Cultural Inmaterial, con el expreso mandamiento de protegerla y potenciarla,
como uno de nuestros más preclaros valores patrimoniales.
Cumplido el período administrativo pertinente, habrá de afrontarse
ahora el de la acción más o menos inmediata, pero inaplazable por mucho tiempo:
se busca valiente para organizar festejos taurinos en la Monumental de
Barcelona o en cualquier otra plaza de toros de área territorial catalana. Digo
valiente porque los supuestamente afectados (partidos políticos en el poder,
independentistas militantes y antiespañoles más o menos penumbrosos), ya están
cargando munición y afilando las armas blancas de la insumisión a
esgarrapellejo para pasarse por el forro tan contundente sentencia. La
respuesta, no se ha hecho esperar: Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, ha dicho
que hará todo lo posible por encontrar una vía legal que anule, a su vez, la
anulación promulgada por el Alto Tribunal, invocando la chusca declaración de
la ciudad como antitaurina. Algunos miembros del Govern, ya la han secundado, y
naturalmente se unirán de inmediato a estos poderes fácticos los partisanos del
animalismo, con la fogosidad y violencia a que nos tienen acostumbrados. La
bala que se alojaba en la recámara, disfrazada de sentencia judicial, se acaba
de disparar. La guerra no hecho más que empezar.
No obstante, hay que estar preparados para este tipo de contingencias,
porque la fiesta de los toros se encuentra en una situación crucial, de cara a
su inmediato futuro. Si ahora nos dejamos comer la tostada, si nos quedamos
inactivos cuando –¡por una vez!— nos da la razón el Poder Judicial más
absoluto, si no aprovechamos el empuje del viento a favor, estamos aviados.
Casi simultáneamente al levantamiento del veto a los toros en
Cataluña, la Corte Constitucional obliga en Bogotá a restituir el emblemático
edificio de La Santamaría como escenario permanente para la celebración de
espectáculos taurinos. Un golpe seco, contundente, inapelable, que habrá de
aceptar el Consistorio de la capital de Colombia, aunque su primer Regidor ya
ha declarado que no es partidario de las corridas de toros, pero habrá de
aceptar su regreso y cumplir el fallo de la Corte, por tratarse de un poder
supremo. Igualito que aquí.
Y es que aquí, el sectarismo y la ignorancia hace ya varias décadas
que se ayuntaron en el tálamo de la ilegalidad, sin que hasta el momento nada
ni nadie haya osado ponerles en su sitio, que es, en cada caso, el que un
Gobierno con la Ley en la mano y una Justicia que la interprete como es debido
les ha de proporcionar. Sobre todo, en Cataluña. En Cataluña –qué les voy a
contar—, la mayoría de los políticos que ocupan las Instituciones, tienen tan
asumido su papel de insumisos que les trae al pairo lo que digan las sentencias
del Constitucional, por muy claras y contundentes que sean. Se ríen del resto del
país (España, naturalmente) con la socarronería del truhán y la prepotencia del
tahúr. ¿Cómo no se van a reír ahora de la orden imperativa que les quiere
torcer la mano, posibilitando el regreso de los toros a su Comunidad? ¿Cómo no
se van a atrincherar en su radicalismo unos y en su guerracivilismo otros, para
enarbolar la bandera del victimismo? Se activará de nuevo el España nos roba y
se montarán barricadas dialécticas del más diverso jaez. ¿Tornar els toros a
Catalunya? Ni parlar, osti, tú…
Sea como fuere, y a despecho del rifirrafe de barricada que se
avecina, permítaseme, recordar a mi querido amigo Luis María Gibert, sin cuya
descomunal ayuda, sin su perseverancia hasta conseguir llevar a las Cortes la
Inciciativa Legislativa Popular taurina que posibilitó la Ley referenciada más
arriba, jamás se hubiera aprobado esta revocación tan aplastante… y tan justa.
Lástima que no pueda disfrutar de su triunfo.
Veremos qué medidas toma el Gobierno (si es que lo tenemos, al fin)
para hacer valer el mandato constitucional y obligar a cumplir la Ley.
Esperemos que no se arrugue, y que los grupos parlamentarios mayoritarios de la
Oposición también se decanten por la legalidad y se olviden de rencillas y
rentas particulares.
De los minoritarios, mejor olvidarse, especialmente de los que se
envuelven en vitola catalana, alguno de los cuales –por insólito que pudiera
parecer– se permite usar el desprecio como arma arrojadiza sobre cualquier cosa
que huela a españolidad. ¿Habrá mayor incongruencia? ¡Qué tristeza, Dios!
No hace mucho, uno de los baluartes más irreductibles de la Esquerra
Republicada de Cataluña, el diputado Joan Tardá, al ser preguntado por la
posible vuelta de los toros a Cataluña, respondió: ¡Como no vengan con la
Legión!…
Hombre, no des ideas.
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