«Los ataques a la Tauromaquia
surgen en una nación donde algunos políticos están intentando romper los
vínculos que nos unen (comenzando por la lengua común), niegan nuestra
libertad, anuncian que no respetarán las leyes con las que no están de acuerdo…
¿No es para preocuparse, mucho más que por las corridas?».
ANDRÉS AMORÓS
Diario ABC de Madrid
Me preguntan con frecuencia si no me preocupa el futuro de
la Tauromaquia. Suelo contestar que sí, por supuesto, como el de todo lo que
amamos, pero que muchísimo más me preocupa el futuro de España. No es una
pirueta intelectual, sino una realidad pura y simple. Cualquier lector de
Ortega sabe que las dos cosas van unidas: «Es un hecho de evidencia arrolladora
que, durante generaciones y generaciones, es la cosa que ha hecho más felices a
mayor número de españoles». Sin entender lo que ha supuesto –añade– «no se
puede hacer la historia de España, desde 1650 a nuestros días».
Como algo popular, muy vivo, siempre ha sobrevivido la
Fiesta a polémicas y hasta ocasionales prohibiciones. Ahora, los ataques añaden
una radicalidad política, sorprendente para muchos, que no son aficionados. (Y
puede producir la reacción contraria: algunos van a hacerse defensores de los
toros, justamente por los argumentos que se usan para prohibirlos).
Lo más interesante –creo– es que estos ataques a los toros
son un síntoma de muchos males que ahora aquejan a España. Intento concretar.
1/ La falacia del
animalismo radical. Algunas ideologías nobilísimas caen en el absurdo, llevadas
al extremo. ¿Quién se opondrá a la igualdad de las razas, al respeto a las
mujeres o al amor a los animales? Nadie, por supuesto. Pero las cosas son más
discutibles cuando se proclama «la liberación animal» (Peter Singer) y se
iguala por completo a hombres y animales. En nuestra sociedad urbana, se crea
una imagen falsa de los animales, propia de las películas de Walt Disney.
Proclamar «los derechos de los animales» va contra la lógica
jurídica más elemental: los derechos van unidos a deberes y los animales no
tienen deberes, no delinquen. Otra cosa es que los humanos tengamos
obligaciones éticas con respecto a ellos. Fernando Savater lo aclara: no ayudar
a un recién nacido, que ha sido abandonado, es un delito; no hacerlo con la
cría de un pájaro, una falta de sensibilidad.
François Zumbiehl cita ejemplos pintorescos: pancartas en
que aparecen un cordero, un ternero y un bebé, con la inscripción «todos
iguales, todos con los mismos derechos». Una consigna. «¡En 2012, votarán los
toros!». Para evitar sufrimientos a los animales, el filósofo Jesús Mosterín ha
propuesto que los filetes se puedan conseguir por fecundación «in vitro», a
partir de células madre. Pero, en la España actual, alejarse de lo
políticamente correcto no es fácil: así estamos…
2/ Ocultar la
muerte. Es algo propio de la cultura anglosajona –ya descrito por Evelyn Waugh,
en «Los seres queridos»–, pero cada vez más presente en España: «músicas para
bien morir», maquillajes, perífrasis verbales para evitar la terrible palabra.
Tristan Garel-Jones recuerda a la señora que lamentaba que su loro «ya no
estaba», «se había ido», «no volvería»… para evitar la simple mención de la
muerte.
Pedro Salinas definió que nuestra cultura mediterránea
integra la muerte con la vida y que esto no supone ninguna «negrura» especial.
Todo lo contrario: saber que vamos a morir añade sabor a lo que vivimos…
3/ Politización
general. Aunque se predijo el ocaso de las ideologías, la realidad es que, aquí
y ahora, todo se politiza abusivamente. Acaba de denunciar Pérez-Reverte que
«en España, hay necesidad de que tomes partido, todos debemos ser militantes de
algo y eso es peligrosísimo». ¿De dónde nace esto? De incultura, de inmadurez
democrática. ¿A dónde conduce? Al sectarismo.
En Francia, la disputa sobre los toros no es política. En
España, muchos identifican la afición taurina con la derecha; el no ser
aficionados, con la izquierda. La historia y la realidad demuestran que eso no
es así: ha habido aficionados –y no aficionados– en la izquierda, la derecha y
el centro. Pero Podemos ataca a la Fiesta, el PSOE navega en un mar de
contradicciones, Ciudadanos no sabe qué decir y el PP la defiende tímidamente,
con complejos: exactamente igual que hacen en otros muchos temas.
4/ El
independentismo. Es una triste realidad, por mucho que se disfrace con otras
palabras. Para separarse de la nación que «nos roba», hay que sembrar odio. Por
eso, en el Parlamento catalán se dijo que había que eliminar todo lo que «huela
a España»: es decir, los toros. No los «correbous», aunque objetivamente son
mucho más crueles con el animal, porque esa es una «fiesta catalana» y porque
atacarlos supondría perder votos en algunas comarcas.
5/ Negar
competencias legislativas. Lo pude comprobar en la discusión parlamentaria
sobre la declaración de los toros como parte de nuestro patrimonio cultural
inmaterial: a la representante de Convergència no le importaban nada ni el toro
ni el espectáculo; lo que quería impedir, por principio, es que el Estado
central pudiese legislar algo que fuera, en Cataluña, de obligado cumplimiento.
6/ La «ingeniería
social». A partir del malhadado Rodríguez Zapatero, algunos políticos,
instalados en el buenismo progresista, pretenden cambiar la mentalidad de
nuestro pueblo, sin el menor respeto por la libertad de los individuos. Lo que
a estos políticos les gusta es lo bueno y, paternalistamente, pretenden
orientar a los pobres españoles descarriados. Un solo ejemplo reciente: como en
Zaragoza no hay problemas, al alcalde se le ocurre regular (y cobrar) las
canastillas, en la ofrenda de flores a la Virgen…
7/ Incumplir las
leyes. Ante la posibilidad de que el Tribunal Constitucional acepte un recurso,
algunos políticos catalanes se apresuran a decir que por qué se mete en ese
tema (como si no estuviera obligado a decidir si es o no procedente). Y, en todo
caso, la portavoz de la Generalitat anticipa que, si la decisión es contraria a
lo que ellos quieren, no la cumplirá. ¡Y se queda tan contenta, segura de que
no le va a pasar nada! (Ya ha sucedido así más de una vez, en otros temas).
8/ Romper lo que
nos une. Algunos políticos intentan cambiar España, despreciando lo que ha
formado parte de nuestra cultura tradicional, llámese bandera, himno, desfile
patriótico, selección nacional de fútbol, flamenco, Semana Santa, zarzuela,
toros…
Así pues, los ataques a la Tauromaquia surgen en una nación
donde algunos políticos están intentando romper los vínculos que nos unen
(comenzando por la lengua común), niegan nuestra libertad, anuncian que no
respetarán las leyes con las que no están de acuerdo… ¿No es para preocuparse,
mucho más que por las corridas?
Pero los ataques a la Fiesta son un síntoma de lo que
estamos viviendo. A Ramón Pérez de Ayala, que fue embajador de la República en
Inglaterra, le preguntó un periodista si no creía que desaparecerían los toros,
y contestó, tajante: «No. Nunca. Lo toros no pueden morir. Moriría España…».
Espero y deseo no verlo.
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