Hechuras preciosas y soberbio
estilo. *** Perera, el decano de la terna de matadores extremeños, se siente a
gusto. *** Desigual y poco propicia corrida de Daniel Ruiz. *** Mal librado en el
sorteo Garrido. *** Decisión, ilusión y entrega de Ginés Marín.
BARQUERITO
LOS CINCO TOROS de Daniel Ruiz que pasaron reconocimiento
fueron de traza, remate y trapío muy dispares. Los dos últimos, protestados de
salida solo por dar en el registro los quinientos kilos justos. Eran del
primitivo tipo culopollo de Jandilla. Como el que acababa de ser arrasado, el
cuarto, fue de los de romper la báscula –580 kilos, mucha culata, la badana
curtida propia de los cinqueño-, el contraste se hizo notar. No es que
estuvieran demasiado bien hechos los dos protestados –acodado el sexto, sin
plaza el quinto- pero al salir a escena parecieron de otra corrida.
Cuarto y sexto, sin embargo, lucieron casi idéntica pinta. Castaños lombardos. Carifoscos y ojalados, la mancha oscura en los carrillos, la frente lavada, pálido el hocico. Como hermanos, pero en muy distinta la escala. Es pinta clásica y habitual en la ganadería de Daniel Ruiz.
El cuarto, muy cabezón, corto de cuello y colín, manseó muy
en serio. Es decir, escarbando con aire fiero, arreando después de haberse
frenado, renegado y escupido en estampida del caballo, y de amenazar desde el
primer rebote con irse adonde fuera. Los mansos encastados, o los encastados
mansos, suelen ser espectaculares y este cuarto, con su brusco halo, y su
manera de volver contrario y de soltarse a toda pastilla tras solo el primer
viaje de vuelta, no se paró ni para tomar aire. Lo más problemático fue prenderle
banderillas, por crudo y por lo que arreaba antes de la reunión y todavía más
después. Persiguió a Guillermo Barbero pero no tanto como a Curro Javier, que
puso dos pares de soberbio mérito.
Una paradoja: como se abría tanto, no fue problemático.
Perera se estuvo pensando si perseguirlo
hasta sujetarlo y forzarlo o dejarlo plantarse en su querencia. Rareza mayor:
fue toro de querencia desconocida, no marcada, probablemente por corraleado. En
las rayas, justo enfrente de toriles, y en la suerte contraria lo despenó
Perera soltando el engaño para librar lo que fue ya último arreón.
Esa prenda se había emparejado en lote con un bello burraco
de La Palmosilla, bello, bravo y bueno, que completó corrida. Escaparate
impecable. Hechuras de embestir por derecho, y así fue. Galope vivo y rítmico
de salida, son en banderillas, fijeza en la muleta hasta casi el final de una
abundante faena de Perera. Y el casi porque en la última de las seis o siete
tandas, abierto por la mano izquierda, pareció el toro dejarlo ya. Pero no lo
dejó.
Cuesta creer que se haya quedado en el campo hasta mediados
de octubre un toro de tal estilo. El estilo lo llevaba puesto encima, no había
ni que descifrarlo. Por si había alguna duda, la sola aparición por la puerta
de toriles: no pidiendo guerra, sino presto y dispuesto. En el recibo de
Perera, lances en línea, y en un alambicado quite de Garrido por faroles y
caleserinas. Y en banderillas: pies y entrega. Una faena bastante redonda, de
trazo largo el toreo con la diestra, más rehilado que ligado las más veces. El
aire severo tan propio de Perera, pero tras un arranque de riesgo en los
medios, de largo, a pies juntos tanto en el cambiado por la espalda de apertura
como en los siete muletazos que cosidos con el primero vinieron luego. Al toro
le costó un poquito más venirse por la mano izquierda, perdió gas la faena, no
volumen, ni ajuste ni firmeza.
Hubo un segundo toro de La Palmosilla. Pero no se contaba
con él. Primer sobrero. Le llegó la hora porque el primero del desfile de
Daniel Ruiz fue devuelto por lastimarse. Nada que ver el sobrero con el
titular. El mismo hierro y la misma divisa, sí, pero el sobrero, negro mulato,
se soltó ya en varas, respondió en un breve y fino quite de Ginés Marín por
saltilleras y no vino por abajo ni una sola vez sin rechinar. Un aire manso que
se tradujo en una voltereta brutal cuando Garrido pretendió descararse o
confiarse. Después de la cogida, se rajó el toro sin más.
De los cuatro toros de Daniel Ruiz, el tercero, remangado y
descarado, bajo de cruz, fue el mejor hecho y, sin contar los arreones del
cuarto, el que más se movió. Salió de la primera vara dolido pero humillando,
Perera quitó por tafalleras, chicuelinas y revolera y Ginés abrió faena de
largo y en el platillo con una arrucina de rodillas, un natural empalmado en el
viaje de vuelta, dos más ya en pie y el de pecho. Gran ruido. Ese comienzo
arrollador contó más que tres tandas sucesivas bien tiradas, graciosa la
composición, bueno el hilván. El toro no rompió como había apuntado. Cada vez
más cortas las embestidas, cada vez más encima Ginés, dos quedadas del toro en
las zapatillas, un par de derrotes de aviso. Un final por manoletinas y una
estocada caída.
Rebrincado, escarbador y desganado, el quinto pegó taponazos
nada más. Solo un trámite llevadero para Garrido. Mugió y se dolió el sexto,
que llegó a casi sentarse. Sin golpe de riñón, tiró por eso no pocos gañafones
como navajazos. Muy entero Ginés, despacioso y tan airoso como suele. Hasta que
se sucedieron dos desarmes y el toro empezó
a revolverse y defenderse. Una estocada, dos descabellos.
POSTDATA PARA LOS
ÍNTIMOS.- La gran vista panorámica de Zaragoza es la del paisaje que
hace trescientos cincuenta años más o menos pintó Juan Bautista del Mazo, el
yerno y discípulo de Velázquez. El cuadro está en el Prado y bien puesto y
lucido. En una pared del zaguán del Museo Goya se ha colgado una reproducción
con el mismo espíritu didáctico del resto del museo. Con un sistema de flechas
se van reconociendo las torres y los lugares mayores de la Zaragoza de la
primera mitad del siglo XVII. La perspectiva está tomada desde el otro lado del
río, el arrabal de la margen izquierda del Ebro. No estaba construido todavía
el gran templo del Pilar con sus torres, que todo lo devoran, pero estaba, a cambio,
la Torre Nueva, inclinada como las de Bolonia, y todas las joyas mudéjares: la
Magdalena, San Gil, San Pablo y la Seo o el Salvador. El paisaje de Del Mazo
hace justicia al perfil de la ciudad: la retrata pero la pinta. El cielo es
velazqueño. En primer plano, una frondosa ribera. La arboleda de ahora es casi
la misma. Desde la entrada del famoso Puente de Piedra se tiene ahora la mejor
perspectiva del Pilar, que oculta al resto de la ciudad. La arboleda fue una
fosa común para los muertos de la terrible guerra de 1808. Como hay ciudadanos
franceses delante, me ahorro los comentarios. El mariscal Suchet fue durante
cinco años una especie de virrey napoleónico en la Zaragoza francesa, digamos.
Tanto tiempo oyendo hablar de los héroes, y las heroínas, de los dos sitios
sangrientos de la ciudad, de muertes y castigos de indescriptible crueldad, y
pasó que, terminado el sitio, la corte de Suchet fue una especie de paraíso. En
la exposición sobre Pignatelli, en el Patio de la Infanta, se trata por extenso
la historia de esa corte paralela donde el propio Goya se dejo ver. Larga
historia.¿Las farolas del Puente de Piedra? Ejem, pues, o sea... Los grafiteros
vandálicos las tienen muy castigadas. Mejor cruzar el puente sin reparar en las
farolas. O hacerlo de noche cuando solo se distingue la luz.
FICHA DEL FESTEJO
Cuatro toros de Daniel Ruiz
y dos -1º, que completaba corrida, y 2º bis, sobrero- de La Palmosilla (José Núñez Cervera).
Miguel Ángel Perera, una oreja y silencio.
José Garrido, silencio tras aviso y silencio.
Ginés Marín, saludos y ovación.
Buenos pares de Javier Ambel,
los dos hermanos Amores, Curro Javier
y José María, y Jesús
Fini a primero, cuarto, quinto y sexto respectivamente.
Viernes, 14 de octubre de 2016. Zaragoza. 7ª del Pilar. 6.000 almas.
Otoñal. Cerrada casi del todo la capucha de cubierta. Ambiente cargado y muy
ruidoso. Dos horas y veinte minutos de función.
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