SALVADOR BOIX
Diario ELMUNDO de
Madrid
Llegó por fin la sentencia del Tribunal Constitucional que
anula la prohibición de 2010 del Parlament de Cataluña contra los toros. En
términos democráticos, la primera valoración de la sentencia no puede ser más
que positiva, en tanto restablece el marco legal para que el ciudadano, en
libertad, decida si va o no a los toros.
En términos legales, la sentencia deja claro que la
prohibición no se ajustaba a la Constitución que, a día de hoy, sigue siendo la
norma de todas las normas de convivencia también en Cataluña. Aquel Parlament
que con sus 68 votos a favor y 55 en contra se puso la ley por montera y se
saltó a la torera el marco legal que le legitimaba no tenía -ni tiene-
competencias para impedir la normalidad taurina catalana.
Quedando clara, pues, la victoria moral de quienes ya en su
día defendimos la ilegalidad de la maldita prohibición, el escenario que se le
presenta a una hipotética vuelta de las corridas de toros a Barcelona. La
Monumental es la única plaza operativa para tal fin en Cataluña y es, cuanto
menos, complejo.
La iniciativa le corresponde ahora a la propiedad de la
Monumental, concretamente al representante de la segunda generación Balañá al
mando, don Pedro Balañá, el dueño. Es conocido el precario estado de salud del
patriarca, como lo es su intención decidida a volver a dar toros en Barcelona,
pese a las dudas de sus descendientes, al frente de un imperio en teatros,
cines y propiedades varias. No debe extrañar ninguna de las dos posturas: don
Pedro le debe su vida entera y su fortuna a los toros y parece que quiere darse
el gusto antes de dejar este mundo; sus herederos, alejados de lo taurino desde
2007, quieren seguir amasando billetes tranquilamente en Barcelona por largo
tiempo a costa de sus otros intereses, legítimos, que podrían verse
contaminados, incluso comprometidos en un clima político y social más bien
adverso a los toros.
En menos de dos horas tras hacerse pública la sentencia del
TC, 90 diputados, 135 del Parlament, el Govern y el Ayuntamiento de Barcelona
ya expresaron ayer su determinación para tratar de impedir política y
administrativamente el regreso de las corridas a Cataluña. Contarán como es
costumbre con la artillería pesada mediática y pública, a su servicio para
salvaguardar el pensamiento idealopático que impera en Cataluña y que mediatiza
casi todos los aspectos de la vida real. Con lo cual, una hipotética decisión
de Balañá de tirar pa'lante y anunciar una corrida, ya sea directamente o vía
empresario interpuesto, nos pone ante un escenario de puro rock & roll.
Se prevén presiones y acciones cruzadas, tanto políticas
como populistas, desde diversos frentes que van a afectar a una sociedad
catalana que el mundo entero podrá visualizar polarizada como nunca antes se
vio. Unos, acogidos a la legalidad vigente con sus aliados en toda España arropándoles
y con PP y Ciudadanos rentabilizando la jugada. Enfrente, otros, afectos al
régimen soberanoanimalista imperante que no reconoce el marco legal español y
que, vía toros, manifestarán su indignación, incluso su intención de
desobedecer.
Podría ocurrir incluso, Dios no lo quiera, que desde los
toros se organice la gran revuelta catalana, a modo de lo de 1835, cuando las
hordas salieron de la plaza de toros de La Barceloneta para quemar conventos.
Podría suceder, Dios nos ampare, que a partir de la vuelta a la normalidad
taurina, el independentismo animalista indignado e inflamado se armara de valor
y de una vez acabara con la opresión española y de su TC que no reconoce las
competencias del Parlament y proclamara solemnemente la independencia desde el
huevo modernista de La Monumental.
Mirando a la calle, juraría que en Cataluña, en la Cataluña
de hoy, no hay demasiados ciudadanos dispuestos ni -aún menos- con el valor
torero suficiente para llevar a término nada serio si de rupturas serias se
habla, más allá de utilizar cobardemente el toro como símbolo, una vez más,
alentados por una mediocre clase política liderada por idealópatas desbocados.
La visualización cruda de una realidad social enfrentada,
con los toros de fondo, a nadie beneficia. Tampoco al llamado procés de
desconnexió, invento que se jacta de la necesidad de un nuevo país socialmente
rico, libre y justo, culturalmente integrador y moralmente insuperable.
Más acorde con la pacífica realidad catalana, más sensato
socialmente, incluso más inteligente políticamente, sería dejar que la fiesta
transcurriera en paz y armonía, sin interferencias políticas interesadas. Como
si viviéramos en un país civilizado y normal donde los ciudadanos gozaran de
libertad para asistir a espectáculos legales.
Todo lo antedicho en el bien entendido de que Balañá
renuncie a reclamar el lucro cesante que le corresponde por los últimos seis
años de prohibición y se decida a anunciar de nuevo toros en Barcelona, cosa
que está por ver, que la pela es la pela. Eso les reclama la afición y quien
firma, en honor a nuestra historia común.
Y, caso que los toros no interesen en Cataluña, cosa que
está por ver, lo sano, justo y legal sería dejarlos morir por sí mismos entre
la minoría taurófila que los adora y los sostiene.
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