viernes, 21 de octubre de 2016

ESPAÑA - No quieren ni dejarnos morir (días de Rock & Roll)

SALVADOR BOIX
Diario ELMUNDO de Madrid

Llegó por fin la sentencia del Tribunal Constitucional que anula la prohibición de 2010 del Parlament de Cataluña contra los toros. En términos democráticos, la primera valoración de la sentencia no puede ser más que positiva, en tanto restablece el marco legal para que el ciudadano, en libertad, decida si va o no a los toros.

En términos legales, la sentencia deja claro que la prohibición no se ajustaba a la Constitución que, a día de hoy, sigue siendo la norma de todas las normas de convivencia también en Cataluña. Aquel Parlament que con sus 68 votos a favor y 55 en contra se puso la ley por montera y se saltó a la torera el marco legal que le legitimaba no tenía -ni tiene- competencias para impedir la normalidad taurina catalana.

Quedando clara, pues, la victoria moral de quienes ya en su día defendimos la ilegalidad de la maldita prohibición, el escenario que se le presenta a una hipotética vuelta de las corridas de toros a Barcelona. La Monumental es la única plaza operativa para tal fin en Cataluña y es, cuanto menos, complejo.

La iniciativa le corresponde ahora a la propiedad de la Monumental, concretamente al representante de la segunda generación Balañá al mando, don Pedro Balañá, el dueño. Es conocido el precario estado de salud del patriarca, como lo es su intención decidida a volver a dar toros en Barcelona, pese a las dudas de sus descendientes, al frente de un imperio en teatros, cines y propiedades varias. No debe extrañar ninguna de las dos posturas: don Pedro le debe su vida entera y su fortuna a los toros y parece que quiere darse el gusto antes de dejar este mundo; sus herederos, alejados de lo taurino desde 2007, quieren seguir amasando billetes tranquilamente en Barcelona por largo tiempo a costa de sus otros intereses, legítimos, que podrían verse contaminados, incluso comprometidos en un clima político y social más bien adverso a los toros.

En menos de dos horas tras hacerse pública la sentencia del TC, 90 diputados, 135 del Parlament, el Govern y el Ayuntamiento de Barcelona ya expresaron ayer su determinación para tratar de impedir política y administrativamente el regreso de las corridas a Cataluña. Contarán como es costumbre con la artillería pesada mediática y pública, a su servicio para salvaguardar el pensamiento idealopático que impera en Cataluña y que mediatiza casi todos los aspectos de la vida real. Con lo cual, una hipotética decisión de Balañá de tirar pa'lante y anunciar una corrida, ya sea directamente o vía empresario interpuesto, nos pone ante un escenario de puro rock & roll.

Se prevén presiones y acciones cruzadas, tanto políticas como populistas, desde diversos frentes que van a afectar a una sociedad catalana que el mundo entero podrá visualizar polarizada como nunca antes se vio. Unos, acogidos a la legalidad vigente con sus aliados en toda España arropándoles y con PP y Ciudadanos rentabilizando la jugada. Enfrente, otros, afectos al régimen soberanoanimalista imperante que no reconoce el marco legal español y que, vía toros, manifestarán su indignación, incluso su intención de desobedecer.

Podría ocurrir incluso, Dios no lo quiera, que desde los toros se organice la gran revuelta catalana, a modo de lo de 1835, cuando las hordas salieron de la plaza de toros de La Barceloneta para quemar conventos. Podría suceder, Dios nos ampare, que a partir de la vuelta a la normalidad taurina, el independentismo animalista indignado e inflamado se armara de valor y de una vez acabara con la opresión española y de su TC que no reconoce las competencias del Parlament y proclamara solemnemente la independencia desde el huevo modernista de La Monumental.

Mirando a la calle, juraría que en Cataluña, en la Cataluña de hoy, no hay demasiados ciudadanos dispuestos ni -aún menos- con el valor torero suficiente para llevar a término nada serio si de rupturas serias se habla, más allá de utilizar cobardemente el toro como símbolo, una vez más, alentados por una mediocre clase política liderada por idealópatas desbocados.

La visualización cruda de una realidad social enfrentada, con los toros de fondo, a nadie beneficia. Tampoco al llamado procés de desconnexió, invento que se jacta de la necesidad de un nuevo país socialmente rico, libre y justo, culturalmente integrador y moralmente insuperable.

Más acorde con la pacífica realidad catalana, más sensato socialmente, incluso más inteligente políticamente, sería dejar que la fiesta transcurriera en paz y armonía, sin interferencias políticas interesadas. Como si viviéramos en un país civilizado y normal donde los ciudadanos gozaran de libertad para asistir a espectáculos legales.

Todo lo antedicho en el bien entendido de que Balañá renuncie a reclamar el lucro cesante que le corresponde por los últimos seis años de prohibición y se decida a anunciar de nuevo toros en Barcelona, cosa que está por ver, que la pela es la pela. Eso les reclama la afición y quien firma, en honor a nuestra historia común.

Y, caso que los toros no interesen en Cataluña, cosa que está por ver, lo sano, justo y legal sería dejarlos morir por sí mismos entre la minoría taurófila que los adora y los sostiene.

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