El
torero de Arles marca la diferencia con un descarado cinqueño del hierro de
Toro de Cortés tratado con autoridad. *** Corrida ofensiva de Victoriano del
Río. *** Solo un tercer toro de hechuras y nota buenas.
David Mora |
BARQUERITO
LOS
DOS TOROS más ofensivos de la corrida de Victoriano del Río se abrieron en
lotes distintos. Cinqueños los dos. Segundo y cuarto. El uno, negro salpicado,
ancho balcón y veleto, badanudo, aire de toro viejo, solo pegó cabezazos.
Embestir a golpes. Defendiéndose o protestando. Estuvo encelado con el caballo
de pica vuelto y pareció entonces lo que no era. El apretón al caballo fue de
dolerse. El Fandi prendió tres celebrados pares –el violín cuenta como par sin
serlo en puridad- y todo fue, luego, un afán ingrato. Antes de pararse, el toro
se rebrincó. Y antes de pararse y rebrincarse, topó.
El
otro cinqueño, del hierro de Toros de Cortés, tuvo todavía más cara. Cornipaso
y vuelto. Sacudido y largo, corto de manos, ni bien ni mal hecho. La primera
impresión fue como la del toro del aguardiente. Frío y acalambrado de salida, un
trotecillo borriquero después de varas –en las dos sonaron como campanas
lejanas los estribos del caballo de Puchano-, un equilibrio solamente regular.
Sereno y entero, Juan Bautista se estiró en sobrios lances limpios y bien
volados antes de verse más nada. La brega de Rafael González –con los vuelos
del capote- fue sobresaliente. Algo celoso, el toro apretaba para adentros,
parecía medir.
La
solución llegó enseguida. En tablas, en el mismo terreno donde Rafael González
había fijado al toro, Juan Bautista abrió con una tanda de tanteo y segundo
asiento. Un manojito de muletazos de calidad, preludio de lo que iba a ser la
faena de la tarde. Por armonía, temple y compás. Por su firmeza, autoridad y
criterio. Ni un muletazo de más ni de menos. Pura precisión, los brazos
sueltos. Tres tandas cortas y ligadas con la diestra, el toro traído siempre
por delante, dominado un ligero punteo que delataba la justeza de fuerzas.
El
trato tan suave fue para el toro como un bálsamo. Lo fue también el ritmo de la
faena, sin cortes ni pausas ni tiempos muertos. Faena con sorpresa porque casi
nadie había reparado en que la mano buena del toro era la izquierda. La de más
humillar y mejor darse, y darse con nobleza. Y por ahí rompió en son mayor la
cosa. La gente estaba encogida. Pero dos tandas de naturales ajustados,
enroscados y ligados con rigor rompieron el hielo. La joya de la corrida. Nadie
había toreado al natural tan bien en toda la semana. Después llegó una tercera
tanda, abierta con un cambiado por la espalda, salpicada antes del remate de
pecho por un molinete puro y de alta escuela.
Y
después preparativos para un propósito habitual en el toreo de Juan Bautista,
que decidió recibir el toro con la espada. En los medios perdía la mirada el
toro y lo cerró a las rayas. Muy pendiente el toro del torero, no le dejó meter
el brazo en la reunión y lo desarmó. Un metisaca. Y al rato, entrando por
derecho Juan Bautista, una estocada caída, ladeada y sin muerte. Un aviso. Dos
descabellos. Sin premio mayor un trabajo tan refinado. De los que no suelen
verse con toros de tanta envergadura y tal edad. Le faltaban días para cumplir
los seis años.
El
toro mejor de los seis fue el tercero, menos cara que los demás, la cuerna tan
reunida que llegó a meter la cabeza entera por el hueco de un burladero. Bien
armado. Metió los riñones al pelear en varas, recargó en la segunda y quiso en
la muleta a todo y donde fuera. Briosa nobleza. Una larga faena de David Mora,
abierta en pausas y paseos gratuitos. Solo que cada vez que volvía al tajo, el
toro lo esperaba con cara de bueno como las de los perritos golosos.
Repeticiones casi a resorte que consintieron tandas profusas. Toreo rehilado
pero no ligado, a suerte no siempre cargada, muchos muletazos mirando al
tendido y haciendo casi un guiño. Más ligera que de fondo la cosa toda, la idea
y la ejecución. El toro que nunca espera nadie encontrarse a final de año. Una
estocada muy trasera, el toro se dio una vuelta completa al anillo pero sin
barbear las tablas, un aviso, dos descabellos.
Tres
toros más y ninguno bueno. El primero, geniudo, cortó en banderillas, embistió
más con el cuello que con los riñones. Una prenda. Juan Bautista lo trató con
mimo parecido al que iba a gastarse luego. Faena sencilla, breve, segura. Un
pinchazo, una buena estocada. El quinto, bizco y abierto, galopó en
banderillas. Había sangrado en dos varas, pero sacó en la muleta violento
estilo. No dejó de pegar taponazos. Áspero, se soltaba. El sexto, de fea traza,
escarbó y oliscó, no humilló ni en un solo viaje, arreó de manso en
banderillas, topó en la muleta. Un empeño porfión de David Mora. Apoyó la
gente. El público del día del Pilar en Zaragoza ya no es el que era. Era muy
exigente. Y ya no.
POSTDATA PARALOS ÍNTIMOS.- La indumentaria de gala es en Aragón
muy rica y variada. Se lleva la palma la gente del norte, de los valles
inaccesibles, Echo -sin hache- y Ansó, y el Pirineo todo. Los folcloristas
tienen estudiadísimo el vestuario. Hay piezas de museo que se guardan como
tesoros. Y para esta mañana, en la ofrenda de flores que peregrina desde la
Plaza de Aragón hasta el Pilar, daban lluvia.Seis meses sin llover y hoy
precisamente. Un traje de dama ansotana no tiene precio. No cabe dejarlo
empaparse. Como si hubiera goteras en el Prado.
Pero
no ha llegado a llover.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Victoriano del Río. Cuarto y quinto, con el hierro de Toros de Cortés.
Juan
Bautista, silencio y saludos tras un aviso.
El
Fandi, silencio tras un aviso y división.
David
Mora, oreja tras un aviso y ovación.
Brega notable de Rafael González.
Miércoles, 12 de octubre de 2016.
Zaragoza. 5ª del Pilar. 4.000 almas. Tarde templada, amenaza de lluvia. Cerrada
la capucha de cubierta. Dos horas y veinticinco minutos de función.
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