Toros muy astifinos de variado
remate –muy lindas hechuras de los solo tres cárdenos del envío- y de conducta
encastada y noble. Una tanda de Rafaelillo, torería de Ricardo Torres, sitio y
firmeza de Alberto Álvarez.
Rafaelillo |
BARQUERITO
Foto: EFE
DOS TOROS DE LA hermosa corrida de La Quinta, primero y
tercero, llevaba el mismo nombre: «Buenasnoches», todo junto. Serían de la
misma reata. El primero, cinqueño, a menos de un mes de cumplir los seis años,
fue de trapío sobresaliente. Por hondo y astifino. La hondura en Santa Coloma
se traduce en una estampa temible. Fue el toro de más peso de la corrida. 562
kilos en báscula. El de más peso y el más difícil de los seis. La edad se
tradujo en listeza.
El toro se enteró enseguida, escarbó, se escupió del primer
puyazo, se blandeó y cabeceó en el segundo pero sin salirse suelto, apretó en
banderillas y al cabo de seis buenos muletazos de tanteo de Rafaelillo se puso
pegajoso. En tablas y en el tercio, en cualquier terreno sembraba emoción. No
por incierto sino por listo. La listeza de frenarse y regatear con viveza, de
no pasar más allá de las zapatillas. No fue toro avieso ni artero, pero sí
bélico. Oficio de Rafaelillo para sujetarse y esgrimir sin ahogarse. Marcó
territorio el toro. Rafael también. Una estocada tendida y trasera, cuatro
descabellos.
El segundo «Buenasnoches» fue el más liviano de todos y,
dentro de una corrida tan bella, uno de los dos de mejor remate y uno de los tres
de mejor nota. Cárdeno claro, calcetero, gargantillo y rabicano, bragado tan
corrido que casi berrendo. Tan astifino como los demás. Briosa salida, y la
sorpresa de ver a Alberto Álvarez, el torero de Ejea de los Caballeros,
plantarse de hinojos en tablas para librar dos airosas largas cambiadas, y
seguir entre rayas luego con lances templados y revolados, capote de buen
tamaño pero bien domado. Toro bravo en el caballo, pronto en banderillas y en
los cites a distancia, algo alta la cara en los cites en corto, serio y noble.
Firme y entonado Alberto, que abrió en el platillo en cite de aliento, las
zapatillas metidas dentro de la montera vuelta en el piso. Una faena de buena
resolución. Muletazos templados, al aire del toro y sin violentarlo. Conjunción
armoniosa. Tandas de cuatro y dos de broche. Una serie de manoletinas antes de
la igualada. Por primera vez se arrancó la banda, que llevaba muy ensayado un
repertorio de solo piezas del maestro Abel Moreno. “Jabugo” sonó entonces. Un
pinchazo, estocada trasera, tres descabellos.
Entre los dos galanes homónimos se jugó un toro «Bailaor»
negro entrepelado, degollado y sacudido, goterón de Saltillo. Elástico, ágil,
más peleón que entregado en el caballo de Rafael Sauco –excelente jinete-, el
toro tomó con ganas el capote de Alberto Aguilar en un logrado quite por
crinolinas, tan raras de ver. Ricardo Torres brindó al público. Lo vería claro.
Se arrepentiría al cuarto muletazo. Muy a su aire, se metió el toro dos veces y
desistió el torero zaragozano. La espada sin más dilación. Una estocada.
Salieron buenos los tres toros de la segunda parte. Negros
cuarto y sexto, muy bien hechos. Cárdeno lucero el quinto, veleto y astifino,
un cromo. En las tres faenas volvió a sonar la música de Abel Moreno: “Encinasola”,
“Paco Ojeda” y, naturalmente, “Dávila Miura”. En el intermedio, “Zalamea la
Real”. Un concierto, muy afinada la orquesta.
Al cuarto toro no bastaba con tocarlo, sino que había que
traerlo enganchado. Cuando lo enganchó, Rafaelillo cuajó una tanda excelente con
la izquierda. La joya de la tarde. Pero solo una tanda. Humilló el toro, pero
se rebrincó también. Pedía trato suave. Un metisaca.
Tuvo su carga emotiva ver a Ricardo Torres torear de capa al
quinto de salida con cuatro verónicas clásicas, de buenos brazos y rico compás,
y media de remate. Y más emoción verlo arriesgar y componer con naturalidad en
una faena calmosa con su carga de torería. Faena sin mayor vuelo, de torero de
vuelta que ha toreado muy poquito, pero de carga sentimental: la forma de citar
y reunirse, el ajuste propio, engaño pequeño, jugando entre la media altura y
la mano baja. Hasta que dio el toro en soltarse y distraerse como buen
santacoloma cuando la faena gana metraje pero no fondo. Un cabezazo, un
desarme, una estupenda estocada. La dignidad.
Al sexto lo volvió a saludar Alberto Álvarez de rodillas en
tablas con larga cambiada. Prueba de seguridad y no tanto un alarde. Un galleo
por chicuelinas, cierta autoridad. Torero con sitio. Brindis a Simón Casas y
Nacho Lloret, empresario y gestor de la plaza. Para agradecer tal vez el
detalle de haber recurrido a un torero del país, como él. Palabra empeñada y
cumplida. Aunque noble, embestidas encarriladitas, casi golosas, el toro se
distraía con el vuelo de una mosca –la gente que se mueve en los tendidos
iluminados por los focos, puntas de capote, una voz del callejón- y, sin dejar
de estar vivo, se fue apagando. Firme Alberto, un punto plana, larga y a menos
la faena. No entró la espada, marró el puntillero, se acabó levantando dos veces
el toro, que salió de tablas hasta casi la raya en larga agonía. La casta.
Postdata para los
íntimos.- Aquella embajada de pescaditos de Cádiz y otras delicias que
había en las cercanías de la plaza de San Francisco se ha deteriorado en apenas
un año casi tanto como solían las embajadas cuando los paises representados
entraban en conflicto o no había dinero para sostener el tipo. O como las
cretonas de un viejo sofá. ¿Marisco? No me va. Y estos días en Zaragoza lo hay
en abundancia y parece que de mejor cara. No le mires el precio al langostino,
sino la tersura de la antena y el brillo de la cáscara.
En el mostrador de barra, unos pinchos de pulpo revenido,
anchoas en salmuera muy resecas, tristes gambas, una enladrillada tortilla, los
huevos y las huevas, traicionera mayonesa y una triste piriñaca. Las fotos del
Cádiz en blanco y negro de hace medio siglo, si. Poca gente en las mesas altas
de salón. Entraba una luz de otoño que casi Cádiz. Casi. Mucha gente en la
terraza, Pijotas no hay, Solo en temporada. El adobo, solo en medias raciones.
No es de ley entrar en una freiduría y que no huela a pescado ni a mar. Salidas
de humo, vale, pero no tanto. En Zaragoza hay un museo del fuego y los
bomberos.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de La Quinta
(Álvaro Martínez Conradi).
Rafaelillo, palmas y pitos y silencio.
Ricardo Torres, pitos y saludos.
Alberto Álvarez, saludos y palmas tras aviso.
Domingo, 9 de octubre de 2016. Zaragoza. 2ª del Pilar. 2.500 almas.
Templado, primaveral. Plegada la capucha de cubierta. Dos horas y cinco minutos
de función.
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