Tres toros de carril. Toreo de
capa y una faena de Morante de extraordinario compás. Talavante desatado,
templado e imaginativo. Padilla arrollador después de superar una cogida
alarmante sin consecuencias.
BARQUERITO
PRIMERO PINTARON BASTOS. Padilla, recibido una vez más como
héroe en Zaragoza, se plantó de rodillas en la segunda raya para esperar a
porta gayola al primer toro de Cuvillo. Probablemente deslumbrado, el toro no
hizo por el vuelo del capote en larga, arrolló y pareció pisarle la cabeza a
Padilla. Cuando se incorporó, Padilla se echó mano al ojo derecho con gestos de
alarma y dolor. Sujetó al toro junto a un burladero Daniel Duarte.
En el burladero opuesto se vivieron momentos de
incertidumbre. La gente estaba asustadísima. Padilla se deshizo de las
asistencias y apareció de pronto por la boca de la tronera. Pero se le doblaron
las piernas y cayó sin sentido a la arena. Se lo llevaron a la enfermería. A
mitad de festejo corrió la voz de que el trastazo o pitonazo en sien y zona
ocular no había hecho carne. Y que Padilla saldría para su segundo toro.
Padilla volvió a aparecer por el callejón de vuelta de la
enfermería justo cuando Morante, gesto de satisfacción, sonrisa de oreja a
oreja, acababa de pegarse una vuelta al ruedo de las de antes y de las de
verdad: el capote recogido en el brazo, prendas y más prendas devueltas una por
una, flores, un ramo de olivo también. En el clima de clamor que acompañó a
Morante se abrieron paso algunos discrepantes. Los que protestaron la justeza
de fuerzas del quinto toro de Cuvillo y tal vez su exceso de sumisa bondad.
Cuvillo echó tres toros de caramelo. Con el común de la
dulzura y la nobleza, fueron de distinto sabor. Se abrieron en lotes distintos.
Sería consejo atendido del ganadero. El primero de Talavante, que hizo segundo
de corrida; el segundo de Morante, quinto del sorteo; y el que Padilla se
guardó después de correrse turnos. Un sexto que fue, con diferencia, el toro de
la tarde y, en la estirpe Domecq, el toro de la feria. Más que los dos toros de
esa sangre mejor puntuados de la semana: el burraco de La Palmosilla del día 14
y el cuarto de Juan Pedro del día 11.
El de Talavante, rechonchito y colorado como un gran juguete
de peluche, fue un bombón. De sorprendente resistencia, aguantó sin duelo casi
medio centenar de viajes, por una mano y por otra, en línea o en rosca, por
alto, por bajo y en la media altura, el natural juncal, el redondo de
desmadejada apariencia pero rematado atrás, los molinetes de remate y hasta una
tanda de manoletinas. Talavante, en los medios de largo para abrir con un
temerario cambiado por abajo y por la espalda, fue muy dueño del espacio y los
pocos terrenos donde se estuvo el toro tan dócilmente. Una estocada
desprendida.
El toro de Morante tuvo más ritmo que el de Talavante pero
mucha menos fuerza. Llegó a rodar bajo el caballo de pica y a punto estuvo de
ser aplastado por él. Algo insólito. Un morrillo como un montoncito de crema.
Un galope templado y no encendido. Pegado a tablas, Morante le sacó de salida
los brazos sin esperar a nada. A pies juntos los lances de recibo, revolados en
cresta de ola. Y entre rayas y el tercio, casi seguido, cuatro verónicas a
suerte cargada de clamoroso garbo y media dibujada a pulso en un rizo.
A pesar de la flaqueza del toro tras la segunda vara, Talavante
salió a quitar. La capa de Morante le había arrebatado de golpe lo que venía
siendo, hasta entonces y sin contar el percance de Padilla, su protagonismo
exclusivo. Un quite por verónicas someras pero ampulosas. No resistió la
comparación. Por si acaso, Morante replicó: dos chicuelinas volátiles y
rancias, y dos medias de ajuste mayúsculo, tanto que la segunda se saldó con un
desarme. Y, en fin, una faena, luego, que fue delicia para la vista.
Ejemplo inimitable del toreo de compás en todas sus
versiones posibles: en los ayudados por alto o por bajo, en el toreo a pies
juntos o a compás abierto, en redondo o no, con la mano izquierda y el cuerpo
abombado como en las estampas antiguas, en desmayo absoluto cuando hubo que dar
al toro aire y traérselo como de la mano, en un sorprendente final de pitón a
pitón, pero no de castigo sino para secarle al toro el sudor de la frente. Una
estocada sin puntilla.
El de la vuelta de Padilla a escena fue el más completo de
los tres cuvillos de carril. Colorado casi melocotón, calcetero, chatito. El
gateo vivo propio de los toros de clase. Una fijeza de bravo y no solo de toro
automático. Padilla le hizo de todo un poco: largas cambiadas de rodillas en el
recibo de capa, tres pares de banderillas jaleados como hazañas y una faena de
muchísimo aparato, muchos gestos y paseos, molinetes, molinillos, circulares en
la suerte natural y en la contraria, de rodillas o en pie, el cartucho de
pescado en los medios, un desplante doble –de frente y de rodillas, sin
trastos- y esa ebriedad que destilan los toreros que se han librado por milagro
de un trance. Una estocada.
Pasó, además, que Talavante se creció con el cuarto, que fue
noble pero no venía solo. Se le paró dos veces. Ni un parpadeo de Alejandro,
insultantes la seguridad, el descaro y el desparpajo, la soltura de brazos, la
firmeza, el aguante, sus improvisaciones, el ensamblaje heterodoxo del molinete
con el de pecho, las variaciones mexicanas, el acople y la verticalidad.
Morante tiró por la calle de en medio con un sobrero distraído de Garcigrande.
Al toro que cogió a Padilla le dio buen trato. Hasta que el toro punteó por
falta de entrega y poder.
FICHA DE LA CORRIDA
Cinco toros de Núñez del Cuvillo
y un sobrero -3º bis- de Garcigrande
(Concha Escolar).
Juan José Padilla, cogido por el primero y oreja del sexto.
Atendido de un varetazo en la mejilla, salió para lidiar el sexto.
Morante de la Puebla, silencio en el del percance de Padilla,
bronca y una oreja.
Alejandro Talavante, una oreja y oreja tras un aviso.
8ª del Pilar. Lleno de No hay billetes. 10.300 almas. Primaveral,
ambiente cargado de humo y ruidosísimo. Plegada la cubierta a modo de
respiradero. Dos horas y veinticinco minutos de función. Se ovacionaron con
fuerza y se subrayaron con un coro de “¡Libertad, libertad!” las pancartas
reivindicativas de la embajada anual en Zaragoza de peñas y aficionados de
Cataluña.
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