lunes, 10 de octubre de 2016

LA HORA DE LA VERDAD - El toro de Madrid no es innegociable porque este no es el toro de Madrid

ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna

Una de las cosas que más daño ha hecho a los Toros en los últimos y largos tiempos ha sido la demagogia. No la de fuera de los antitaurinos, sino la de la dentro, la propia, la de consumo interno. Madrid como plaza siempre se ha nutrido de la demagogia. Como determinada prensa taurina. Y se han retroalimentado.

A propósito del inminente aterrizaje de Simón Casas en Las Ventas ya he leído, oído, sentido, las primeras salvas de bienvenida. Por ser domingo no futbolero, la voy a poner cortita y al pie: el toro de Madrid es innegociable. Vale. Pero cuál es el toro de Madrid. Porque si el toro de Madrid se corresponde con el tipo monstrenco en la que nos hemos instalado en los años recientes, la de los pesajes bueyunos, los volúmenes inabarcables, las alzadas inalcanzables, el toro barato, el toro feo, lo que hay que hacer es precisamente lo contrario: negociar. Reconducir el debate de la seriedad del trapío a las hechuras, al toro en tipo, al que de verdad debe ser el toro de Madrid, muy lejos de corridas como la del Puerto de San Lorenzo del pasado Otoño y sus 597 kilos de media, la de Pedraza o Parladé -la locura de un juampedro con 649 y casi todos por esas cifras hasta promediar 608 kilos- del último mayo, cuando la báscula de Florito sufrió un calentamiento como el clima por los excesos del hombre.

¿El toro de Madrid innegociable? Éste no es el toro de Madrid. Agarren vídeos de los 90. Miren y celebren, por ejemplo, la épica de César Rincón del 91 ahora que es su 25 aniversario, la faena del 94 de Julio Aparicio, los seis toros del 96 de Joselito en su inolvidado 2 de mayo y comparen aquella seriedad con la desmesura en la que hemos desembocado como un río tóxico. Y todo por la contaminación de la demagogia. La misma que ahora ya anuncia que el toro de Madrid es innegociable. No sólo habría que negociar la vuelta al toro en hechuras con su seriedad y todo su trapío con la misma vara de medir para todos los encastes, sino que habría que empezar por el novillo de Madrid, que es donde nace el problemón.

Si el novillo ha de ser este, ¿como debe salir el toro para marcar las diferencias? El día que se amplió la tablilla de los utreros hasta los 540 kilos se cometió una aberración de tal calibre que los interfectos no sabían bien la barbaridad que cometían en el Reglamento: el pecado original.

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