Dos
faenas de inspiración y entrega, y otra más de calidad. Sin remate con la
espada las tres. Corrida encastada y complicada del Puerto. Seriedad y tesón de
José Garrido.
BARQUERITO
MAYÚSCULA CORRIDA de El Puerto. No tanto los kilos o
las caras como el volumen, el cuajo, la estampa, la conducta o la expresión. El
ruedo, lleno cada vez que asomó por chiqueros cualquiera de los seis toros, y
en particular segundo, quinto y sexto, que pasaron la frontera de los 600
kilos. A esa cifra se acercó un tercero larguísimo. Y lleno el ruedo también
cada vez que los toros, abantos de salida sin excepción, se vinieron corridos
al caballo para entregarse o no en desiguales pero encastadas peleas. O cuando,
sin apenas excepción, parecieron venirse arriba en banderillas con la prontitud
de la bravura. Y cada vez que hicieron hilo con quienquiera que fuera:
matadores o banderilleros.
A
los seis toros, sin embargo, les faltó a tiempo el golpe de riñón que retrata
las embestidas francas. Incluso al primero, que humilló y metió la cara más que
ninguno en una docena y media de primeros viajes, pero no después. Muy remolón
el segundo, mole inmensa, noblón pero sin entrega. Blando en varas, el tercero
fue en la muleta el más belicoso y pronto. Al rematar de salida, al cuarto se
le desprendió pero no del todo la vaina del pitón derecho y de esa lesión se
estuvo resintiendo con estilo agresivo y violento. El quinto, que salió
oliscando y frenado –anuncio seguro en el encaste Atanasio de toro rajado pero
posible-, metió la cara y fue, a pesar de las apariencias, toro manejable, solo
que no llegaba al tercer muletazo seguido sin irse. Más apagado que los demás
el sexto, que pegó tras un pinchazo el llamado arreón del manso, que es tan
temible como impredecible. También el cuarto pegó ese arreón, y con fiereza
mayor. No hubo una sola pelea más allá del tercio. Casi todas entre rayas. En
paralelo con ellas, y hasta en las tablas de sol, fue donde mejor se emplearon
el toro que más se dio ahí –el quinto- y hasta el fiero cuarto.
De modo que hubo y se vivió intensamente un
espectáculo Atanasio. Distinto, no apto para todos porque los seis toros fueron
de examen complicado y riguroso. Pero tampoco corrida imposible, sino
reveladora, por ejemplo, de esas calidades nuevas de Curro Díaz, no solo en
estado de gracia desde que empezó el curso en Madrid, sino en madurez
incontestable: el valor, la seguridad, el sitio, la imaginación, el asiento, el
regusto. La razón y el corazón. La maestría, por tanto.
Tres
faenas distintas, tres toros muy distintos también. Impecable la del quinto de
corrida que, para sorpresa de todos, Curro abrió sentado en el estribo antes de
colmarla de improvisaciones y talento,
de particular inspiración, de jugar con la querencia del toro a irse de engaño
tras solo dos viajes, de templarse por las dos manos en bellísimos muletazos.
Faena distinguida por su brevedad, su claridad de ideas y su calidad. Se celebró
con grandes clamores.
Épica
la del tercer toro, que lo prendió hasta tres veces de muy mala manera. Al
principio de faena, una doble cogida con dos volteretas terribles, y otra al
final cuando el toro parecía del todo engañado y rendido. La primera cogida,
por dormirse Curro antes de tiempo en un muletazo de soberbio desmayo, y el
toro estaba crudo. La otra, porque el toro tuvo hasta el final un punto de
pegajoso. Entre las dos volteretas, la reacción de Curro fue de formidable
entereza. Como si la cogida le hubiera dado alas. Herido el amor propio pero no
el cuerpo. De tensión emotiva la faena hasta el final Y puro temple. Soberbios
los cuatro capotazos con que Pablo Pirri dejó cuadrado al toro.
No
tan brillante la primera de las tres, que, como el propio toro del Puerto, fue
de más a menos. Preciosas las tres tandas de arranque. Más opaca la segunda
mitad de trasteo. Y, en fin, a ninguno de los tres toros le vio Curro la
muerte. Caída y con vómito la estocada que tumbó al primero; cuatro pinchazos y
descabello en la segunda baza; pinchazo, contraria y dos descabellos en la
tercera. Ni una vuelta al ruedo y, sin embargo, una tarde inolvidable.
No
era mano a mano sino corrida de dos, aunque las buenas intenciones de José
Garrido en salidas a quites pretendieran lo contrario. No sale barato alternar
en las Ventas con un torero predilecto –consentido, dicen en México- y menos en
una tarde tan sembrada como la de
Curro
Díaz. El precio fue sentir en los tendidos un silencio cortante que no
reconoció apenas la firmeza, la entrega, la fe y el carácter de Garrido. La
falta de costumbre con el toro atanasio se paga también. Pero de otra manera.
Y, luego, el viento, que solo se levantó durante la lidia de los toros segundo
y cuarto. Buenos muletazos enganchados en el primer turno; muy notables, en el
segundo, tres limpias tandas robadas en tablas; un molinete ligado con el de
pecho en el sexto toro, la única concesión de gracia en tres faenas de una
seriedad particularmente severa. Una excelente estocada, la del segundo toro;
una voltereta brutal al salir encunado por el cuarto; y el gesto de salir de la
enfermería para cumplir al final un compromiso más difícil de lo previsto.
FICHA DE LA CORRIDA
Seis toros de Puerto de San Lorenzo (Lorenzo Fraile). Mano a mano.
Curro
Díaz, ovación, saludos y saludos.
José
Garrido, palmas, silencio tras dos avisos y
silencio tras dos avisos.
Jeremy
Banti, sobresaliente, bien colocado,
oportuno en quites.
Garrido, cogido por el cuarto al
enterrar media espada, pasó a la enfermería con una herida de 10 cms en el
glúteo y contusiones múltiples. Curro Díaz tumbó al toro de un solo descabello.
Atendido el propio Curro de contusiones varias al final del festejo.
Luis
Viloria y Curro Sanlúcar picaron a modo a quinto y sexto. Notable brega de Pablo Pirri y Óscar Catellanos, que hizo a Curro
Díaz un quite providencial. Pares brillantes de Abraham Neiro y Antonio
Chacón.
3ª de la feria de Otoño. 21.500 almas.
Primaveral, golpes de viento. Dos horas y cuarto de función.
No hay comentarios:
Publicar un comentario