Valor sin límites y entrega
risueña del joven torero valenciano con dos toros de Fuente Ymbro de distinto
signo. Dos faenas de riesgo y emoción, propias de torero nuevo.
Román |
BARQUERITO
SEIS PAVOS de Fuente Ymbro. Escaparate impresionante.
Llamativamente cortos de manos y bajos de agujas los seis. El peso justo para
moverse sin duelo pero más por libre que por derecho: 520 kilos de promedio.
Muy seria arboladura, corrida particularmente ofensiva y astifina. Dos toros
descaradísimos: un primero abierto de cuerna, percha veleta, y un sexto
disparatado y cornalón que, ensillado, fue el de menos cuajo de todos.
Afiladísimo de cepa a pitón el segundo; el quinto, de hechuras y armamento
parecidos a los del primero. Y el más hondo del sexteto: un tercero, único de
pinta rubia dentro de un lote de solo negros, que, apenas 500 kilos,
acucharado, bien puesto pero no tanta cara como los otros.
Corrida de muy desiguales notas. No fueron toros de público
ni dejaron de serlo, como suele suceder con el toro más ofensivo que agresivo.
Todo eso propició un espectáculo inquietante. Tensión máxima cuando entró en
escena el joven Román –hermoso un quite por saltilleras y revoleras al segundo
de la tarde- para poner en juego un valor y una resolución sin límites ni
condiciones pero sin atropellar la razón. En las dos bazas, que fueron, como
los toros de turno, muy diferentes. El toro castaño, el hondo tercero, algo
cabezudo, el rabo barriendo la arena, fue de salida el de mejor aire.
Se soltaron de partida todos, salvo el primero y ese tercero
de tan distinto y distinguido porte. Román lo sujetó con lances genuflexos bien
tirados y rematados con una graciosa larga. Dos entradas al caballo, meramente
testimonial un segundo picotazo que no hizo sangre. Pronto el toro, que iba a
cambiar de signo y estilo inesperadamente. Román brindó al público –lo vería
claro, como casi todo el mundo-, tres muletazos por delante hasta ganar el
tercio, cite a la distancia en paralelo, tres reuniones más ajustadas que
acopladas, precipitadas.
Caliente la cosa, prometía. No se contaba con que el toro,
que se había dolido muchísimo en banderillas, fuera a desarrollar sentido sin
previo aviso. Solo en la segunda tanda, y solo al segundo muletazo, se revolvió
buscando muslos y zapatillas. No fue accidental. En la tercera tanda, la manera
de revolverse fue de toro fiero, se saldó con un desarme. El toro estaba
entero. Román se cambió de mano. Por la izquierda no se revolvía el toro, pero
Román se lo pasó tan cerca que en cada viaje y en cada embestida se estuvo
mascando la cogida. Muletazos de mano baja, frontales algunos, traídos a la
cadera, no siempre metido el toro en el engaño. Toreo de descaro, se asustó la
gente mucho, se pasó miedo. Una estocada desprendida.
Cuarto y quinto fueron los de peor nota de la corrida. El
uno, por mirón, la cara alta y midiendo, indisimulable afán por rajarse, y se
rajó. Oficio seguro de Eugenio de Mora.
El otro, por celoso y frágil a la vez, cóctel amargo porque entonces el toro suele
enterarse y meterse, y este lo hizo por las dos manos. Dos veces. Y en las dos
cogió a Juan del Álamo: lo empaló por la izquierda en la primera cogida; por la
derecha en la segunda, el toro se quedó debajo. Gesto de Juan del Álamo al
volver a la cara del toro y a la pelea tranquilamente.
Y el sexto toro, el cornalón, veleto como la mayoría de los
cornalones, que de partida se movió a la huida y a galope tendido, y pareció
por eso movido en el campo, De no fijarse. Y de cambiar de pronto el galope por
un trote impropio. En sombra, Román abrió con un estatuario en la primera raya,
el toro se soltó a la que resultó su querencia: las rayas de sol, del tendido
5, donde embisten en Madrid muchos toros que se dan por mansos antes de hora.
Al sol se fue a buscarlo Román y ahí fue la pelea, tan emotiva como la del
tercer toro, pero de signo distinto porque este sexto ni se revolvió ni
protestó, metió la cara, repitió pero también se paró más de una vez a medio
viaje. A muchos muletazos, cobrados con entrega y firmeza, y a veces
codilleando, pareció faltarles un tramo. Ni un paso atrás. En el remate de un
pase del desdén, una terrible voltereta.
Otra más poco después y en parecido trance. Sangre fría,
corazón caliente, una exposición angustiosa. El remate de una tanda de
manoletinas de insuperable ajuste y encarecidas por el tamaño y el filo de los
pitones. Un aviso antes de la igualada, un pinchazo, una gran estocada. Y
respiró tranquila al fin la gente.
Buen trabajo de Eugenio de Mora con el primero: de rodillas
primero, la muleta parapeto antes de confiarse; y en el tercio o entre rayas
después la faena entera, por las dos manos, mejores logros y más ligazón por la
mano derecha, algo largo el trasteo que ni se vino abajo ni terminó de romper,
el toro acabó saliendo con la cara alta y distraído, señal última de falta de
entrega. Juan del Álamo no se decidió a bajarle la mano al segundo por temor a
que las perdiera. Decisión cara porque el toro echó la cara arriba y punteó.
Enganchados casi todos los muletazos, un
desarme, pulso descompuesto como tantos
viajes del toro. Una estocada de limpia ejecución pero trasera.
FICHA DE LA CORRIDA
Seis toros de Fuente Ymbro
(Ricardo Gallardo).
Eugenio de Mora, saludos tras un aviso y silencio.
Juan del Álamo, silencio tras un aviso y silencio.
Román, una oreja y saludos tras un aviso.
Madrid. 2ª de la Feria de Otoño. 17.000 almas. Templado, primaveral.
Dos horas y diez minutos de función.
No hay comentarios:
Publicar un comentario