PACO AGUADO
De entre las tres virtudes teologales –la fe, la esperanza y
la caridad– en el toreo actual sólo necesitamos las dos primeras, si las
tomamos en el sentido más estricto en que las define la religión católica:
hábitos que Dios infunde en la inteligencia y en la voluntad del hombre para
encauzar sus acciones.
Para encauzar el toreo nos hace falta tener más fe en el
futuro, lamentarnos menos y poner todo nuestro empeño en sacar adelante esta
gran filosofía de vida en medio de una sociedad desnaturalizada en la que la
tauromaquia, dentro del tejido de la globalización, hace ya tiempo que es un
cuerpo extraño.
Sólo con fe en nosotros mismos y en la trascendencia del
arte del toreo seremos capaces de hacer frente a los ataques que sufrimos y que
seguiremos sufriendo con fuerza renovada en el futuro de un siglo decisivo para
la continuidad de esta cultura milenaria.
Y sobre todo necesitamos esperanza en las nuevas
generaciones de toreros, las que tendrán que sostener el espectáculo en décadas
inmediatas sobre la base inexcusable de los clásicos conceptos de la
autenticidad, la emoción y la pureza. Sólo así esta actividad podrá
distinguirse y sobresalir como excepción cultural en tiempos de pensamiento
único y tarifa plana.
Claro que para eso es tan necesario como urgente volver la
vista hacia la hasta ahora maltratada cantera, a esas esperanzas de gloria que
tenemos prácticamente abandonadas a su suerte, por mucho que las escuelas
taurinas les ayuden a dar los primeros pasos en el oficio.
El futuro nos lo jugamos realmente en las novilladas, un
sector que, precisamente por eso, no debería vivir y sostenerse, como hasta
ahora sucede, de la caridad de otros, de las subvenciones públicas o de los
"ponedores" ya desaparecidos, sino de lo que genere e invierta el
mismo negocio taurino, como sucede en otros campos más racionalmente
organizados.
Por eso mismo, de entre las acciones que Simón Casas anunció
la pasada semana para gestionar Las Ventas, hubo una en concreto que merece
todos los aplausos: la creación de una especie de beca, sufragada por su
empresa, para los alumnos más destacados de cada promoción de la Escuela
Taurina de Madrid.
Esa beca, todo un acierto del empresario francés, consiste
concretamente en la firma de quince novilladas con picadores una vez que el
alumno salte de escalafón, lo que supone un gran colchón para que el aspirante
pueda desarrollar sus posibilidades. Y más teniendo en cuenta que, en estos
momentos, cerrar la tapa de sin caballos en una escuela supone dar un auténtico
salto al vacío sin amparo alguno.
Es exactamente por esa vía, la de la promoción y la inversión
de futuro, por donde debe encauzarse el trabajo del sector taurino, dándole la
necesaria continuidad a la labor de unas escuelas taurinas que han monopolizado
los puestos en los festejos menores –de hecho, cada vez hay menos posibilidades
para los novilleros que no se inscriben en ellas– en un mercado que también
está en clara recisión.
Y a la vez, esa inversión a plazo más largo será también una
buena manera de reajustar los planes de enseñanza de estos centros. Puede que
así sus responsables se enfocaran menos en ese "resultadismo"
inmediato que, para justificarse ante las instituciones públicas, les lleva a
sacar de sus aulas a matadores de toros en potencia, no tanto por sus
prometedoras aptitudes sino por su absoluto dominio, antes de tiempo, de todos
los resortes no siempre lícitos del toreo.
El oficio y la trayectoria de un torero es, desde la base,
una carrera de fondo en la que cada paso debe darse en su debido momento y
sobre la exigencia inexcusable de la sinceridad y la honestidad. De nada valdrán
las enseñanzas si, en vez de medir su capacidad para el esfuerzo, se motiva a
los aspirantes a que resuelvan los problemas con recursos aparentemente airosos
pero en realidad poco comprometidos.
Porque no dije mucho de los chavales, ni sobre todo de sus
maestros, que tres novilleros supuestamente sobresalientes, anunciados además
en la primera plaza del mundo, no se llevaran ni una sola voltereta en la lidia
de seis preciosos erales de Jandilla más que nobles y con los pitones en los
ojos, como sucedió el pasado domingo. Y no porque sobren conocimientos, sino
por falta de apuesta.
Tal vez, visto lo visto, sería el momento de poner a la
entrada de todas las escuelas taurinas, bien a la vista de todos los alumnos y
docentes, esa famosa frase del maestro Alameda que asegura que "el toreo
no es graciosa huida, sino apasionada entrega". Amén.
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