El
joven sevillano pierde el triunfo con la espada y Alejandro Talavante corta la
única oreja con el mejor toro de la desigual corrida de Garcigrande; vuelta al
ruedo para Enrique Ponce con el peor lote; emocionante adiós del picador Manolo
Quinta.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Tarde de otoño, calor de verano. El sol del
membrillo. Ni una brizna de viento. Los papelillos calmos en el albero. Pablo
Aguado, enfundado en un terno blanco y desmonterado, cruzó la plaza con la
esperanza puesta en Recobero, el
garcigrande de la alternativa por fin alcanzada.
Un toro bajo, negro, astracanado, acucharado,
chato, papudo, un punto acochinado, se presentó en el ruedo vuelto de grupas,
escarbador y perezoso. Como acalambrado de los cuartos traseros, que lastraron
las verónicas del saludo. Aun desentumecido, le costaba tirar hacia delante.
Sorprendió a Aguado cuando se dirigía a la presidencia. Ya con las bendiciones
de Enrique Ponce. Las dobladas improvisadas con la muleta en la izquierda
desprendieron sabor. Solicitado el permiso pertinente y brindada la faena a su
padre, las series por la mano derecha dejaron constancia de la clase de torero
de Pablo. Y de la buena condición del toro. Que quería más de lo que podía.
Persistía de algún modo la problemática de la motricidad, a veces
descoordinada. Los esbozos de los naturales enseñaron un viaje menor. Los
pacientes pases de pecho vaciaron siempre con elegancia las tandas. Unos
doblones como despedida de clásica escuela. Un raro pinchazo enfrió el ambiente
y precedió a la estocada letal. La vela de la ilusión propulsó la vuelta al
ruedo.
Pasó el turno de Ponce como un suspiro estéril. Un
toro degolladito, lavado de expresión y acodado, convirtió la pretendida faena
en tierra yerma con su manso desentendimiento y su celo vacío. Como ya había
apuntado en el quite por gaoneras de Talavante. EP no tuvo otra opción que la
brevedad. Unas verónicas de sutil vuelo como la media quedaron como ovaciones
lejanas.
Alejandro Talavante sorteó uno de los dos
cinqueños de la corrida. De amplia cara, líneas armónicas y notable y
descolgada embestida desde el frondoso saludo con el capote. AT ligó una obra
que nació genuflexa en su derecha. Y siguió por esa misma mano juncal y fácil.
La repetición de la embestida la cosía en sus vuelos y la soltaba con largo
acompañamiento. Un desarme al natural cortó la música y el ritmo, que de nuevo
remontaron a izquierdas con la verticalidad asentada del torero. Gastado el
fondo del garcigrande, que no su noble empleo, AT lo entendió enfrontilado y a
pies juntos por uno y otro pitón. Media estocada trasera, tendida y atravesada
fue suficiente para que la Maestranza premiara la entonada faena y aportara una
oreja al enrachado mes talavantista.
Enrique Ponce volvió a ser la generosidad andante
con su gente y obligó a destocarse y a bajarse del caballo a Manuel Quinta, que
se despedía. Leal escudero y extraordinario picador de dinastía. Para Quinta
fue también el brindis -el abrazo de toda una vida- del alto y grandón cuarto.
Ponce desplegó su sabiduría con su escasa humillación en las salidas de los
muletazos. Y lo tapó y le dio la continuidad de la que carecía su obediencia.
La estética poncista se impuso en los naturales y en un cambio de mano sublime.
Como apertura de otra serie zurda desembocó más allá de la línea de la lógica.
Tan empapado el toro de muleta. El sabio de Chiva se agigantó en la coda en
redondo, descarado y peleón. Ya corto el recorrido. La espada arrasó con la
oreja presentida, pero no impidió que EP paseara el anillo con el impulso de un
principiante. Manuel Quinta le acompañó en su emocionante adiós.
Talavante se justificó con un quinto cornalón de
más movilidad que clase y, finalmente, empuje. La justificación de que este
domingo sustituya en Sevilla a José María Manzanares -también apoderado por la
casa Matilla- es lo que la afición no ha terminado de entender, anunciado el
reemplazo antes de la tarde de ayer. No sería fácil la sustitución de la baja,
encontrar un padrino para Rafa Serna y que a la vez arropase la categoría de
Roca Rey, pero...
Cerró el desigualón sexteto de Garcigrande un
útimo toro, más que con los cinco años cumplidos, ya en la frontera de los
seis. Y, a la postre, puntuó al alza, aunque sin alcanzar la nota del anterior
cinqueño. Pablo Aguado despertó en su correción y de mitad de faena en adelante
se enfibró y exigió con su derecha de clásico porte. Por esa mano, el
garcigrande se dio y respondió más y mejor. Más por la vibración que por la
calidad. Aguado volvió a acariciar el trofeo que el acero borró. La esperanza
de su alternativa supervivió. A falta de mucho carretón.
GARCIGRANDE | Enrique Ponce, Talavante y
Pablo Aguado
Toros de Garcigrande, dos cinqueños (3º y 6º), de diferentes hechuras y
seriedades; notable el 3º; no humilló el 4º; manso, distraído y sin celo el 2º;
se movió sin clase el 5º; sin poder el 1º; el 6º se dio más y mejor por el
derecho.
Enrique
Ponce, de pizarra y oro. Media
rinconera (silencio). En el cuarto, dos pinchazos y media (vuelta al ruedo).
Alejandro
Talavante, de verde hoja y oro.
Media estocada trasera, tendida y atravesada (oreja). En el quinto, estocada
desprendida (saludos).
Pablo
Aguado, de blanco y oro. Pinchazo
y estocada (vuelta al ruedo). En el sexto, pinhazo, pinchazo hondo tendido y
estocada. Aviso (saludos).
Plaza de la Maestranza. Sábado, 23 de
septiembre de 2017. Primera de feria. Tres cuartos de entrada.
PARTE FACULTATIVO DE ENRIQUE PONCE
A Enrique Ponce le apreciaron en la
enfermería una contractura con posible desgarro en el abductor derecho.
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