El
ganadero, convertido en un clásico del otoño venteño, habla de la corrida
reseñada para el esperado mano a mano entre Ferrera y Ureña y analiza algunos
de los males que aqueja la cabaña brava actual.
MARÍA
VALLEJO
Diario EL
MUNDO de Madrid
Ya deambula el aficionado venteño por los alrededores
del coso desde tempranas horas de la mañana y se oye hablar de toros en las
tabernas de la calle Alcalá. Se barrunta en el ambiente que Madrid vuelve a
convertirse este miércoles en la capital mundial del toreo. La Monumental se
reputa lista para acaparar todas las miradas taurófilas durante sus cinco días
ininterrumpidos de tauromaquia otoñal. Meticulosamente confeccionados con un
denominador ganadero común: la procedencia Parladé. Que da origen al 80% de los
toros anunciados con una solitaria excepción: los albaserradas de Adolfo Martín
como ruptura con el monoencaste y broche de oro al ciclo.
La divisa extremeña se anuncia en la última y más
esperada corrida del serial de Simón Casas. El duelo entre Antonio Ferrera y
Paco Ureña ha hecho las delicias del aficionado de Madrid y colocado un añadido
a la responsabilidad propia de lidiar en la plaza más importante del orbe
taurino: "Tengo esperanza en los toros del domingo, pero siento una gran
preocupación. La apuesta es muy fuerte. Se trata de un cartel de expectación
máxima, con todos los ingredientes para ser un acontecimiento: el mano a mano
entre dos toreros que están en un momento excepcional, una ganadería con
interés y el cierre de la Feria de Otoño.
Si no tuviera miedo, sería un insensato",
confiesa Adolfo Martín, convertido ya en un clásico de los otoños de Las
Ventas: "Llevamos varios años cerrando esta feria con resultados notables.
La ganadería tiene buen nombre en Madrid, es un encaste muy predilecto de la
afición y genera expectación, que es lo más importante", afirma el
ganadero.
Que quizá, más que un imprescindible otoñal, sea
parte de la esencia misma del coso de la callé Alcalá: "Me siento ganadero
de Madrid porque, ante todo, he sido aficionado de Las Ventas toda mi vida.
Llevo lidiando en Madrid desde el año 68, en el que debuté junto a mi tío a
nombre de Victorino. Y, de forma independiente, a partir del 98. Tengo tres
toros de vuelta al ruedo, tres premios al toro más bravo de San Isidro y varios
a la corrida más completa. Adolfo lleva gente a la plaza y para mí es una
satisfacción. Esperemos que esto dure siempre".
Entre tanto, Adolfo encara su desvelo venteño con
"una corrida muy seria. Hay cinqueños y cuatreños. Todos están en tipo,
pero no van toros muy pesados. Tenemos que romper el tópico de la maldita
báscula", subraya, con cierta indignación por el mal que causa a la Fiesta
la errónea y común equiparación del trapío con los kilos: "El peso no
puede mediatizar la opinión de las autoridades y del aficionado. Un toro de 460
kilos puede ser un tío con un trapío impresionante, pero en cuanto ven la
tablilla, enseguida oyes el clásico 'Bah, será un choto'. Como aficionado la
palabra 'volumen' me molesta. Además, a medida que el toro es más fino y más
bajo, embiste mejor", dice el ganadero.
Y hablando de embestidas, se desempolvan solas en
el recuerdo las de Murciano. Aquel toro de Adolfo que desnudó el alma de Paco
Ureña dos años atrás. El llanto del torero, roto bajo el ole erizante de
Madrid, y el pitón izquierdo de Murciano, que humilló con asaltillado temple,
prologaron naturales con ecos de eternidad. La pureza enfrontilada y el milagro
de la casta rindieron Madrid. La espada errante clavada en hueso cerró de un
portazo sordo la Puerta Grande. No así el pase de la obra a la posteridad.
"En una sociedad tan material, el aficionado
a los toros vive de romanticismo. De la ilusión que seis naturales pueden
dejarte durante años. Por eso, las faenas históricas son imborrables más allá
de las orejas", dice Adolfo Martín al recordar cómo rugían los tendidos de
Las Ventas aquella tarde, en la que sintió "la satisfacción del trabajo
bien hecho".
Este domingo, Adolfo Martín anhela volver a echar
"ese toro que tanto la afición como los toreros esperan". Sin
embargo, dice el ganadero, "en el toreo dos y dos nunca son cuatro. A
veces pones toda la ilusión en una corrida y en la plaza no embiste. No puedes
analizar al toro hasta que no sale al ruedo. Eso es lo bonito, que todo es
imprevisible", subraya quien ha dedicado toda una vida a la búsqueda incesante
de la casta -"un poco abandonada en los últimos tiempos", dice- como
puntal fundamental de su divisa.
Hoy enmarcada dentro de las mal llamadas
ganaderías toristas. "La palabra 'torismo' es una tontería", se
revela Adolfo Martín al escuchar el término. Quizá a consecuencia del escozor
que supone para un hombre que cambió los dientes de leche sobre la piedra del
tendido ver cómo la Fiesta de los toros se adentra en una espiral de
monocromatismo. "El término ha nacido de la necesidad de buscar un toro distinto
al de todos los días. Con sus distintas ramas, prácticamente todo lo que se
lidia en la temporada es de encaste Parladé. Los mismos carteles se repiten
feria tras feria. Y toda esa previsibilidad termina por aburrir".
En la búsqueda de causas, la figuras salen a la
palestra -sólo Castella y Enrique Ponce han lidiado adolfos esta temporada-.
"El de Parladé suele ser un toro noble, pero en otros encastes sale el
toro malo, y las figuras no lo quieren ni ver. Primero, porque les hace pasar
un mal rato. Y segundo, porque el gran público no entiende que a ese toro no se
le pueden pegar naturales. Hay que doblarse con él, poderlo, machetearlo y
matarlo por arriba.
Si ese esfuerzo no es valorado, ¿para qué van a
pasar por el mal trago?", dice el ganadero que, aunque no busca en su
selección ese tipo de toro -"ya sale él solo por generación
espontánea", apunta-, se confiesa contrario al animal que "no aprende
aunque le estén toreando media hora. El toro que dura y dura y dura es un toro
tonto", sentencia.
Bajo el acicate doliente de la "falta de
rigor actual", Adolfo Martín se anima a recalcar lo nocivo del sentimiento
perdona-vidas que hoy se extiende de plaza en plaza: "Es crear algo
ficticio. Me gustó el gesto de mi primo en Logroño [por el pasado sábado] al
pedir la muerte del toro. Otros ganaderos, en cambio, dejan que les indulten un
manso de libro para luego venderlo como un triunfo. El semental que viene de un
indulto es muy bueno para la selección, porque ha pasado por el estrés de la
corrida y ha sido probado en todos los tercios. Pero si no se quiere como
semental, hay que dejar al toro morir en la plaza y darle categoría".
"Quizá sea un aficionado chapado a la
antigua, pero es lo que me gusta y es con lo que me voy a morir", concluye
Adolfo Martín como antesala del silencio. Mientras aún reverbera en ambiente la
cátedra recién sentada por la seria voz de un hombre que ha entregado su vida a
rendir pleitesía a la grandeza del toro bravo, concebido desde la más íntegra
visión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario