viernes, 15 de septiembre de 2017

El funambulista

Los toreros de ahora –la gran mayoría- son auténticos funambulistas. La pregunta sería: ¿Se trata de una auténtica hazaña o por el contrario, de un abuso, dada la docilidad del toro actual? "Se torea mejor que nunca". Siempre ha sido así respecto a épocas anteriores, aunque a ninguna figura del pasado se le ha ocurrido decir tal majadería, ni a Joselito ni a Belmonte, ni al mismo Manolete.
FELIPE GARRIGUES

En 1974 el aventurero y funambulista francés Philippe Petit vió por fin conseguido el sueño que acariciaba hace años, cruzar las Torres Gemelas de Nueva York sobre un cable de acero. Gafe anticipado, pues serían destruidas con el tiempo por el bárbaro terrorismo. Además de equilibrista era mimo, monociclista y mago. Llevaba mucho tiempo preparando la idea, estudiando hasta el último detalle del World Trade Center para por fin realizar su hazaña: Unir las Torres Gemelas. A más de 400 metros sobre las aceras de Manhattan, Philippe se paseó, caminó, se sentó sobre el cable, hizo una reverencia y entabló conversación con una gaviota que volaba sobre su cabeza. Su error fue que lo repitió ocho veces, restando importancia a su gesta por cada ida y venida. Efectivamente si algún colega suyo se le ocurriera deambular entre las torres kio de Madrid, formará un alboroto la primera vez, pero si lo hace a diario, la gente no se sorprenderá más que si viera pasar un simple autobús.

Los toreros de ahora –la gran mayoría- son auténticos funambulistas en el ruedo. Realizan cosas inverosímiles, se pasan al toro por delante y por detrás, restregando de sangre más el trasero de la taleguilla que la barriga…Se meten entre los pitones, casi dentro del toro… La pregunta sería: ¿Se trata de una auténtica hazaña o por el contrario, de un abuso, dada la docilidad del toro actual? ¿Es la falta de casta y fiereza la invisible red que protege y resguarda al funambulista de luces, restando importancia a su proeza? ¿Conquista o ventaja?

Porque, es cierto, se torea mejor que nunca. Siempre ha sido así respecto a épocas anteriores. Aunque a ninguna figura de épocas pasadas se le ha ocurrido decir tal majadería, ni a Joselito ni a Belmonte, ni al mismo Manolete. Todo evoluciona y de paso el toreo, mejora la técnica obviamente y sobre todo la embestida del toro. Cada vez más sumisa y dócil, con un recorrido y fijeza que ni podíamos imaginar hace tan sólo unos años. Dicen que más bravos también, mas la bravura sin casta es un pan sin sal. Habría que preguntarse: ¿cómo es el toro con el que se practican las “heroicidades” al uso, el achicarle el terreno exageradamente, el dejar que los pitones rocen la taleguilla? Pues casi siempre un Domecq -o alguno de sus cientos de sucursales- jadeante al final de la faena. Nunca ante un Saltillo o un Santa Coloma y poco con los Atanasio y compañía minoritaria. Me dirán que Ojeda lo hacía y que de aquellos lodos vinieron estos barros. La diferencia es que Paco era un genio y lo ejecutaba al tercer muletazo, desarrollaba un magnetismo tal que hipnotizaba la fiera.

Otro dato importante es que a este toro de hoy le pegan pases los primeros espadas del escalafón hasta los últimos, si se les da la oportunidad. La criba que el toro encastado origina no se produce. Llegar a ser matador es extremadamente duro y difícil, no hay oficio más selectivo. Si a un muchacho cualquiera –como hacen en las escuelas- le preparamos física y técnicamente, acabará aprendiendo lo preciso para estar mucho tiempo en la cara del burel sin dejar huella, aunque no haya nacido para ello. Si no naces torero, nunca lo serás. En las escuelas se puede aprender a pegar pases, pero ser ¡torero! es muy distinto. Tiene que funcionar la intuición. “Como te enseñen a torear -afirmaba Ojeda- estás perdido”. Tampoco estoy de acuerdo en que la técnica sea universal y homologable para todos. Forma parte intrínseca de la personalidad de cada torero. ¿Acaso eran comparables las de Domingo Ortega y Manolete? ¿O la de Ordoñez con El Cordobés? Cada uno podía con el toro a su manera.

Terribles eran las capeas con toros moruchos o toreados y sin embargo curtían, forjaban carácter. Sin caer en la nostalgia tan consustancial en el mundo del toro, también los tentaderos de utreras y cuatreñas en casi todas las ganaderías, significaba un buen tamizo para los principiantes. A las becerritas despuntadas del presente le pegan pases no únicamente los camareros –tal y como asegura Victorino padre- con mis respetos para ellos, sino hasta mi abuelita que era muy flamenca. Efectuada la primera criba en el campo, después venían las novilladas sin picar, algunas exageradas, constituyendo otra prueba de fuego. Los que llegaban a debutar con caballos estaban cuajados. No como éstos novilleros que debutan en Las Ventas sin bagaje. Un crimen. Muchas cornadas y petardos, ¿quién se extraña?

Siempre han sido fuertes las corridas de novillos en Madrid. Prácticamente toros. La diferencia es que los muchachos venían preparados. Los aspirantes de ahora quieren hacer los mismo con el novillo fuerte y encastado, que ven a las figuras con el toro nuestro de cada día, el que muere cualquier día en una plaza y resucita a los dos días en otra y otra y así sucesivamente. Se busca la regularidad en el monoencaste, que es la antesala del aburrimiento y se mandan al infierno del olvido casi todos los demás.

Hay auténtica obsesión por quedarse quieto, que no es poca virtud si no se lleva al extremo. “Quedarse quieto tapa mucho defectos -asegura socarrón Morante-, le resta alegría al toreo, es más difícil torear moviéndote”. Entre pase y pase, naturalmente. Todo demasiado se ha vuelto demasiado previsible. A tanta técnica, menos improvisación. A pesar de todo, el toro y el medio toro siguen hiriendo y matando. Hasta una becerra en el campo. A pesar de ello, pocas veces sentimos esa emoción que nos pellizca el alma.

¿Quién le quita el mérito a los funambulistas? Nadie. Aunque jamás han inspirado a los poetas, pintores, literatos y demás… El toreo sí.

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