Los toreros de ahora –la gran mayoría- son
auténticos funambulistas. La pregunta sería: ¿Se trata de una auténtica hazaña
o por el contrario, de un abuso, dada la docilidad del toro actual? "Se
torea mejor que nunca". Siempre ha sido así respecto a épocas anteriores,
aunque a ninguna figura del pasado se le ha ocurrido decir tal majadería, ni a
Joselito ni a Belmonte, ni al mismo Manolete.
FELIPE
GARRIGUES
En 1974 el aventurero y funambulista francés
Philippe Petit vió por fin conseguido el sueño que acariciaba hace años, cruzar
las Torres Gemelas de Nueva York sobre un cable de acero. Gafe anticipado, pues
serían destruidas con el tiempo por el bárbaro terrorismo. Además de equilibrista
era mimo, monociclista y mago. Llevaba mucho tiempo preparando la idea,
estudiando hasta el último detalle del World Trade Center para por fin realizar
su hazaña: Unir las Torres Gemelas. A más de 400 metros sobre las aceras de
Manhattan, Philippe se paseó, caminó, se sentó sobre el cable, hizo una
reverencia y entabló conversación con una gaviota que volaba sobre su cabeza.
Su error fue que lo repitió ocho veces, restando importancia a su gesta por
cada ida y venida. Efectivamente si algún colega suyo se le ocurriera deambular
entre las torres kio de Madrid, formará un alboroto la primera vez, pero si lo
hace a diario, la gente no se sorprenderá más que si viera pasar un simple
autobús.
Los toreros de ahora –la gran mayoría- son
auténticos funambulistas en el ruedo. Realizan cosas inverosímiles, se pasan al
toro por delante y por detrás, restregando de sangre más el trasero de la
taleguilla que la barriga…Se meten entre los pitones, casi dentro del toro… La
pregunta sería: ¿Se trata de una auténtica hazaña o por el contrario, de un
abuso, dada la docilidad del toro actual? ¿Es la falta de casta y fiereza la
invisible red que protege y resguarda al funambulista de luces, restando
importancia a su proeza? ¿Conquista o ventaja?
Porque, es cierto, se torea mejor que nunca.
Siempre ha sido así respecto a épocas anteriores. Aunque a ninguna figura de
épocas pasadas se le ha ocurrido decir tal majadería, ni a Joselito ni a
Belmonte, ni al mismo Manolete. Todo evoluciona y de paso el toreo, mejora la
técnica obviamente y sobre todo la embestida del toro. Cada vez más sumisa y
dócil, con un recorrido y fijeza que ni podíamos imaginar hace tan sólo unos
años. Dicen que más bravos también, mas la bravura sin casta es un pan sin sal.
Habría que preguntarse: ¿cómo es el toro con el que se practican las
“heroicidades” al uso, el achicarle el terreno exageradamente, el dejar que los
pitones rocen la taleguilla? Pues casi siempre un Domecq -o alguno de sus
cientos de sucursales- jadeante al final de la faena. Nunca ante un Saltillo o
un Santa Coloma y poco con los Atanasio y compañía minoritaria. Me dirán que
Ojeda lo hacía y que de aquellos lodos vinieron estos barros. La diferencia es
que Paco era un genio y lo ejecutaba al tercer muletazo, desarrollaba un
magnetismo tal que hipnotizaba la fiera.
Otro dato importante es que a este toro de hoy le
pegan pases los primeros espadas del escalafón hasta los últimos, si se les da
la oportunidad. La criba que el toro encastado origina no se produce. Llegar a
ser matador es extremadamente duro y difícil, no hay oficio más selectivo. Si a
un muchacho cualquiera –como hacen en las escuelas- le preparamos física y
técnicamente, acabará aprendiendo lo preciso para estar mucho tiempo en la cara
del burel sin dejar huella, aunque no haya nacido para ello. Si no naces
torero, nunca lo serás. En las escuelas se puede aprender a pegar pases, pero
ser ¡torero! es muy distinto. Tiene que funcionar la intuición. “Como te
enseñen a torear -afirmaba Ojeda- estás perdido”. Tampoco estoy de acuerdo en
que la técnica sea universal y homologable para todos. Forma parte intrínseca
de la personalidad de cada torero. ¿Acaso eran comparables las de Domingo
Ortega y Manolete? ¿O la de Ordoñez con El Cordobés? Cada uno podía con el toro
a su manera.
Terribles eran las capeas con toros moruchos o
toreados y sin embargo curtían, forjaban carácter. Sin caer en la nostalgia tan
consustancial en el mundo del toro, también los tentaderos de utreras y
cuatreñas en casi todas las ganaderías, significaba un buen tamizo para los
principiantes. A las becerritas despuntadas del presente le pegan pases no
únicamente los camareros –tal y como asegura Victorino padre- con mis respetos
para ellos, sino hasta mi abuelita que era muy flamenca. Efectuada la primera
criba en el campo, después venían las novilladas sin picar, algunas exageradas,
constituyendo otra prueba de fuego. Los que llegaban a debutar con caballos
estaban cuajados. No como éstos novilleros que debutan en Las Ventas sin
bagaje. Un crimen. Muchas cornadas y petardos, ¿quién se extraña?
Siempre han sido fuertes las corridas de novillos
en Madrid. Prácticamente toros. La diferencia es que los muchachos venían
preparados. Los aspirantes de ahora quieren hacer los mismo con el novillo
fuerte y encastado, que ven a las figuras con el toro nuestro de cada día, el
que muere cualquier día en una plaza y resucita a los dos días en otra y otra y
así sucesivamente. Se busca la regularidad en el monoencaste, que es la
antesala del aburrimiento y se mandan al infierno del olvido casi todos los
demás.
Hay auténtica obsesión por quedarse quieto, que no
es poca virtud si no se lleva al extremo. “Quedarse quieto tapa mucho defectos
-asegura socarrón Morante-, le resta alegría al toreo, es más difícil torear
moviéndote”. Entre pase y pase, naturalmente. Todo demasiado se ha vuelto
demasiado previsible. A tanta técnica, menos improvisación. A pesar de todo, el
toro y el medio toro siguen hiriendo y matando. Hasta una becerra en el campo.
A pesar de ello, pocas veces sentimos esa emoción que nos pellizca el alma.
¿Quién le quita el mérito a los funambulistas?
Nadie. Aunque jamás han inspirado a los poetas, pintores, literatos y demás… El
toreo sí.
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