Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, Manolete en los carteles,
fue uno de los toreros más importantes de la historia y un héroe en tiempos
difíciles que se convirtió, tras su trágica muerte por una cornada, en una
leyenda que aún se mantiene cuando mañana se cumplen 100 años de su nacimiento.
Su corta vida -falleció con 30 años- solo puede ser
entendible en el contexto en el que se desarrolló, marcado por el hambre y el
dolor de una España herida y resignada a sufrir carencias tras la Guerra Civil.
Una época en la que surgió el diestro cordobés, al que
pronto se conoció como el "IV Califa" -tras Lagartijo, Guerrita y
Machaquito-, gracias a un concepto revolucionado del toreo marcado por el
hieratismo, la naturalidad, la sobriedad y un tremendo valor. Un torero con
magnetismo dentro y fuera de la plaza y con un extraordinario halo de misterio.
Su verticalidad en los cites, la manera de embarcar a los
toros siempre con la muleta retrasada, la solemne forma de ligar los pases, sin
darse importancia, y su plausible manera de manejar la izquierda y, sobre todo,
la espada, hicieron de él todo un ídolo de masas en los 40, primero en España y
luego en América.
Manuel Rodríguez nació el 4 de julio de 1917 en Córdoba (sur
de España), en el seno de una familia de arraigados antecedentes taurinos. Su
padre, del mismo nombre, fue banderillero de Lagartijo Chico, a su vez el
primer marido de su madre, Angustias Sánchez.
Su tío José Rodríguez Sánchez "Bebe Chico" también
fue torero, igual que su tío abuelo José Dámaso Rodríguez "Pepete",
que murió en la plaza de Madrid corneado por el toro "Jocinero", de
la ganadería de Miura.
Huérfano de padre desde muy temprana edad, se convirtió en
el cabeza de familia y responsable de su madre y sus cinco hermanas. Con 12
años pegó sus primeros capotazos en una finca y ya causó una gran sensación, lo
que le llevó a torear festivales por la provincia de Córdoba y, en 1930, con el
espectáculo taurino de la banda de Los Califas, vistió por primera vez el traje
de luces en Arles (Francia).
La vida de Manolete estuvo muy ligada a la de la España de
la época, de ahí que, tras debutar con picadores en la antigua plaza de Madrid,
la Tetuán de las Victorias, en 1935, su carrera sufrió un obligatorio parón con
la Guerra Civil.
Llamado a filas por el Regimiento de Artillería número 1,
asentado en Córdoba, pudo sin embargo torear algún festival a favor del
ejército y hospitales de la zona sublevada, lo que provocó que durante su vida
muchos le tacharan de franquista. Pero su encuentro, ya en 1945, con el
entonces presidente del Partido Socialista español, Indalecio Prieto, en
México, o la cabeza de toro que le regaló al que fuera primer ministro
británico Winston Churchill, acabó años después con esa etiqueta.
Antes, en 1939 y recién acababa la guerra, tomó la
alternativa en Sevilla, para confirmarla meses más tarde en Madrid. Ya desde
ese momento su carrera despegó hasta convertirse en el líder del escalafón
durante las siguientes temporadas, con éxitos rotundos en numerosas plazas y
ferias.
Especialmente sonadas fueron sus faenas al toro
"Maganto", al que cortó las dos orejas, el rabo y las dos patas en
Valencia, en 1942; o la del toro "Ratón", de Pinto Barreiro, en la
Corrida de la Prensa de 1944 en Madrid, del que paseó también el doble trofeo.
A partir de 1945 viajó a América, donde también cosechó
grandes éxitos, especialmente en Colombia, Perú, Venezuela y México, país donde
desarrolló una gran rivalidad profesional con Carlos Arruza. Pero los últimos años de su vida estuvieron marcados por su
romance con Lupe Sino, a la que ni su familia ni allegados aceptaban.
Eso amargó y descentró mucho a Manolete que, tras tomarse un
descanso en 1946, decidió regresar en 1947. El 28 de agosto recibió una cornada
mortal por el miura "Islero" en la plaza de Linares, lo que le
convirtió en leyenda inmortal del toreo. / EFE
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