lunes, 3 de julio de 2017

Manolete: Retrato de una leyenda inmortal

Hace hoy cien años nacía en Córdoba una de las cumbres mayores de la Tauromaquia.
ANDRÉS AMORÓS
Diario ABC de Madrid

Representa Manolete, sin duda alguna, una de las cumbres mayores en la historia de la Tauromaquia. Además, su figura desborda los límites de los ruedos. Su trágica muerte lo convirtió en un mito: simboliza toda una época de la historia de España. En la inmediata posguerra, fue el ídolo indiscutible, que compensó al pueblo español de muchas tragedias.

Todo esto es un hecho objetivo. En el año 2006, mi amigo Fernando del Arco de Izco publicó su antología «Parnaso Manoletista», que incluye nada menos que ochocientos poemas dedicados al gran torero; según él, ningún personaje histórico, después de Jesucristo, ha suscitado tantas obras poéticas.

En el ruedo, Manolete se convirtió en el máximo representante contemporáneo de la escuela cordobesa, caracterizada por la seriedad, el valor sereno, el estoicismo (que algunos llegaban a relacionar con Séneca) y una personalidad fuera de lo común. Por eso fascinó a Pepe Luis, a Parrita, a Álvaro Domecq, a El Choni, a casi todos los diestros de entonces.

Su toreo se basaba en la verticalidad, la quietud, el juego de muñeca. No tenía un repertorio amplio, se limitaba a los pases esenciales. Sin adornos floridos, emocionaba a todos los públicos. Fue un excepcional estoqueador: «en corto y por derecho», sin enmendarse ni salirse de la suerte.

Su faena cumbre, quizá, fue la que hizo al toro «Ratón», de Pinto Barreiro, en Las Ventas, en la corrida de la Prensa de 1944. Cuentan que, esa tarde, Agustín de Foxá, en el tendido, levantó sus brazos al cielo, clamando teatralmente: «Señor, no nos lo merecemos».

Homenaje en Lhardy

El 11 de diciembre de aquel mismo año, un grupo de escritores organizaron una cena de homenaje al torero en el restaurante Lhardy. El diestro acudió con un traje corto negro, ribeteado de seda: una forma muy taurina de la etiqueta. A los postres, leyeron poemas, dedicados a él, José María Alfaro, Alfredo Marqueríe, Foxá y Adriano del Valle.

Quiero recordar los testimonios de algunos amigos. Marcial Lalanda dividía a los toreros en tres grupos, según predominara, en ellos, la cabeza, el valor o la estética. Al margen de eso, colocaba a los «fenómenos», que arrastran a los públicos, por su enorme personalidad: Juan Belmonte, Manolete, El Cordobés…

En su «Tauromaquia», escribe Marcial: «Manolete es el torero más honrado que yo he conocido. Por su responsabilidad ante los aficionados, siempre se jugaba la vida. (Así la perdió). A todo le ponía la impronta de una personalidad ejemplar».

El joven y ambicioso Luis Miguel Dominguín luchó por alcanzar el trono de Manolete. Por eso mismo, me gusta recordar algunas frases que yo le he escuchado al propio Luis Miguel. «Me dijo: ‘Heredarás mis enemigos’… Le dije, en Linares: ‘¡Manolo, a matar!’ Como era tan noblemente soberbio, me miró con su habitual altanería y, en lugar de terminar la faena, la alargó un poco más… Juro de corazón, y que Dios me castigue si miento, que habría dado quince años de mi vida por salvarlo, por verlo otra vez, soberbio, retador. No dejes de poner con mayúsculas que yo he dicho que Manolete ha sido el torero más honrado de cuantos yo he visto».

Hace poco ha fallecido mi querido amigo Francisco Cano, el único fotógrafo que estuvo en Linares: las imágenes de la tragedia que él captó dieron la vuelta al mundo. «Canito» sentía absoluta debilidad por Manolete: «Era un caso aparte, tenía una personalidad única. ¡Pobre Manolo! Lo he llorado toda la vida, más que a mi padre».

También estaba en Linares el director de la revista «Dígame», Ricardo García «K-Hito», que procedía del humor gráfico de vanguardia. Gran apasionado del diestro, él lo bautizó, después de una tarde triunfal, en Alicante como «El Monstruo» (a Manolete le gustó mucho que, en Nueva York, le llamaban así: «The Monster»). Para relatar la inexplicable tragedia, K-Hito escribió un libro de urgencia, con un título casi evangélico: «Manolete ya ha muerto… Muerto está, que yo lo vi». Un genio tan universal como Orson Welles define así su importancia: «He visto grandes faenas de Manolete, pero no he conocido a ninguna persona que sea más grande, como hombre, que Manolete. Si yo fuera español, estaría orgulloso de haber vivido en el mismo siglo que él».

No hay comentarios:

Publicar un comentario