CARLOS RUIZ VILLASUSO
Tenía un don ejercitado en el patio del colegio, en donde
había mil piernas para un balón. Desarrollé una habilidad meramente defensiva,
el regate, el gambeteo, pisarla, un caño, una cintura partida, meterme entre
dos. Con un cuerpo chico tocaba defenderse así. Eso pareció suficiente a alguien
que me puso a jugar al fútbol semi serio, con botas en los pies, camiseta con
escudo, en once para once y un árbitro y dos jueces de línea.
Pegué un petardo debutando. Suplente. Salí a falta de unos
quince minutos e hice lo que sabía: burlar y esquivar…para ir a ninguna parte.
El gol en un patio de colegio es un carajo de rebote. El caño no, eso es
sublime. Mi idea de pelota no era ni el gol ni el equipo. La idea de un
superviviente de patio de cemento de colegio y pelota de caucho, era que tu equipo
alineaba sólo a uno. A mí. Debuté, tiré dos caños cumbres, y al tratar de hacer
un sombrero, la hostia que me llevé aún suena. Reaccioné de niñato, me levanté
y le pegué un cabezazo a un defensa que me sacaba medio cuerpo, cincuenta kilos
y diez años. Le alcancé como por el ombligo. Se reía. Llegó un señor de negro
muy enfadado y me expulsó.
Me convertí en una sombra que pedía un patio de colegio. Me
entró la nostalgia de mi hábitat. Lo verde del campo de fútbol, las líneas de
cal, las redes que siseaban al entrar un balón pegado al palo, el olor a
humedad del riego, eran el exilio. Mi país era la pelota de caucho, que si la
dejabas botar brincaba como un canguro, el suelo duro y agrio y decenas de
piernas para tirarles caños. Una tarde, acabando el entreno, el míster (porque
teníamos míster) me llamó. Villasuso, pacá. “Mira hijo, lo tuyo es circo. El
fútbol es otra cosa. Si quieres usar el circo para el fútbol, me sirves”. Tomé
nota. Tres años, cinco títulos y titular. Aprendí el fútbol. Y al aprenderlo,
lo dejé. Ni era fácil ni yo servía para lo que aprendí.
Aprendí que un día hay barro. Otro te pesan las piernas. Que
el defensa hacía aguas por su izquierda, que el balón al hueco era medio gol y
que el gol era la vida. Que había árbitros que dejaban sacar los cuchillos, que
eras una pieza entre once, que había que leer el partido toro a toro. Que un
gambeteo es arte, pero que también hay arte en un codazo, en tu hermana la come
bien, en un pisotón mirando al tendido… incluso hay mucho fútbol en una entrada
fea para derribar a un contrario… cuando sea imprescindible para tu equipo y no
por tu orgullo herido. El equipo es tu patria. Y hay que usar todo para
defender a tu patria.
Ganaderos, toreros, la gente de la Fundación, no se han dado
cuenta de que, a estas alturas del partido, están haciendo el circo. No hacen
Fiesta. A estas alturas del partido, con uno menos expulsado de forma injusta
en Francia, con otro expulsado el año pasado en Teruel, con los que nos van a
expulsar, a prohibir, a regar en exceso para crear barro, a raparlo a cero, a
estas alturas de árbitros comprados, esta forma educadita de besamanos no
sirve. El partido que jugamos tiene barro, centrales que parten piernas y un
árbitro comprado. La Fiesta siempre juega de visitante. Toreros, ganaderos y
gestores: basta de sumisiones, de enseñar los tirantes. Actitud, carácter,
confrontación, talento y valentía fuera de los ruedos. Coherencia, talento y
discurso. Coraje. Cojones.
Cuando nos jugábamos mucho en casa, y el de negro se cagaba
por el escenario, el míster decía: “Villasuso, hoy, del otro lado”. Y del otro
lado era decirle al cuatro nuestro que le diera dos hostias al nueve suyo. Pero
no leves. Y era decirle al tres nuestro que hoy no hacíamos prisioneros. Y
luego, los de talento resolvíamos. Cuando jugamos en casa y tenemos el poder,
ganaderos, toreros, Fundación… echemos cojones contra el enemigo que nos mata.
Bildu en Pamplona.
Me da vergüenza y me sonroja la sumisión de todos ellos,
ganaderos, toreros, a esa banda que nos prohíbe y persigue. A esos les dais
decenas de millones de euros a ganar sin poner los cojones encima de la mesa y
obligar a un pacto de no agresión en todo el país. No lo siento al decirlo: me
da vergüenza por vosotros. Sumisos, bien educados, pusilánimes. El toro
perseguido, el toreo perseguido, haciendo rico al enemigo sin un mínimo gesto
de honorabilidad colectiva.
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