Sale a hombros de Cuatro Caminos
con una emocionante faena a un complicado toro de Domingo Hernández; un templado
Perera corta una oreja al mejor ejemplar de Garcigrande; Roca Rey vuela bajo en
su reaparición con el peor lote.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Foto: EFE
Foto: EFE
Las nubes oscuras poblaron el cielo en uno de esos raros
giros del clima en el Norte. Que no por esperados por los cántabros se hacen menos
sorprendentes para los foráneos. Y agradables. Como la expresión amable de «Pocapena».
Nombre de toro histórico que asustaba a los niños en el Museo de Cera de Madrid
en la escena criminal de la muerte de Granero. Del hierro de Veragua al de
Garcigrande, un siglo de diferencia.
El Juli conjugó todo el tacto de su ciencia a favor de «Pocapena»,
redondo por fuera y dúctil por dentro, unas hechuras de plastilina. La
administración de los tiempos y las distancias entre las series. Que arrancaron
al paso en ese inicio por alto tan de El Cordobés. Suavidad de seda en línea
para hacérselo fácil en su bondadoso y largo recorrido. Sin atosigar. Una tanda
de naturales se dividió en tres actos. Como una clase de educación básica. De
colocación y recolocación. La embestida, en principio rebrincadita por el poder
contado, lo fue agradeciendo. Hasta que Juli apretó en la quinta serie, en
redondo y por abajo ya, para eclosionar la faena. Otra en idéntico son
rompiendo el molde de la cintura. Como epílogo a los circulares invertidos, un
cambio de mano sin reloj y unos doblones de descarado dominio. Un pinchazo
redujo a una oreja el premio de la lección cristalina de arquitectura.
Juli cambió el registro, por obligación, ante el genio
descompuesto del cuarto. La raza y el orgullo. El valor de plomo. La
versatilidad de una figura del toreo. La capacidad insaciable. Soltaba la cara
el toro de Domingo Hernández como una devanadora. A una velocidad de vértigo.
Los derrotes viajaban como crochés. Tirados con el pitón de fuera. Por las dos
manos. Juli le ofreció la izquierda. Por el camino largo de los naturales,
chirriaban las violentas cuchilladas. Que cortaban el aire. Un milagro que el
molinillo de las dagas voladoras no enganchase nada la muleta. Pero los
milagros no existen. Ni un quebranto. Fibra y mando. El toque firme como la
determinación asentada. La faena desprendió la electricidad de la emoción.
Arrebato, ambición y garra en los molinetes de rodillas. Como aquel que
empieza. Agarró un pinchazo hondo sin soltar y atronó aquel saco de guasas de
un certero golpe de verduguillo. Cuatro Caminos le entregó el trofeo de la
llave de su puerta grande.
Si Juli había aprovechado su turno de quites en los albores
de la tarde por chicuelinas y julinas -esa tijerilla que muere desplomada y
arrebujada en la pierna de salida-, Miguel Ángel Perera interpretó las
saltilleras en su toro. Por diferencia de escalas, y no sólo, el garcigrande se
hacía chico al lado de Perera. El principio feliz de cambiados marca de la casa
degeneró pronto sobre su derecha: la manejable embestida tendía a soltarse
distraída antes de hora. Y los buenos muletazos no encontraban final. De tal
modo que las salidas a su bola de la suerte desarmaron en un par de ocasiones a
MAP. El notable tono de una serie de naturales se cortocircuitó al quedar
desairado el torero. Que siempre anduvo remontando a contracorriente. El
espadazo careció del efecto deseado por su colocación trasera. Necesitó un
golpe de descabello. La pañolada no cuajó. Intermitente como la obra.
El sorteo deparó a Miguel Ángel Perera el mejor toro de la
corrida. Y el más montado. Un quinto para hacer los honores al refrán. La
solidez templada de Perera tomó cuerpo. La ligazón en su mano derecha. La mano
perfecta del garcigrande. Que también se dio a izquierdas. No del mismo modo.
La faena mantuvo un ritmo sostenido. Sólo mermado por el estoconazo caído. La
oreja fue un premio justo. Aunque se pidieran las dos.
Reaparecía Roca Rey de la cornada de Pamplona. Versión
repetida de la de Badajoz. Y no se encontró cómodo en ningún momento con un
toro gazapón, que se venía recto, derrotaba en los finales y reponía. Le obligó
siempre a perder pasos. La factura de los percances afloró con la espada.
Peor estilo derrochó el sexto a la defensiva con su
calamocheo precoz y precipitado. Ya en el embroque. El Cóndor de Perú voló
bajo. Como su acero.
GARCIGRANDE | El Juli, Perera y Roca Rey
Toros de Garcigrande y dos
de Domingo Hernández (4º y 6º), de
diferentes hechuras y seriedades, más fuertes los tres últimos; bueno de
contado poder el 1º; notable el 5º; manejable pero distraído el 2º; geniudo y
violento el 4º; soltó la cara el reponedor 3º; de feo estilo el calamocheante
6º.
El Juli, de teja y oro. Pinchazo y estocada pasada.
Aviso (oreja). En el cuarto, pinchazo hondo y descabello (oreja). Salió a
hombros por la puerta grande.
Miguel Ángel Perera, de azul turquesa y oro. Estocada pasada y
descabello (petición y saludos). En el quinto, estocada caída y descabello
(oreja y petición).
Roca Rey, de verde botella y oro. Pinchazo y
estocada baja (silencio). En el sexto, estocada baja (silencio).
Plaza de Cuatro Caminos. Jueves, 27 de julio de 2017. Quinta de feria.
Lleno.
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