López Simón y Ginés Marín salen a
hombros en una puerta grande de mínimos como premio a la eficacia de sus
espadas; un templado Castella corta también una oreja a la noble corrida de
Victoriano del Río.
Ginés Marín |
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Fotos: EFE
Victoriano del Río volvía a Pamplona con el estandarte del
premio de la Feria del Toro 2016. Una corrida vieja, cinqueña pasada, con tres
toros a menos de un mes de cumplir los seis años, y uno como el buen primero
que los hacía en septiembre.
Ancho de sienes, de amplia cuna, que se dice, armado por
delante con la seriedad propia de San Fermín y de la edad. Y muy definido desde
el tramo inicial. Tan humillado en los lances sedosos de Sebastián Castella
sacando los brazos. Castella lo cuidó en el caballo y quitó por chicuelinas a
compás abierto. El toro giraba envolviéndose en el eje del torero. Brindó al
cielo el galo, se santiguó y se clavó por estatuarios que le dieron aire a la
embestida. No le exigió tampoco con la mano derecha en muletazos de largo
recorrido: el noble fondo tampoco andaba sobrado. SC decidió desde entonces
obligar y apostar más. La faena y la embestida sostuvieron la constante del
temple y el estilo. En uno y otro contendiente. Varias miraditas a la barrera
indicaron al matador el momento de la muerte. No sin antes adornarse por
manoletinas. Mató con la misma facilidad y se embolsó una justa oreja en el
esportón.
El modo de tirarse a matar de López Simón fue otro.
Totalmente opuesto. Como si se encunase en un volapié sin muleta. Pero
llevándola, claro. El volteretón fue de órdago. Como un órdago había sido el
estoconazo a cara o cruz. Sacudió la plaza como un electroshock a su cerebro. Y
reaccionó como si reviviese superando la línea decadente del final de faena. El
cinqueño de Victoriano del Río había respondido siempre con fuerza y chispa, y
mejor cuanto más por abajo vaciaba Simón el muletazo. Cuando no sucedía así se
ensuciaban las series. Especialmente por el izquierdo, por donde la humillación
no era igual. LS, deshinibido de la tristeza que le embargaba en los últimos
tiempos, parece haber recuperado también la actitud. Pues esa fue la clave que
marcó su actuación.
Qué pedazo toro resultó ser Forajido. En la frontera de los
seis años, su fijeza, su planeo, su humillación, su recorrido, su ritmo...
Ginés Marín tanto en el prólogo como en el epílogo de la faena echó las
rodillas por tierra. Y en esa coda Forajido todavía lo hacía todo a los vuelos.
Que fue donde colocaba la cara con calidad superior y viaje extraordinariamente
largo al natural. Ginés, que había interpretado por ese pitón de escándalo un
par de cambios de mano soberbios, no cuajó la tanda rotunda y a la altura de
los mismos. Pese a componer bonito. A pesar de la expresión. Atrás habían
quedado series de redondos prometedoras. Cuando se esperaba aún la eclosión que
no sucedió. Como con aquel cuvillo de la Corrida de la Cultura de Madrid, la
espada arrasó con el triunfo. Pero también como entonces la sensación íntima de
quien firma es que, al margen de los pinchazos y del éxito seguro, faltó algo
más. La profundidad quizá. Forajido acababa de colocarse como el máximo
favorito al toro de San Fermín. Para labrarse leyenda en un debut sanferminero.
Un trapío despampanante desbordaba la estampa del cuarto.
Herrado con el fuego de Toros de Cortés rompió la inercia notable de la
corrida. Frenado y sin entrega. Distraído finalmente. Difícil de comprender la
tozudez de Sebastián Castella en prolongar una faena sin sentido una vez
descartadas las opciones que nunca hubo. Se le puso complicado el asunto con el
gazapeo ausente y huidizo del bruto para cazar la estocada. Pasó la frontera
del segundo aviso. In extremis el descabello evitó el mal mayor.
Regresó López Simón recompuesto de la enfermería y con la
paliza a cuestas. Le esperaba el toro más pesado y voluminoso, que no el más
ofensivo ni por su inabarcable medida de pitón a pitón, del sexteto de
Victoriano del Río. Simplón en su empleo, de ir y venir, un punto andarín, no
más. Simón muleteó tesonero por las dos manos sin que nada trepase a los
tendidos. Tampoco se cambia por arte de magia de la noche a la mañana. La
eficacia de la estocada, que tampoco es que fuera un volapié de libro de Paco
Camino ni tan siquiera el suyo anterior, produjo un efecto lisérgico en los
tendidos. Alucinante la oreja y la puerta grande.
Definitivamente, la corrida fue otra en su segunda mitad.
Aun con sus opciones. El largo sexto de Toros de Cortés descolgó muy poco. Sin
maldad pero... Ginés Marín brilló en algunos pasajes con la mano izquierda
gracias a su sentido de la colocación. Enfrontilada y acinturada la figura.
Todo el mérito de los destellos se debía al joven torero, que ahora enterró el
estoque hasta los gavilanes. Otra vez se desató la pañolada. Increíblemente
hasta las dos orejas. Compensó el palco la frustración de Forajido. Y Ginés, cuyo
mayor premio es la sustitución de Roca Rey este jueves, marchó a hombros
felizmente con Simón. Fiesta, fiesta, fiesta. Ya lo dijo Hemingway.
VICTORIANO DEL RÍO | Sebastián Castella, López Simón y Ginés Marín
Toros de Victoriano del Río
y dos de Toros de Cortés (4º y 6º),
cinqueños todos, muy serios en sus diferentes hechuras; extraordinario el 3º;
encastado de fuerte embestida el 2º; noble el 1º; 5º y 6º se dejaron; el 4º no
sirvió.
Sebastián Castella, de azul celeste y oro. Estocada pasada
(oreja). En el cuarto, dos pinchazos, uno hondo y tres descabellos. Dos avisos
(silencio).
López Simón, de azul marino y oro. Estocada (oreja). En
el quinto, estocada desprendida (oreja).
Ginés Marín, de corinto y oro. Tres pinchazos y
estocada (vuelta al ruedo). En el sexto, estocada (dos orejas). Salió a hombros
con López Simón.
Monumental de Pamplona. Miércoles, 12 de julio de 2017. Octava de
feria. Lleno.
Sebastián Castella |
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