El joven valenciano corta una
oreja en su debut en Pamplona tras una voltereta terrorífica ante una
complicada corrida de Cebada definida por su falta de humillación y entrega.
Javier Jiménez |
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de
Madrid
De cánticos, ruegos y jotas se desbordaba la mañana de San
Fermín. "No sabe lo que es emoción quien no ha corrido el encierro, cuando
al sonar el cohete se acelera el corazón", entonaban las joteras navarras
a pleno pulmón. Los cebadita cubrieron el recorrido en 2 minutos, 58 segundos y
tres heridos. Ni tan rápida ni tan sangrienta la carrera como otras veces en
sus 29 años de presencia interrumpida en Pamplona.
La aparición del alcalde Joseba Asirón (Bildu) con su
chistera calada dividió la plaza entre los pitos de la sombra y los aplausos
del sol. La chistera le caía como sus ideas caen al espíritu foral y español de
Navarra. Como para que la pitada hubiera sido unánime.
Al cebadita amelocotonado que estrenaba la tarde le sobraba
el diminutivo. Corpulento, redondo y astifinísimo como toda la corrida.
Enmorrillado hasta el punto de que desaparecía el cuello. No humilló nada
nunca, pasó a su bola de los capotes y se soltó del caballo con la querencia
marcada. Careció de maldad en la misma medida que de empleo. Juan Bautista lo
toreó a su altura. Con facilidad y sin historia.
La pinta cárdena clara y salpicada, las líneas estilizadas y
la cara fina del segundo cebada componían una belleza. El hocico dibujado con
el rímel de los ojos. Sueltecito de carnes en su largo esqueleto. Espléndido el
cuello. Pero no para descolgar. Tan sólo humillaba en el momento del embroque.
Y luego punteaba. Quizá por la falta de fuerza. Resuelto anduvo hasta las
manoletinas encadenadas Javier Jiménez, que mató al encuentro. Por la
colocación excesivamente contraria de la espada necesitó del verduguillo.
Los cinco años pasados del tercero le conferían una seriedad
a su expresión tremenda. Su negritud se aclaraba entrepelada en la testuz. Las
puntas afiladísimas la coronaban. Su comportamiento se agravaba por la edad.
Nada fácil. Ni por la manera de soltar la cara, ni por sus miradas, ni por su
ritmo desigual. Román demostró un valor sordo. Para esperarlo cuando se venía
andando y tragar cuando aceleraba. Otro cierre por manolas elevó la
temperatura. Que adquirió rango de incendio por el volteretón en el volapié.
Atacó con rectitud de lanza el joven debutante valenciano. El pitonazo al pecho
lo sacudió en el aire con estruendosa violencia. San Fermín obró el milagro en
el suelo. El puñal del cuerno silbó la nuca. La espada se había hundido hasta
los gavilanes. Román, medio grogui y sin chaquetilla, observó la muerte ajena
como una victoria. Que se materializó en la emotiva oreja. El dramatismo de la
estocada había estremecido los tendidos hasta el silencio asustado y la
pañolada feliz.
El garfio izquierdo del toro de la merienda convertía
cualquier bocadillo en un atragantón. Lo sostenía además una movilidad
gazapona, pegajosa y complicada. Como había dejado patente en banderillas. El
sitio de Juan Bautista -el que tiene y el que le dio- tapó mucho el genio del cebada.
O todo. La profesionalidad volvió a brillar en un espadazo de libro por tan
bien librado: había que pasar aquel fielato de pavor.
Un sobrero con el hierro de Salvador García Cebada sustituyó
al cornalón quinto, que se partió un asta contra un burladero por la mitad.
Bajaba la imponente lámina de la corrida pero mantenía la cuota de los cuatro
cinqueños. Y la falta de humillación. Todo lo hizo el cebadita apoyado en las
manos y a la defensiva en su feo estilo no exento de guasa. Javier Jiménez
trasteó sin opciones.
Volvió Román de la enfermería con el ánimo intacto y un
parte de traumatismo cráneoencefálico. Le esperaba el tal Punterito que había
sembrado el pánico en las calles. Ese cuello cargado de instinto que sacó a
pasear por la mañana era como si hubiera crecido hacia arriba por la tarde. Tan
montado y ensillado. Otro cebada difícil que embestía por el palillo. Y por
dentro. Román no renunció con su actitud inquebrantable y sus valerosos deseos
a cuestas. Incluso corrió la mano con mérito al natural. Metió el brazo con
habilidad para finalizar su esfuerzo. Y recogió una ovación de despedida.
CEBADA GAGO | Juan Bautista, Javier Jiménez y Román
Toros de Cebada Gago,
incluido el sobrero con el hierro de Salvador
García Cebada (5º bis), cuatro cinqueños (3º, 4º, 5º y 6º), muy serios y
astifinos en sus diferentes hechuras; no humillaron ni se entregaron;
complicados en conjunto; 1º y 2º sin maldad.
Juan Bautista, de corinto y oro. Media estocada
perpendicular y atravesada y descabello (silencio). Estocada (silencio).
Javier Jiménez, de blanco y oro. Estocada contraria al
encuentro y cuatro descabellos. Aviso (silencio). En el quinto, pinchazo y
media estocada (silencio).
Román, de nazareno y oro. Estocada (oreja). En el sexto, estocada
desprendida y dos descabellos (saludos).
Monumental de Pamplona. Viernes, 7 de julio de 2017. Tercera de feria.
Lleno.
Juan Bautista |
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