El veterano extremeño cuaja al
mejor toro de la desigual corrida de Núñez del Cuvillo pero se queda sin
trofeos entre la espada y la presidencia; Talavante corta una oreja de escasa
transcendencia.
Antonio Ferrera |
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Foto: EFE
La demora de Antonio Ferrera y Alejandro Talavante en salir
de la capilla quebrantó la puntualidad sagrada de la corrida. Otros días fue la
gincana en que se han convertido los accesos a la plaza. Esperaba Ginés Marín
con gesto de no saber qué pasaba. Como el gentío que se impacientaba.
De los toros altos que se le recuerdan a Cuvillo se hacía
Pocarropa. Inmesos el cuerpo y la alzada. No humilló nunca. Por meras
cuestiones morfológicas. Antonio Ferrera anduvo hábil tanto con los palos como
con la espada. Construyó una faena a la altura -nunca mejor dicho- de las
circunstancias. O por encima de ellas. Porque tampoco en el viaje que reponía
fue generoso el cuvillo.
Bajaban un palmo las hechuras del segundo. Y crecía, sin
embargo, por su amplia cornamenta. Colocó bien la cara en el capote a la
verónica suave de Talavante, especialmente por el pitón izquierdo. En ese mismo
aire embistió en los compases previos de la obra talavantista. Tan pronto
planteada al natural. De largo trazo la dorada zurda de AT. Más que embroque. Y
más humillación que ritmo en la embestida. Que luego empeoró por la mano
derecha. Sin descolgar igual. Protestando ante el dominio. No volvería a sus
prometedoras arrancadas ni a izquierdas. Como Alejandro Talavante hundió el
acero fácil, Pamplona reaccionó como suele ante las estocadas. Y entregó una
oreja de escasa transcendencia.
Ginés Marín, que sustituía a Roca Rey, no encontró
colaboración alguna en el descompuesto tercero. De su armada cabeza sólo
saltaban derrotes preñados de genio. Como una devanadora. El afán del extremeño
por hacer las cosas en orden al clasicismo no obtuvo más repuesta que la
violencia.
El momento de madura plenitud de Antonio Ferrera volvió a
vivirse en Pamplona. Fue el cuarto de recogidas líneas y desarrollada cuerna el
material idóneo. Galiano se dio de principio a fin. Bravo y a más. Siempre por
abajo. Y de punta a punta lo cuajó Ferrera. Sentido y hundido en un quite por
delantales. Bellísima la media. De la calidad al poder con las banderillas. Y
de nuevo el compás en la faena. La distancia concedida en la pronta izquierda
que partió desde una posición de fusil al hombro. La expresión y el sabor al
natural, acinturado, apretados los riñones, suelta la muñeca, causaron un
efecto inaudito: que la peña le prestase atención al toreo más que a la
merienda pantagruélica. La mano derecha siguió el camino del temple, la
ligazón, la curvatura. Tanto como la clase del cuvillo lo hacía posible. Un
trincherazo fue un cartel de toros entre las tandas frondosas. Clavó el
extremeño la ayuda en la arena y dibujó naturales diestros. Las distancias y el
toro se habían reducido. El intento de matar en la suerte de recibir no pareció
una idea feliz. El pinchazo al encuentro bastó para descabellar. De improviso,
una última arrancada levantó a Antonio Ferrera en un volteretón estratosférico.
Durísima la caída. En el siguiente golpe de verduguillo, atronó a Galiano. No
cedió el palco a la petición de una oreja para una composición que hubiera sido
de dos. Así que Antonio paseó el anillo. Y, entre tanta puerta grande de
pandereta, salió andando para marcar la diferencia.
Talavante es uno cuando se embragueta y otro cuando se
olvida del ajuste. Ante el quinto, a pesar de que había más movilidad en el
cuvillo que categoría, surgió el mejor Alejandro, el más puro, el más
embrocado. Los muletazos morían detrás de la cadera. Allí donde crujen los
oles. Y por abajo. Allí donde se reducen los toros. La espada se le encasquilló
para abortar la puerta grande que en San Fermín se le resiste año tras año. Dos
avisos condecoraron el nublado de pinchazos.
El colorado sexto confirmó las desigualdades de presentación
de la corrida de Cuvillo. No descolgó y careció de fondo para romper hacia
delante. A Ginés Marín le funcionaron las conexiones neuronales con su preclaro
sentido de la colocación. Para sacar más de lo que había en aquel
desentendimiento. Que se contagió al público como un virus en expansión.
NÚÑEZ DEL CUVILLO | Antonio Ferrera, Alejandro Talavante y Ginés
Marín
Toros de Núñez del Cuvillo, tres
cinqueños (1º, 2º y 5º), desiguales de presentación; notable por su bravura y
clase el 4º; de más a menos entrega el 2º; derrotador el 3º; sin humillar el
altísimo 1º; tampoco descolgó el desfondado 6º; de más movilidad que calidad el
5º.
Antonio Ferrera, de fucsia y oro. Estocada honda y
perpendicular y descabello (silencio). En el cuarto, pinchazo hondo al
encuentro y dos descabellos. Aviso (petición y vuelta al ruedo).
Alejandro Talavante, de pizarra y oro. Estocada desprendida
(oreja). En el quinto, cinco pinchazos y estocada defectuosa. Dos avisos
(silencio).
Ginés Marín, de canela y oro. Estocada baja (silencio).
En el sexto, estocada (silencio).
Monumental de Pamplona. Jueves, 13 de julio de 2017. Novena de feria.
Lleno.
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