Llama la atención la categoría
del toreo al natural del joven novillero de Hellín. Tarde fría y ventosa, piso
pesado, y una noble pero desigual novillada de El Parralejo.
BARQUERITO
LA NOCHE DEL DOMINGO al lunes fue en Valencia muy tormentosa
y, cielos cubiertos durante toda la mañana, los pronósticos anunciaban lluvia
segura y viento arisco a la hora de los toros. Se contaba con la suspensión,
pero se sorteó a su hora. A las cinco en punto fue el paseo.
El viento, fresco y racheado, levantaba las esclavinas de
los capotes bordados. Aunque el ruedo había sido protegido de lonas nada más
terminar la corrida del domingo, la zona de tablas a pie de la presidencia,
donde se paran, lidian y pican en Valencia los toros, frente al burladero de
capotes, estaba enfangada. Un ambiente muy desapacible. No asomó el sol en todo
el día. Con luz artificial se jugaron cinco de los seis novillos. Poquísima
gente.
Se cambiaron con lógico criterio los terrenos de salida y
lidia. Se picó en la puerta de cuadras y cuadrillas, y en esa misma zona,
terrenos de sol, pegada a las rayas de cal y misteriosamente resguardada del
viento que llegó a azotar el resto del ruedo, se cumplieron enteros todos los
trabajos de rutina. La rutina del toreo en la contraquerencia con sus fórmulas
reglamentarias. La rutina se tradujo en uno de tantos festejos de los de nunca
acabar: dos horas y media.
Un reparto de cuatro avisos entre el mexicano Leo Valadez y
el alicantino –de Elda- Jorge Rico; dos vueltas al ruedo bien ganadas, una de
ellas oreja en mano, del albaceteño –de Hellín- Diego Carretero; falta
manifiesta de experiencia de Rico con la espada, como si no hubiera entrenado
ni con el carretón siquiera, pero diligencia en un solo ataque de Valadez y
Carretero. Salvo la primera y la segunda de todas, no pareció particularmente
larga ninguna de las seis faenas, aunque salpicadas las seis de los inevitables
tiempos muertos de la rutina. El tiempo corrió implacable.
Se dejaron los seis novillos de El Parralejo sin duelo. La
nobleza fue de grado mayor en todos los casos. De son pajuno cuarto y quinto,
novillos con cuajo de toro, cuajo y no cara. Castigadísimo en dos puyazos
feroces, solo el sexto amenazó con derrumbarse. Lacónicas las embestidas de un
primero que salió con pies de los buenos –al galope- pero claudicó cuando
Valadez le bajó la mano y pretendió obligarlo. Muy bramador el segundo, que de
partida se rebrincó y hasta escarbó, pero acabó rompiendo y descubriendo, de
paso, el muy notable sentido del toreo de Diego Carretero: la muleta por
delante, el toque al vuelo, el toro empapado en viajes largos, una mano
izquierda sorprendentemente poderosa.
Ni el viento, que se metió de cuando en cuando, impidió al
torero de Hellín dominar los viajes casi a compás. Valadez había tumbado al
primero de estocada perpendicular. A Carretero se le fue la mano a los bajos.
Pero antes de írsele la mano, había rematado faena con una tanda delicada de
ayudados por alto. La espada fue para el joven Jorge Rico un quinario. Torero
por hacerse: apuntes refinados a pies juntos con el capote –en un quite al toro
de Carretero, en el recibo del tercero también-, un intento de torear muy
quieto luego, pero el viento lo descubría, o se revolvía el toro, que lo
desarmó tres veces. Ese trabajito se lo había brindado Rico a su paisano
Francisco José Palazón, convaleciente de una grave enfermedad en su casa de
Petrer. Hay gotas del estilo de Palazón, que es torero estilista, en esos
difusos apuntes de Jorge Rico, que iba vestido, muy elegante, de blanco y plata
con algún golpe de oro.
Al cuarto, que coceó el caballo de pica, le hizo Valadez un
quite de los del Zapopán en versión no habitual o heterodoxa: cite en cercanías
y, en el reclamo, volado no solo el medio capote que se despliega en abanico
sino el capote entero, que costaría recoger al cumplirse el lance. La quietud
no fue la propia, pero el invento sorprendió y se celebró. Para entrar en
calor. Implacable el viento, la flámula ondeante, tan apagado como rendido el
novillo, y una faena de las de estarse y estarse sin mayor acento. Y una buena
estocada.
En el quinto novillo Carretero confirmó todo lo que había
dejado ver en el segundo. Un poder nada común con la mano izquierda. Pureza en
el toreo al natural traído por delante. Ligazón, colocación, asiento. Mucha
seguridad. Talento para llevar cosido al toro en la franela. Tomar y soltar a
tiempo, toreo a suerte cargada, saber correr la mano. Improvisar adornos con
circulares cambiados, del gusto de la mayoría. Y entre la mayoría, una peña
venida de Hellín para jalear. No sin motivo. Y ahora entró la espada por
arriba. Lástima no haber podido verse ese trabajo y ese torito en una tarde de
sol.
Roto en varas, no contó el sexto en el recuento ya tardío.
Salió del trance Jorge Rico sin sufrir con la espada tanto como en el primer
trago.
FICHA DE LA CORRIDA
Seis novillos de El Parralejo
(José R. Moya).
Leo Valadez, ovación tras un aviso y silencio.
Diego Carretero, vuelta al ruedo y una oreja.
Jorge Rico, silencio tras dos avisos y silencio tras
aviso.
Brega poderosa y sesuda de Álvaro
Oliver con el tercero.
3ª de Fallas. Encapotado, ventoso y frío. Piso pesado y parcheado con
serrín. 1.500 almas. Dos horas y media de función.
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