lunes, 13 de marzo de 2017

SEGUNDA NOVILLADA – FERIA DE FALLAS: La mano zurda de Diego Carretero

Llama la atención la categoría del toreo al natural del joven novillero de Hellín. Tarde fría y ventosa, piso pesado, y una noble pero desigual novillada de El Parralejo.

BARQUERITO

LA NOCHE DEL DOMINGO al lunes fue en Valencia muy tormentosa y, cielos cubiertos durante toda la mañana, los pronósticos anunciaban lluvia segura y viento arisco a la hora de los toros. Se contaba con la suspensión, pero se sorteó a su hora. A las cinco en punto fue el paseo.

El viento, fresco y racheado, levantaba las esclavinas de los capotes bordados. Aunque el ruedo había sido protegido de lonas nada más terminar la corrida del domingo, la zona de tablas a pie de la presidencia, donde se paran, lidian y pican en Valencia los toros, frente al burladero de capotes, estaba enfangada. Un ambiente muy desapacible. No asomó el sol en todo el día. Con luz artificial se jugaron cinco de los seis novillos. Poquísima gente.

Se cambiaron con lógico criterio los terrenos de salida y lidia. Se picó en la puerta de cuadras y cuadrillas, y en esa misma zona, terrenos de sol, pegada a las rayas de cal y misteriosamente resguardada del viento que llegó a azotar el resto del ruedo, se cumplieron enteros todos los trabajos de rutina. La rutina del toreo en la contraquerencia con sus fórmulas reglamentarias. La rutina se tradujo en uno de tantos festejos de los de nunca acabar: dos horas y media.

Un reparto de cuatro avisos entre el mexicano Leo Valadez y el alicantino –de Elda- Jorge Rico; dos vueltas al ruedo bien ganadas, una de ellas oreja en mano, del albaceteño –de Hellín- Diego Carretero; falta manifiesta de experiencia de Rico con la espada, como si no hubiera entrenado ni con el carretón siquiera, pero diligencia en un solo ataque de Valadez y Carretero. Salvo la primera y la segunda de todas, no pareció particularmente larga ninguna de las seis faenas, aunque salpicadas las seis de los inevitables tiempos muertos de la rutina. El tiempo corrió implacable.

Se dejaron los seis novillos de El Parralejo sin duelo. La nobleza fue de grado mayor en todos los casos. De son pajuno cuarto y quinto, novillos con cuajo de toro, cuajo y no cara. Castigadísimo en dos puyazos feroces, solo el sexto amenazó con derrumbarse. Lacónicas las embestidas de un primero que salió con pies de los buenos –al galope- pero claudicó cuando Valadez le bajó la mano y pretendió obligarlo. Muy bramador el segundo, que de partida se rebrincó y hasta escarbó, pero acabó rompiendo y descubriendo, de paso, el muy notable sentido del toreo de Diego Carretero: la muleta por delante, el toque al vuelo, el toro empapado en viajes largos, una mano izquierda sorprendentemente poderosa.

Ni el viento, que se metió de cuando en cuando, impidió al torero de Hellín dominar los viajes casi a compás. Valadez había tumbado al primero de estocada perpendicular. A Carretero se le fue la mano a los bajos. Pero antes de írsele la mano, había rematado faena con una tanda delicada de ayudados por alto. La espada fue para el joven Jorge Rico un quinario. Torero por hacerse: apuntes refinados a pies juntos con el capote –en un quite al toro de Carretero, en el recibo del tercero también-, un intento de torear muy quieto luego, pero el viento lo descubría, o se revolvía el toro, que lo desarmó tres veces. Ese trabajito se lo había brindado Rico a su paisano Francisco José Palazón, convaleciente de una grave enfermedad en su casa de Petrer. Hay gotas del estilo de Palazón, que es torero estilista, en esos difusos apuntes de Jorge Rico, que iba vestido, muy elegante, de blanco y plata con algún golpe de oro.  

Al cuarto, que coceó el caballo de pica, le hizo Valadez un quite de los del Zapopán en versión no habitual o heterodoxa: cite en cercanías y, en el reclamo, volado no solo el medio capote que se despliega en abanico sino el capote entero, que costaría recoger al cumplirse el lance. La quietud no fue la propia, pero el invento sorprendió y se celebró. Para entrar en calor. Implacable el viento, la flámula ondeante, tan apagado como rendido el novillo, y una faena de las de estarse y estarse sin mayor acento. Y una buena estocada.

En el quinto novillo Carretero confirmó todo lo que había dejado ver en el segundo. Un poder nada común con la mano izquierda. Pureza en el toreo al natural traído por delante. Ligazón, colocación, asiento. Mucha seguridad. Talento para llevar cosido al toro en la franela. Tomar y soltar a tiempo, toreo a suerte cargada, saber correr la mano. Improvisar adornos con circulares cambiados, del gusto de la mayoría. Y entre la mayoría, una peña venida de Hellín para jalear. No sin motivo. Y ahora entró la espada por arriba. Lástima no haber podido verse ese trabajo y ese torito en una tarde de sol.

Roto en varas, no contó el sexto en el recuento ya tardío. Salió del trance Jorge Rico sin sufrir con la espada tanto como en el primer trago.

FICHA DE LA CORRIDA
Seis novillos de El Parralejo (José R. Moya).
Leo Valadez, ovación tras un aviso y silencio.
Diego Carretero, vuelta al ruedo y una oreja.
Jorge Rico, silencio tras dos avisos y silencio tras aviso.
Brega poderosa y sesuda de Álvaro Oliver con el tercero.
3ª de Fallas. Encapotado, ventoso y frío. Piso pesado y parcheado con serrín. 1.500 almas. Dos horas y media de función.

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