Dos faenas irregulares del torero
de Lorca, pero distinguidas las dos por su verdad y arrojo. Excelentes muletazo
con la izquierda. Una estocada memorable. Dos notables jandillas de los Borja
Domecq padre e hijo.
BARQUERITO
LOS DOS PRIMEROS fueron los toros de mejor son. El uno, del
hierro de Vegahermosa, de Borja Domecq hijo. El otro, del hierro de Jandilla,
de Borja Domecq padre. El primero, de parda pinta, galopó y descolgó, se acostó
de partida por la mano derecha –tal vez vicio de manejo- y tuvo por la otra
particular calidad. Embestidas francas y claras, notable nobleza. Se llamaba
Majestad. El de Jandilla, negro acodado y cornidelantero, alto de cruz, también
galopó de salida.
Al de Vegahermosa lo picaron al relance y trasero. El de
Jandilla casi se come por derecho el caballo de Pedro Iturralde, que no se
esperaría un primer ataque tan fogoso. El arreón se saldó con un puyazo
traserito y un derribo. Lo probable es que se afligiera el caballo, que
resistió solo lo justo. Empujando en serio y encelado en el peto por los
pechos, el toro se cebó con los forros de coraza. Lo colearon en vano entre
tres monosabios. Al reclamo de capotes no respondía porque tenía la visión
tapada por el peto, olería sangre o se habría enganchado con alguna correa.
Cuando el caballo se tendió del todo, pareció peligrar muy
en serio. Si el toro se soltaba de la falsa presa, se iría al cuello, que tuvo
a menos de medio metro. Al cabo de dos minutos y pico llegó el rescate. Una voz
o una punta de capote, que se llevó el toro lejos de la línea de fuego. Para
sorpresa de todos, el caballo se levantó como si tal cosa. Sin mirarse, se
diría de un torero.
Desmontado por primera vez en muchos años, picador certero y
seguro jinete, Iturralde volvió a montarse y a cobrar ahora un puyazo preciso y
medido. Y el toro volvió a entregarse en la pelea. Solo que ahora no pudo con
el caballo tordo ni con el picador vallisoletano tampoco. Aunque acusó los
efectos de la ciega pelea encelada, sin sobrante de gas, sacó en la muleta
recorrido, tuvo fijeza y esa nota tan difícil de las embestidas rimadas,
prontas y fiables, como programadas.
Con el toro de Vegahermosa no acabó de creérselo David Mora,
que abrió por sistema al toro por su gran mano izquierda y le perdió pasos.
Faena en un solo terreno pero más plana que feliz. Un metisaca, un pinchazo y
una estocada. Paco Ureña se estiró y encajó en el recibo del jandilla de vivo
galope. Siete lances de mano alta y distinto calado, capote de mayúsculas
dimensiones, y dos medias de remate, una malograda y otra a pies juntos
bastante mejor.
Estaba con ganas el torero de Lorca, que ya había salido a
quitar por saltilleras en el toro de Vegahermosa –hubo intento de réplica de
David Mora por chicuelinas- y se tomó la licencia de llevar al de Jandilla al
caballo galleando. Del galleo, apurado por la codicia del toro, se pasó al
derribo. Y después de tantos sucesos, a una faena de mucha firmeza pero de
dientes de sierra: una apertura por estatuarios tomando muy en corto al toro en
tablas, una segunda parte en el tercio de toreo de dos tandas con la zurda, sin
terminar de coger el ritmo en la primera y mucho más acoplada la segunda. Entre
una y otra, un paseo gratuito. Y tras ellas, dos tandas en redondo de menos
sustancia que las primeras. La faena, sin embargo, acabó rompiendo.
Tarde e inesperadamente. En los medios. Dos naturales de
frente espléndidos por ajuste y trazo, un molinete de recurso y el de pecho
obligado porque, después de todo, se vino arriba el toro. Una estocada ladeada
y tendida, un aviso, dos descabellos tras haber pretendido que el toro se
echara y una vuelta al ruedo que sabría a poco.
El aire de la corrida de jandillas de los Borjas padre e
hijo cambió de signo enseguida. El tercero, aplaudido de salida –cornialto,
vivo galope, pinta castaña-, sacó muchos pies pero eso fue falsa promesa.
Frágil y claudicante, terminó por escarbar –un par de veces- y por tomar engaño
al paso y con desgana, la boca acierta después de banderillas.
Algún bonito muletazo campero de Javier Jiménez en faena
tesonera y porfiona. Los tres de la segunda parte fueron más hondos pero no más
bellos que los de la primera. El cuarto, de Jandilla, salió renqueante de
varas, esperó en banderillas, se dolió, apretó para adentros, se trastabilló y
abrió de manos, murió recostado contra tablas. Procedía abreviar, David Mora se
resistió a hacerlo, pero no quedó otra que montar la espada.
El quinto de sorteo era el otro de los dos de Vegahermosa
que completaban corrida. Un toro de impresionante cuello y graciosa papada,
abierto de cuerna. Toro con mucha plaza, al ataque de salida, en varas y en
banderillas, muy nervioso, algo temperamental. Distinto a todos. No estaba
claro. Muy en serio la apuesta de Paco Ureña: su firmeza en los muletazos de
abrir tandas en distancia de compromiso, su aguante y su ajuste, sus recursos
algo desordenados y puestos a prueba por el cabeceo del toro cuando no iba del
toro metido en engaño. También a última hora rompió a modo la faena y con la
mano zurda. Una tanda soberbia librada en los medios. Y ahí mismo cobró Ureña
la que será probablemente estocada de la feria. Por el donde, el cuándo y el
cómo, y porque el toro rodó sin puntilla.
El sexto salió a cañón, no atendió el capote de Javier
Jiménez en intento vano de larga cambiada. Cuerpo a tierra el torero de
Espartinas, que se repuso para lancear con buen juego de brazos y en terrenos
del toro, que se vino como un cohete a los vuelos. Este sexto jandilla romaneó
en el caballo y tomó la muleta con un ritmo primero que no duró sino lo justo.
Toro remolón, una faena de acumular y sumar sin ideas visibles. Se paró el
toro. Una tanda de manoletinas improcedente.
FICHA DE LA CORRIDA
Cuatro toros de Jandilla
(Borja Domecq Solís) y dos -1º y 5º- de Vegahermosa
(Borja Domecq Noguera)
David Mora, silencio y silencio tras un aviso.
Paco Ureña, vuelta tras aviso y una oreja.
Javier Jiménez, silencio en los dos.
5ª de Fallas. Soleado, fresco. 4.500 almas. Dos horas y veinte minutos
de función.
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