El joven peruano sale a hombros
con José María Manzanares ante una corrida de pobre fondo y no exenta de
complicaciones de Victoriano del Río.
ZABALA DE LA SERNA
Olivenza (Badajoz)
@zabaladelaserna
Un rumor acompañó el vestido mandarina y azabache de Morante
de la Puebla en el paseíllo. Un naranja apagado por una mezcla de ocre que
quizá ni fuese mandarina. "¡Qué feo!", dijo alguien. Feo el torito de
Victoriano del Río y su flequillo de invierno sobre su cara lavada de niño
travieso y sus puntas de alfiler. Feo el modo de cruzarse por dentro con el
capote. Y además la supuesta fealdad del vestido anaranjado de Morante se
transfiguró en bronce con tres verónicas mecidas, tres lances de fragua,
yéndose con el toro, y una asolerada media en la cadera. Ya no era mandarina
sino caldero.
Tomó los mandos de la lidia José Antonio Carretero, un
espectáculo en sí mismo. No hay otra plata más de ley que su brega. Cuando
soltó el capote a una mano para cerrar al toro en el burladero, algunas voces
sabias reconocieron su poderío.
Morante se sacó al del flequillo entre las rayas sin
demasiada convicción y desmayó una triada de redondos con sabor, que si no
siguió fue porque la embestida carecía de celo y se frenaba y había que taparla
mucho para cegar las ideitas y las miradas. Cambió de terrenos y en los medios
tampoco ayudaba el toro. Un derechazo, un cambio de mano, un molinete zurdo
para cerrar la tanda a izquierdas y un ayudado por alto como apuntes de Casero.
Y nada más que ese andarle por la cara tan torero. Cazó una estocada
habilidosa, atravesada y contraria que necesitó del difícil descabello allá en
toriles. Más feo fue el toro que el vestido de José Antonio de la Puebla.
Las verónicas atalonadas de José María Manzanares pararon al
chorreado castaño y montado segundo con prestancia. El puyazo de Paco María con
todo el palo por delante y en lo alto levantó las ovaciones. El trincherazo de
poder y apertura fue demasiado para el poder del toro, que lo acusó con su
osamenta en el ruedo. Su pretendida buena condición duró un par de series sobre
la derecha de soberbio final en los pases de pecho. Tardeó y se lo pensó mucho
desde entonces anunciando un final precipitado. JMM intercaló un circular
invertido y unas manoletinas, tan ajenas también a su repertorio, ya en tablas.
Los obligados pectorales, que diría Suárez-Guanes, elevaron siempre la
categoría de las rondas. La estocada se desprendió de la cruz, lo que no fue
óbice para que cayera la oreja.
Roca Rey convulsionó Olivenza desde los cimientos
inamovibles de su valor de mármol. Clavado casi en la boca de riego desplegó un
quite de chicuelinas, tafalleras y medio farol como interludio para las
gaoneras que desembocaron en una revolera airosa. Los estatuarios de obertura
de faena se intercalaron con cambiados por la espalda cuando asomaba la muleta
en su izquierda. El toro acucharado y bajo respondió a su larga diestra. Pero
en la segunda serie ya amagó con un parón que RR encajó sin pestañear un
músculo. El terremoto de Perú se lanzó al ataque en cuanto comprobó que allí no
había otra que atacar. Redaños contra la guasa sorda. Los muslos ofrecidos, las
zapatillas hundidas, el valor desnudo y de frente. El personal se llevaba las
manos a la cabeza en la arrucina, y en las luquecinas con el reverso de la
muleta, y en las bernadinas sin espacio, y en las salidas de la cara del toro
con esa soberbia que desborda el escenario y trepa por las gradas. Se fue
detrás de la espada como un cañón hasta toparse con los pitones en la faja: la
estocada levemente rinconera reventó al toro. Y reventó la plaza: dos orejas
para un tipo que viene, o sigue, como una apisonadora.
El nervio del cuarto le provocaba incómodos movimientos de
avispa. Picaba en todos los embroques con electricidad venenosa. El toro anti
Morante, que por momentos quiso hacer un esfuerzo en aquellos naturales o en
estos derechazos. La división de opiniones no cesó hasta la muerte.
Volvió a estar fácil Manzanares con un quinto que tan sólo
"empujaba" la muleta, como dicen ahora, en los pases iniciales de
cada tanda. Un camino hueco y cada vez más vacío, como la embestida punteadora,
llevaba la faena. Hasta que el matador la arregló con un tremendo espadazo en
la suerte de recibir. Como un puñetazo en la mesa que hizo temblar al palco.
Sólo por eso se daba antiguamente, como se dio, la medalla de la oreja.
El largo y hondo sexto, el más fuerte de la corrida, derribó
el caballo por los pechos, causando un enorme revuelo por la integridad del
equino en estos tiempos de sensibilidad animal. Al pobre picador ni caso. Roca
Rey se reafirmó por caleserinas de plomo antes de quedarse sin enemigo en la
muleta. El bruto se tornó enseguida tan mulo como sus hechuras presagiaban.
Parado y a la defensiva. El joven limeño se quedó sin opciones ni para
arrimarse. La puerta grande ya estaba conquistada. Así que el bajonazo fue un
simple borrón.
VICTORIANO DEL RÍO | Morante de la Puebla, José María Manzanares y
Roca Rey
Toros de Victoriano del Río,
correctos de presentación y desiguales de hechuras, de pobre fondo y no exentos
de complicaciones.
Morante de la Puebla, de mandarina y azabache. Estocada
atravesada y un punto contraria y descabello, pinchazo y descabello. Aviso
(silencio). En el cuarto, estocada atravesada delanterilla (saludos con
división).
José María Manzanares, de rioja y oro. Estocada caída. Aviso
(oreja). En el quinto, estocada algo contraria en la suerte de recibir (oreja).
Roca Rey, de malva y oro. Estocada rinconera (dos
orejas). En el sexto, bajonazo (palmas de despedida). Salió a hombros con
Manzanares.
Plaza de toros de Olivenza. Domingo, 5 de marzo de 2016. Última de feria.
Lleno de "no hay billetes".
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