El torero limeño reaparece en la
temporada grande española con autoridad, dominio, temple, valor y encanto
todavía mayores que los que hace un año lo pusieron en figura.
BARQUERITO
Foto: EFE
LA PRIMERA APARICIÓN de Roca Rey fue breve: un quite de dos
sencillos lances y media en el segundo toro de Cuvillo, tan bondadoso como los
demás pero más frágil que ninguno. Por frágil se vencía por una mano, y por
frágil claudicó y se rebrincó. El quite del torero peruano no contó sino como
aviso del son en que venía. Son mayor.
Solo el pasado domingo un toro de Salvador Domecq le había
pegado en Andújar una paliza tremenda que lo tuvo en reposo forzado y absoluto
hasta anteayer. De la paliza no se
percibió en Valencia secuela física ni moral. En todo caso sería un estímulo
renovado. Al toro que le cogió en Andújar le cortó el rabo. A los dos cuvillos del
lote de Valencia, casi las cuatro orejas.
Se quedó el botín en dos. Tal vez por caer algo desprendida
la estocada que hizo rodar sin puntilla al tercero de corrida, y el palco se
midió. Y, en fin, porque la faena del sexto se pasó una tanda o dos –de puro
aplomado, el toro estaba para el tinte al cabo de una docena de viajes-, perdió
tensión y la espada solo entró a ley al segundo intento.
Lo de menos fue el botín. Lo que importó fue todo lo demás.
Una autoridad supina. Un aplomo, un sitio
y un encaje sobresalientes. Un dominio de toro y de la escena nada
comunes. Fluido, fácil, seguro Roca Rey. Espontánea y naturalmente descarado,
en prueba de serenidad mental.
Confianza casi contagiosa. Lo propio del toreo transparente.
Sin esfuerzo aparente. Torero en estado de gracia. Más todavía que el año pasado,
el de su irrupción. Muy mejorada la versión de entonces, porque la
incuestionable temeridad se ha venido a convertir en mero valor sin
precipitaciones ni sobresaltos. Los brazos sueltos, la figura compuesta sin
impostura ni violencia, las zapatillas posadas y no enterradas. El aire juncal
de un peso pluma.
Todo eso por lo que hace a presencia, prestancia y gobierno.
Y, luego, dos trabajos de llamativa armonía. El primero de ellos, abierto en la
segunda raya y de largo con tres estatuarios clásicos abrochados con el de la
firma y una trinchera; cumplido luego en los medios con dos tandas en redondo
de notable suavidad, no pesaba la muleta; todavía más cumplido con otras dos
tandas con la zurda cuando ya empezó a costarle al toro venirse. Y cuando eso pasó,
Roca Rey entre pitones, cruzado, dejándose ver, sacándose el toro en trenzas de
increíble limpieza. Ni un tirón. Ni moverse una pestaña.
La segunda faena, a un sexto toro que se apagó enseguidita,
se abrió con una tanda de cambiados por la espalda ejecutados con calma rara de
ver, cosidos con dos péndulos completos y rematados con una arrucina librada
casi en redondo. Se oyó a la gente bramar. Solo que la cosa siguió con una
porfía obligada por lo parado del toro, del que hubo que tirar como con soga
porque no hubo otras forma de convencerlo. La firmeza de Roca las tres o cuatro
veces que el noble toro se le quedó debajo puso nervioso a todo el mundo.
Lo memorable de la tarde fue, con todo, una profusa
exhibición con el capote en suertes variadas del toreo de repertorio. Las
largas por delante, a brazo alzado o tenido tan solo con las yemas de los dedos
a la altura de los hombros, fueron espléndidas. Muy cadencioso un quite capote
a la espalda por gaoneras y un par de caleserinas con el que dio réplica a otro
de El Fandi por navarras en el toro tercero. Y, por encima de esas dos cosas,
el cierre de tercio en el sexto toro con cuatro saltilleras en los medios y de
lejos, dos por cada mano, voladas a cámara lenta, en quite cerrado con tres de
esas largas tan personales y una brionesa. A ese toro había llevado al caballo
galleando de frente por detrás. Y, antes, lo había toreado a la verónica, las
manos bajas, limpio ajuste, la velocidad precisa.
Desafortunado en el sorteo –el cuvillo de menos fondo, un sobrero
ensilladísimo de Victoriano del Río bastante incierto y revoltoso- Manzanares
pasó sin apenas dejarse notar.
El Fandi se llevó el mejor de los cinco toros de Cuvillo, un
cuarto pastueñito y goloso que embistió al ralentí, y le dio cuerda y más cuerda.
Un aviso antes de la igualada. Con el primero de corrida, de corto recorrido
por flojo, y que por flojo cabeceó no poco, la cosa no fue a mayores.
FICHA DE LA CORRIDA
Cinco toro de Núñez del Cuvillo
y un sobrero -5º bis- de Victoriano del
Río.
El Fandi, silencio y oreja tras un aviso.
José María Manzanares, silencio en los dos.
Roca Rey, oreja y oreja tras un aviso.
7ª de Fallas. Primaveral. Lleno de No hay billetes, 11.000 almas. Dos
horas y cuarenta minutos de función.
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