Dos faenas de rigor y dominio
modélicos a dos toros de distinta condición rendidos en sus manos. *** Indultado
un sexto de Domingo Hernández de sobresaliente nota y toreado por López Simón. ***
Discreto Talavante. *** Excelente espectáculo.
BARQUERITO
Fotos: EFE
LAS DOS FAENAS de El Juli fueron de una precisión y un rigor
fantásticos. En la corrida de los dos hierros de los Hernández Escolar
–Garcigrande y Domingo Hernández- vinieron tres toros de muy buena nota en la
muleta. Los tres, del hierro de Domingo: segundo, tercero y sexto. De hechuras
y estilos diversos dentro del fondo común de las dos ganaderías, que son de
hecho una sola y la misma.
Ninguno de los dos toros de El Juli entró en el capítulo
sobresaliente. El quinto, el único complicado de la corrida, tampoco cayó en el
lote de Julián, que se echó por delante el de más carnes y volumen de todos -un
garcigrande negro zaino, ancho y acodado, largo, corto de manos y cuajado, 565
kilos- y se guardó para el postre el más liviano -530 kilos- y que, tan
legítimo como los demás, no tuvo tanta plaza como los otros. El tercero
-albardado, muy finas cañas, lustre llamativo para ser el mes de marzo- fue
bellísimo. Los dos colorados ojos de perdiz, ligeramente calzados, segundo y
sexto, muy en el tipo del juampedro clásico, tuvieron impecable lámina.
Al garcigrande con que abrió plaza, faena y boca, El Juli lo
fijó en tablas con cinco muletazos de horma rodilla en tierra –una sola
rodilla, que es el canon clásico, y no las dos- abrochados con uno del desdén
ya en la vertical. En la raya segunda se estiró Julián en redondo, vino el toro
gazapeando y en el muletazo cambiado de remate
se revolvió. Solución inmediata: cambiarse de mano. Una cumplida tanda
de cuatro naturales bien traídos y dos de pecho bien librados. Y vuelta a la diestra,
para asegurar las tuercas. Tanda abierta con molinete, cuatro en redondo de
mano bajísima, un cambio de mano por delante, el de pecho y un desplante
clásico, de medio pecho y espada blandida hacia el testuz pero sin llegarle.
Más mano izquierda: escarbó el toro y se revolvió más de lo
esperado, pero pudo con eso la resolución de El Juli –una de sus faenas patrón,
sin pausas ni tiempo perdido, milimetradas- y, desde luego, su saco de
recursos, para perder pasos cuando convino y para torear casi de frente cuando
volvió a convenir. Un desarme. La banda de Montroy cortó cuando el desarme una
versión afinada de “Cielo Andaluz” pero a los dos muletazos siguientes volvió
la música para subrayar el final de
plenitud de la faena, en redondo dos tandas, la segunda de ellas abrochada con
el molinete de salida ligado con el de pecho. Todo, en un ladrillo.
Deslumbrante autoridad. Una estocada entera desprendida.
La faena del cuarto, fijado de salida con siete lances
templados y una revolera, fue bastante más difícil. Por todo: primero, porque
el toro enterró un pitón después de picado, lo acusó y se puso muy andarín. Un
gazapeo de no menos de una docena de viajes que El Juli corrigió en una
exhibición singular de maestría. El trato suavecisimo del toro y la manera de
andarle y torearlo por delante, y de acompañar las embestidas gazaponas con un
juego de pies, fueron una delicia técnica. La inmensa mayoría, fría o ajena,
apenas celebró el logro. O los logros, que fueron muchos porque no hubo
muletazo que no tuviera su razón de ser o su sentido.
Cuando el toro dejó de gazapear –ya dominado, en la mano de
Julián- se paró rendido y entregadito. Y entonces vino una apoteósica segunda
mitad de faena. También difícil. El Juli, encajado entre pitones, con una
firmeza monumental y tirando del toro sin duelo en lazos y trenzas del
repertorio del toreo sin distancias, pero abriendo a su antojo el toro por las
dos manos, ligando cambios de mano con el de pecho y el natural, sin ceder ni
un paso ni rectificar ni una sola vez, dejándose acariciar los oros de una
elegantísima taleguilla de estreno, de seda azul real.
Sin perder la cabeza, faena de pura ebriedad. Una faena de
Sevilla, digamos, porque en Sevilla se habría aquilatado entera y no solo la
segunda parte, que fue la de los juegos de manos. Un delirio. Dos orejas,
ligeramente ensombrecidas por la decisión sorprendente y arbitraria del
presidente, que premió al toro con la vuelta al ruedo. Vuelta con el telón de
fondo de una bronca cerrada.
Las dos faenas de El Juli pesaron. A Talavante, en tarde de
muy desiguales invenciones, apenas acoplado con las tumultuosas y algo
desiguales embestidas del segundo, que se estiró con un punto primero de
fiereza. Y a López Simón, que todo tesón, voluntad y estoica postura, no dio
con la tecla de las grandes calidades del tercero de la tarde, el dije de la
corrida. Después de arrastrado el cuarto, con El Juli amo de la cosa, a Talavante
le costó todavía más, y, encima, el quinto de corrida punteó, cabeceó, se
acostó y estuvo a punto de empalarlo dos veces.
Y, en fin, un final de festejo que concluyó con el indulto
del sexto de corrida. Un toro "Pasmoso", de nombre, de prontitud y
nobleza notables, y muy buen son, repetidor, con gasolina y corazón, noble en
bravo. Atornillado en la arena. López Simón le pegó no menos de cuarenta o
cincuenta muletazos con variaciones de cambiados por la espalda intercalados a
veces abusivamente. La chispa de la firmeza, la buena colocación –a veces en
ventaja- y un querer y querer. Sin renuncios.
FICHA DEL FESTEJO
Dos toros -1º y 5º- de Garcigrande
(Concha Escolar) y cuatro de Domingo
Hernández. Premiado con una protestadísima vuelta al ruedo el cuarto.
Indultado el sexto, Pasmoso, número111, 532 kilos, colorado ojo de perdiz.
El Juli, una oreja y dos orejas.
Alejandro Talavante, ovación con saludos y silencio tras un
aviso.
López Simón, silencio tras un aviso y dos orejas
simbólicas del toro indultado.
El Juli, López Simón y el mayoral salieron a hombros por la
Puerta Grande.
Competentes y oportunas las tres cuadrillas. Fernando Pérez, tercero de la de El Juli, cortó con categoría dos veces al primero, que quiso atacar
a los dos caballos de pica nada más hacerse en plaza. Vicente Osuna saludó montera en mano tras parear el 6º.
Domingo, 19 de marzo de 2017. Valencia. 10ª y última de Fallas.
Soleado, fresco. Casi lleno, 9.000 almas. Dos horas y veinte minutos de
función.
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