lunes, 13 de marzo de 2017

FERIA DEL MILAGRO – ILLESCAS: Morante y Manzanares subliman el toreo como homenaje a Pepe Luis

El torero de la Puebla y el matador alicantino cuajan auténticas obras de arte con los dos mejores toros de José Vázquez, premiado uno con la vuelta al ruedo e indultado otro.*** El último Vázquez reaparece sin suerte con un lote a contraestilo.
 
ZABALA DE LA SERNA
Illescas (Toledo)
@zabaladelaserna

Cuando el 8 de septiembre de 2012, Pepe Luis Vázquez se retiró en Utrera a los 55 años en la intimidad, con su toreo tímido, callado y natural, nada hacía presagiar que un lustro después, un lustro como un siglo, volveríamos a encontrarnos en la nerviosa espera de la ilusión. Sólo que en esta ocasión los cuatro románticos que en Utrera queríamos ser, como siempre, fuelle de la llamita del Espíritu Santo, nos multiplicamos como por arte de la nostalgia y su inequívoca llamada de bohemia.

Por Illescas se rebosaba la peregrinación taurina. Una multitud de aficionados anónimos y Mario Vargas Llosa. En la plaza atestada antes de hora colgaba el cartel de "no hay billetes" desde hacía semanas. El niño de Pepe Luis se enfundó un vestido azabache. Un capricho a los 60. La dinastía Vázquez siempre fue de oro. En el tercio saludó una ovación sentida y compartida con Manzanares y Morante, el "culpable" de que se liase por un día el capote de paseo. Tan terso y tan bien envuelto.

Como aquel lejano día de Utrera, apareció un toro con nervio que se quedaba por debajo en el otro capote de Pepe Luis, lacio y como los antiguos capotes de seda. La nada del saludo sobre las piernas se tornó en un apunte de dos sutiles lances y una media verónica de cadencia y brazos dormidos en el quite. Vázquez brindó a Vargas Llosa. Tanteó las embestidas que se venían sin humillar, y halló la confianza y el curso en un par de derechazos suaves. El goteo de apuntes se contó como pequeños gozos. Un cambio de mano por delante y una pareja de naturales de final de serie. Como la trincherilla. Metió la espada con habilidad y paseó una vuelta al ruedo saboreada.

El dios callado de la verónica volvió a despertarse con voz de trueno en Morante. Los oles retumbaban contra la cúpula del moderno coso cubierto como estallidos. En cada embroque mecido y despacioso rugían volcanes. La media verónica se elevó, cuando se hundía, como un monumento al toreo. Derribó el toro al caballo, y José Antonio Morante compuso una sinfonía de verónicas en el quite. Una pieza de diez a compás, una tras otra encadenadas, unidas por el ritmo, el pecho henchido, las muñecas lentas, la cintura en compañía. Temblaron las vigas de la cubierta acristalada como si se fueran a caer. Las vigas y los cristales. "Don Mario, en el nombre de todos, va por usted", le dijo Morante al Nobel de Literatura cuando le ofrecía su montera. O algo así. Y en la obertura de faena dibujó tres trincherazos como carteles. Como ya quisieran muchos carteles. El pase de la firma llevó la rúbrica del genio. La lentitud gobernó la embestida humillada del notable toro de José Vázquez, que en sus hechuras, sus estrechas sienes, sus movimientos primeros, ya cantó cómo iba a ser. En redondo el tiempo fue un reloj de arena. Curvo el trazo, el mentón clavado, la plomada de la belleza. De aquella serie de seis derechazos y el de pecho la buena embestida salió con el aliento contado. Morante exige mucho a los toros aunque no lo parezca.

Quedó con una placidez el viaje del toro como para que el torero de La Puebla cuajase una tanda al natural para la memoria. Una tanda de cuatro formidables y un quinto para la eternidad. Aún hoy su eco resuena en la solitaria planicie de La Mancha. Apuró Morante sobre la derecha prolongando lo que el toro ya no daba de sí, lo cuadró con unos sabrosos y codilleros ayudados por alto y lo mató en el segundo envite. Como la muerte fue de bravo, se le premió al tal "Estricto" con una vuelta al ruedo en el arrastre que no hacía honor a su nombre. Las orejas fueron a parar a las manos de Morante de la Puebla con el peso de lo auténtico. El peso de la eternidad.

La inteligencia con que José María Manzanares dosificó el escaso celo del distraído tercero fue clave y piedra angular del arco de la faena. Tiempos y distancias empujaron el crecimiento de la embestida. De mejor y mayor nota por el pitón derecho. El tacto de Manzanares desde el empaque aumentaba y potenciaba todo. Entre series el toro escarbaba anunciando su escaso fondo. Un desarme sobre la izquierda y un pinchazo en la empecinada suerte de recibir no se interpusieron en la justa senda del trofeo.

A Pepe Luis se le torció la tarde con la guasa del cuarto, que menos mal que lo picaron a modo. Una prenda a contraestilo. De José Luis y de cualquiera. La brevedad supuso un alivio. Como las cariñosas palmas. Lo de José Vázquez de pronto se convirtió en una tortura.

El manso quinto puso a caballo, peto y picador patas arriba con un violento estrellón. De éste o del encuentro en el piquero que guarda puerta salió descaderado. Asomó el pañuelo verde. Pero el sobrero del mismo hierro superó en mansedumbre y genio al anterior. La lidia fue un calvario entre fugas y estampidas que arrollaban lo que se pusiese por delante. Imposible para el torero de la Puebla. Ni siquiera tirar por la calle del medio acortó el suplicio entre los pinchazos precavidos del matador y las huidas del toro. La bronca que se presentía ni tomó cuerpo. Illescas no se convirtió para Morante en lo que Almagro fue para Cagancho.

La clase de José María Manzanares se juntó con la clase del sexto de José Vázquez. O viceversa. "Fusilero" fue una máquina de bien embestir, y Manzanares la excelsitud de bien torear. El toreo por su camino bordó a placer por uno y otro pitón. Los interminables pases de pecho, las trincheras soberbias, los cambios de mano sin fin, el pase de las flores adornado, el del desprecio sentido... Cuadros de Ruano. Se desató la pasión que exigía el indulto. Y, como el presidente dudaba, el torero seguía. Ya desafiante con el palco, que envió un aviso antes de rendirse y descolgar el pañuelo naranja. Cuando "Fusilero" había empezado la búsqueda de tablas después de tanta entrega. El indulto se discutirá. Que era de vacas, no. Ni tampoco la magnitud de la faena de José María Manzanares, que paseó el ruedo con el ganadero y se fue andando en compañía de Morante y Pepe Luis. Sin las orejas y el rabo simbólicos que sin duda le correspondían.

Un homenaje al último Vázquez que volvía. ¿Para irse por siempre jamás? El tiempo lo dirá.

JOSE VÁZQUEZ | Pepe Luis Vázquez, Morante de la Puebla y José María Manzanares
Plaza de toros de Illescas. Sábado, 10 de marzo de 2017. Lleno de "no hay billetes".
Toros de José Vázquez, y un sobrero del mismo hierro (5 bis); el notable 2 premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre y el extraordinario 6 indultado; con nervio el 1; mansos y complicados el 4 y el 5 bis; noble de contado fondo el 3;
Pepe Luis Vázquez, de rioja y azabache. Estocada pelín contraria y atravesada (leve petición y vuelta al ruedo). En el cuarto, estocada defectuosa (saludos).
Morante de la Puebla, de negro y oro. Pinchazo y estocada (dos orejas). En el quinto, cuatro pinchazos, media caída y descabello. Aviso (silencio).
José María Manzanares, de azul marino y oro. Pinchazo en la suerte de recibir y estoconazo (oreja). En el sexto, vuelta al ruedo tras el indulto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario