El genio sevillano gana el IX
Premio Taurino de ABC por las emociones que desata la pureza y personalidad de
su tauromaquia.
ROSARIO PÉREZ
Diario ABC de Madrid
En su despacho de Joselito el Gallo, «el más artista de los
artistas», Morante de la Puebla recibe la noticia: «Felicidades, ha ganado
usted el Premio Taurino de ABC». «¿Para mí? ¡Qué alegría!», dice el torero
mientras busca el cargador del móvil. «Me queda el cuatro por ciento. Espere».
Y la batería se esfuma mientras suenan al fondo los ladridos de los perros en
su tierra de La Puebla del Río. Es su finca sevillana su jardín de las
delicias, su lugar de reflexión, el refugio donde nace el pensamiento, el sueño
de sus obras de arte, esas reliquias «vera icon» que no parecen hechas por la
mano del hombre, como su faena del último 15 de abril en la Maestranza.
Por esa genial creación en el Baratillo, por la de
Valladolid, por la de Zaragoza, por la de México... Por ser estandarte de la
pureza, por su personal estilo de raíces clásicas y por ahondar en la más feliz
expresión del toreo como arte, José Antonio Morante Camacho ha sido distinguido
con el trofeo taurino de esta Casa.
-¿Qué significa este
galardón?
En primer lugar quiero dar las gracias a este periódico, no
solo por el premio, sino por el espacio que le dedican a esta tradición nuestra
que es la tauromaquia. Me siento muy contento porque mantener hoy en el toreo
un estilo artístico y no dejarse llevar por las tendencias o las tentaciones,
como decía Jesucristo, es un peso que asumo con responsabilidad. Sé de lo
importante que es la tauromaquia artística para España y el mundo. Agradezco
que se hayan acordado de mí, y por tanto también de mis tardes malas, porque en
definitiva lo que hace mi toreo más grande es cuando puede llegar a ser el más
pequeño. Creo que ahí está mi dimensión, de la nada hacia el todo. Sin la nada
no sería un torero tan amplio.
Habla el Morante en estado puro, el poeta de las arenas,
capaz de recitar el toreo con renglones torcidos, con versos perfectos.
-¿Las broncas se las
lleva el viento?
Las sufro, porque no me gusta defraudar, y no conozco a
ningún torero que las haya disfrutado. No es agradable, pero hay veces que no
puedes...
-Su filosofía no se
deja arrastrar por las corrientes. ¿Está de moda el arte?
El arte nunca pasa de moda. Ser capaz de emocionar de una
manera clásica es lo máximo y en los tiempos que estamos lo más difícil, y yo
tengo la suerte de poderlo conseguir. El clasicismo es muy largo. Cuanto más
indagues, más cosas salen. Ser clásico no quiere decir ser corto o poco
variado, al revés.
-Es un estudioso de
épocas pasadas.
Sí, me gusta indagar en esa naturalidad y sencillez delante
de la cara del toro y también me gusta hacer mis aportaciones.
-¿Todos los toreros
son artistas?
No, no, para nada. Hay muy pocos. Podría decir que muchos de
ellos son profesionales, que es una palabra muy difícil en el toreo y nada
peyorativa, porque hay que dar el callo todas las tardes.
-¿El más artista?
Joselito el Gallo, porque después de Belmonte el toreo ha
ido hacia una intimidad propia del ser humano. Joselito tenía una sensibilidad
fina y natural. También estarían Pepe Luis padre, Antonio Bienvenida... Antonio
Ordóñez pertenece a una escuela más rondeña. Rafael de Paula estaría en esa
línea. Curro Romero es otro torero artista y clásico. O Pepín Martín Vázquez.
-En su laureada faena
maestrante rezumaban todas esas tauromaquias.
En esa faena hay un detalle: cuando el toro de Cuvillo me
parte el palillo, le doy como una especie de molinete o media, que yo no sabía
ni lo que era. Cuando salí del desplante no sabía cómo se habrá visto eso, pero
lo hice con tanta pasión que fue una iluminación de algo especial. Con eso
trato de decir que cuando estoy delante del toro intento tener una
predisposición alegre dentro del miedo que causa todo el embrollo del toreo.
Puedo reunir muchas tauromaquias, pero luego imprimo mi estilo y no intento
imitar a nadie.
-Antes de «Dudosito»
y tras echarse el peso del abono de Sevilla a la espalda, ¿hubo dolor?
Sufrí mucho, aunque el día que me echaron el toro al corral
me fui al hotel con satisfacción interior porque toreé con parsimonia. Luego,
en las otras tardes, no hubo más que la voluntad y el querer. Antes de que
saliese ese último toro yo veía la derrota cerca, pero intentaba motivarme a mí
mismo, diciéndome «vamos p’alante». Tuve la suerte de que salió ese cuvillo,
que fue noble y estuve a gusto. Y solucioné la difícil papeleta de echarme una
Feria de Sevilla a cuestas tras la ausencia.
-Este año también
asumirá la responsabilidad de cinco tardes.
Parece que sí, la empresa tiene mucho interés en que sea
como el año pasado, con cinco corridas en total. Me parece romántico el
mantener ese número, mientras el ánimo pueda...
-¿Ganaderías?
Más o menos, serán Juan Pedro, Victoriano del Río, dos de
Cuvillo… La primera de Cuvillo será el Domingo de Resurrección [con José María
Manzanares y Roca Rey].
-¿Alguna sorpresa con
variedad de encastes?
Lo he intentado, pero no me sale bien. A Sevilla lo que le
gusta es verme torear muy bien y para eso las ganaderías con más garantías de
embestir son las que son. Otras pueden tener cierto morbo en el público y no
descarto que algún año haga algo.
-¿Verá la afición de
Las Ventas a Morante esta temporada?
No lo sé, mi intención es estar y por parte de Simón (Casas)
hay bastante voluntad en rebajar la pendiente del ruedo, que no es ningún
capricho. Pero no sé si la Comunidad de Madrid, que no quiere que se suspenda
ninguna corrida por lluvia, aceptará o no.
-¿Es la plaza en la
que más sufre?
Lo paso muy mal. Es una plaza muy ventosa, con un público
hostil, aunque cuando surge el milagro es maravilloso. En Madrid se dan todas
las circunstancias para que el toreo sea un juego de vida y muerte -que para mí
eso no es el arte- o el fracaso. Se ponen todos los impedimentos posibles para
que el toreo de arte no surja: un toro muy grande, esa cima del ruedo, tierra
resbaladiza... Para el arte se pone todo al revés. Solo hay que mirar a los
novilleros y los toreros nuevos: el que triunfa es el que se pone ahí como un
palo con gallardía. Y el toreo se sostiene por el arte, vive del arte y el
misterio; sin arte puede resultar un deporte, algo valeroso. La sociedad está
para ir a la plaza de toros a divertirse con la alegría del arte.
El genio de La Puebla ahonda en la «mágica» teoría del
duende de Lorca y desmenuza su pensamiento con la despaciosidad de su toreo,
más espiritual que terrenal. ¿Y cuando usted se vaya? «Me da un poco de miedo.
Lo hablo con algunos amigos y compañeros. El toreo está derivando hacia el
circo, en el más difícil todavía, en el pasarse al toro por arriba, por abajo,
por delante, por detrás... Parece imposible que salga un torero con ese
misterio íntimo, porque los nuevos para triunfar tiran por la técnica, que lo
que trae es seguridad y aburrimiento. En el arte se intenta tirar de
conocimiento».
-¿Perdurará la Fiesta
por los siglos de los siglos?
Mientras exista el arte, la sensibilidad y la emoción,
pienso que sí, pero el toro no debe ser desproporcionado, sino proporcionado
con el toreo.
-Usted ha plantado
cara a los antitaurinos en los juzgados.
Sí, y no me da miedo: voy con la verdad. Ser matador de
toros es una profesión casi divina, al alcance de pocos.
Morante de la Puebla fue galardonado con el IX Premio
Taurino de ABC «por haber emocionado a los públicos de España, Portugal y
México, en faenas de gran pureza, con un estilo personalísimo, de raíces
clásicas, que suponen la más feliz expresión del toreo como arte».
El jurado, reunido ayer en la Casa de ABC, estuvo compuesto
por Javier Benjumea, como presidente; José María Álvarez del Manzano, Andrés
Amorós, Juan Lamarca, José Ramón Márquez, Victorino Martín, Joaquín Moeckel,
María Dolores Navarro, Juan Antonio Ruiz «Espartaco», Pilar Vega de Anzo y
François Zumbiehl.
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