CARLOS RUIZ
VILLASUSO
Cualquier cambio trae consigo un riesgo, una
apuesta. A veces, apostar por un cambio es comenzar perdiendo. La México, es
evidente, ha comenzado perdiendo en su cambio. Se trataba de variar el orden de
cosas asumidas desde hace medio siglo, variar el paso de una oferta y una
estructura que ofrecía toros los domingos. Sólo los domingos y nada más que los
domingos. La plaza andaba tan en precario en sus instalaciones, que también
había que adecentarla casi por cuestiones sanitarias.
Para ello Sordo Magdaleno y Mario Zulaica, con el
visto bueno de sus socios, plantearon una oferta de cambio, una estructura
novedosa que, en esta primera parte de antes de Navidad, ha resultado errada en
cuanto a respuesta de público. Y todo el mundo se queja. Algunos toreros porque
dicen se ha subido el tamaño del toro, una cuestión que admite poca queja, la
verdad. Hay quien se queja de que entre el anuncio de las corridas y sus
cambios de concepto y el arranque de la temporada, apenas había tiempo de
promocionar, de mover el cambio. Esto puede ser más cierto.
México DF, Ciudad y Estado ya, deberán insistir en
el cambio. No sé si se podrán soportar pérdidas o si se podrán soportar meses
como estos, pero lo que es evidente es que el DF ha de seguir peleando hasta
convertirse en el referente del toreo en México. Le corresponde por lugar,
ciudad, plaza e historia. Una ciudad de más de 27 millones de gentes deberá
bucear hasta dar con la clave de una oferta en la que vaya más público a la
plaza. Que vaya más y que vaya mejor. Esta ciudad tiene actualmente una oferta
de ocio superior a Manhattan o a París o a Londres.
Tiene, dentro de su magnitud impresionante, un
espectro de pobreza, riqueza y una clase media emergente si el señor Trump no
la jode. Porque los que más critican no han querido hablar que el dólar, dentro
de una economía dolarizada (el parámetro de honorarios de los toreros es en
moneda USA) subió hasta situarse por momentos por encima del euro cuando Trump
ganó las elecciones. La economía diaria del mexicano de a pie tembló como hacía
años no temblaba. Pero quizá esta no sea la razón esencial si no una razón
marginal o sustancial, pero no la causa.
Son muchos años de “cultura” dominical de toros
contra la que habría de luchar la nueva empresa. Años de poco crédito, de
ilusiones perdidas, de ausencia de liderazgo. DF se había convertido en paso de
pasto de españoles que, este año, no han atraído gente. Quizá el problema sea
más complejo: no sólo de estrategias y de cambios sino de la sensatez que
México pide: rivalidad, agarrones, encontronazos entre toreros de acá y de
allá. Porque puede que parte de la razón de esta ausencia de gentes venga del
otro lado del charco, con el ninguneo de Adame, al que todos se lo rifan en su
país y al que nadie quiere poner en carteles buenos acá.
Un error pues México vive la temporada española
con pasión, se informa, la continúa, anhela ver a sus hombres dentro de lo
mejor. Y si la segunda potencia taurina es México, y si esta Fiesta es
transnacional, si es un ida y vuelta continuado, nada más cierto que afirmar
que el cambio ha de comenzar acá en dirección hacia allá. Luego veremos qué
día, de qué forma, veremos la idoneidad del derecho de apartado, veremos muchas
cosas... luego. Toda vez que la temporada española, sus gestores y apoderados
piensen que hacer aquí es hacer para allí. De otro modo los cambios apenas
podrán tener el refrendo de la ilusión. Y la ilusión es el reclamo del toreo. /
Redacción Aplausos
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