PACO AGUADO
La inmensa alegría de la vuelta de los toros a Bogotá el
pasado domingo se ha trastocado en preocupación y alarma al paso de los días.
En concreto, a medida que se han ido difundiendo por internet las imágenes y
las noticias del intolerable acoso que sufrieron los aficionados a las puertas
de la Santamaría por parte de una jauría de antitaurinos.
Visto lo visto, el hecho de asistir a una corrida de toros
va a convertirse en todo un deporte de riesgo. Basta con pinchar algunos de los
enlaces que se han subido a la red para comprobar el odio visceral con que esos
mil trastornados (apenas un diez por
ciento en número frente a las diez mil personas que abarrotaban los tendidos)
atacaban por igual a gente mayor, a niños, a mujeres…
Y el verbo atacar es el correcto, porque la hordas del
buenismo no se limitaban a agredir verbalmente con toda clase de insultos
–asesinos, "hijueputas", gonorreas, malparidos,
"culicagaos" y demás joyas de la antología paisa- sino que cortaban
el paso, empujaban, golpeaban –no de frente, claro-, escupían, lanzaban
objetos, arrojaban pintura y arrebataban sombreros y celulares a cuantos
cometían el "pecado" constitucional de acudir a un espectáculo
taurino.
Si creen que esta es una descripción exagerada, echen un ojo
a las imágenes de las redes sociales y de Periscope, porque tendrán así una
mejor impresión de los hechos y les invadirá la misma inquietud –desde luego
mínima frente a la angustia que debió sentirse en directo- con que ahora se
redacta este artículo.
Las escenas llegan a ser tremendas por momentos, cuando
venidos arriba, con una arrogancia y una impunidad propia del matonismo
fascista, los terroristas antitaurinos se les subían a las barbas a los mismos
policías. La suya fue una auténtica persecución de gente indefensa y pacífica
que, por otra parte, se comportó de manera ejemplar, sin entrar ni tener una
reacción proporcional y entendible a tan descaradas y violentas provocaciones.
Si el paseíllo que, a los sones de "El gato
montés", estos sufridos aficionados vivieron minutos después en el ruedo
resultó glorioso y emotivo, el que ellos tuvieron que hacer antes para entrar a
disfrutarlo resultó todo un calvario, no sólo poniendo la otra mejilla sino
también cargando con esa pesada cruz de indignidad que quiere colocarnos la
propaganda zoófilica.
Pero, como se han encargado de contar testigos directos,
entre ellos el joven Gonzalo Bienvenida o el compañero Víctor Duisabá, aún hubo
más, porque después de la corrida ahí seguían los mercenarios del animalismo,
esperando a la salida para continuar con el cerco a la Santamaría y provocar la
huida de los aficionados durante una continua persecución que llegó hasta el
intento de asalto y saqueo del muy taurino hotel Tequendama donde se refugiaron
del odio.
Evidentemente, esta operación de terrorismo callejero no se
produjo de forma espontánea. Aseguran "fuentes bien informadas" que
detrás de la "kale borroka" bogotana del pasado domingo había un
interés y un aliento político, pues no en vano la sombra del infame y resentido
alcalde Petro sigue siendo alargada tras su derrota.
Y no sólo eso, sino que también habría habido mucho dinero
–curiosamente, el ínclito Anselmi anda intrigando por allí para variar la
resolución de la Corte Constitucional- con el que sufragar a los cabecillas profesionales
desplazados al lugar del crimen. Y, a tenor de las reacciones histéricas, de
los ojos desorbitados, de los gestos desencajados, también para pagar las
sustancias necesarias con que enardecer a los jovencitos y jovencitas
antisistema reconvertidos en incauta carne de cañón de la industria del
animalismo.
Como dinero hay, o incluso más, para que los medios de masas
acaben tergiversando los hechos y manipulando el lenguaje, hasta convertir una
impune y brutal agresión a ciudadanos indefensos y en el ejercicio de sus
derechos en un "enfrentamiento entre taurinos y antitaurinos" por la
"polémica" vuelta de las corridas de toros a Bogotá. Así es el ruido
mediático de la posverdad globalizada, en el que la tauromaquia siempre llevará
las de perder.
Por si fuera poco, las imágenes de la vergüenza dejan
también claro, tal y como se expresan los niñatos, que en Colombia, y como ya
está pasando en España, la demagogia de esta irreconocible e ignorante
izquierda que padecemos ha convertido al toreo en un elemento más a sumar a su
reinventada "lucha de clases".
Y es así como, en una infundada y peligrosa voltereta
dialéctica, hacen pasar a los aficionados a los toros como miembros de la élite
"opresora", personajes típicos de la derecha más rancia y reaccionaria,
ricachos que se engalanan para disfrutar de la tortura de animales, frente a
una minoría popular que también quiere liberar de su opresión a esos toros de
lidia que consideran compañeros de fatigas.
Sea como sea, los sucesos del 22 de enero en Bogotá deben
poner en alerta a todo el mundo taurino, porque todo apunta a que puede crear
estilo. Su efecto más inmediato podría ser, sin ir más lejos en el tiempo, que
mucho público se retrajera, amedrentado, para acudir a las siguientes corridas
del abono en la Santamaría, por mucho que ahora el cínico nuevo alcalde haya
anunciado que redoblará la vigilancia policial.
Así que habrá que estar pendientes y prevenir antes de
curar. Pero sobre todo, habrá que seguir manteniendo muy alto el orgullo de ser
taurino, de defender una cultura honda y sabia frente a las huestes del odio,
reaccionar con estoicismo manoletista a la violencia programada y, tomando
ejemplo de nuestros modelos de luces, echarle el mismo valor que ellos a la
hora de seguir yendo a los toros para ejercer nuestro derecho. Porque el toreo,
como escribió el maestro Alameda, no es graciosa huida sino apasionada entrega.
Y la vida, también.
Y ojo, hermanos mexicanos, que ya tenéis por allá al
"heroico" Peter Janssen, el holandés errante y estomagante. Paradle
pronto los pies porque, como dicen en España, por la caridad entra la peste. Y
tened en cuenta que son ellos los violentos, no nosotros; que es el animalismo,
no el toreo, el que genera la violencia moderna.
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