martes, 24 de enero de 2017

DESDE EL BARRIO: El valor de ir a los toros

PACO AGUADO

La inmensa alegría de la vuelta de los toros a Bogotá el pasado domingo se ha trastocado en preocupación y alarma al paso de los días. En concreto, a medida que se han ido difundiendo por internet las imágenes y las noticias del intolerable acoso que sufrieron los aficionados a las puertas de la Santamaría por parte de una jauría de antitaurinos.

Visto lo visto, el hecho de asistir a una corrida de toros va a convertirse en todo un deporte de riesgo. Basta con pinchar algunos de los enlaces que se han subido a la red para comprobar el odio visceral con que esos mil trastornados (apenas un diez  por ciento en número frente a las diez mil personas que abarrotaban los tendidos) atacaban por igual a gente mayor, a niños, a mujeres…

Y el verbo atacar es el correcto, porque la hordas del buenismo no se limitaban a agredir verbalmente con toda clase de insultos –asesinos, "hijueputas", gonorreas, malparidos, "culicagaos" y demás joyas de la antología paisa- sino que cortaban el paso, empujaban, golpeaban –no de frente, claro-, escupían, lanzaban objetos, arrojaban pintura y arrebataban sombreros y celulares a cuantos cometían el "pecado" constitucional de acudir a un espectáculo taurino.

Si creen que esta es una descripción exagerada, echen un ojo a las imágenes de las redes sociales y de Periscope, porque tendrán así una mejor impresión de los hechos y les invadirá la misma inquietud –desde luego mínima frente a la angustia que debió sentirse en directo- con que ahora se redacta este artículo.

Las escenas llegan a ser tremendas por momentos, cuando venidos arriba, con una arrogancia y una impunidad propia del matonismo fascista, los terroristas antitaurinos se les subían a las barbas a los mismos policías. La suya fue una auténtica persecución de gente indefensa y pacífica que, por otra parte, se comportó de manera ejemplar, sin entrar ni tener una reacción proporcional y entendible a tan descaradas y violentas provocaciones.

Si el paseíllo que, a los sones de "El gato montés", estos sufridos aficionados vivieron minutos después en el ruedo resultó glorioso y emotivo, el que ellos tuvieron que hacer antes para entrar a disfrutarlo resultó todo un calvario, no sólo poniendo la otra mejilla sino también cargando con esa pesada cruz de indignidad que quiere colocarnos la propaganda zoófilica.

Pero, como se han encargado de contar testigos directos, entre ellos el joven Gonzalo Bienvenida o el compañero Víctor Duisabá, aún hubo más, porque después de la corrida ahí seguían los mercenarios del animalismo, esperando a la salida para continuar con el cerco a la Santamaría y provocar la huida de los aficionados durante una continua persecución que llegó hasta el intento de asalto y saqueo del muy taurino hotel Tequendama donde se refugiaron del odio.

Evidentemente, esta operación de terrorismo callejero no se produjo de forma espontánea. Aseguran "fuentes bien informadas" que detrás de la "kale borroka" bogotana del pasado domingo había un interés y un aliento político, pues no en vano la sombra del infame y resentido alcalde Petro sigue siendo alargada tras su derrota.

Y no sólo eso, sino que también habría habido mucho dinero –curiosamente, el ínclito Anselmi anda intrigando por allí para variar la resolución de la Corte Constitucional- con el que  sufragar a los cabecillas profesionales desplazados al lugar del crimen. Y, a tenor de las reacciones histéricas, de los ojos desorbitados, de los gestos desencajados, también para pagar las sustancias necesarias con que enardecer a los jovencitos y jovencitas antisistema reconvertidos en incauta carne de cañón de la industria del animalismo.

Como dinero hay, o incluso más, para que los medios de masas acaben tergiversando los hechos y manipulando el lenguaje, hasta convertir una impune y brutal agresión a ciudadanos indefensos y en el ejercicio de sus derechos en un "enfrentamiento entre taurinos y antitaurinos" por la "polémica" vuelta de las corridas de toros a Bogotá. Así es el ruido mediático de la posverdad globalizada, en el que la tauromaquia siempre llevará las de perder.

Por si fuera poco, las imágenes de la vergüenza dejan también claro, tal y como se expresan los niñatos, que en Colombia, y como ya está pasando en España, la demagogia de esta irreconocible e ignorante izquierda que padecemos ha convertido al toreo en un elemento más a sumar a su reinventada "lucha de clases".

Y es así como, en una infundada y peligrosa voltereta dialéctica, hacen pasar a los aficionados a los toros como miembros de la élite "opresora", personajes típicos de la derecha más rancia y reaccionaria, ricachos que se engalanan para disfrutar de la tortura de animales, frente a una minoría popular que también quiere liberar de su opresión a esos toros de lidia que consideran compañeros de fatigas.

Sea como sea, los sucesos del 22 de enero en Bogotá deben poner en alerta a todo el mundo taurino, porque todo apunta a que puede crear estilo. Su efecto más inmediato podría ser, sin ir más lejos en el tiempo, que mucho público se retrajera, amedrentado, para acudir a las siguientes corridas del abono en la Santamaría, por mucho que ahora el cínico nuevo alcalde haya anunciado que redoblará la vigilancia policial.

Así que habrá que estar pendientes y prevenir antes de curar. Pero sobre todo, habrá que seguir manteniendo muy alto el orgullo de ser taurino, de defender una cultura honda y sabia frente a las huestes del odio, reaccionar con estoicismo manoletista a la violencia programada y, tomando ejemplo de nuestros modelos de luces, echarle el mismo valor que ellos a la hora de seguir yendo a los toros para ejercer nuestro derecho. Porque el toreo, como escribió el maestro Alameda, no es graciosa huida sino apasionada entrega. Y la vida, también.

Y ojo, hermanos mexicanos, que ya tenéis por allá al "heroico" Peter Janssen, el holandés errante y estomagante. Paradle pronto los pies porque, como dicen en España, por la caridad entra la peste. Y tened en cuenta que son ellos los violentos, no nosotros; que es el animalismo, no el toreo, el que genera la violencia moderna.  

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