domingo, 1 de mayo de 2016

HISTORIAS - Talavante: "La gente se preocupa mucho por los animales y poco por sus semejantes"

"No estoy de acuerdo en llamar yihadista a un asesino y asesino a un torero. Pero si alguien se queda a gusto llamándome asesino, que me lo llame", argumenta.
 
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Fotos: José Aymá

Camina por la Gran Vía como un personaje de cómic de Hugo Pratt. Como un dibujo angulado, flaco y sombrío. Camina como un rocker de patillas de hacha por la vieja arteria de los cines cerrados. Los ojos de Alejandro Talavante (Badajoz, 1987) se pierden sin rumbo sobre sus pómulos de escuadra. Su prominente mentón alarga su sombra en el cuello cerrado de la camisa blanca. Alejandro va vestido de corto. De campo. Chaquetilla, calzona y sombrero de ala ancha calado a la ceja. Como las figuras de la Tauromaquia de antañazo, como un cromo en blanco y negro. Una anacronía que pretende una normalización imposible. La gente cruza en manada por el semáforo de Fuencarral y Montera.

Talavante atraviesa la masa como una sombra. Nadie le dice nada. Ni siquiera quienes le observan como una aparición. Es la invisibilidad del torero en el siglo XXI. Algún turista lo retrata como una pieza de arqueología. La circulación sigue su curso, ajena. Manolete ya no apaga su sed en Chicote. El hombre que en unos días congregará a 24.000 personas en el circo venteño de Madrid, y repetirá ante otras 24.000, y volverá ante 24.000 más, no existe para la sociedad. Como una estrella del pop pero sin su estela ni su eco. Dicen que es un mago. Un creador. Un tipo distinto entre tipos raros. Un artista en constante evolución. Dueño de la muñeca izquierda de Jimmy Hendrix para acariciar embestidas.

Un matador de toros que lee a Borges simplemente para aliviar su angustia y escucha a Antonio Vega en el sitio de su recreo: «Antonio describía unos sentimientos que uno se pasa toda la vida domando. La vulnerabilidad que siente el hombre cuando sale a chocarse con todos los mecanismos que mueven el mundo y la desprotección. Se fue por el camino profundo y se desarraigó de todo lo que a los demás nos parece importante. Pagó un precio muy alto porque utilizó los atajos, como él decía, que le ayudaban a olvidarse y, claro, terminó aislándose de todo sideralmente».

Una décima de segundo le provoca tanto como Lucha de gigantes: «Advierte / lo cerca que ando de entrar / en un mundo descomunal / siento mi fragilidad». Alejandro es una anomalía temporal. Una alteración en la frecuencia de su generación: «Me gusta bucear hacia atrás. Igual que pienso que el camino hacia delante es infinito, hacia atrás también lo es. Mi padre vivió la Movida madrileña en primera línea. Lo trae muy dentro. Antonio transgredió aquel tiempo y éste, libre y sin etiquetas».

Laten en Talavante la pulsión de la timidez y la derrota. «En la distancia entre perder o ganar hay muchos más matices en los que entretenerse. La derrota viene dada por la valentía para apostar. Yo no tengo miedo a perder. Siempre me he considerado un perdedor con suerte. En el fondo, somos todo lo que hemos perdido».

Una tarde de hace una década aterrizó en Las Ventas con la filosofía de Mishima, proclamando el bushido, un código ético, el sacrificio del cuerpo, el dominio del alma, la quietud extrema. Y soltó a la prensa aquello de «hoy es un buen día para morir». Replicaron los titulares la frase del flaco muchacho extremeño de 19 años que quería torear, andar y hablar como José Tomás cuando José Tomás no estaba. Y tembló el templo sagrado de Madrid.
Hoy Talavante, Alejandro, Ale, como le llaman los próximos, es otro aunque piense lo mismo. Sigue fiel a sus principios. Al yoga y la meditación. Pero ha cultivado sus propios conceptos del arte, la vida y la soledad: «Hago una versión más personal del yoga. Necesito convertir el dolor en algo placentero, como la flexibilidad que necesito para torear como quiero». Recuerda a su gurú fallecido, Antonio Corbacho: «Hay cosas que se olvidan y otras que no se pueden olvidar. Desarrollé a su lado la tolerancia a estar solo, me enseñó a desarraigarme de todas las cosas a las que nos atamos, a no sentirme poseedor de nada. Las cosas son cosas. No puedes poseerlas».

En nuestro encuentro priorizamos la imagen como una artesanía. No todos los días te retrata Pepe Aymá. La grabación de la conversación con Talavante se produce a salto de mata entre el estudio, el coche y la calle. Entre el puente de Alcalá de la M-30, Las Ventas al fondo y la Gran Vía al final. Seguimos el camino inverso de los toreros en las tardes de toros. Cuando sus furgonetas de cuadrillas asoman por Manuel Becerra, el vértigo de la bajada de la calle de Alcalá produce monstruos.
La Monumental neomudéjar es la boca del ogro, «24.000 personas esperando para juzgarte». Aunque la haya rendido con cuatro Puertas Grandes ya. La idea de pasear Madrid vestido de corto es del propio Alejandro. Nació en la constante ebullición de su cabeza. Luego la suerte nos hizo tropezar con un limpiabotas mexicano en la boca taponada del abandonado Palacio de la Música. Una suerte para la cámara privilegiada de Aymá. A los botos de Tala les hacía falta y al limpia, también. Al fin, conseguimos ligar un rato de charla continuada en un descanso. Frente al almuerzo tardío.

¿Tú te sientes un hombre de nuestro tiempo con la profesión que ejerces?
Es que si no lo sintiera habría alguna anomalía. No me queda más remedio que ser del tiempo en el que vivo.

¿Y por qué tiene que ser bueno pertenecer a este tiempo?
No tiene por qué ser el tiempo en el que uno vive el mejor. De hecho, la gente que ha vivido en el siglo pasado dice que le gusta este siglo porque es hijo del XIX. Es verdad que mis sentimientos y mis pensamientos estaban más valorados en el siglo anterior. Pero creo firmemente en ellos y con ellos me encajo en el XXI.

¿En qué red social habita Talavante?
Cogimos las redes sociales con muchas ganas. Confundimos la existencia con estar en ellas y meternos en la cabeza de todo el mundo. Cuando asimilas que eso es imposible, piensas que es un buen punto de partida para descubrir la red que todos tenemos dentro, que es la que realmente puede darte la serenidad o lo que algunos llaman felicidad. Veo que la gente tiene una permanente necesidad de opinar y se ha denostado el silencio, que tiene un eco mucho más verdadero y perdurable en la memoria. Hemos caído en el narcisismo de contar cómo somos cuando ni lo sabemos. La tarea es comprenderse a uno mismo, y uno no la termina nunca.

¿Viven los toreros de espaldas a la sociedad o es la sociedad la que vive de espaldas a los toreros?
Depende de la capacidad de cada uno para aguantar a la gente. Hay quienes tenemos poco aguante y hay quienes construyen su forma de vida en torno a las relaciones sociales. Soy igual que cualquiera, pero con otras obligaciones.

Pero qué hay de un joven de 28 años de la calle en ti.
Lo mismo que tenemos todos. El drama de saber que no eres eterno y buscar permanentemente la infancia en la vida cotidiana. Que conste que no soy nostálgico porque me parece muy cursi.

Será que la profesión de matador de toros obliga a madurar demasiado rápido para llegar a estas respuestas...
Siempre me he rodeado de gente mayor con cierta naturalidad. Sabes que eres un niño con cuerpo de hombre y a la vez quieres no serlo para pensar de la forma más inocente posible.

¿El permanente contacto con la muerte forja el carácter?
Te da conciencia del tiempo, que es lo más difícil de asimilar con esas edades. El tiempo corre y cada instante es una oportunidad para poder crecer.

Cuando te asomas por el ventanuco de su atalaya, ¿cómo ves la situación política de España desde el 20-D?
No tengo mecanismos para saber explicar lo que está pasando. O la política no ha tenido los mecanismos para seducirme. No me interesa. Estoy igual de indignado que el pueblo con la clase política. Si como dicen algunos España se equivoca votando, nos hemos equivocado todos y ya nos desequivocaremos. Sinceramente, no me identifico con ninguna facción política.

¿No te asquea toda la corrupción que nos rodea?
La corrupción ha existido siempre. La diferencia es que ahora se sabe.

¿Cómo percibes las matanzas de París o de Bruselas, el terrorismo islamista desbocado?
Es salvaje. No lo achacaría tanto al fanatismo religioso como a los movimientos migratorios del hombre y a las decisiones de los que gobiernan el mundo. A Europa le queda todavía mucho que soportar.

¿Qué perversión hay en llamar yihadista a un asesino y asesino a un torero?
Los padres hicieron un mal balance de conceptos que han heredado quienes ahora lo dicen. No estoy de acuerdo. Pero si alguien se queda a gusto llamándome asesino y así puede dormir tranquilo, que me lo llame.

La violencia de género se propaga cada año por España como metástasis de un cáncer incurable, ¿sufres frente la ola de crímenes machistas?
Genéticamente la mujer es superior al hombre, pero el hombre tiene la fuerza y la utiliza mal. Es difícil igualar en una especie esa desigualdad entre sexos. Fundamentalmente es falta de comprensión y de educación. El hombre que maltrata o mata a una mujer tiene un gran complejo de sí mismo.

¿Cómo siente el problema de la inmigración alguien casado con una inmigrante (mexicana)?
Es una cosa natural. Mestizarse y evolucionar a través del mestizaje es necesario. Para mí ha sido algo maravilloso, me ha ampliado el horizonte.

Cuando en 2007 salías por la Puerta del Príncipe de Sevilla, la crisis económica aparecía por la puerta de chiqueros. ¿Te la has pasado muy cerca o la has vivido en una burbuja?
Supe encajarla. No la he vivido con frustración ni con odio, que es lo peor que puede dejar una crisis. El odio lo han utilizado algunos para dividir a los españoles. Yo sólo he intentado hacerlo lo mejor posible económicamente y he apretado un huevo contra otro.

Igual es para que no se repita el dicho de «putas y toreros, a la vejez os espero»... Su generación, sin embargo, sí que ha sido vapuleada brutalmente por el paro.
Me he visto muy cerquita. No sé si tendría los mecanismos para salir de una situación en la que no puedes sostener a tu familia. Ni siquiera a ti mismo. Creo que es también una consecuencia de la débil educación que recibimos en los colegios e institutos.

¿Si no hubieras sido torero, que habrías sido?
No sabría decirte. Tengo un hermano químico, otro estudia Derecho... Mis aspiraciones no habrían sido tan brillantes.

La responsabilidad siempre acosó a Talavante. No volvió la cara cuando Yessica, ahora su mujer, le anunció que esperaban heredero para heredar nada. Alejandro, a sus 21, con su timidez a cuestas, no sabía cómo contárselo a sus padres. Pasaron los meses. Un día, en plena temporada, en una veraniega tarde de julio de la Feria de Santander, decidió confesarse con su madre. Una escena que Berlanga hubiera firmado y filmado: «Mamá, tengo que hablar contigo», se atreve a decir él, apocado. «No me digas que Yessica está embarazada», responde ella, sobresaltada. «No, mamá, el niño tiene dos semanas», resume el chaval con el corazón en la boca. Viajó la familia entera a México para conocer al nuevo Alejandro.

Y ahora el tercer vástago viene de camino en Extremadura. Vive Alejandro absorbido por su profesión, concentrado en su finquita cerca de Badajoz, «una maceta», dice, en un entrenamiento constante. Su cabeza viaja revolucionada a golpe de genialidad. Su discurso es tan imprevisible como razonado. Reflexiona sobre la educación que recibió y la que le gustaría transmitir a su patulea. Sus críos crecen en contacto con la naturaleza. Prefiere verlos jugar con los animales antes que absortos frente al televisor, la «moderdura» de una avispa antes que la «picadura» de los videojuegos.

Es curioso, porque antes de tenerlos tienes claro los errores que han cometido tus padres contigo para no repetirlos, pero al final hay como algo genético que determina que reacciones como tus padres sin darte cuenta. Con lo cual las historias se repiten. Nadie sabe ser padre. Es una responsabilidad enorme. Quisiera que crecieran en libertad. Y si no les gustan los toros, lo asumiré con naturalidad. Alejandro nunca ha ido a una plaza a verme. Ni le he llevado, claro.

Tu generación ha crecido entre videojuegos y consolas y la venidera no sale de un mundo virtual.
Prefiero que mis hijos miren al laberinto del mundo exterior antes que al espejo de la pantalla. Yo nunca le he dado valor a ganar o a perder. Prefiero que vivan en la naturaleza.

Hay una nueva especie: el ecologista urbanita, el animalista de ciudad.
El hombre, a medida que se aleja del campo, pierde la interacción con la naturaleza y nace el desconocimiento, el caldo de cultivo perfecto para decir pamplinas, cosas propias de la ignorancia. Veo a la gente muy entretenida con el animalismo y poco preocupada por el bienestar de sus semejantes.

No te veo hablando de todo esto con tus colegas de Badajoz.
Siempre puedo hablar de tías tomando unas copas. Pero prefiero hablar conmigo mismo. La velocidad de la parte de mí que no controlo me da escalofríos, pero a la vez me hace sentir muy vivo.

Entre tus grandes amigos está Sergio Ramos. ¿No te provoca envidia la percepción que la sociedad tiene del futbolista como ídolo frente a la denostada proyección del torero?
La vida de Sergio es un estrés para el que yo no estaría preparado. Me quitaría tiempo para pelearme con mi instinto y hacer lo que hago. El torero no encaja como ídolo de masas porque los chavales desconocen totalmente nuestra profesión.

Pues sería vital explicárselo.
Yo lo haría encantado frente a una caña. Les debería parecer atractivo, aunque no les gustase el espectáculo, ponerse en la piel del torero y tener un toro con una fuerza tremenda y 24.000 personas observándote para juzgarte. No entiendo que no sea así. De vez en cuando querría meterme en la cabeza de aquellos que ven el toreo como un ejercicio bestial y arcaico. Un hombre manejado por la inercia social no se pone en el pellejo del otro. Vivimos una sociedad encorsetada que se mueve por las etiquetas. Cabemos todos. Un hombre puede ser todos los hombres. Meterse en su pensamiento, entender al de enfrente. Tampoco tiene mucho sentido defender el toreo a capa y espada por el mero hecho de que sea cultura.

En España se trata muy mal a la Cultura en general y al toreo en particular, cuando es la actividad cultural que más millones reporta al Estado.
Hacienda tiene entre ceja y ceja a la Cultura. Yo pago muchos impuestos. El Gobierno sabe perfectamente lo que ingresamos en su hucha por una corrida y ese dinero el Estado lo usa para otras actividades. Lo que me parece estupendo, pero me da rabia que no lo reconozcan.

¿Quién se ha inventado que el toreo sea de derechas?
No hay que tener una idea política para que te atraiga algo. Volvemos a las etiquetas y a las divisiones. Yo no soy del partido que apoya la desigualdad. Vengo de la calle, mis padres eran anarcas...

A ti, nacido en 1987, ¿de qué te suena Franco?
¿A mí, Francooo? Yo qué sé. No es mi tiempo.

Talavante visto de frente es un hombre de perfil. Entre sus partidarios se citan Andrés Calamaro, Gómez Pin o Agustín Díaz Yanes. Yanes le llamó el otro día desde el rodaje de Oro, su próxima película, para felicitarle por su actuación del Domingo de Resurrección en Sevilla. Suele hablarle y aconsejarle el cineasta, «pero no de cine. No presume de erudito. La última vez fui con los niños a ver una de ésas de animales que hablan». Precisamente con Díaz Yanes rodó un anuncio tres años atrás, cuando se encerró locamente con seis victorinos en Las Ventas. El spot se lo pagó de su bolsillo. Y también la emisión en horario prime time en todas las cadenas de televisión. Una experiencia, la de actor: «Tano [Díaz Yanes] me animaba. Como yo soy un tipo más bien feo... Sabía cómo tocarme para sacar de mí una postura más natural. Me decía que caía bien a la cámara. No me lo creí, pero hacía como que me lo creía».
Habla Alejandro con pereza en una lucha permanente con la timidez. «La timidez me ha permitido escuchar. Aunque todo el mundo la considera un defecto, intento transfigurarla en virtud. Pudiendo decir menos aprendo más».

La experiencia del viaje vestido de corto por las calles de Madrid concluye en Callao. La circulación no se ha parado. Manolete ya no apaga su sed en Chicote. Somos lo que perdimos. Va a tener razón Talavante. Una chica de recortada estatura, rubia y ex bailarina mendiga a las puertas de la FNAC. Hace malabarismos con un balón de fútbol que nunca toca el suelo. Como si fuera Cristiano. En el cartón de las miserias hay algunas monedas de céntimos y un reclamo: Hasta que en España se pueda vivir del arte.

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