domingo, 15 de mayo de 2016

López Simón, un gestor de emociones

Se ha erigido en el líder de la nueva generación de toreros emergentes.

ANTONIO LORCA
Diario ELPAIS de Madrid

La tarde del 2 de mayo de 2015 en la plaza de Las Ventas fue inolvidable. La corrida goyesca, conmemorativa del Día de la Comunidad de Madrid, no presentaba sobre el papel grandes alicientes: toreros modestos y una ganadería de las llamadas duras. Pero, lo que son las cosas, entre la casta de los toros y el arrojo de los espadas, el festejo se tornó emocionantísimo: dos heridos, dos puertas grandes y la sensación cierta de que se estaba viviendo una secuencia histórica. Ángel Teruel acabó en el hospital, Morenito de Aranda llegó a hombros hasta la calle Alcalá y el tercero, un desconocido Alberto López Simón, se vio obligado a cambiar la salida triunfal por la enfermería tras una herida grave en el muslo derecho.

Ese día nació para el toreo un chaval del distrito madrileño de Barajas, de 24 años, alto, delgado, con cara de ingenuo e inocentón, pero que escondía en su interior una fuerza extraordinaria cimentada en un valor sin mácula que sorprendió gratamente a la afición venteña.

Fechas después, en plena Feria de San Isidro, confirmó con creces la buena impresión y, esta vez sí, salió a hombros por la puerta grande con todo el merecimiento de un torero auténtico, hambriento de triunfos, valeroso e inteligente en la cara del toro.

Y la explosión definitiva llegaría en la Feria de Otoño, en un mano a mano con Diego Urdiales. Cayó herido otra vez, pero en esta ocasión en el muslo izquierdo. La voltereta sucedió en el primer toro, y solo permitió que los médicos le colocaran un vendaje; volvió al burladero de cuadrillas por el diámetro del ruedo y se dio un baño de masas con una visible y teatral cojera. Repitió triunfo en el otro, salió a hombros y, desde la calle de Alcalá, acudió a la mesa de operaciones, donde le esperaba el equipo del doctor García Padrós.

Para entonces, el chaval de Barajas se había convertido por derecho propio en la revelación de la temporada, en un auténtico gestor de emociones. Madrid le abrió muchas puertas y en todas sus comparecencias dejó constancia fehaciente de su sentido de la heroicidad, de su obsesión por situarse donde cogen los toros, muy cruzado, ceñidísimo, allí donde se percibe la respiración del animal y se nota la rozadura caliente del pitón.

López Simón dio la cara cada tarde, no decepcionó, volvió a ver su propia sangre en varias ocasiones, y se erigió por derecho propio en líder de la nueva generación de jóvenes toreros emergentes, entre los que destacaba, además, por sus deseos de cambio de las caducas estructuras taurinas.

Había tomado la alternativa en la Feria de Abril de Sevilla de 2012, integrado en un cartel de lujo, junto a Morante, su padrino, y José María Manzanares, y aún nadie sabe cómo se las ingenió para ello siendo como era un novillero más, sin especiales condiciones que hicieran presagiar una figura en ciernes. Sin embargo, llamó la atención, se gustó toreando y cortó una oreja, aunque el toro de su doctorado lo mandó al quirófano con una herida en la pierna derecha.

Después, llegó el silencio, la particular travesía del desierto de muchos jóvenes con sueños de gloria. Conoció entonces la desesperación y el olvido que a tantos les hace desistir de su vocación u optar por cambiar el oro por la plata. Reconoce López Simón que pasó por momentos difíciles, que sufrió "muchos bajones" y visitó varios psicólogos, pero que, ayudado por la familia y un reducido grupo de amigos, aguantó la sequía y esperó impaciente la oportunidad soñada.

Y esa se le presentó, vestido él de torero goyesco, el 2 de mayo de 2015 en la plaza de Madrid. A partir de entonces, se supo que es aficionado a los toros desde los cuatro años, cuando visitó con sus padres una ganadería, y que un amigo lo inscribió en la Escuela Taurina de Madrid siendo un adolescente. Asegura que las 24 horas del día son para el toro, aunque ha reconocido que lee a José Luis Borges, escucha a Calamaro, que su corazón es colchonero y seguidor de la filosofía de Diego Simeone, "partido a partido, corrida a corrida, no mirar más allá, esforzarte aquí y ahora para conseguir el mañana".

El mañana es el talón de Aquiles de López Simón. Deberá demostrar que sigue siendo un renovador y no un acomodado torero que, como ha hecho en la pasada Feria de Abril y ahora en San Isidro, se integra en carteles de postín con toros comerciales. Y algo más: deberá confirmar que su valor estoico es la antesala de un toreo profundo. Esas son las asignaturas pendientes de un chaval de Barajas con cara de ingenuo que mantiene el sueño de ser reconocido como figura del toreo.

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