Se ha erigido en el líder de la
nueva generación de toreros emergentes.
ANTONIO LORCA
Diario ELPAIS de
Madrid
La tarde del 2 de mayo de 2015 en la plaza de Las Ventas fue
inolvidable. La corrida goyesca, conmemorativa del Día de la Comunidad de
Madrid, no presentaba sobre el papel grandes alicientes: toreros modestos y una
ganadería de las llamadas duras. Pero, lo que son las cosas, entre la casta de
los toros y el arrojo de los espadas, el festejo se tornó emocionantísimo: dos
heridos, dos puertas grandes y la sensación cierta de que se estaba viviendo
una secuencia histórica. Ángel Teruel acabó en el hospital, Morenito de Aranda
llegó a hombros hasta la calle Alcalá y el tercero, un desconocido Alberto
López Simón, se vio obligado a cambiar la salida triunfal por la enfermería
tras una herida grave en el muslo derecho.
Ese día nació para el toreo un chaval del distrito madrileño
de Barajas, de 24 años, alto, delgado, con cara de ingenuo e inocentón, pero
que escondía en su interior una fuerza extraordinaria cimentada en un valor sin
mácula que sorprendió gratamente a la afición venteña.
Fechas después, en plena Feria de San Isidro, confirmó con
creces la buena impresión y, esta vez sí, salió a hombros por la puerta grande
con todo el merecimiento de un torero auténtico, hambriento de triunfos,
valeroso e inteligente en la cara del toro.
Y la explosión definitiva llegaría en la Feria de Otoño, en
un mano a mano con Diego Urdiales. Cayó herido otra vez, pero en esta ocasión
en el muslo izquierdo. La voltereta sucedió en el primer toro, y solo permitió
que los médicos le colocaran un vendaje; volvió al burladero de cuadrillas por
el diámetro del ruedo y se dio un baño de masas con una visible y teatral
cojera. Repitió triunfo en el otro, salió a hombros y, desde la calle de
Alcalá, acudió a la mesa de operaciones, donde le esperaba el equipo del doctor
García Padrós.
Para entonces, el chaval de Barajas se había convertido por
derecho propio en la revelación de la temporada, en un auténtico gestor de
emociones. Madrid le abrió muchas puertas y en todas sus comparecencias dejó
constancia fehaciente de su sentido de la heroicidad, de su obsesión por
situarse donde cogen los toros, muy cruzado, ceñidísimo, allí donde se percibe
la respiración del animal y se nota la rozadura caliente del pitón.
López Simón dio la cara cada tarde, no decepcionó, volvió a
ver su propia sangre en varias ocasiones, y se erigió por derecho propio en
líder de la nueva generación de jóvenes toreros emergentes, entre los que
destacaba, además, por sus deseos de cambio de las caducas estructuras
taurinas.
Había tomado la alternativa en la Feria de Abril de Sevilla
de 2012, integrado en un cartel de lujo, junto a Morante, su padrino, y José
María Manzanares, y aún nadie sabe cómo se las ingenió para ello siendo como
era un novillero más, sin especiales condiciones que hicieran presagiar una
figura en ciernes. Sin embargo, llamó la atención, se gustó toreando y cortó
una oreja, aunque el toro de su doctorado lo mandó al quirófano con una herida
en la pierna derecha.
Después, llegó el silencio, la particular travesía del
desierto de muchos jóvenes con sueños de gloria. Conoció entonces la
desesperación y el olvido que a tantos les hace desistir de su vocación u optar
por cambiar el oro por la plata. Reconoce López Simón que pasó por momentos
difíciles, que sufrió "muchos bajones" y visitó varios psicólogos,
pero que, ayudado por la familia y un reducido grupo de amigos, aguantó la
sequía y esperó impaciente la oportunidad soñada.
Y esa se le presentó, vestido él de torero goyesco, el 2 de
mayo de 2015 en la plaza de Madrid. A partir de entonces, se supo que es
aficionado a los toros desde los cuatro años, cuando visitó con sus padres una
ganadería, y que un amigo lo inscribió en la Escuela Taurina de Madrid siendo
un adolescente. Asegura que las 24 horas del día son para el toro, aunque ha
reconocido que lee a José Luis Borges, escucha a Calamaro, que su corazón es
colchonero y seguidor de la filosofía de Diego Simeone, "partido a
partido, corrida a corrida, no mirar más allá, esforzarte aquí y ahora para
conseguir el mañana".
El mañana es el talón de Aquiles de López Simón. Deberá
demostrar que sigue siendo un renovador y no un acomodado torero que, como ha
hecho en la pasada Feria de Abril y ahora en San Isidro, se integra en carteles
de postín con toros comerciales. Y algo más: deberá confirmar que su valor
estoico es la antesala de un toreo profundo. Esas son las asignaturas
pendientes de un chaval de Barajas con cara de ingenuo que mantiene el sueño de
ser reconocido como figura del toreo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario