La de mayores promedios de peso y
volumen de San Isidro. Cuatro toros de buena condición. Oficio y entrega de
Padilla, resolución de Fandiño con un quinto bravo y firmeza indesmayable del
joven José Garrido.
BARQUERITO
Foto: EFE
JUAN PEDRO DOMECQ APOSTÓ este año en San Isidro por el toro
monumental. Muy pasada de carnes la corrida del hierro de Veragua del 15 de
mayo y por eso, y no solo por eso, se cayeron tres toros. Esta segunda salida
de Juan Pedro en el abono, con el hierro de Parladé, vino marcada por pesos en
teoría disparatados –el promedio pasó de los 600 kilos- y por una mayoría de
cinqueños, cuatro de seis. Solo que los toros pesados pudieron con los kilos
sin mayor problema.
El quinto, 650 kilos de tablilla, y los aparentaba, se movió
con ganas de principio a fin; el primero, 640 de matrícula, abrió la boca
después de banderillas como si se ahogara, pero resistió entero sin duelo y fue
toro de nobleza y fijeza nada comunes. Solo uno de los cuatro supertoros por
encima de la cota 600, el tercero, dio muestras de flaqueza. Pero no exageradas:
rebrincado, llegó a ponerse pegajoso por flojo y no por celoso. El sexto, que
acabó con gesto afligido tras largo trasteo, galopó de salida, en varas y en
banderillas, tuvo trato bueno y el fondo de nobleza de toda la corrida.
Una de Parladé algo apagada en comparación con las recientes
muestras del hierro en Madrid. No tan combativa. Cumplidora sin más en el
caballo –el quinto, algo más que eso- y de gesto atento. Ganaderías largas las
dos: la de Veragua y la de Parladé. Y por eso pareció un capricho del criador
venir a Madrid con mayoría de cinqueños. Y con toros de batir las cifras de
báscula, la marca de altura y el remate de culata sin perder por eso armonía.
Corrida hermosísima. No hubo toro que no galopara. Eso no había ocurrido en
ninguna de las quince corridas previas de San Isidro. No hubo tampoco detalles
ni signos de fiereza. El segundo, quebrado por un volatín completo antes de
varas, acusó la lesión del batacazo, no metió los riñones, echó la cara arriba
al venirse y pareció descomponerse.
El público de San Isidro no es nunca el mismo de un día para
otro. Esta jornada vigésimo cuarta de feria fue de la de otro día. Es decir,
mayoría notoria de público de aluvión. Como la del sábado de farolillos en
Sevilla, por ejemplo. Se echó de menos a un grupo de fieles y fijos para la
ocasión: la peña de Iván Fandiño de Tórtola de Henares, “siempre con su
torero”. Siempre salvo en esta segunda y última tarde de Fandiño en San Isidro.
Si estaban los peñistas de Tórtola, no vinieron de uniforme. Y si trajeron la
pancarta titular, no se animaron a lucirla. Y si estuvieron con su torero, no
fue como otras veces. Fandiño quiso con el quinto, el mejor de la corrida.
Encajados y bien tirados lances de recibo –dos de ellos, muy despaciosos-, una
caliente apertura de faena –de largo la reunión primera en los medios, ligazón
en redondo, mano baja- y, en terreno menos comprometido, donde no pesara tanto
el toro, dos tandas más de mucho aguante y brazo suelto. Hasta que Fandiño optó
por torear al hilo, para que cupiera el toro mejor. Dos naturales de una última
tanda fueron de lentitud magnífica. Y, soltando el engaño, una estocada de gran
corazón. Al toro lesionado lo había tumbado, al tercer intento, de un infame
espadazo.
Padilla acreditó su indiscutible capacidad profesional y sus
tantas veces probado espíritu de superación. Sitio, colocación, seguridad,
mucho aparato. Con sus cautelas: resistencia visible a ligar en serio a pesar
de que los dos toros de lote se prestaron a modo. Y con sus apuestas de alto
riesgo: irse a porta gayola a saludar al primero con larga cambiada de
rodillas, prender seis pares de banderillas, a pesar de haber salido cogido,
volteado y apaleado de la primera de las seis reuniones, y el detalle caro de
cerrar tercio en el cuarto toro con un par de poder a poder, y de dentro
afuera, reunido en el balcón. Largo trajín con el primero de la tarde,
muletazos limpios y una estocada caída. Abuso de toreo a la voz con el cuarto
en muleteo competente, y, el brazo por delante, una estocada de marca mayor.
José Garrido |
Valiente y firme de verdad el joven José Garrido. Le sacaban
dos palmos de altura los dos toros de esta segunda salida suya en San Isidro.
Trató de superar el obstáculo con tenacidad manifiesta y sin más ayuda que un capote
y una muleta de exiguas dimensiones. No perdonó un quite –en los dos toros de
Fandiño, uno por chicuelinas graciosas y otros por temerarias gaoneras-, se
fajó de salida con sus dos toros –lances rodillas en tierra, verónicas
ajustadas de mano alta-y tuvo el detalle de quitar del caballo al sexto, y de
hacerlo toreando como solía su primer maestro, Antonio Ferrera. A los dos toros
plantó cara con descaro y sin desmayo, donde fuera. Cuerpo a cuerpo el final de
faena con el tercero. Buscando la distancia con el sexto. Siempre encajado. No
siempre templado, sin embargo. La espada, punto fuerte de su carrera de
novillero y de su primer curso de alternativa, no entró. Se quedaba atrás el
brazo. Un pecado: faenas larguísimas. De las de aviso antes de cuadrar.
POSTDATA PARA LOS
ÍNTIMOS.- Ande o no ande, el toro grande. Y andó, o sea, anduvo.
Anduvieron, galoparon. Aptos para toreros de metro setenta y cinco. Cuando
galopa, parece más ligero el caballo y mayor el tigre. Los efectos ópticos.
Trampantojos.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Parladé (Juan
Pedro Domecq Morenés).
Juan José Padilla, saludos tras un aviso y saludos. Iván Fandiño, silencio tras un aviso y saludos. José Garrido, silencio tras aviso en los dos.
Cobraron certeros puyazos Rafael
Agudo y Curro Sanlúcar con los
dos últimos toros. Dos pares de riesgo de Antonio
Chacón al sexto.
Jueves, 26 de mayo de 2016. Madrid. 21ª de San Isidro. 21.000 almas.
Primaveral. Dos horas y cuarto de función.
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