domingo, 29 de mayo de 2016

FERIA DE SAN ISIDRO – VIGESIMA CORRIDA: Corrida hermosísima de Parladé

La de mayores promedios de peso y volumen de San Isidro. Cuatro toros de buena condición. Oficio y entrega de Padilla, resolución de Fandiño con un quinto bravo y firmeza indesmayable del joven José Garrido.
Tremendo susto para Juan José Padilla
BARQUERITO
Foto: EFE

JUAN PEDRO DOMECQ APOSTÓ este año en San Isidro por el toro monumental. Muy pasada de carnes la corrida del hierro de Veragua del 15 de mayo y por eso, y no solo por eso, se cayeron tres toros. Esta segunda salida de Juan Pedro en el abono, con el hierro de Parladé, vino marcada por pesos en teoría disparatados –el promedio pasó de los 600 kilos- y por una mayoría de cinqueños, cuatro de seis. Solo que los toros pesados pudieron con los kilos sin mayor problema.

El quinto, 650 kilos de tablilla, y los aparentaba, se movió con ganas de principio a fin; el primero, 640 de matrícula, abrió la boca después de banderillas como si se ahogara, pero resistió entero sin duelo y fue toro de nobleza y fijeza nada comunes. Solo uno de los cuatro supertoros por encima de la cota 600, el tercero, dio muestras de flaqueza. Pero no exageradas: rebrincado, llegó a ponerse pegajoso por flojo y no por celoso. El sexto, que acabó con gesto afligido tras largo trasteo, galopó de salida, en varas y en banderillas, tuvo trato bueno y el fondo de nobleza de toda la corrida.

Una de Parladé algo apagada en comparación con las recientes muestras del hierro en Madrid. No tan combativa. Cumplidora sin más en el caballo –el quinto, algo más que eso- y de gesto atento. Ganaderías largas las dos: la de Veragua y la de Parladé. Y por eso pareció un capricho del criador venir a Madrid con mayoría de cinqueños. Y con toros de batir las cifras de báscula, la marca de altura y el remate de culata sin perder por eso armonía. Corrida hermosísima. No hubo toro que no galopara. Eso no había ocurrido en ninguna de las quince corridas previas de San Isidro. No hubo tampoco detalles ni signos de fiereza. El segundo, quebrado por un volatín completo antes de varas, acusó la lesión del batacazo, no metió los riñones, echó la cara arriba al venirse y pareció descomponerse.

El público de San Isidro no es nunca el mismo de un día para otro. Esta jornada vigésimo cuarta de feria fue de la de otro día. Es decir, mayoría notoria de público de aluvión. Como la del sábado de farolillos en Sevilla, por ejemplo. Se echó de menos a un grupo de fieles y fijos para la ocasión: la peña de Iván Fandiño de Tórtola de Henares, “siempre con su torero”. Siempre salvo en esta segunda y última tarde de Fandiño en San Isidro. Si estaban los peñistas de Tórtola, no vinieron de uniforme. Y si trajeron la pancarta titular, no se animaron a lucirla. Y si estuvieron con su torero, no fue como otras veces. Fandiño quiso con el quinto, el mejor de la corrida. Encajados y bien tirados lances de recibo –dos de ellos, muy despaciosos-, una caliente apertura de faena –de largo la reunión primera en los medios, ligazón en redondo, mano baja- y, en terreno menos comprometido, donde no pesara tanto el toro, dos tandas más de mucho aguante y brazo suelto. Hasta que Fandiño optó por torear al hilo, para que cupiera el toro mejor. Dos naturales de una última tanda fueron de lentitud magnífica. Y, soltando el engaño, una estocada de gran corazón. Al toro lesionado lo había tumbado, al tercer intento, de un infame espadazo.

Padilla acreditó su indiscutible capacidad profesional y sus tantas veces probado espíritu de superación. Sitio, colocación, seguridad, mucho aparato. Con sus cautelas: resistencia visible a ligar en serio a pesar de que los dos toros de lote se prestaron a modo. Y con sus apuestas de alto riesgo: irse a porta gayola a saludar al primero con larga cambiada de rodillas, prender seis pares de banderillas, a pesar de haber salido cogido, volteado y apaleado de la primera de las seis reuniones, y el detalle caro de cerrar tercio en el cuarto toro con un par de poder a poder, y de dentro afuera, reunido en el balcón. Largo trajín con el primero de la tarde, muletazos limpios y una estocada caída. Abuso de toreo a la voz con el cuarto en muleteo competente, y, el brazo por delante, una estocada de marca mayor.
José Garrido
Valiente y firme de verdad el joven José Garrido. Le sacaban dos palmos de altura los dos toros de esta segunda salida suya en San Isidro. Trató de superar el obstáculo con tenacidad manifiesta y sin más ayuda que un capote y una muleta de exiguas dimensiones. No perdonó un quite –en los dos toros de Fandiño, uno por chicuelinas graciosas y otros por temerarias gaoneras-, se fajó de salida con sus dos toros –lances rodillas en tierra, verónicas ajustadas de mano alta-y tuvo el detalle de quitar del caballo al sexto, y de hacerlo toreando como solía su primer maestro, Antonio Ferrera. A los dos toros plantó cara con descaro y sin desmayo, donde fuera. Cuerpo a cuerpo el final de faena con el tercero. Buscando la distancia con el sexto. Siempre encajado. No siempre templado, sin embargo. La espada, punto fuerte de su carrera de novillero y de su primer curso de alternativa, no entró. Se quedaba atrás el brazo. Un pecado: faenas larguísimas. De las de aviso antes de cuadrar.

POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Ande o no ande, el toro grande. Y andó, o sea, anduvo. Anduvieron, galoparon. Aptos para toreros de metro setenta y cinco. Cuando galopa, parece más ligero el caballo y mayor el tigre. Los efectos ópticos. Trampantojos.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Parladé (Juan Pedro Domecq Morenés).
Juan José Padilla, saludos tras un aviso y saludos. Iván Fandiño, silencio tras  un aviso y saludos. José Garrido, silencio tras aviso en los dos.
Cobraron certeros puyazos Rafael Agudo y Curro Sanlúcar con los dos últimos toros. Dos pares de riesgo de Antonio Chacón al sexto.
Jueves, 26 de mayo de 2016. Madrid. 21ª de San Isidro. 21.000 almas. Primaveral. Dos horas y cuarto de función.

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