Faena
de notable composición del torero burgalés con un excelente quinto toro de El
Ventorrillo, Aflicción del torero salmantino. Herido grave Gonzalo Caballero,
entregado sin reservas.
Gonzalo Caballero |
BARQUERITO
LA
AFLICCIÓN DE EL CAPEA, el oficio, el sitio y la habilidad, la gracia ligera
también, de Morenito de Aranda, la inocencia juvenil de Gonzalo Caballero en
versión temeraria y desgarrada y una corrida de El Ventorrillo de bellas,
variadas y serias hechuras.
No
ha habido en la feria tarde de cuatreños en puntas sin al menos dos toros
buenos. No fue excepción a la regla la corrida de El Ventorrillo. Noble,
boyante y de ritmo constante un quinto cinqueño que barrió de salida la arena
con las borlas del rabo y entonces
apuntó la que iba a ser su soberbia condición. Protestas en el caballo, dos o
tres escarbaduras, pero una entrega sin desmayo. Gran toro. No el único bueno:
el cuarto, colorado ojo de perdiz, bajo de agujas como el resto del envío,
corretón de partida, cierta tendencia a soltarse, fue de notoria calidad, y,
por pastueño, el más sencillo de todos.
El
sexto, zurrado a modo en tres puyazos implacables, resistió lo indecible. El
que hirió a Caballero galopó de salida, se descompuso y, pese a pegar
trallazos, no fue toro artero ni listo ni tampoco predador. En el contrapeso un
primero de corrida brusco, andarín, de precioso escaparate –castaño retinto,
golosa pelliza, finos cabos, muy finas puntas también, la diadema rubia tan
propia- y dejado a su aire. Y, en fin, un segundo achichonado y acochinado, que
se blandeó en el caballo como todos los demás pero fue el único que se soltó de
manso y el único que se acostó o se metió y pegó cabezazos al salir de suerte.
El
renuncio de El Capea fue indisimulable. El viento lo descompuso al intentar
fijar de salida al toro que partió plaza. No se tomó la menor confianza. Una
gota de toreo sobre las piernas. Casi nada. Una estocada baja, tres
descabellos. Pareció verlo claro con el cuarto –se salió hasta el platillo para
fijarlo, pero no del todo- y brindó al público a sabiendas de que por la cogida
de Caballero iba a tener que matar todavía un tercer toro. Empeño menor,
limitada ambición, un par de recortes a pies juntos de acento clásico. Una
desilusión contagiosa. Un pinchazo. Una estocada de buena ejecución pero
tendida y trasera, diez golpes de verduguillo, dos avisos. Y la renuncia final,
una rendición, con el sexto toro: humillantes oles de rechifla, palmas de
tango, un calvario, una estocada sin muerte, otra después de que desde un
burladero sacaran la espada con otra de descabellar y la muerte lenta del toro
con vómito.
Morenito
se plantó de rodillas a porta gayola para saludar al segundo. Un gesto de
homenaje a David Mora, tan gravemente herido en esa suerte y ese mismo sitio
hace dos años por un toro de El Ventorrillo. Gesto y declaración de
intenciones. No consintió el toro del homenaje, que adelantó por las dos manos.
Sí el quinto, claro en tres verónicas de caro asiento precedidas de un manojito
de lances de doma. El Capea quitó por animosos lances en su turno. No hubo que
esperar a que el toro rompiera después de banderillas. Una madeja de toreo
andado en tablas y hasta las rayas para abrir boca; una tanda de cinco
rehilados en redondo y el cambiado de remate. Todo lo quería por abajo el toro,
salvo los remates de alivio. Y seis tandas más, por una y otra mano, de
diferente calibre y distinto calado. Muy aparatosa la puesta en escena: paseos
y pausas. Algún latigazo, encaje de verdad, brazos sueltos, ideas claras.
Cierto clamor. Media estocada en la suerte contraria. Hubo premio.
Sin
cuartel ni calma la pelea de Gonzalo Caballero, dispuesto a todo, pero agarrado
al capote y no al revés, embalado antes de catar toro, codillero –y se echaba
el toro encima-, irreductible entrega después de mandarle el toro dos recados y
revolvérsele. Cegado por la propia pasión, se cruzó al pitón contrario antes de
intentar torear al natural. Se le vino el toro encima, lo cogió de lleno.
Pareció grave. Trataron de llevárselo a la enfermería, se deshizo de quien lo
portaban, volvió al toro a vencer o morir. Arreones, un desarme, dos pinchazos,
una estocada, cinco descabellos. Y la fortuna de poder contarlo.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de El Ventorrillo (Fidel San Román).
Pedro
Gutiérrez Lorenzo “El Capea”, pitos, pitos tras dos avisos y pitos tras un aviso en el sexto, que mató por
cogida de Caballero.
Morenito
de Aranda, palmitas y una oreja.
Gonzalo
Caballero, saludos antes de entrar en la
enfermería.
Picó duro pero certero a primero y
sexto Óscar Bernal.
Jueves, 12 de Mayo e 2016. Madrid. 7ª
de San Isidro. 16.000 almas. Fresco, calabobos en el primer toro, nubles y
claros después. Dos horas y diez minutos de función. Gonzalo Caballero,
intervenido en la enfermería de una cornada en el muslo izquierdo de dos
trayectorias con destrozos musculares. Herida de pronóstico grave.
POSTATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Todo lo que sé de astronomía, meteorología
y agricultura, que no es gran cosa, lo aprendí en las sabias páginas del
Calendario Zaragozano, que se renueva año tras año desde hace casi dos siglos y
tiene la osadía de atreverse a pronosticar el tiempo con doce meses de adelanto
y más. Que no iba a llover esta semana... De la entrada de Mercurio en su nueva
órbita solar, suceso que el lunes no pudo contemplarse desde Madrid por culpa
del nublado, ni una palabra. Solo cinco veces por siglo se interpone Mercurio
entre el Sol y nosotros. Y parece, dicen, un minúsculo punto negro. En
Zaragoza, donde vivía el autor del Calendario, no había entonces telescopios de
alcance. ¿Mercurio? Demasiado lejos. Todos los textos del Calendario son
sabrosos: los refranes, el santoral al detalle, los avisos astrológicos sobre
las mudanzas de las constelaciones, los consejos sobre siembre y cosecha y ese
impagable e interminable apéndice sobre los días de mercado y feria en toda
España. Un vademécum casi perfecto. No lo llevo encima, pero duerme a mi lado.
Y conmigo viene de viaje siempre que salgo.
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