domingo, 1 de mayo de 2016

Mary Fortes, madre del torero Saúl Jiménez Fortes: Una madre contra el miedo

Fue novillera en la década de los 70 y ahora sufre y disfruta a través de la carrera de su hijo, Saúl Jiménez Fortes. El torero ha vuelto esta temporada tras recuperarse de dos cornadas gravísimas la pasada campaña. Una prueba de fuego al alcance de muy pocos. *** «Fui arrastrándome por las escaleras. Dejé el bolso tirado allí. No era capaz de llegar a la enfermería por miedo a lo que me iban a decir».

PATRICIA NAVARRO
@PatriciNavarro
Diario LARAZON de Madrid

Hay cosas que están prohibidas. Son leyes no escritas. Sólo entendibles al corazón. Al que sufre en silencio. Por dentro. Medio ido. Bien lo sabe Mary. Mary Fortes en los carteles. En la década de los 70. Primero en la dureza de los paseíllos. Cuando mujer y toros era poco menos que un sacrilegio. Y ahora en la herida profunda que deja la estela de la sangre, la de su hijo. Cuando éste crece, vuela y decide seguir los pasos allá por donde los dejó su madre. Y ocurre, qué cosas, que de pronto hay pormenores, esos que residen en la rutina del día a día que comienzan a estar prohibidos en las tardes sagradas en las que Saúl se pone el vestido de torear.

«El día que torea yo no puedo coser, no puedo sacar una aguja, me pasó un día de novillero, me supera, fue como un espasmo, me recordó al quirófano y nunca jamás. Ni una puntada. Prohibido». Convive con el miedo. Cara a cara. Y la realidad le ha obligado a hacerlo con el pánico. Pero le entiende. Lo suyo con la tauromaquia fue un flechazo. «En mi casa no había tradición, mi madre me mandó a comprar un día de niña y de pronto vi en la televisión que estaban dando una corrida de toros. Toreaba Manuel Benítez y la expectación era tremenda. Aquello me impactó de tal manera que ya no pude dejar de pensar en otra cosa». Era la España de la prohibición. «Una época muy dura. Me hicieron la vida imposible. Me ponían en el cartel y luego me quitaban porque no querían torear contigo ya fueran los toreros o el ganadero, era todo muy desagradable y al final me generó mucha frustración»...

Una lesión precipitó la retirada cuando tenía fecha para la alternativa... Luego vino la maternidad. Verónica primero y Saúl después. El segundo de sus hijos seguiría los pasos y el foco de los desvelos. «Me siento muy orgullosa, aunque si se dedicara a otra cosa estaría más tranquila». Hace poco que Saúl, Jiménez Fortes en los carteles, ha reaparecido. Es la temporada de la vuelta. Más bien resurrección. La del renacer. Y los milagros se cuentan a pares. Lleva poco tiempo en la profesión. En comparación con otros un suspiro. Pero el toro le ha castigado fuerte, duro y con mucha crueldad en ocasiones. Más de veinte cornadas lleva en su cuerpo. Vive para contarlo. Pero de milagro.

En el pasado San Isidro triunfó, pero el peaje llegó antes de acabar la tarde con una desgarradora cornada en el cuello cuya imagen no tardó en dar la vuelta al mundo. Su madre, cómo no, estaba en la plaza. «Estaba fastidiada de la rodilla y fui arrastrándome por las escaleras. Dejé el bolso tirado allí y me fui a la enfermería... Cuando la cornada es tan grave lo que quieres es un minuto... Y dos minutos... No quieres pensar en nada más. Si luego hay problemas, se solucionarán, pero necesitas que los minutos pasen y siga la vida. Los bajones vienen luego, pero la naturaleza da mucha fuerza y te quita muchos fantasmas», apunta Mary.
No suele faltar nunca a la cita. Ahí está cada tarde de toros. Discreta. Sola casi siempre. Apartada del mundanal ruido. Buscándose más allá de los miedos y de las miserias que arden en los entresijos de la profesión. «Yo jamás subo a la habitación a verle. No tengo ni una foto con mi hijo vestido de torero. Le veo si baja a tomar un café en ese momento. Y ahí soy feliz; es cuando más en paz estoy. Pero si no busco mis refugios, si estoy con profesionales que no me estén preguntando, estoy bien, pero no soy capaz de estar con amigos haciendo de anfitriona». Cada uno busca sus momentos, sus armas, su paz, también el torero: «Intento darme mi espacio y hacer lo que necesito en cada momento. Pero no me gusta ver el miedo que hago pasar a otra persona, en este caso mi madre, porque es como si se reflejara y me lo devuelve. Pero me gusta saber que está ahí».

Aquella tarde de San Isidro ocurrió el primer milagro y de esa desgarradora cornada en el cuello no le quedó más que la cicatriz y un buen puñado de imágenes para olvidar. Pero apenas intentaba dar carpetazo al asunto, a mediados de agosto, en la plaza salmantina de Vitigudino, se cebó la tragedia, con otra cornada espeluznante en el cuello. El pitón entró por la base del cuello hacia arriba dirección al cráneo. «Lo que pensé en aquel momento es que el milagro ya lo había quemado en Madrid», dice Saúl. «Yo salí corriendo y no era capaz de llegar a la enfermería. No era capaz, de verdad. Cuando iba a llegar, me volvía para atrás. No quería preguntar. Pensaba que cuando llegara me iban a dar una noticia que no quería escuchar», recuerda su madre.

De Vitigudino a Salamanca le llevan en ambulancia. El torero estaba consciente. «Como no podía hablar le daba a una enfermera con las manos los números del teléfono de mi madre para que hablara con ella y ponernos en contacto con otro médico. Entre ellos iban preguntándose cuánto quedaba, hablaban de por dónde íbamos. Pasábamos un pueblo, otro... ¿que en qué pensaba? En llegar», recuerda Saúl. En llegar vivo.

En el hospital de Salamanca le metieron en el escáner y se sucedió un rosario de malas noticias: «todo pintaba muy mal, nos dijeron que la intervención iba a ser muy larga porque había muchos daños. Y luego nos enteramos de que el primer milagro ocurrió allí porque al operarle tuvo una hemorragia. Si eso le ocurre en la ambulancia, mi hijo no está aquí hoy». La recuperación fue lenta y plagada de incertidumbre. «Le tuvieron primero en un coma inducido. Y nos dijeron que le iban a abrir una ventana a ver cómo reaccionaba, lo hicieron, fue bien y le contaron todo, pero Saúl se olvidó y ahí hubo un vacío que nos hizo daño a todos porque nos supimos cómo reaccionar. No sabíamos nada. Sí las lesiones pero no las secuelas. Él preguntaba y no sabíamos qué contestar», recuerda la madre. El proceso fue lento. «Durante un mes y medio me alimenté por una sonda gástrica», dice Saúl, «pero sí recuerdo que todos los días había un avance. Fue una etapa muy intensa». Con el tiempo, meses de recuperación, aquella cornada no le ha dejado ninguna secuela, come y habla con absoluta normalidad. Pero una cosa son las heridas y otra la recuperación del hombre. Volver a torear después de dos cornadas tan vandálicas. «He pensado mucho en este tiempo. En el límite de los milagros, en si no hay dos sin tres... En si esto había sido una advertencia o una prueba que tenía que superar. Y la realidad es que no hay conclusión, es la que tú quieras sacar. Yo no quería vivir resignado por miedo y hablar del torero en pasado. Y una vez que aceptas que no te vas a sentir satisfecho renuncias a tus miedos por una posible cornada y aceptas seguir toreando. Y sabes que si sigues toreando puede volver otra cornada», mantiene el torero.

¿Se logra que esas imágenes no se conviertan en traumas? «En la UCI –dice Saúl– sí me saltaban imágenes, creo que también por la propia medicación; luego se van superando las cosas. Se van pasando etapas. La primera vez que te vuelves a poner delante de un toro te cuesta pensar que vaya a ir a la muleta, a pesar de que tú tengas que aparentar seguridad... Cuando toreé en Fitero por ejemplo, mi pensamiento fue saber dónde estaba el hospital más cercano... Son cosas que se van superando...». «A mí me ha pasado factura con el tiempo. Cuando Saúl se fue para Sevilla y yo para casa es cuando de pronto no podía dormir, se me agarraron los nervios al estómago y tuve que pedir ayuda. Para mí fue necesario, no podía con todo aquello que había pasado», dice Mary. Y lo afirma a pocos días de que Jiménez Fortes vuelva a hacer el paseíllo en Madrid. El próximo viernes 6 de mayo en la primera corrida de la Feria de San Isidro. Comienza de nuevo la locura. «Yo le entiendo. Es el alimento del alma», afirma su madre. La madre torera, que volverá a sentarse en el tendido. «¿Que cómo celebraría un triunfo en Madrid? –dice Saúl–. No lo puedo contar, pero te enterarás por los periódicos», dice el torero mientras se ríe. Estaremos atentos. Se abre el telón de nuevo.

El segundo milagro a los tres meses

Apenas salía de la cornada de San Isidro, cuando llegó la de Vitigudino en agosto. También en el cuello y con tremebundas noticias durante las primeras horas. Hubo que esperar meses hasta restablecerse el torero. Después vino la recuperación del hombre. «He pensado mucho en si fue un aviso o algo por lo que tenía que pasar», admite Saúl plenamente recuperado.

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