Fue novillera en la década de los
70 y ahora sufre y disfruta a través de la carrera de su hijo, Saúl Jiménez
Fortes. El torero ha vuelto esta temporada tras recuperarse de dos cornadas
gravísimas la pasada campaña. Una prueba de fuego al alcance de muy pocos. *** «Fui
arrastrándome por las escaleras. Dejé el bolso tirado allí. No era capaz de
llegar a la enfermería por miedo a lo que me iban a decir».
PATRICIA NAVARRO
@PatriciNavarro
Diario LARAZON de Madrid
Hay cosas que están prohibidas. Son leyes no escritas. Sólo
entendibles al corazón. Al que sufre en silencio. Por dentro. Medio ido. Bien
lo sabe Mary. Mary Fortes en los carteles. En la década de los 70. Primero en
la dureza de los paseíllos. Cuando mujer y toros era poco menos que un
sacrilegio. Y ahora en la herida profunda que deja la estela de la sangre, la
de su hijo. Cuando éste crece, vuela y decide seguir los pasos allá por donde
los dejó su madre. Y ocurre, qué cosas, que de pronto hay pormenores, esos que
residen en la rutina del día a día que comienzan a estar prohibidos en las
tardes sagradas en las que Saúl se pone el vestido de torear.
«El día que torea yo no puedo coser, no puedo sacar una
aguja, me pasó un día de novillero, me supera, fue como un espasmo, me recordó
al quirófano y nunca jamás. Ni una puntada. Prohibido». Convive con el miedo.
Cara a cara. Y la realidad le ha obligado a hacerlo con el pánico. Pero le
entiende. Lo suyo con la tauromaquia fue un flechazo. «En mi casa no había
tradición, mi madre me mandó a comprar un día de niña y de pronto vi en la
televisión que estaban dando una corrida de toros. Toreaba Manuel Benítez y la
expectación era tremenda. Aquello me impactó de tal manera que ya no pude dejar
de pensar en otra cosa». Era la España de la prohibición. «Una época muy dura.
Me hicieron la vida imposible. Me ponían en el cartel y luego me quitaban
porque no querían torear contigo ya fueran los toreros o el ganadero, era todo
muy desagradable y al final me generó mucha frustración»...
Una lesión precipitó la retirada cuando tenía fecha para la
alternativa... Luego vino la maternidad. Verónica primero y Saúl después. El
segundo de sus hijos seguiría los pasos y el foco de los desvelos. «Me siento
muy orgullosa, aunque si se dedicara a otra cosa estaría más tranquila». Hace
poco que Saúl, Jiménez Fortes en los carteles, ha reaparecido. Es la temporada
de la vuelta. Más bien resurrección. La del renacer. Y los milagros se cuentan
a pares. Lleva poco tiempo en la profesión. En comparación con otros un suspiro.
Pero el toro le ha castigado fuerte, duro y con mucha crueldad en ocasiones.
Más de veinte cornadas lleva en su cuerpo. Vive para contarlo. Pero de milagro.
En el pasado San Isidro triunfó, pero el peaje llegó antes
de acabar la tarde con una desgarradora cornada en el cuello cuya imagen no
tardó en dar la vuelta al mundo. Su madre, cómo no, estaba en la plaza. «Estaba
fastidiada de la rodilla y fui arrastrándome por las escaleras. Dejé el bolso
tirado allí y me fui a la enfermería... Cuando la cornada es tan grave lo que
quieres es un minuto... Y dos minutos... No quieres pensar en nada más. Si
luego hay problemas, se solucionarán, pero necesitas que los minutos pasen y
siga la vida. Los bajones vienen luego, pero la naturaleza da mucha fuerza y te
quita muchos fantasmas», apunta Mary.
No suele faltar nunca a la cita. Ahí está cada tarde de
toros. Discreta. Sola casi siempre. Apartada del mundanal ruido. Buscándose más
allá de los miedos y de las miserias que arden en los entresijos de la
profesión. «Yo jamás subo a la habitación a verle. No tengo ni una foto con mi
hijo vestido de torero. Le veo si baja a tomar un café en ese momento. Y ahí
soy feliz; es cuando más en paz estoy. Pero si no busco mis refugios, si estoy
con profesionales que no me estén preguntando, estoy bien, pero no soy capaz de
estar con amigos haciendo de anfitriona». Cada uno busca sus momentos, sus
armas, su paz, también el torero: «Intento darme mi espacio y hacer lo que
necesito en cada momento. Pero no me gusta ver el miedo que hago pasar a otra
persona, en este caso mi madre, porque es como si se reflejara y me lo
devuelve. Pero me gusta saber que está ahí».
Aquella tarde de San Isidro ocurrió el primer milagro y de
esa desgarradora cornada en el cuello no le quedó más que la cicatriz y un buen
puñado de imágenes para olvidar. Pero apenas intentaba dar carpetazo al asunto,
a mediados de agosto, en la plaza salmantina de Vitigudino, se cebó la
tragedia, con otra cornada espeluznante en el cuello. El pitón entró por la
base del cuello hacia arriba dirección al cráneo. «Lo que pensé en aquel
momento es que el milagro ya lo había quemado en Madrid», dice Saúl. «Yo salí
corriendo y no era capaz de llegar a la enfermería. No era capaz, de verdad.
Cuando iba a llegar, me volvía para atrás. No quería preguntar. Pensaba que
cuando llegara me iban a dar una noticia que no quería escuchar», recuerda su
madre.
De Vitigudino a Salamanca le llevan en ambulancia. El torero
estaba consciente. «Como no podía hablar le daba a una enfermera con las manos
los números del teléfono de mi madre para que hablara con ella y ponernos en
contacto con otro médico. Entre ellos iban preguntándose cuánto quedaba,
hablaban de por dónde íbamos. Pasábamos un pueblo, otro... ¿que en qué pensaba?
En llegar», recuerda Saúl. En llegar vivo.
En el hospital de Salamanca le metieron en el escáner y se
sucedió un rosario de malas noticias: «todo pintaba muy mal, nos dijeron que la
intervención iba a ser muy larga porque había muchos daños. Y luego nos
enteramos de que el primer milagro ocurrió allí porque al operarle tuvo una
hemorragia. Si eso le ocurre en la ambulancia, mi hijo no está aquí hoy». La
recuperación fue lenta y plagada de incertidumbre. «Le tuvieron primero en un
coma inducido. Y nos dijeron que le iban a abrir una ventana a ver cómo
reaccionaba, lo hicieron, fue bien y le contaron todo, pero Saúl se olvidó y
ahí hubo un vacío que nos hizo daño a todos porque nos supimos cómo reaccionar.
No sabíamos nada. Sí las lesiones pero no las secuelas. Él preguntaba y no
sabíamos qué contestar», recuerda la madre. El proceso fue lento. «Durante un
mes y medio me alimenté por una sonda gástrica», dice Saúl, «pero sí recuerdo
que todos los días había un avance. Fue una etapa muy intensa». Con el tiempo,
meses de recuperación, aquella cornada no le ha dejado ninguna secuela, come y
habla con absoluta normalidad. Pero una cosa son las heridas y otra la
recuperación del hombre. Volver a torear después de dos cornadas tan
vandálicas. «He pensado mucho en este tiempo. En el límite de los milagros, en
si no hay dos sin tres... En si esto había sido una advertencia o una prueba
que tenía que superar. Y la realidad es que no hay conclusión, es la que tú
quieras sacar. Yo no quería vivir resignado por miedo y hablar del torero en
pasado. Y una vez que aceptas que no te vas a sentir satisfecho renuncias a tus
miedos por una posible cornada y aceptas seguir toreando. Y sabes que si sigues
toreando puede volver otra cornada», mantiene el torero.
¿Se logra que esas imágenes no se conviertan en traumas? «En
la UCI –dice Saúl– sí me saltaban imágenes, creo que también por la propia
medicación; luego se van superando las cosas. Se van pasando etapas. La primera
vez que te vuelves a poner delante de un toro te cuesta pensar que vaya a ir a
la muleta, a pesar de que tú tengas que aparentar seguridad... Cuando toreé en
Fitero por ejemplo, mi pensamiento fue saber dónde estaba el hospital más
cercano... Son cosas que se van superando...». «A mí me ha pasado factura con
el tiempo. Cuando Saúl se fue para Sevilla y yo para casa es cuando de pronto
no podía dormir, se me agarraron los nervios al estómago y tuve que pedir
ayuda. Para mí fue necesario, no podía con todo aquello que había pasado», dice
Mary. Y lo afirma a pocos días de que Jiménez Fortes vuelva a hacer el paseíllo
en Madrid. El próximo viernes 6 de mayo en la primera corrida de la Feria de
San Isidro. Comienza de nuevo la locura. «Yo le entiendo. Es el alimento del
alma», afirma su madre. La madre torera, que volverá a sentarse en el tendido.
«¿Que cómo celebraría un triunfo en Madrid? –dice Saúl–. No lo puedo contar,
pero te enterarás por los periódicos», dice el torero mientras se ríe.
Estaremos atentos. Se abre el telón de nuevo.
El segundo milagro a los tres meses
Apenas salía de la cornada de San Isidro, cuando llegó la de
Vitigudino en agosto. También en el cuello y con tremebundas noticias durante
las primeras horas. Hubo que esperar meses hasta restablecerse el torero.
Después vino la recuperación del hombre. «He pensado mucho en si fue un aviso o
algo por lo que tenía que pasar», admite Saúl plenamente recuperado.
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